viernes, 28 de diciembre de 2012

La paz de los Santos… inocentes


CRÓNICA FICCIÓN


Por una doble coincidencia que bien podría interpretarse como ironía de la historia, vino a ser precisamente  el 28 de diciembre de 2013, día de los Santos Inocentes, el elegido para la firma del tratado de paz entre el gobierno de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC.

Es cierto que el propio presidente Santos había puesto como fecha límite el 30 de noviembre, pero la relativa cordialidad y el sigilo que reinaron a lo largo de casi todo el proceso, así como la necesidad que tuvieron los representantes de la guerrilla de consultar las decisiones finales con sus frentes y bases, condujo a que fuera justo tres días antes de acabar 2013 el momento finalmente acordado para la firma de este trascendental acuerdo, que tanto alivio y reparación le aportará a la nación entera, si no se atraviesa alguna ‘ave de mal agüero’ en el camino.

http://www.semana.com/opinion/articulo/la-paz-santos-inocentes/326859

Quizá el principal obstáculo se presentó cuando a comienzos de marzo fuentes de inteligencia militar acusaron a las FARC de estar detrás de un plan para asesinar al exvicepresidente Francisco Santos, lo cual generó un ambiente de tensión que se incrementó con las palabras del ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, quien basado en dichas pruebas volvió a utilizar la palabra “hipócritas” para referirse a los jefes de la guerrilla presentes en La Habana.

Esto condujo, como ya se sabe, a que en la sesión del martes 5 de ese mes los negociadores de las Farc se hubieran levantado de la mesa, y a que Timochenko lanzara un llamado de alerta a las tropas desde su cuenta de Twitter, @timochenko_farc, en lo que hacía presentir sería la crónica de una ruptura anunciada.

El peso de la acusación oficial se sustentaba en que a un miliciano de las Farc residente en Cartagena del Chairá le habrían hallado supuestos planos detallados de un complot para eliminar al exvicepresidente Santos Calderón, mientras que el detenido reconocía su vinculación a ese grupo guerrillero pero alegaba que los papeles incriminatorios le habían sido “sembrados”.

La bomba de tiempo se desactivó con la captura por parte de la Fiscalía de alias ‘Longaniza’, mando medio del grupo paramilitar Águilas Negras. A ‘Longaniza’ se le halló una lista negra –que reconoció ser suya- de personajes de la vida nacional que figuraban como ‘candidatos’ para ser eliminados (entre ellos Francisco Santos Calderón) con el objetivo de culpar a las Farc.

El cerrojo definitivo a la crisis se lo puso el propio ‘Pacho’ Santos, al afirmar que la investigación adelantada por la Fiscalía le generaba “total credibilidad”, y a renglón seguido manifestar su respaldo al proceso de paz que adelantaba su primo Juan Manuel, quien celebró su “regreso a la cordura”.

Cordura de la que no supo hacer gala el expresidente Álvaro Uribe, porque ante tan sonado suceso político se fue lanza en ristre contra los dos primos, con trinos como este: “Dios los cría y ellos se juntan. Alguien se reintegró al club de la alta traición que serpentea en la aristocracia bogotana.”

Sea como fuere, la movida de Francisco Santos hacia el redil familiar (y en consecuencia hacia el santismo) no causó sorpresa, pues desde finales de 2012 voces cercanas a su oído venían aconsejándole que se desmarcara de su antiguo jefe, y los hechos más recientes terminaron por darle la razón: así la inmunidad presidencial lo proteja de ser enjuiciado y las encuestas de popularidad lo sigan acompañando, entre el sector más consciente de la sociedad, incluidos sus otrora aliados, coge cada día más fuerza la tesis de que era imposible que Álvaro Uribe no hubiera participado en –u ordenado- las acciones que tienen a buena parte de sus colaboradores investigados o en la cárcel, comenzando por el caso más protuberante, el del general Mauricio Santoyo, su hombre de confianza, hoy condenado por la justicia norteamericana.

Un segundo hecho que sumado a la firma del acuerdo de paz quedará para la historia, es el sorpresivo anuncio que hizo el presidente Santos en los primeros días del pasado mes de noviembre, en cuanto a que no buscará la reelección, contrariando así absolutamente todos los pronósticos. Esto ha sido interpretado (ahora, porque antes a los analistas no se les ocurrió contemplarlo) como un interés genuino en acceder al Nobel de Paz, y se refuerza tanto con la cita que hizo del refrán según el cual “segundas partes nunca fueron buenas”, como con su aún más sorpresiva solicitud al próximo Presidente de la República para que considere su “humilde aspiración” al puesto de Alto Comisionado de Paz, con la obvia finalidad de impedir que los enemigos de la paz pongan palos en la rueda de lo que se ha dado en llamar la etapa del posconflicto, tan sensible y llena de obstáculos, sobre todo jurídicos, particularmente en lo relativo a repartición de tierras, reparación de víctimas y aplicación de la justicia transicional.

