viernes, 28 de marzo de 2014

Peñalosa, polo, palo y pola

  


La prevención que en torno a Enrique Peñalosa tienen el centro mockusista (John Sudarsky, Ángela Robledo) y la izquierda Progresista (Antonio Navarro, Petro, Avellaneda) es más que justificada, por un motivo básico: la influencia que un personaje tan cuestionado, acusado y sospechoso de tanta cosa rara como Álvaro Uribe Vélez pudiera llegar a ejercer sobre un gobierno suyo.

A Peñalosa se le ve en estos días tratando de infundir confianza al respecto, y su anuncio de continuar el proceso de paz con los mismos negociadores es punto que se le abona, pero no es suficiente mientras no explique si es que considera a Uribe y a sus asociados inocentes de los múltiples delitos que se les imputan. En tal sentido, Peñalosa debería aclarar si cree que Uribe no tuvo culpa alguna en el genocidio de los mal llamados ‘falsos positivos’ (a cuyos autores sigue considerando héroes de la patria y perseguidos por la Fiscalía); o si considera que las chuzadas a periodistas, opositores y Corte Suprema ocurrieron a espaldas del entonces presidente; o si fue por ingenuo que nombró a Jorge Noguera en el DAS y a Mauricio Santoyo como su jefe de seguridad.

Sea como fuere, a Progresistas y mockusistas les convendría también analizar la posible inconveniencia de darle tanto palo a Peñalosa, en consideración a que por un lado contribuyen a empujarlo definitivamente a los brazos de la poderosa derecha uribista, y por otro no se entiende que ante un eventual triunfo suyo en la segunda vuelta, una parte importante de su propio partido se margine de participar en su gobierno.

Habría que formularles entonces a las tres partes involucradas (Navarro, Sudarsky, Peñalosa) un llamado al diálogo franco hacia la búsqueda de puntos de entendimiento antes que de confrontación, con la plena seguridad de que solo una Alianza Verde fuerte, donde confluyan sin empujones ni zancadillas el verdadero centro y la izquierda, podría constituirse en la tercería requerida para derrotar a las fuerzas de derecha representadas por igual en Juan Manuel Santos, Óscar Iván Zuluaga o Martha Lucía Ramírez.

Al margen de las consideraciones anteriores, existe un motivo egoísta por el cual el suscrito columnista quisiera ver a Enrique Peñalosa convertido en el próximo presidente de Colombia, a saber:

Corría el año 2007, cuando en plena campaña electoral Samuel Moreno y Peñalosa se disputaban el voto para remplazar a Lucho Garzón en la alcaldía de Bogotá. Un aspecto bien llamativo de esta se vio en que los socios y vecinos del Country Club –todos de estrato 6- apoyaron al candidato ‘izquierdista’ del Polo Democrático, en instintiva defensa ante el anuncio que les hizo Peñalosa: “el Country Club tiene que irse, porque el tema no es político sino administrativo”. Esto se los dijo en una caótica reunión con residentes del barrio La Carolina, donde los ánimos se exaltaron tanto que el hombre fue sacado casi a empellones del recinto, en medio de insultos para él y vivas para Samuel Moreno.

Para entender la ‘piedra’ de ese escándalo hay que retroceder al año 2000, cuando siendo alcalde Peñalosa inició el proceso de expropiación administrativa de la cancha de polo, para la construcción de un pequeño parque público. Fue por ello que siete años después los socios del club entraron en pánico al saber que Peñalosa aspiraba a una segunda alcaldía, pues en caso de lograrla le daría continuidad al Plan de Reordenamiento del Country Club que un juicioso Antanas Mockus definió en 2003 y que comprendía en una segunda etapa la construcción de un parque metropolitano similar al Simón Bolívar, mediante la expropiación administrativa del 61 % de su superficie, con lo cual desaparecían los campos de golf y se le daba continuación a la carrera 15 hasta la calle 134, mientras que en una tercera etapa el 30 % restante del terreno sería entregado a los socios para que desarrollaran proyectos urbanísticos de vivienda.

No deja de ser estrambótica coincidencia que haya sido el candidato del Polo quien apenas posesionado intentó devolverles la cancha de polo, aunque no pudo, debido a que el Distrito ya había pagado el 50 por ciento del terreno y tomado posesión legal del mismo. Lo que sí pudo hacer a cambio de esos encopetados votos, fue detener la expropiación de casi todo el Country Club iniciada por Peñalosa, perfeccionada por Mockus y llevada a buen puerto por Lucho Garzón, en lo referente a la cancha de polo. Moreno sencillamente se desentendió del asunto, de modo que los socios del Country pudieron seguir jugando golf tranquilos en sus dos campos de 18 hoyos cada uno, hasta el día presente.

