martes, 27 de octubre de 2020

Álvaro Uribe Vélez, de caudillo a tirano

 


Tomado de El Espectador

Comencemos por diferenciar entre caudillo y tirano.

Caudillo es el líder que recibe la confianza ciega y desbordada de las masas para que les dé solución a sus problemas. Es su ídolo. Se entregan a él como un hijo confía en su padre protector. Tirano es lo mismo que dictador, una persona que gobierna con poder total, sin controles ni contrapesos.

No todo caudillo es tirano, pero hay caudillos que después de elegidos tiranizan a una parte de la población. Por ejemplo, un Adolf Hitler que recibe la fervorosa aprobación de su pueblo porque le rescató el orgullo herido en la Gran Guerra, y tras la toma del poder se dedica a exterminar judíos.

El caudillo conquista por la vía electoral, mientras que el tirano se impone a las malas. Hitler y Mussolini fueron caudillos que devinieron en tiranos, Leonidas Trujillo en Guatemala también, pero los generales Augusto Pinochet y Rafael Videla fueron tiranos a secas, se apropiaron del poder mediante un golpe de Estado. Y militarizaron la vida de la gente.

Álvaro Uribe Vélez contó a su favor desde joven con un gran carisma, en la oratoria y en el trato personal, aunado a una rígida disciplina de trabajo, cualidades todas estas reseñadas en brillante perfil periodístico de El País de España titulado Uribe, la sombra política de Colombia. (Ver perfil).

De no haber sido por ese carisma, Uribe no habría podido sacar adelante una carrera política tan plagada de sospechas. Comenzando por su precoz nombramiento como alcalde de Medellín en 1982 y su despido fulminante cuatro meses después, por orden del presidente Belisario Betancur al entonces gobernador de Antioquia Álvaro Villegas, ante aparentes vínculos con narcos:

-          "¿Cómo es posible que tengamos en la Alcaldía de Medellín a una persona de quien me han dicho tiene nexos con narcotraficantes?", le dijo Betancur al gobernador, según la biografía oficial de Álvaro Villegas Moreno escrita por Germán Jiménez. (Ver noticia).

Uribe superó ese ‘pequeño’ obstáculo y doce años después se hizo elegir él mismo gobernador de Antioquia, a nombre del Partido Liberal, y el mismo día de su elección se agarró a puñetazos con el rival perdedor, Fabio Valencia Cossio, del Partido Conservador, en anuncio de lo que sería el común denominador en el trato con todo rival que se le atraviese: “le doy en la cara, marica”.

Fue la suya también una gobernación muy cuestionada, por hechos que en parte son investigados por la Corte Suprema, como las masacres del Aro y La Granja o el asesinato de su contradictor Jesús María Valle, y en parte son objeto de acusación en centenares de denuncias penales.

Pero dos hechos coincidentes catapultaron a Uribe Vélez, de cuestionado dirigente regional a ídolo nacional: la torpe presidencia de un Andrés Pastrana que les entregó a las Farc un territorio equiparable a la superficie de Suiza, a cambio de nada, y la consecuente -e insolente- crecida militar de esa agrupación, que sirvió de abono al descontento de una nación asaltada en su buena fe y que pidió a grito herido la solución que Uribe dijo tener: “mano firme, corazón grande”.

Así Uribe no solo logró hacerse elegir presidente, sino que repitió periodo después de torcerle el cuello a la Constitución y de arrodillársele a Yidis Medina en un baño de la Casa de Nariño para “conquistar” su voto. Y quiso quedarse otros cuatro años, pero la Corte Constitucional se lo impidió.

Es a partir de su salida de Palacio y de la “traición” que comete Juan Manuel Santos al entablar conversaciones de paz con las Farc, que comienza a darse la metamorfosis de caudillo a tirano. El fracaso del plebiscito convocado por Santos, creyendo que con el triunfo del Sí le taparía la boca a Uribe, produjo el efecto contrario: lo fortaleció hasta el punto de poner en la presidencia a un títere suyo.

El problema de fondo para Uribe se presenta cuando el que hizo elegir no da la talla -las encuestas lo tienen apabullado- y la Corte Suprema le dicta orden de detención, y su prestigio como líder comienza a verse horadado, y se presenta entonces un punto de quiebre que lo obliga a tomar medidas radicales.

Medidas radicales, sí, porque Uribe es consciente de que en una futura contienda electoral él y su partido llevan las de perder, pero debe permanecer en el poder el tiempo necesario para resolver los centenares de líos judiciales que lo tienen enredado y que sabe no se resolverán sino a su modo: torciéndole el cuello a la justicia, a cuya Corte Suprema acaba de avasallar mediante una abrumadora presión mediática, aunque sin solución definitiva del proceso que tanto lo atormenta.

Es aquí cuando asistimos al debut de Álvaro Uribe como tirano. Es entonces cuando comienza a verse claro -en medio de tanta oscuridad- que los homicidios aún impunes de 14 jóvenes a mano armada de la Policía no fue algo circunstancial, ni los abusos y atropellos de sus agentes a diestra y siniestra, ni los asesinatos selectivos de líderes sociales a cargo de fuerzas oscuras que los organismos de Seguridad del Estado se declaran incapaces de controlar, ni las masacres -como la de Samaniego- atribuibles a narcos de ascendencia mejicana asentados estratégicamente en los departamentos más antiuribistas -Cauca y Nariño-, donde el Ejército posee el mayor número de bases militares, vaya omisiva coincidencia.

