Tomado
de ElUnicornio.co (Julio 23 de 2022)
Lo que acaba de ocurrir con el sorpresivo
nombramiento del exmagistrado Iván Velásquez como ministro de Defensa nunca
habría podido darse si Gustavo Petro no hubiera contado con el unanimismo que
se percibe entre todos los partidos que no quieren quedarse por fuera de la
repartija del poder tras la elección de Gustavo Petro como presidente. Esto le
dio margen de maniobra.
Otra circunstancia favorable, pues
ayudó a crear el clima político adecuado, reside en que la decisión fue
anunciada el mismo día en que Petro se reunía con una delegación del gobierno
de Joe Biden, encabezada nada menos que por el asesor adjunto de Seguridad
Nacional, Jon Finer. Como hecho llamativo, se reunió primero con Petro y luego
con Iván Duque. “Primero lo primero”.
Lo segundo es que ese
nombramiento podría entenderse como un reto a los “cientos de Zapateiro” que el
general ídem (Zapateiro) dijo que había dejado diseminados dentro del Ejército.
En tal sentido es previsible más de un acto de insubordinación, de pronto hasta
de sublevación, y es de esperar que no lo haya de conspiración.
Pero un aspecto donde se ubica el
mayor mérito del nombramiento es en lo relacionado con la corrupción que ha
venido imperando dentro de las fuerzas armadas. Y esto no es opinión mía. Transparencia
por Colombia en un informe del año pasado, luego de analizar 2.026 registros
periodísticos sobre hechos de corrupción en los últimos cinco años, encontró
que el sector del gobierno donde se presentaron más casos de esta naturaleza
fue en la Fuerza Pública, y tenían que ver sobre todo con la venta de
información reservada o de armas de uso privativo a grupos al margen de la ley.
(Ver
informe).
Así las cosas, con la llegada de Iván
Velásquez a ese ministerio es posible citar a su tocayo Iván Duque cuando en un
contexto muy diferente dijo que “se les acabó la guachafita”. Pues bien, a
todos esos oficiales que vivían como reyes mediante la repartición de
comisiones en la adjudicación de contratos, se les acabó su guachafita, sí señores.
El enigma está ahora en saber si los afectados se van a quedar quietos, o de
qué modo podrían reaccionar para no perder tales privilegios. Y no es por
asustar a nadie, pero dentro de esa institución hay francotiradores expertos en
la tarea de dejar huella… pero no rastro. Así que señor ministro, pilas: soldado
avisado no muere en guerra.
Lo cierto es que el nuevo
ministro de Defensa llega con una visión por completo antagónica a la de María
Fernanda Cabal, quien concibe al Ejército como “una fuerza letal de combate que
entra a matar”. Aquí se da un giro de 180 grados, pues ahora la tarea estará
puesta en una defensa vertical y protección de los Derechos Humanos, tanto
dentro de las tropas como hacia afuera, en el trato con “los civiles”.
Llegados a este punto, habría que
concederles la razón a quienes se les ve preocupados por la llegada de Gustavo
Petro a la presidencia, en un tema específico: el de las expropiaciones.
Ciertamente, no se debe poner en duda que el ministerio de Defensa en general y
el Ejército en particular les han sido expropiados… al Centro Democrático. Son
apenas comprensibles entonces las preocupaciones de las más prestantes figuras
de ese partido, desde un Álvaro Uribe que se despacha con un trino enigmático
(“el hábito hace al monje”), pasando por una Paloma Valencia que afirmó que
habían nombrado a un “enemigo acérrimo del partido y del jefe del partido de
oposición, y que esto constituía no solo un desafío, sino una amenaza. Y está también
más hilarante y paranoica de todas las reacciones, la del abogado Enrique Gómez
Martínez: “Velásquez es un instrumento de Petro para su vendetta contra el
Ejército. A lo mejor es una salmuera mientras eligen al ELN como Policía de
Colombia y a las Farc como nuevo Ejército”.
En todo caso, a Paloma Valencia
habría que aclararle -como dije en trino
donde le respondí a ella- que Iván Velásquez no es enemigo de nadie. Es amigo
de aplicar la justicia, cáigale a quien le caiga.
Lo que pretenden soslayar, en
últimas, es que se trata de la misma persona que en su condición de magistrado
investigador no se dejó amilanar por la persecución que en su contra desató el
gobierno de Álvaro Uribe desde su propia central de inteligencia (hablamos del
extinto DAS) y logró llevar a la cárcel a muchos funcionarios, parapolíticos y
personas cercanas al entonces presidente a la cárcel, entre ellos a su primo
hermano y carnal, Mario Uribe.
Tienen por tanto evidentes
motivos para estar preocupados en el Centro Democrático, inclusive para no
dormir tranquilos. Sobre todo el dueño del letrero, en consideración a que dentro
del Ejército debe haber más de un oficial interesado en congraciarse con el
nuevo ministro, y qué mejor manera de hacerlo que suministrándole lo que en el
argot castrense se conoce como “información reservada”.
Información reservada, por
ejemplo, sobre el modo en que desde los mismos cuarteles se planeó y ejecutó la
horrorosa práctica genocida de los ‘falsos positivos’, nombre benigno para
designar las 6.402 ejecuciones sumarias que se llevaron a cabo durante los dos
periodos de gobierno de Álvaro Uribe, asunto en torno al cual hay todavía mucha
tela por cortar y muchas verdades por conocerse.
Por todo lo anterior, no puede
caber duda en que el nombramiento de Iván Velásquez como ministro de Defensa es
algo “de ataque”. Ciertamente, de ataque cardiaco para más de uno.
Ya para terminar, hablando de
cosas hilarantes -o más bien delirantes- está la declaración del saliente Iván
Duque, quien abrazado al general Eduardo Zapateiro declaró que este le había
enseñado a decir Ajúa. Lo llamativo del asunto es que tan infantil declaración deja
ver a las claras dónde residió el poder durante su mandato: no en el estamento
civil, sino en el estamento militar. Y sirve a la vez para entender por qué el
nombramiento de Velásquez constituye ante todo una movida revolucionaria:
porque vuelve a poner las cosas en su sitio, desde lo institucional. El poder
de la nación en cabeza del comandante supremo de las Fuerzas Armadas, el
verdadero presidente de la República, Gustavo Petro Urrego.
Fin del comunicado, rompan filas…
¡AR!
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