Ahora bien, ¿qué pasaría si el 15 de junio de 2014 Enrique Peñalosa fuera elegido presidente de Colombia? Que los socios y vecinos del Country Club entrarían de nuevo en pánico, porque sería previsible que en aplicación de sus políticas “igualitarias” hiciera llave con el alcalde en funciones para revivir dicho proyecto.

El motivo egoísta del que hablé arriba alude a que la mayor parte de mi vida adulta he residido en el barrio Cedritos, contiguo al Country Club, y nunca he entendido por qué la carrera 15 se estrella contra la portería de dicho club privado, taponando no solo el tráfico sino todo el desarrollo urbanístico del sector. Pero es un egoísmo si se quiere altruista, pues se contrapone al interés egoísta –ahí sí- de unos centenares de socios y vecinos, quienes exclamarían ‘¡gas cuchifó!’ de solo pensar que tan vasta y exclusivísima extensión de tierra pueda convertírseles un día en un parque de “olla y pola”, como le dijeron a Peñalosa en la agitada reunión de marras.

El problema con Peñalosa radica en la exagerada aunque comprensible prevención que a la izquierda y al verdadero centro les genera su aparente cercanía con Uribe. Ahora bien, aplicando una buena dosis de pragmatismo, habría que preguntarse si a la Alianza Verde en su totalidad le convendría más la reelección de Juan Manuel Santos.

A no ser, claro está, que ante una hipotética segunda vuelta entre Santos y Peñalosa estén pensando en inclinarse por el voto en blanco…

DE REMATE: Para entender mejor cómo el Country Club contribuyó decididamente a elegir a Samuel Moreno como alcalde de Bogotá, esta entrevista de Julio Sánchez Cristo en La W quizá ayude a despejar dudas: http://bit.ly/1feLXf9.


jueves, 20 de marzo de 2014

Juan Manuel, cumpla con la palabra empeñada




Han pasado ya diez días desde que el jovencito senador Juan Manuel Galán se echó atrás en una apuesta pública que hizo y que perdió, por lo que alguien debería recordarle la máxima del poeta persa Omar Khayyam según la cual “tres cosas no se devuelven: la flecha lanzada, la lluvia que cae, la palabra pronunciada”.

El 29 de noviembre de 2013 Galán escribió sobre mármol en su cuenta de Twitter que “si no soy la primera votación el 9 de marzo, el 10 de marzo renuncio a mi credencial”. Eran los días en que se enfrentó como niño chiquito a Horacio Serpa y armó una pataleta porque no le querían dar el # 1 en el tarjetón, y no contento con lo anterior se puso de sobradito y dijo lo que dijo y, como dicen en mi pueblo, “tome pa’ que lleve”.

El muchacho debió exclamar “trágame tierra” en la noche del domingo 9 de marzo, cuando supo que no había sacado la primera votación dentro del Partido Liberal, ni la segunda, sino… ¡la tercera!. O sea que perdió por partida doble.

Viéndose en la sin salida, prefirió desmontarse del caballo por el cuello (por el cuello de Simón Gaviria, quiero decir) con un trino a las 11:59 del día siguiente, donde dijo que “puse a disposición del presidente del Partido Liberal @SimonGaviria mi credencial de Senador obtenida en los comicios Electorales de Ayer”. Y a las 12:03, apenas cuatro minutos después, apareció en la cuenta  de Galán (pero no en la de Gaviria, qué raro) este nuevo trino: “@SimonGaviria afirma: No acepto, ni aceptaré jamás la Renuncia de Juan Manuel Galan (sic), es un miembro fundamental de la Colectividad”.

Ya en Blu Radio le habían preguntado si pensaba presentar renuncia oficial mediante carta a la Secretaría General de su partido, y su respuesta fue “pues… yo le manifesté eso al doctor Simón Gaviria, lo hice públicamente, me reuniré por supuesto con él”. Y a continuación agregó que “yo ese reto, ese desafío lo lancé pensando en unas ideas que buscan que la política recupere un sentido ético.”

Si le sumamos otro trino de ese mismo día (12:09, tres trinos en diez minutos) donde dijo que “¡en política hay que correr riesgos y lanzar desafíos!”, debemos concluir que ‘lanzó’ tan retadora apuesta a sabiendas de que asumía un riesgo “de mentiritas”, como dicen los niños, pues contaba con que en caso de perder, su entrañable amigo y coetáneo le habría de ayudar a tapar semejante embarrada.