Lo que ocurrió en días pasados en el Congreso es vergonzoso para la democracia, tuvieron que haberse presentado jugosos acuerdos por debajo de la mesa para que los partidos agrupados en la coalición de Gobierno hubieran despachado de manera tan ‘tiránica’, dando un zarpazo de mayorías vergonzantes, la moción de censura contra el ministro de Defensa que se tramitaba en el Senado.

Ya hemos pasado de la antesala al traspatio de un gobierno al servicio del sátrapa, les bastó con tener comprado al Congreso con mermelada burocrática y a los más importantes medios domesticados como perritos falderos con pauta y prebendas a granel.

Si en alguna ocasión anterior dije Bienvenidos al fascismo, en esta corrijo: Bienvenidos a la tiranía. No sabemos cuánto durará el tirano en el poder, pero es evidente que está dando pasos de animal gigante para quedarse.

DE REMATE: Según Sara Tufano, “un grupo político vinculado al narcotráfico y al paramilitarismo se tomó el Estado y necesita de un régimen dictatorial para ocultar sus crímenes”. Coincido. Ligado a lo anterior, tiene uno que ser muy estúpido -o cómplice- para creer que la inmensa cantidad de pruebas que hay contra Uribe por los más variados delitos es producto de un montaje.

viernes, 23 de octubre de 2020

“Si la JEP acoge versión de las Farc, lo de Álvaro Gómez quedaría impune”: Germán Marroquín

 


Tomado de El Espectador


Según el autor del libro Los secretos del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado, la persona que más luces le aportó a su investigación periodística fue el abogado e investigador Germán Marroquín, a quien el entonces fiscal general Alfonso Valdivieso puso al frente de las pesquisas para llegar hasta los autores del magnicidio. En esta entrevista, Marroquín expresa su asombro por la autoinculpación de las Farc y muestra sus argumentos para demostrar por qué no les cree.

 

Usted como investigador estrella durante la Fiscalía de Valdivieso, estuvo sometido a una feroz persecución para impedir que avanzara en la búsqueda de los autores del homicidio de Álvaro Gómez. Si ahora las Farc dicen que fueron ellas, ¿quiere decir que fue esa gente la que hizo que usted tuviera que abandonar el país?

Yo estoy convencido de que los seguimientos, la persecución, la posibilidad de que atentaran contra mí, no fue producto de las Farc. Tengo el convencimiento de que en esas acciones participaron agentes pertenecientes a las Fuerzas Militares de Colombia. Nunca llegué siquiera a imaginar que hubiera participación de las Farc en esos seguimientos.

 

Entonces ¿a qué obedece que las Farc se estén adjudicando ese crimen? 

Fui uno de los grandes sorprendidos con ese anuncio. En el caso de Jesús Bejarano y del general Fernando Landazábal hay elementos que no conozco, pero en el de Álvaro Gómez, atribuírselo las Farc es una inmensa contradicción con las cosas reales que ocurrieron. Durante el tiempo que más se avanzó fue cuando estuve a cargo de la investigación, y nunca hubo una hipótesis seria que permitiera vislumbrar su participación. Sí se habló de excombatientes, pero como personas de las Farc que por su cercanía con grupos delincuenciales pudieron haber participado, no como una línea que viniera directamente de las Farc. ¿Por qué hoy, 25 años después, aparece esa sorpresiva atribución de responsabilidad? No lo sé, he estado cavilando mucho al respecto, y llego a una conclusión muy personal: si las Farc se declaran responsables de este hecho y la Justicia Especial para la Paz (JEP) los acepta en esa jurisdicción, muere toda investigación por ese hecho. Es decir, los verdaderos responsables quedarían impunes. Yo tengo la impresión que las Farc le están haciendo el favor a alguien, que puede ser cercano a los que realizaron u ordenaron el crimen.

 

¿Usted alguna vez escuchó hablar del libro al que ahora le están dando tanta credibilidad, donde Manuel Marulanda insinúa que habían participado ahí, pero que era mejor mantenerlo callado para “agudizar las contradicciones”?

Ese libro es un chiste, Jorge. Eso no puede ser cierto. Un libro donde dicen “nosotros vamos a revelar que fuimos cuando sea conveniente, es decir en el 2020 vamos a revelar la verdad”, no deja de ser un chiste. Nunca oí hablar de ese libro y la única persona que lo mencionó no goza de la credibilidad necesaria. La tecnología da para todo, por ejemplo, para generar fake news. El único que hace ocho años decía conocer ese libro era José Obdulio Gaviria. En un país donde la inteligencia militar se precia de ser tan efectiva, donde se hicieron operaciones que condujeron a la muerte de casi toda la cúpula de las Farc, nadie nunca habló de la existencia de ese libro. Yo dudo mucho de su verosimilitud. Dentro de una dinámica que ha venido manejando el país de falsos testigos, falsos positivos, falsas noticias, un libro falso no sería algo raro.

 

A alguien escuché que la autoinculpación de las Farc opera a favor de los verdaderos autores del mismo modo que un ginecólogo le expide un certificado de virginidad a una mujer que ha tenido tres hijos.

(RÍE) Es una buena comparación, yo creo lo mismo. Eso no pasa de ser un chiste. Y le digo algo: en mi círculo cercano entre familiares y amigos, por muy de derecha que sean, nadie cree esa versión. Las himenoplastias están al orden del día y generan falsas impresiones.