El balance de este 2013 culmina, pues, justo en el día de los Santos Inocentes, con un merecido y coincidente reconocimiento a tres personas de apellido Santos Calderón que contribuyeron –cada una por su lado- a aclimatar el clima de paz y optimismo que hoy se respira en Colombia:

Enrique, hermano mayor del presidente y en su juventud militante de la izquierda, cuyos buenos oficios fueron decisivos para mantener en secreto durante más de seis meses los contactos que se adelantaron entre el gobierno y las Farc para dar comienzo a las negociaciones de paz.
 
Francisco, a quien recientes sucesos relacionados con nuevas sindicaciones contra el expresidente Álvaro Uribe terminaron por convencerlo de que estaba “en el lugar equivocado”.

Y Juan Manuel, el Presidente –este sí- de la paz.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Los jóvenes "tienen huevo"




En días recientes, mientras almorzaba en un restaurante ´ejecutivo’ al norte de Bogotá vi entrar a un sujeto de unos 30 años de edad, bluyín que no conoce plancha, gafas trotskistas de aro redondo, barba poblada y chaqueta raída, por lo que pensé que se trataba de un ‘mamerto’. El hombre se acercó a una mesa donde estaban dos señoras de avanzada edad, las saludó, se sentó con ellas e inició una apasionada conversación en voz alta -casi monólogo-, de la que hubo una frase que me fue muy fácil memorizar: “Esos mamertos tienen huevo. Quieren legalizar el aborto, la marihuana y el matrimonio gay. Legalizar el delito, mejor dicho”.

Tras haber caído en cuenta de mi error de percepción no pude dejar de prestarle oídos, pues me parecía que lo que estaba escuchando podía salir de la boca de un estirado Fernando Londoño o un peripatético José Obdulio Gaviria, pero no de un tipo con esa pinta de ‘progre’. De todo lo que dijo hubo otra frase que también se debe consignar aquí, porque es antológica de cómo piensa la derecha colombiana: “Si el Partido Comunista es legal, significa que es legal matar gente, porque ese partido apoya a la guerrilla”.

Unos días después leí en Semana.com los resultados de una encuesta de Ipsos Napoléon Franco donde se revelaba que “en los temas en los que se esperaría una postura más liberal de los menores de 24 años hubo una postura conservadora, que es casi igual a la de los mayores”. De inmediato recordé al godito con apariencia de marxista, sólo que ahora los resultados de esa encuesta golpeaban con fuerza mis convicciones de librepensador, por aquello que decían Les Luthiers en una de sus canciones: “¡Come hierba! Millones de vacas no pueden equivocarse”.

La encuesta citada presenta en efecto una verdad desoladora y preocupante, donde los jóvenes colombianos se manifiestan con un modo de pensar muy similar al de personas de mayor edad, en tres temas específicos: el 58 por ciento de los jóvenes entre los 18 y 24 años rechaza el matrimonio entre parejas del mismo sexo, el 76 por ciento desaprueba que se legalice el aborto en todos los casos, y el 74 por ciento en ese mismo rango de edad está en desacuerdo con la legalización de las drogas.

Esto nos señala que mientras en el resto del mundo la juventud se distingue por asumir posiciones liberales (cuando no contestatarias, radicales e incluso anarquistas), la nuestra de un tiempo para acá ha comenzado a expresarse peligrosamente coincidente con visiones cercanas o afines a la doctrina de raigambre clerical que con tanto celo y devoción defiende el Partido Conservador, cuyo más ilustre exponente es el Procurador General de la Nación, Alejandro Ordóñez Maldonado.

Se trata de una realidad que puede ser motivo de preocupación para espíritus sensibles, pero es el resultado de casi una década de permanente exposición al pensamiento, palabra, obra y acción de Álvaro Uribe Vélez sobre mentes que cuando este comenzó a gobernar tenían 10 años y cuando salió de la presidencia ya entraban a la adultez, en condición de ciudadanos aptos para votar.

Es hasta cierto punto comprensible que hoy los jóvenes y adolescentes colombianos piensen como ‘catanos’, en consideración a que recibieron inermes el influjo de ese poderoso aparato de propaganda con alto contenido religioso y autoritario al que dócilmente contribuyeron los mismos medios de comunicación que –ya salidos del influjo y la chequera uribista- ahora ven el pasado reciente con ojos más críticos y desapasionados.

En Colombia se presenta una distorsión de la realidad generacional, en la que una parte de la población adulta toma conciencia del respeto a la diferencia sexual, a los derechos reproductivos de la mujer y al libre albedrío para consumir drogas o dejar de hacerlo (como viene ocurriendo en Europa y naciones ‘civilizadas’ como Estados Unidos), mientras una mayoría juvenil adocenada por la maquinaria publicitaria del caudillo de ingrata recordación asume posiciones que se identifican con la ‘Weltanschauung’ uribista.