Pero está además el sentido de lo “ético” que invoca, que fue donde más la embarraron tanto Galán como Gaviria: la única salida ética que le quedaba al primero era presentar renuncia irrevocable –por escrito, como corresponde a todo adulto hecho y derecho- y al segundo aceptársela, en respeto tanto a su voluntad como a la colectividad liberal, ahora sumida en la confusión por cuenta del lamentable espectáculo que protagonizaron estos dos jóvenes delfines y exponentes de dicha colectividad.

Es aquí precisamente donde el asunto del ‘delfinazgo’ no se puede soslayar, en tratándose nada menos que de un hijo de Luis Carlos Galán, dirigente liberal que siempre se distinguió por ser un hombre cumplidor de su palabra, que no se escudaba en subterfugios para rehuirle a los compromisos adquiridos ni a los retos que a diario lanzaba, sobre todo ante esos poderosos enemigos que debieron recurrir a eliminarlo para ganarle la partida.

La decepción sin embargo no es por este único episodio, pues conviene recordar que Juan Manuel Galán siempre se ha distinguido por ir a contrapelo de un pensamiento verdaderamente liberal, como lo demuestran su férrea defensa del fuero militar –del que fue ponente- o la manera como desde el Senado contribuyó a la reelección del ultragodo procurador Alejandro Ordóñez.

No se trata de oponerse a que el hijo de un importante dirigente pueda también incursionar en la política, y la mejor prueba está en su hermano Carlos Fernando (cinco años menor), quien sí saca la cara por la familia tanto en el parecido físico con el padre como en lo político, manifiesto por ejemplo en la ‘pela’ que ha debido darse para sacar a más de un indeseable de su partido, Cambio Radical.

En este contexto, lo deseable sería que el bisoño Juan Manuel cumpliera con la palabra empeñada y se hiciera a un lado (que era lo que ayer Ernesto Samper le pedía a Petro), con la tranquilidad de conciencia de que dentro de cuatro años esos mismos electores sabrán premiarle su coraje, su valentía a toda prueba, su “sentido de lo ético”.

En caso contrario, habría que formularle una respetuosa pregunta: ¿acaso cree que después de tan infantil reculada en su apuesta, aún le queda alguien dispuesto a reelegirlo?


miércoles, 12 de marzo de 2014

La sonata a Kreutzer y el regreso de la fiera sarda



“Ya se oyen los claros clarines.
La espada se anuncia con vivo reflejo;
ya viene el cortejo de los paladines”.
Rubén Darío
Gran parte de mi interés por la música clásica nació con La Sonata a Kreutzer, pero no la pieza musical de Ludwig Van Beethoven sino la novela de León Tolstoi. En todo caso, la una me llevó a la otra.

Tenía yo 14 años y estudiaba interno en el seminario menor de San Pedro Claver en Barrancabermeja, regentado por jesuitas. Los domingos teníamos salida para visitar a la familia, pero en ocasiones prefería no salir. Yo aprovechaba esas tardes –que se estiraban en medio de una soledad que había aprendido a disfrutar- para encerrarme a leer en una biblioteca grande, iluminada y con muy buena ventilación, mientras por los altoparlantes del recinto algún cura con muy buen gusto musical y marcada tendencia hacia el barroco programaba desde la rectoría sus discos de Bach, Telemann, Corelli, Mozart y unos cuantos más.

La Sonata a Kreutzer de Tolstoi tuvo en mí un impacto estremecedor, pues por primera vez supe lo que podía ser el dolor insoportable de una traición amorosa que conduce a la desgracia. En este caso la tragedia se desencadena cuando su protagonista, Pózdnyshev, se entera del engaño no por lo que ve ni por lo que le cuentan, sino por lo que escucha desde una habitación contigua: el sentimiento arrebatado, impúdico y carnal con el que su esposa y su profesor de música interpretaban la Sonata No. 9 opus 47, “Kreutzer”, del compositor alemán.

A Pózdnyshev le bastó escuchar ese primer movimiento donde el violín se ofrece en un frenesí de éxtasis y el piano lo acoge con la misma intensidad, para comprender sin el menor asomo de duda que en esa interpretación la estaban pasando muy bien, que entre ellos había una pasión cómplice e irrefrenable. El hombre huye de su casa, presa de la angustia, sin saber qué hacer. Es posible que si hubiera esperado a escuchar el segundo movimiento se hubiera serenado, porque este es más contemplativo (andante con variazioni), mientras que el tercero es tuto presto, alegre y exuberante.