 

¿No le parece que con esa versión de las Farc no solo se cae lo de Álvaro Gómez, sino también lo del atentado contra el abogado Antonio José Cancino, que parecía realizado por los mismos autores?

Exacto; es que se están viendo las cosas desde una sola perspectiva, no con una visión amplia, como se miró en su momento. Es cierto que lo de Álvaro Gómez está relacionado con la tentativa de secuestro de Cancino. Ambos hechos están ligados y fueron células relacionadas entre ellas. De hecho, yo recuerdo a uno de los participantes en lo de Cancino, un muchacho cuya actividad diaria era atracador de bancos. 

 

Luis Eduardo Rodríguez Cuadrado.

Sí, él estuvo colaborando y me puso en la línea de la interacción, de las relaciones que había entre los dos hechos, Cancino y Álvaro Gómez. ¿Las Farc tratando de secuestrar a Antonio José Cancino? De eso no se ha hablado. Hoy solo se habla del homicidio de Álvaro Gómez como un hecho aislado, sin mirar los centenares de relaciones que tuvo ese hecho en una época muy convulsionada, con gente tratando de pescar en río revuelto. No basta con atribuirse el hecho, deben dar una explicación y una geolocalización de cómo fue que realizaron el crimen. Tendrían que explicar miles de cosas que, en su momento, para los que investigábamos, estaban relacionadas. Por ejemplo, la existencia del campero con la escolta del general Cifuentes en la Caracas con 74, lo de la supuesta compra de unas revistas Cromos, lo del hijo del general Cifuentes, miles de cosas que tuvieron que ver con ese hecho. 

 

Hablando de hechos relacionados, recuerdo que el general Harold Bedoya le formuló a usted una investigación disciplinaria porque supuestamente le estaba chuzando sus teléfonos…

Eso me indicó que había por lo menos un interés de las Fuerzas Militares en la desviación de la investigación, que yo tomé un mes después de ocurrido el crimen. Una de las primeras órdenes de trabajo que emití fue verificar cuáles líneas celulares tenían los altos mandos, especialmente los que estaban en la Escuela Militar de Cadetes, donde el director era el general Ricardo Cifuentes. El día del magnicidio había una ceremonia allá, entonces yo quería saber qué líneas había para hacer una verificación de las llamadas entrantes y salientes, y saber si a esa hora se habían producido llamadas, por ejemplo dando resultados. Yo pregunté qué líneas aparecían en los operadores telefónicos a nombre de los altos mandos. A raíz de esa orden, el general Bedoya llamó al fiscal general a decirle que yo lo estaba chuzando. Y me formuló una denuncia disciplinaria, basado en una incorrecta apreciación. Pero lo que más despertó mi curiosidad fue cómo hizo Bedoya para enterarse de que yo había dado esa orden de trabajo. 

 

Recuerdo también una visita que le hizo al fiscal Valdivieso el principal sospechoso, sobre quien se libró orden de captura, el coronel Bernardo Ruiz Silva. Reunión a la que usted asistió.

Sí, el coronel Ruiz Silva le pidió una cita al fiscal Alfonso Valdivieso, este accedió a escucharlo y me pidió que estuviera presente. A esa entrevista Ruiz Silva llegó con unas diapositivas para tratar de convencer al fiscal general de que un señor de apellido Higuita, de Medellín, había sido el responsable del homicidio de Álvaro Gómez. 

 

¿Cómo es que al final de esa reunión sale el coronel Ruiz Silva y Valdivieso le pregunta si ese había sido el HP que mató a Gómez Hurtado?

Eso es anecdótico. Yo tenía mi oficina en la 94 y el Dr. Valdivieso en la 34. Cuando termina la reunión, voy saliendo para mi oficina, se levanta el coronel y se está yendo, y el fiscal general me dice espérese un momentico, Germán. Cuando el coronel se va, Valdivieso me dice: ¿este hijueputa fue el que lo mató? Yo me reí, lo único que le dije fue sí señor, yo creo eso. Pero es simplemente anecdótico. Lo que él me preguntaba estaba basado más en una intuición que él se formó, que en documentos que pudiera conocer.

 

¿Cómo se portó la familia de Gómez Hurtado en el desarrollo de la investigación?

Cuando usted me habla de la familia de Álvaro Gómez uno se imagina a la viuda y sus hijos, y resulta que hoy lo que llaman familia son sus sobrinos. Eso es familia, pero no son los únicos dolientes. Alguien debería decirle al país que esos comunicados que firma la familia Gómez Hurtado corresponden a la familia del hermano de Gómez Hurtado. Eso es diferente. Además, por otra razón que no sé si el mundo conoce, la relación entre Álvaro Gómez y su hermano Enrique no era la mejor. Ambos se encontraban en la misma orilla política, pero en diferentes niveles.

