lunes, 28 de junio de 2010

Barrer para afuera


No acostumbro el uso de la primera persona en una columna periodística. Considero que asumir el análisis político como un asunto personal nos hace perder el punto de mira. Además, suena pedante. Pero la ocasión obliga, porque debo hablar de alguien que hasta hace unos días me caía mal (en realidad muy mal), pero que de un tiempo para acá viene mostrando una sospechosa independencia de su antecesor, cual si luciera empecinado en lograr que todos los que antes de la elección no lo queríamos para nada, hoy cambiemos de idea.

http://www.semana.com/noticias-opinion-on-line/barrer-para-afuera/141077.aspx

Las sorpresas comenzaron desde la noche del 20 de junio, ante lo que Semana definió como “un triunfo limpio y contundente”, cuando pronunció un discurso centrado en la paz (así la palabra esté en desuso), donde dijo que “llegó la hora de la unidad nacional” y en consonancia afirmó –dirigiéndose a Antanas Mockus- que “no renunciaré a que usted y sus coequiperos nos acompañen a trabajar por una Colombia unida”, y a que “juntos mantengamos en alto sus banderas” (transparencia, legalidad, respeto a la vida).

La siguiente sorpresa fue cuando invitó a Gustavo Petro a su sede de campaña, en respuesta a una carta que éste le dirigió para discutir sobre tres temas: tierra, agua y víctimas. Este encuentro es de importancia capital, primero porque demostraría que el llamado a la unidad nacional que hizo Santos no es de dientes para afuera, y segundo porque debe tener a Álvaro Uribe en profundas cavilaciones, en la medida en que muestra a su ‘polluelo’ (el mismo que le iba a cuidar sus huevitos) en tratos con un personaje que mandó a muchos de sus aliados políticos a la cárcel, y a quien el Presidente nunca bajó de “guerrillero vestido de civil”.

Si a la anterior le sumamos la reunión que con ánimo conciliatorio sostuvo el Presidente electo con los presidentes de las altas cortes, y los nombramientos –más técnicos que políticos- que anunció antes de viajar a Europa, y la cálida acogida que le brindó a Germán Vargas Lleras el mismo día en que Uribe lo criticó en una reunión con su bancada, no queda opción distinta a afirmar que el nuevo Presidente parece avanzar en el camino correcto, y en tal sentido es de caballeros reconocer la positiva transformación que en él viene obrando –a partir de su triunfo, específicamente- y que auguraría buenos vientos para la democracia.

Hoy la pregunta del millón ya no es la que le hicieron a Antanas Mockus sobre cuánto debería ganar un médico, sino cómo habrán de desenvolverse las relaciones entre Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos a partir del 7 de agosto. La respuesta es crucial, pues si bien es cierto que Uribe no saldrá por la puerta de atrás (sino revestido incluso de una aureola de victoria), también lo es que se lleva en coletazo una seguidilla de escándalos, que habrán de amargarle buena parte del tiempo que quisiera dedicarle al reposo.

Contrario a Ernesto Samper, que casi no pudo gobernar por andar a la defensiva y cuya entrega del poder debió representarle un alivio supremo, la verdadera defensa de Uribe empezará a darse después de su partida.

Es aquí entonces donde se convierte en enigma lo que haría Santos si –para mencionar sólo uno de casi una decena de casos- se reabre el proceso contra Santiago Uribe Vélez, hermano del Presidente, con base en las contundentes pruebas que el mayor (r) Juan Carlos Meneses acaba de aportar a la unidad de Derechos Humanos de la Fiscalía Argentina, según reveló un informe especial de Noticias Uno del domingo 27 de junio, que incluyó fragmentos de grabaciones incriminatorias y que sólo tuvo tímida repercusión en Semana.com, y en ningún otro medio.

Lo cierto, de todos modos, es que a pesar de las sorpresivas muestras de independencia que Juan Manuel Santos viene dando, todavía no es fácil colegir el papel que éste jugaría ante una eventual acusación de algún tribunal (nacional o internacional) contra el próximo ex Presidente: ¿respaldo incondicional a Uribe? ¿Apoyo institucional a la justicia? Sea como fuere, si llega a la Casa de Nariño a aplicar el refrán según el cual “escoba nueva barre bien”, quedaría por resolver si barrerá para afuera, o para adentro.