Pero no, salió corriendo llevado por la desesperación, y fue entonces cuando se le ocurrió programar un viaje para regresar antes de lo esperado, y el resto ya se conoce: encuentra a su mujer y al violinista juntos, desata su ira contenida y mata a la mujer clavándole un puñal. El violinista escapa. En palabras del protagonista "quise correr tras él, pero estaba en calcetines. No podía correr en esas circunstancias; mi intención era parecer furioso, no ridículo."

La honda impresión que me produjo ese relato me llevó años después a buscar la sonata del músico, que en el seminario no tenían, supongo que por pecaminosa. Averigüé, eso sí, y pude encontrar una relativa coincidencia con la del escritor ruso: Beethoven la dedicó al violinista polaco George Bridgetower, quien la ejecutó a su lado el día del estreno. Sin embargo, después del concierto y al calor de unas copas Bridgetower hizo algunos comentarios insultantes sobre una amiga de Beethoven. Este, furioso, lo eliminó de la dedicatoria, cambiándolo por Rodolphe Kreutzer, el mejor violinista en ese entonces. O sea que una mujer tuvo que ver también con el nombre de esa pieza. Irónicamente, Kreutzer jamás la ejecutó, ya que la consideraba imposible de tocar, mientras que un violinista sí pudo tocar a la mujer de Pózdnyshev, en quien se siente el hálito autobiográfico de Tolstoi mediante la exposición de sus ideas religiosas sobre el matrimonio y la fidelidad.

Pero todo este prolegómeno es para hablar de un descubrimiento reciente: buscando en Youtube algo que me inspirara para escribir una columna analítica sobre las elecciones legislativas que acaban de pasar, me topé de frente con la Sonata Kreutzer de Beethoven interpretada por la violinista Anne Sophie Mutter y el pianista Lambert Orkis Zohari, y grité ¡Eureka!, porque es la versión de esta pareja la que mejor parece recoger ese sentimiento de lujurioso entendimiento o coquetería descarada entre el violín y el piano que describió Tolstoi en su novela.
 
Así que decidí cambiar de tema e invitar al amigo lector a que escuche al menos el primer movimiento y saque su propia conclusión, mientras se me pasan la depresión y la angustia por unos resultados electorales que pregonan con claros clarines el ominoso regreso de la fiera sarda a una arena política donde “la espada se anuncia con vivo reflejo”.

(Iba a mencionar que la fiera personifica al hombre herido en su amor propio que regresa a cobrar venganza por la traición que le propinaron, pero dirán que eso ya es hilar muy delgado…).

Para escuchar la sonata, haga clic en el enlace.


miércoles, 5 de marzo de 2014

¿Dónde están los otros dedos de la mano negra?




“La verdadera historia es clandestina”.
Joseph Fouché

Es muy llamativo que el presidente de Colombia que más veces ha hablado de “fuerzas oscuras” e incluso se ha referido a la existencia de “una mano negra”, haya sido Juan Manuel Santos Calderón. Él mejor que nadie debe saber de qué está hablando, en parte porque ha estado cerca de quienes pudieran ser sus integrantes, y en parte porque por ser presidente de Colombia y haber sido ministro de Defensa, tuvo que haber accedido a información ‘sensible’.

Pero lo llamativo no está ahí, sino en que las dos últimas ocasiones que se ha referido a la mano negra, al día siguiente se retractó o se arrepintió de lo dicho, como si en horas de la noche le hubieran hecho un llamado al orden, o como si hubiera descubierto la inconveniencia estratégica de retar a la fiera con solo nombrarla, como el Voldemort de Harry Potter.

A raíz del descubrimiento de la sala Andrómeda Santos dijo que “fuerzas oscuras están detrás", pero 24 horas después afirmó que “la fachada de inteligencia es totalmente lícita”. Como quien dice, que fuerzas oscuras de inteligencia totalmente lícitas estarían detrás de todo. Idea nada descabellada, por cierto, en un país donde por las buenas o por las malas las cosas ocurren o se enderezan a favor de lo que piensan la fuerza pública y los organismos de seguridad del Estado, como fue el caso -para mencionar solo el más doloroso- del asalto al Palacio de Justicia.
 