 

Lo que pude saber es que Enrique Gómez Hurtado andaba metido en la Fiscalía a toda hora, preguntando y fisgoneando…

Quiero contarle por qué me asignaron el caso:  Enrique Gómez va donde el Dr. Valdivieso y le dice que no está pasando nada con esa investigación. Así que el fiscal general decide darle mayor relevancia, y le dice a EGH que va a darle ese proceso a un fiscal delegado ante la Corte. Hasta ese momento el caso era competencia de la justicia regional, así que le aumenta la categoría a la investigación, por así decirlo. Y una de las primeras instrucciones que me da es que sea deferente con ese señor, quien se constituyó en parte civil. Enrique Gómez era un político más, aunque no tan relevante como lo fue después de la muerte de su hermano. Mauricio, hijo de Álvaro Gómez, si la memoria no me falla estaba en París dedicado a pintar, vino a Colombia para el entierro de su padre y se devolvió. En ese momento no ejercía el periodismo y no se interesó por la investigación, estaba dedicado a la bohemia. En todo caso, mientras Enrique Gómez representó a la parte civil, él tuvo todo el acceso a la información que requería y no recuerdo nunca una contrariedad con lo que yo estaba haciendo.  

 

La familia Gómez Hurtado aprobó en su momento la captura de Héctor Paul Flórez, el único condenado que hubo, pero muchos años después aparece en escena el sobrino, Enrique Gómez Martínez, defendiéndolo y tratando de tumbar el proceso. ¿Cómo se entiende que defienda a la persona a quien la justicia le probó haber sido el que acabó con la vida de su tío?

No entro a juzgar al sobrino de Álvaro Gómez, pero es cierto que esa aparición de los Gómez Martínez es demasiado sospechosa para mi gusto. Lo que se avanzó en la investigación hasta que ellos aparecieron, era lo que se debía hacer. Y si solamente se condenó a una persona, fue porque la fiscalía general no pudo avanzar más en la atribución de responsabilidades. Pero íbamos por un camino acertado. Ya llegar después el sobrino a defender a quien fue clarísimo que tuvo responsabilidad en eso, es algo que pesará en la conciencia de cada uno. Por lo menos por recato, yo no saldría a defender a quien dicen que mató a mi tío. Así yo no lo crea.

 

Usted dirigió la investigación y antes de abandonar el país dejó unas directrices trazadas, que hablaban por ejemplo de investigar al general Cifuentes, por el carro de su escolta y por su cercanía con el coronel Ruiz Silva, del Grupo Cazador. ¿O sea que quienes lo persiguieron a usted lograron el propósito de poner a la Fiscalía a mirar para otro lado?

Yo no sé si ese era el objetivo, pero lo lograron. Y le quiero decir algo que 25 años después puedo contar sin ningún recato. Yo tenía lista la medida de aseguramiento contra el general Cifuentes. ¿Qué pasó? Que quien me remplazó no lo vio necesario. Hubiera sido yo, habría llegado hasta el general Cifuentes e incluso más arriba. Es que la línea Bucaramanga - Grupo Cazador era muy fuerte. Tres directores de la V Brigada, tres personas con una orientación muy similar. Cuando yo me fui, eso lo recuerdo con claridad, les dije a mis investigadores “lo de Cifuentes está listo, solo es tener los cojones para plasmarlo en una providencia”. Pero no lo hicieron. ¿Por qué? No lo sé. Ya no me corresponde juzgarlo, pero no lo hicieron. Si hubiera dependido de mí, el general Cifuentes habría sido objeto de medida de aseguramiento.  

 

Usted dice que hubiera ido más arriba de Cifuentes, y en jerarquía inmediata el general por encima de Cifuentes era Harold Bedoya…

Eso lo dejo a su libre interpretación, Jorge. Pero sí, así hubiera sido.

 

En una entrevista radial reciente apareció Omar Berrio Loaiza, mano derecha del coronel Ruiz Silva en el Grupo Cazadores y quien estuvo detenido un tiempo, hasta que una juez decretó la inocencia del coronel y de sus supuestos cómplices. Berrio salió a decir que estuvo 15 años injustamente preso y que ahora se viene a comprobar su inocencia.

Todas esas personas del Grupo Cazador tuvieron un alto grado grande de responsabilidad, que quedó comprobado y acreditado. Yo no sé si ese señor estuvo 15 años preso, pero de haber sido así, no fue por el proceso de Álvaro Gómez. Por cuenta de mi investigación no hubo una sola persona que estuviera presa sin fundamentos procesales sólidos para estarlo. Al final una juez los absolvió, y solo le puedo decir que la absolución de ese coronel es algo que me duele. Mis elementos de juicio eran los suficientemente fuertes para creer que fue un exabrupto jurídico. Yo recuerdo haber leído la providencia y no haber estado de acuerdo en absolutamente nada.

 

Usted que fue tan duramente perseguido, ¿siente hoy algún temor por su seguridad, por ejemplo, a raíz de lo que acaba de decir?

No, para nada. Fui objeto de persecución cuando ciertas personas se sintieron amenazadas por mis actuaciones. Para mí fue muy claro quiénes eran, cuál era el poder que tenían y qué podían llegar a hacerme. Al final ocurrió lo que yo también habría hecho, la medida de aseguramiento contra el coronel Bernardo Ruiz. Ya después, cuando regresé a Colombia, vi que no había más posibilidades de que pudieran hacerme algo. En este momento, siento que ya no estoy en peligro. Es más, si por alguna razón inverosímil terminaran adjudicándoles a las Farc lo de Álvaro Gómez, los verdaderos autores quedarían muy contentos.


lunes, 19 de octubre de 2020

El libro de Tirofijo: cómo volver auténtico lo que ayer era apócrifo

 

Tomado de El Espectador

Produce desconcierto, mezclado con legítimo repudio, observar que sumado a la autoinculpación de seis crímenes que El Espectador en reciente editorial insiste en llamar magnicidios, ahora a las Farc pretenden hacerlas aparecer además como autoras intelectuales y materiales de la masacre de San Carlos de Guaroa en Meta, desde un principio adjudicada a un grupo paramilitar y en la que fueron asesinados 11 funcionarios del CTI.