Parodiando el discurso retardatario del comensal arriba citado y sin faltarle a nadie al respeto, podría entonces concluirse que en Colombia la realidad política e ideológica ha dado un giro de 180 grados, porque ya no son los mamertos sino los jóvenes los que “tienen huevo”.

Twitter: @Jorgomezpinilla

viernes, 7 de diciembre de 2012

Caliente, caliente...



A la par con el calentamiento global, la temperatura en Colombia subirá indefectiblemente en las próximas semanas y meses, hasta alcanzar niveles quizá sofocantes. El pronóstico no es meteorológico sino político, y se sustenta en una previsible agudización de la calentura en dos frentes: la reacción del gobierno, el Congreso y el pueblo ante el fallo de la Corte Internacional de Justicia, y el avance de las conversaciones de paz con las Farc en La Habana.


En lo referente al diferendo limítrofe, el aire comienza a enrarecerse cuando la canciller María Ángela Holguín le anuncia al mundo que “Colombia no someterá su soberanía a tribunales internacionales”, convirtiéndose así en caja de resonancia de los congresistas y políticos que ayer instaban al gobierno a que desconociera el fallo y hoy hacen causa común, en peligrosa coincidencia, con las tesis del expresidente Álvaro Uribe.

Es posible que a Colombia la acompañen los más sólidos argumentos, pero el primer efecto a corto plazo será el aislamiento internacional, sobre todo con los países de la región (como en los tiempos del trinador paisa), mientras en la esfera nacional habrá una rapiña entre políticos de todo pelambre por conquistar los votos que a raudales vierte el escarbar en la herida de un nacionalismo ofendido.

Sea como fuere, la primera impresión que recibe el mundo es que Colombia está pisando sobre terreno minado, pues las consecuencias de un eventual desconocimiento del fallo pueden dejar una huella indeleble, como de Estado paria, que no se somete a las decisiones de un tribunal cuya jurisdicción había acogido, pero que desacata cuando la sentencia no es de su agrado.

Ya en el otro terreno –también minado- del “orden público”, no deja de ser llamativo que no habían pasado siquiera 48 horas desde que las Farc sorprendieron a tirios y troyanos con el anuncio de un cese unilateral del fuego, cuando los medios comenzaron a ser bombardeados desde todos los flancos con informaciones que daban cuenta de combates, ataques de las Farc a la población civil y voladura de torres en Antioquia.

A esto se sumaron declaraciones del ministro de Defensa Juan Carlos Pinzón, donde en respuesta a lo que en apariencia sería un gesto de buena voluntad, el gobierno les respondió a las Farc tildándolas de "mentirosas y traidoras".

En relación con los ataques y voladuras de torres, se ajusta a las posibilidades matemáticas que haya frentes guerrilleros decididos a no acatar la orden de cese al fuego, pues es sabido que dentro de esa organización se presentan divisiones en torno a las intenciones reales de hacer la paz. En otras palabras, es un hecho que no existe unanimidad al respecto, y ello explicaría que –con base hemos de suponer en informes de inteligencia- el ministrode Defensa haya manifestado que “las Farc se están desmoronando por dentro”.

Ahora bien, es también factible que los enemigos agazapados de la paz no hayan resistido la tentación de poner su cuota desestabilizadora.

En cualquier caso, está visto que la Mesa de negociaciones en La Habana no ha tomado el guante de las provocaciones o los retos, pues allí se sigue avanzando en un ambiente donde todo indica que prevalece el entendimiento, a pesar del mutismo del gobierno y el quizá excesivo ‘protagonismo’ de las Farc, que hablan como un perdido cuando aparece.

Lo preocupante del asunto es que el fallo de La Haya sobre San Andrés desencadenó una nueva y severa crisis política, cuyo primer coletazo fue el deterioro del apoyo popular con el que arrancaron los diálogos de paz con las FARC, ligado a una caída de la favorabilidad del presidente Santos del 60 al 45 por ciento, según los resultados de la última encuesta 'Colombia Opina’ de RCN Radio y Televisión, La FM y revista Semana.

Esta mezcla de orgullo nacional herido con exacerbación –real o provocada- de los sentimientos contra la guerrilla es altamente explosiva, en la medida en que puede ser utilizada tanto por las Farc para “agudizar las contradicciones de la burguesía”, como por los enemigos de la paz que desde la extrema derecha, ‘sin querer queriendo’, encuentran el terreno abonado para la consumación de sus oscuros propósitos.

Por todo lo anterior, es apenas de sentido común concederles la razón a los que piensan que en Colombia “un pesimista es un optimista bien informado”.

Twitter: @Jorgomezpinilla