Entendemos la mano negra como una organización clandestina de ultraderecha, compuesta por determinado número de miembros que se reúnen solo si la ocasión lo justifica pero que evitan hacerlo, y realizan acciones acordes con su ideario ideológico y político. Incluso podría hablarse de muchas manos negras, considerando que cada dedo de esa mano acude a sus propias ‘negruras’ para la consumación de sus planes.

Una primera referencia directa a la mano negra –casi delación- de gran peso histórico la soltó Carlos Castaño en Mi confesión, donde habló de un grupo de notables que no solo lo asesoraba, sino que le daba instrucciones: “Al grupo de los seis ubíquelo durante un espacio muy largo de la historia nacional, como hombres al nivel de la más alta sociedad colombiana”, le dijo Castaño al periodista Mauricio Aranguren. Solo que no reveló nombres, porque “todo lo que se va a contar en este libro es verdad, pero no diré toda la verdad. La verdad tiene una frontera justo donde es posible hacerle daño al país”.

El que sí reveló un nombre fue el exjefe paramilitar y narcotraficante Diego Fernando Murillo, alias ‘Don Berna’, quien en versión libre ante fiscales de la Unidad Nacional de Justicia y Paz el 14 de febrero de 2012 señaló a Pedro Juan Moreno Villa, exsecretario de Gobierno de Álvaro Uribe en la gobernación de Antioquia, como uno de los integrantes del ‘Grupo de Notables’ que asesoraba al comandante paramilitar Carlos Castaño.

‘Berna’ no quiso dar más nombres (aunque al menos destapó un primer dedo) y corrigió la versión inicial: aclaró que el llamado ‘Grupo de los Seis’ realmente estaba conformado por doce personas, a las que el comandante Castaño acudía con regularidad, y dijo además que sus integrantes eran “hombres al nivel de la más alta sociedad colombiana. ¡La crema y nata!”.

Otro dato revelador es que el mismo Castaño afirmó en su libro que “yo fui un consentido del Ejército, instruido por el Ejército, capacitado por el Ejército, apoyado y hasta protegido”.  Lo que no tuvo en cuenta es que el pez muere por la boca, pues con tanta declaración comprometedora que iba dando –sumado a que anunció su intención de irse a EE UU a contar todo- se convirtió en un hombre que “sabía demasiado”, de modo que en una conjunción de oscuros intereses que incluía a mafiosos y a “la más alta sociedad colombiana”, tuvieron que ajusticiarlo para evitar que siguiera ‘cantando’.

Es cierto que desde el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán se viene hablando de la posible existencia de una mano negra, pero hay una diferencia clara entre la que pudiera ser la de ese entonces y la actual. Antes se podría hablar de una alianza tácita o fáctica entre integrantes ultraderechistas del poder militar, el poder político y el poder económico, representado este último en empresarios, industriales o ganaderos reacios a cualquier cambio que pudiera afectar sus intereses. Pero a partir del surgimiento de paramilitarismo un nuevo y poderoso elemento se le agregó a dicho triunvirato, como fue la presencia –o utilización, más bien- de mafiosos para enfrentar a la subversión de izquierda. Y digo de izquierda porque es inobjetable que cuando hablamos de mano negra nos referimos a un grupo subversivo de ideología derechista, con fuertes entronques en las instituciones supuestamente defensoras de la estabilidad democrática.

En este contexto, el paramilitarismo no ha sido otra cosa que una mafia antisubversiva financiada por el negocio de la cocaína, pero que siempre contó con el apoyo del Estado a través de miles de ‘casos aislados’ de miembros de las Fuerzas Militares, y se mantuvo oculto para guardar las apariencias, pues hay circunstancias como las aquí descritas en que la verdad podría tornarse subversiva.

Así las cosas, si quisiéramos desentrañar algún día para la historia de Colombia dónde pudieran estar todos los dedos de esa mano negra que tanto daño le ha hecho al país, se debería investigar cómo se dio (y se sigue dando, por ejemplo a través de los Urabeños, quienes se dan el lujo hasta de comprarle armas a oficiales del Ejército) esa complicidad soterrada entre prestantes miembros del poder político, el poder militar, el poder empresarial y el poder mafioso.

Una importante pista a seguir, en este caso en torno al dedo de la mano negra ya revelado, sería tratar de dilucidar si el general Rito Alejo del Río –otro hombre muy bien informado- estaba en lo cierto cuando afirmó que la caída del helicóptero donde viajaba Pedro Juan Moreno no fue accidental sino planeada, debido a que “había muchas presiones” para callarlo. En otras palabras, porque también “sabía demasiado”.