Desconcierto, sí, porque nos quieren convencer de que una masacre ocurrida en 1997, declarada crimen de lesa humanidad en 2017, adjudicada al grupo paramilitar de alias ‘Martín Llanos’ y a cuya investigación fueron vinculados dos generales del Ejército por su omisión al permitir el ataque, también fue culpa de las Farc.

Ahora resulta pues que el país y el sistema judicial de la época estaban desconchinflados (desde los jueces que condenaron hasta la CIDH) porque de eso también se habían encargado las Farc y no lo sabíamos, y la prueba reina estaría en una caja de pandora con formato de libro que contiene recetas de impunidad para crímenes chicos y grandes no importa su procedencia, titulado “Manuel Marulanda Vélez, 1993-1998, Correos y correspondencia”.

Puesto que la primera regla de un periodista en busca de la verdad es dudar de todo, el conocimiento que poseo de lo que en el curso de los últimos días gira en torno a dicha publicación, me hace pensar que se trata de algo sospechoso, cual si estuviéramos frente a una campaña de propaganda mediática en la que parecen participar el editor político de El Tiempo, Armando Neira, el periodista Daniel Pacheco del Canal Red+ y columnista de El Espectador, y un jovencísimo Luis Daniel González, supuesto investigador de 25 años, “graduado de la Universidad de Carolina del Norte con maestrías en Stanford y Georgetown”, de quien antes nadie tenía referencia pero apareció de la noche a la mañana como el más profundo conocedor de las Farc y les sirvió de fuente periodística “confiable” tanto a Pacheco como a Neira, o sea a El TiempoEl Espectador.

El asunto es que Armando Neira publica el 11 de octubre una entrevista a González que titula ‘Las Farc buscaron cohetes antiaéreos con el cartel de Cali’, sin mencionar que se trata de una declaración de su entrevistado, y en busca de darle mayor veracidad agrega como destacado: “Estas son otras revelaciones que trae el libro de 'Tirofijo' en el que confesó asesinato de Gómez”. (Ver entrevista). Ojo: “confesó”.

Al día siguiente, lunes 12 de octubre, Daniel Pacheco publica en El Espectador una columna titulada “Los correos de Marulanda son auténticos” (ver columna), y dos días después un Informe Especial para ese mismo medio, en compañía de Antonia Zapata, que titula “Las Farc, no los paramilitares, serían los responsables de la masacre de San Carlos de Guaroa”. (Ver informe)

Cosa diferente aparece en Noticias Uno el sábado 17, donde se dice que “el militar que grabó las imágenes de la masacre de San Carlos de Guaroa no puede creer que esta fue obra de las Farc, como se dice en el libro de las cartas de Tirofijo”.  Según Luis Fernando Sierra, funcionario del CTI sobreviviente de la masacre, “eso no tiene ningún asidero. Es absolutamente falso de toda falsedad”. (Ver informe de Noticias Uno).

La falsedad está en cómo se construye el andamiaje para convencer al país (y hay mucho columnista convencido de buena fe) de que un documento que ocho años atrás la fuente menos confiable, José Obdulio Gaviria, dijo haber recibido de un exguerrillero de las Farc y que fue distribuido entre los medios por la Jefatura de Acción Integral del Ejército -y los medios no le creyeron- hoy esos mismos medios asumen con fe de carbonero que es un documento auténtico y pregonan a los cuatro vientos que “se descubrió” que las Farc fueron las culpables del crimen de Gómez Hurtado y los otros cinco, así como de la masacre de Guaroa, faltando datos de otros municipios sobre eventuales crímenes, estafas, robos, traiciones, infidelidades o chanchullos que puedan ajustarse a la conveniencia del respetable público.

Si se mira con ojo analítico la entrevista de El Tiempo con el “experto” Luis Daniel González, desde el título se asume como verdad revelada una aparente alianza entre las Farc y el cartel de Cali, por los días en que gobernaba Ernesto Samper: “Las Farc buscaron cohetes antiaéreos con el cartel de Cali’”. De donde podría concluirse que si eran tan cercanas a los Rodríguez Orejuela, nada raro tendría que no hubiera sido el cartel del Norte del Valle (según la versión de Rasguño) el que se encargó de hacerle a Samper el favor de librarlo de Gómez Hurtado, sino las mismas Farc…

También es interesante observar cómo la entrevista tiende un manto de duda sobre Iván Cepeda, hoy el más duro contrincante de Álvaro Uribe, gracias a otras “revelaciones” de tan prolífico libro. Se trata en este caso de mostrar supuestos lazos orgánicos entre Manuel Cepeda Vargas y las Farc, cuyo objetivo estratégico es evidente: descalificar al hijo por cuenta del padre.

Sea como fuere, picado por la curiosidad llamé a Luis Daniel González y le expuse mi deseo de conocer tan revelador libro, y me contestó que él lo había examinado en 2016 gracias a que se lo dejó ver un “colega” suyo de 85 años, “un politólogo que no es de la corriente política de José Obdulio y es muy reconocido de Colombia”. Descartado que se tratara del mismo libro de Gaviria, como llegué a pensar, le dije que quería verlo y me comprometía a guardar la reserva de la fuente, y me respondió que “no es posible; yo estoy en Los Ángeles y el libro lo tiene el politólogo en Colombia. Yo hablando de corazón con mi gran amigo y colega, no lo quiere revelar”.

Si el libro está en Colombia, le insistí, ¿cuál podría ser el inconveniente en que tan solo lo deje ver, sin revelar el nombre de su poseedor? González quedó entonces en que iba a hablar con su amigo y colega, y que lo llamara al día siguiente -como en efecto hice- y entonces la historia ya adquirió matices dignos de un thriller de suspenso: “hoy estuve hablando con él toda la mañana y estamos en eso, pero está muy complicado el asunto, o sea está muy difícil conseguir el libro. El que le entregó el libro al politógo es un chef muy famoso, que tiene una pareja de Tailandia. Y el asunto es que el politólogo le devolvió el libro hace como un año, año y medio, porque era de él. Y al chef se le murió la hija, entonces el hombre se fue a Tailandia y mi colega, el politólogo con el que trabajo, lleva siete meses tratando de conseguir el libro. Y mucho más esta semana. Estamos haciendo todo lo posible por encontrar el libro, sino que es un gran amigo del politólogo y en este momento no lo hemos podido contactar. Pero seguimos en eso”.

Como dije en columna anterior, bastaría con que José Obdulio Gaviria mostrara el documento original que dijo haber recibido, para constatar la autenticidad de los textos que sobre el crimen de Álvaro Gómez hoy son atribuidos a la desmovilizada agrupación guerrillera. Puesto que parece que ya no hay una sino dos versiones del libro, sería de veras iluminante que al menos una de estas pudiera ser sometida a análisis científico para salir de toda duda.

DE REMATE: Las cosas que digo en Los secretos del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado son irrefutables, y señalan a militares golpistas como los que planearon y ejecutaron el crimen. Que las Farc hoy se lo estén adjudicando, no es prueba de que mi libro esté equivocado. Más bien, mi libro prueba que mienten.

lunes, 12 de octubre de 2020

"A uno lo gobierna el azar": Jorge Gómez Pinilla en Caracol Radio

 

El escritor del libro "Los secretos del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado" se refiere a la reciente declaración de la Farc sobre el crimen. El Personaje de la semana.

https://caracol.com.co/emisora/2020/10/11/bucaramanga/1602422983_564634.html

Las Farc mienten, falta saber por qué



Tomado de El Espectador

En torno a la autoinculpación del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado y otros cinco crímenes por parte de las Farc están sucediendo cosas insólitas, como la de constatar que El Espectador asume que fueron “seis magnicidios”. (Ver artículo).

Magnicidio según la RAE es la “muerte violenta dada a persona muy importante por su cargo o poder”. No se entiende entonces qué tan importantes por su cargo o poder pudieron ser sujetos como el paramilitar Pablo Emilio Guarín, el genocida Fedor Rey (que en una sola jornada de horror mató a más de 150 campesinos incorporados a las antiguas Farc), o Hernando Pizarro Leongómez, compañero de andanzas del anterior.

Conviene hacer esta diferenciación porque El Espectador mete estos crímenes -fácilmente atribuibles a las Farc- en la categoría de magnicidios, como si quisieran magnificar la importancia del reconocimiento tanto de esos como de los otros tres que también se adjudicaron: los de Álvaro Gómez, el general Fernando Landazábal y el académico Jesús Antonio Bejarano, que un libro reciente del suscrito les adjudica, hasta que las pruebas demuestren lo contrario, a los mismos autores: militares que conspiraron contra el gobierno de Ernesto Samper. (Ver libro).

En refuerzo de la “confesión” de Julián Gallo según la cual recibió la orden del Mono Jojoy (muerto) y la ejecutaron cuatro miembros de la Red Urbana Antonio Nariño (también muertos), los más diversos medios han sacado a relucir como prueba reina el libro ‘Cartas y documentos de Manuel Marulanda Vélez (1993-1998)’, que según columna de José Obdulio Gaviria del 17 de julio de 2012, recibió de un desmovilizado de las Farc en el aeropuerto de San Vicente del Caguán. (Ver noticia).

Hoy los editores de los medios que hace ocho años mandaban la parada en el manejo de la opinión pública no pueden -o no quieren- recordar que ese documento tuvo como fuente directa la Jefatura de Acción Integral del Ejército, y eso de entrada lo hizo sospechoso.

En desarrollo de la investigación para mi libro, ese mismo año quise valorar su autenticidad y supe por buena fuente -un periodista de Semana que ya no está allí- que gran parte de su contenido era real pero “hay cosas agregadas, palabras que ellos jamás usarían, detallitos que hacen que uno diga ahí hay cosas que no cuadran”. Tan así sería que, pese a las supuestas revelaciones que contenía, el único medio que hace ocho años le dio acogida fue el portal Kienyke.com, con un artículo titulado Las Farc asesinaron a Álvaro Gómez, según cuatro cartas de Tirofijo. (Ver artículo). Como dije en su momento, “lo llamativo es que el libro le hubiera sido entregado precisamente a la persona que menos garantías puede ofrecer de que no se trata de un montaje”.

Sea como fuere, para resolver el misterio bastaría con que José Obdulio Gaviria mostrara el documento original que dijo haber recibido, para constatar en sus páginas -no en la versión digital distribuida a medios- la autenticidad de los textos que sobre el asesinato de Álvaro Gómez hoy son atribuidos a la desmovilizada agrupación guerrillera.

Otro dato que en este contexto hoy adquiere relevancia, es que en 2011 el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS), un reputado centro independiente de pensamiento británico, publicó el libro El dossier de las Farc: los archivos secretos de Venezuela, Ecuador y 'Raúl Reyes'. Este recoge en 240 páginas la información más relevante que contenían los tres computadores portátiles, dos discos duros externos y tres memorias USB del jefe guerrillero recuperados el 1 de marzo de 2008 en la Operación Fénix, en la que pereció el líder guerrillero.

En las copiosas comunicaciones allí registradas las Farc hablan del bombazo contra el club El Nogal y cómo ocultarlo, del asesinato de los diputados del Valle (y cómo ocultarlo), o de la muerte del exgobernador de Antioquia Guillermo Gaviria y su asesor de paz Gilberto Echeverry, entre muchos otros temas, pero no hay una sola línea referente a lo de Álvaro Gómez.

Esto, entonces, nos conduce a lo que acertadamente planteó Vladdo en su columna del miércoles pasado: “De resultar cierta esta tesis (que fueron las FARC) habría que reconocer su habilidad para ejecutar un plan tan perfecto y realizar una operación de tal magnitud sin dejar pistas ni despertar la menor sospecha durante un cuarto de siglo. Ni James Bond es tan efectivo...” (Ver columna).

En consonancia con lo anterior, es pertinente preguntar por qué ningún organismo de seguridad del Estado, pero en particular de Inteligencia del Ejército (algunos de cuyos miembros fueron acusados de haber planeado y ejecutado el magnicidio), nunca hicieron ningún esfuerzo investigativo orientado a esclarecer una posible participación de las Farc, ni emitieron una sola declaración en la que acusaran a esa agrupación guerrillera del crimen, pese a que fue la misma Jefatura de Acción Integral la que en 2012 distribuyó a los medios el supuesto diario de Tirofijo.

Hay una expresión a la que acudo con relativa frecuencia: “puedo estar equivocado, pero…”. En esta ocasión no me atrevo a usarla, porque con el paso de los días adquiere mayor solidez la convicción de que las Farc no están diciendo la verdad en lo de Gómez Hurtado. Más bien se trata de una gran mentira soportada en conjeturas de aparente verdad, como la que planteó Iván Marulanda en Semana en Vivo, cuando contó que en visita que en 1991 realizó a un campamento de las Farc fue testigo de la animadversión que allá sentían contra el exconsejero de paz Jesús Antonio Bejarano, como si esto constituyera prueba reina de que fueron ellas las que lo mataron. (Ver programa).

A raíz de dicho programa -en el que participé- percibí además que hay mucha gente necesitada de creerles a las Farc, entre otros motivos porque sus “verdades” fortalecen el proceso de paz. Por eso la lista de “creyentes” incluye a Juan Manuel (y Enrique) Santos, Juan Fernando Cristo, Roy Barreras, Álvaro Leyva, María Jimen Duzán, los mismos Ernesto Samper y Horacio Serpa, El Espectador

La única manera de que se demuestre que las Farc dicen la verdad, es si presentan a la JEP pruebas irrefutables de su participación en los seis “magnicidios” ya referidos. Mientras tanto, en sujeción a la búsqueda indeclinable de la verdad que le corresponde al periodismo, me mantengo en lo que dije arriba: las Farc mienten, falta saber por qué.

DE REMATE: El grave error político que cometió la desmovilizada guerrilla al dejarse el nombre de combate cuando se constituyeron en Partido FARC, se evidencia en que muchos columnistas y medios siguen hablando de “las Farc”. La cúpula no supo entender que así no solo revictimizan a sus víctimas, sino que contribuyen a hacer efectivos los ataques de la extrema derecha, pues pareciera como si su accionar guerrerista permanece vigente.

martes, 6 de octubre de 2020

Las Farc y el asesinato de Álvaro Gómez: ahí hay gato encerrado

 


Tomado de El Espectador

Una verdadera avalancha de preguntas he recibido desde el sábado pasado, a raíz de un comunicado del Partido Farc donde la cúpula de esa agrupación exguerrillera “reconoce” una supuesta participación suya en seis crímenes. (Ver comunicado).

En mi condición de autor del libro Los secretos del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado, que ya todos conocen, me veo obligado a pronunciarme. Sé que lo hago ‘en caliente’, y que la prudencia sugeriría esperar a conocer las pruebas que esa agrupación tendría para hacer tan extrañas “confesiones”, pero quedarme callado sería concederle la razón a lo que considero una tesis delirante.

Tiene razón Noticias Uno cuando en su emisión del sábado pasado dijo que las declaraciones de las Farc “dejaron al país estupefacto”. En este contexto surgen múltiples interrogantes, ávidos de una respuesta sólida y convincente, para dejar de tener la sensación de que nos quieren hacer tragar un cuento por completo traído de los cabellos.

El primer gran interrogante, por qué guardaron el secreto durante 25 años. Si las Farc habían declarado a Gómez Hurtado objetivo militar (aunque nunca lo supimos) y al final cumplieron su objetivo, ¿por qué habrían de callarlo?

En mi última columna conté cómo formulé esa pregunta a alguien cercano a la cúpula desmovilizada de las Farc (cuyo nombre no estoy autorizado a dar) y este respondió, tajante: “¿usted cree que si hubiéramos sido nosotros, no lo habríamos cobrado política y militarmente?”. Habría que preguntarse entonces si en la unificación de las versiones del Partido Farc sobre dichos crímenes también se presenta una “disidencia” en sus filas, o si se trata de una oveja descarriada.

Un segundo gran interrogante alude a las pruebas que están obligados a presentar ante la Jurisdicción Especial de Paz (JEP), en particular sobre tres asesinatos cuya autoría en mi libro es atribuida a los mismos actores, aunque de ningún modo a las Farc: el político Álvaro Gómez Hurtado, el general Fernando Landazábal y el académico Jesús Antonio ‘Chucho’ Bejarano.

Es sobre la escena de esos tres crímenes que no logro ver a las Farc, comenzando porque según testigos los gatilleros salieron caminando con tranquilidad pasmosa, la de quien sabe que el perímetro está protegido. Y así no actuaban las Farc, su accionar se ajustaba más al ajusticiamiento de un Pablo Emilio Guarín en las calles de Puerto Boyacá, con un operativo en el que cuatro personas -tres hombres y una mujer- ocultos en una procesión abren fuego sorpresivamente contra el líder paramilitar, quien iba en compañía de su esposa, y huyen en una camioneta.

O como el caso del diputado Celestino Mojica, en una calle de Bucaramanga: ocho guerrilleros abren fuego contra el carro donde va en compañía del ganadero Oliveros Tamayo, mientras otros a pie se dirigen hacia los ocupantes y las rematan a quemarropa. Y huyen en dos camionetas.

Como digo en la página 108 de mi libro, “los asesinatos del general Landazábal y el consejero Bejarano tuvieron el mismo modus operandi” y (…) “se advierte la aplicación de un plan de silenciamiento contra toda persona poseedora de información sobre los verdaderos autores del asesinato de Álvaro Gómez, sin diferenciar si el silenciado era un aliado o un delincuente”.

Del mismo modo que ante la escena del crimen el investigador comienza por preguntarse “¿a quién le sirve?”, en el caso que hoy nos ocupa se trataría de desentrañar a quién le sirve que las Farc quieran aparecer como los autores materiales del magnicidio, algo que se lo atribuyo -con sobradas pruebas- a un aparato organizado de poder militar de extrema derecha.

En primera instancia no les sirve a las mismas Farc, pues aparecen como asesinas de un hombre tan cuestionado en vida, es cierto, pero cuya imagen se crece -e incluso opaca a la de su padre Laureano- con el paso del tiempo.

Entonces, ¿a quién le sirve? Pues a los verdaderos autores del crimen, porque la gente dejaría de mirar hacia esos que el exembajador de Estados Unidos en Colombia, Myles Frechette (el hombre mejor informado sobre lo que estaba pasando) identificó como un grupo de militares golpistas que “le hicieron la pregunta. Tal vez fueron pendejos y no lo pensaron bastante bien. Nunca pensaron que Álvaro iba a decirles que no. Y cuando les dijo que no, casi se desmayaron y dijeron ‘vamos a hacer algo rápido’”. (Página 193 de mi libro).

¿A quién más le sirve? A Piedad Córdoba, sin duda, cuya reaparición en la escena política se dio con bombos y platillos, y a quien hoy la opinión publica percibe como la persona que logró convencer a las Farc de que dejaran de callar en torno a esos crímenes y “confesaran” sus culpas.

Una amiga cuyo nombre tampoco estoy autorizado a divulgar (pero se puede consultar aquí), afirma que la declaración de las Farc fue una paparrucha, término popular que en España -según el DRAE- alude a una “noticia falsa y desatinada de un suceso, esparcida entre el vulgo”. Me suena razonable, porque se trata de algo en apariencia desatinado, pero igual se puede afirmar lo que dije desde el título: que ahí hay gato encerrado.

Es como si después de que una mujer ha tenido tres hijos, un ginecólogo expide un dictamen pericial que la declara virgen. Esto es, entonces, lo que ahora a las Farc les corresponde probar ante la JEP: que los militares golpistas -activos y retirados- a los que el acervo probatorio veía como los culpables del magnicidio, son prácticamente vírgenes en el asunto.

Según las Farc en el comunicado donde reconocen su supuesta participación en lo de Álvaro Gómez, “hoy sabemos que nuestros adversarios en la guerra pueden ser nuestros aliados en la paz”. ¿Estamos acaso frente a un acuerdo entre exenemigos “por debajo de la mesa”? Averígüelo Vargas…

DE REMATE: Del mismo modo que resulta sospechosa la autoinculpación de las Farc, también lo es que de la página web de Semana hayan desaparecido ciertos artículos que le dan veracidad a la tesis de los militares golpistas. Uno de ellos es el titulado El hombre clave, referente a un exintegrante del Grupo Cazador que le contó en detalle a la periodista Gloria Congote cómo fue la planeación y ejecución del magnicidio. Haciendo clic en este enlace debía abrirse el artículo en mención, pero vaya sorpresa, está tan desaparecido como el hombre que dio esas asombrosas declaraciones, Diego Edinson Cardona Uribe. En todo caso, si quiere conocer su contenido, está publicado en este enlace de El Unicornio.