Y no es por pretender influir en el asunto, pero hay quienes dicen que barrer para adentro trae mala suerte.

jorgegomezpinilla@yahoo.es

domingo, 13 de junio de 2010

Llegó el Comandante y mandó a callar


Hubo una declaración reciente del Comandante de las Fuerzas Militares que podría entenderse como una insubordinación contra el Presidente de la República, pero que misteriosamente no tuvo ninguna repercusión en los medios. Se dio el pasado viernes 11 de junio en horas de la mañana, cuando el general Freddy Padilla de León consideró –en realidad sentenció- "muy peligroso pretender abrir procesos y revertir decisiones judiciales del pasado", en respuesta a la alocución presidencial de la noche anterior, que comenzó así: “el Gobierno y las Fuerzas Armadas recuerdan que el Holocausto de la Justicia, ocurrido hace 25 años, fue un delito de lesa humanidad cometido por la alianza perversa entre el narcotráfico y una de las guerrillas de la época”.

http://www.semana.com/noticias-opinion-on-line/llego-comandante-mando-callar/140401.aspx

En contravía al presidente Uribe, Padilla de León manifestó que la sentencia de la jueza María Stella Jara (contra el coronel Alfonso Plazas, por la salvaje retoma del Palacio) “debe ser acatada”. A continuación recordó que "al M-19 se le indultó y ello ha resultado benéfico, porque se incorporó a la sociedad colombiana", y remató con que el proceso de paz con esa guerrilla "es un ejemplo de lo que tienen que hacer los grupos armados".

Cuando el Presidente calificó lo ocurrido en el Palacio de Justicia como “delito de lesa humanidad”, se entendió como una invitación a revisar el indulto que se le dio al M-19, pues los crímenes de lesa humanidad no prescriben. De modo que las palabras de Padilla de León entraban en abierta contradicción con las de su jefe, y es lo que nos permite hablar de insubordinación.

Lo sorprendente de la jornada fue que en lugar de producirse la fulminante destitución del Comandante de las Fuerzas Militares, el Comandante en Jefe agachó la cerviz y esa misma tarde reconoció que "el proceso de paz con el M-19 fue un paso muy importante para Colombia. Ese proceso lo tenemos que proteger". Ello indicaría entonces que en menos de 24 horas el presidente Uribe le dio un reversazo de 180 grados a su apreciación sobre un mismo tema, como resultado del ‘tatequieto’ impuesto por un subordinado suyo…

En este contexto, adquiere especial significado la renuncia a su cargo del general Padilla. Una renuncia si se quiere simbólica o para sentar un precedente, en la medida en que fue presentada para hacerse efectiva desde el 7 de agosto, o sea a partir del día en que Álvaro Uribe deja de ser su superior jerárquico. Se dirá que es hilar delgado, pero es aquí donde cogen fuerza las versiones que indican que el destape de los ‘falsos positivos’ –con la consecuente destitución de 27 oficiales del Ejército, entre ellos tres generales- lo pudo llevar a cabo Juan Manuel Santos como ministro de Defensa porque contó con el apoyo firme del general Freddy Padilla, contrariando los designios tanto del presidente Uribe como de su protegido el general Mario Montoya, hasta ese día comandante del Ejército.

Pese a que en la noche de la alocución citada (“el Gobierno y las Fuerzas Armadas recuerdan que el Holocausto de la Justicia…”, etc.) al Presidente lo rodeaba toda la cúpula, quedó demostrado que no había el tal monolítico consenso, en la medida en que al día siguiente, ya mediando respetuosa distancia física, llegó el Comandante de las Fuerzas Militares y mandó a callar. Hablando de monolitos, diríase entonces que en la actual jerarquía de mando se advierte una fisura (por no decir grieta) en torno al tratamiento jurídico que vienen recibiendo los militares, donde por un lado estaría el presidente Uribe con sus incendiarias declaraciones contra los jueces y su vertical respaldo a los acusados, y por otro el general Freddy Padilla de León con su perentorio llamado a respetar –y acatar- las decisiones de la justicia.

En estas condiciones, al próximo Presidente de Colombia (o sea Juan Manuel Santos, si esta vez no se equivocan las encuestas) le correspondería designar en el Ministerio de la Defensa Nacional a alguien con la autoridad requerida para ponerle el cascabel al gato de ese malestar ‘general’. Considerando que Santos sabe apreciar a quienes ya en momentos de crisis le han aportado soluciones, juzgamos pertinente formularle esta inquietud:

¿Si no es Padilla, quién?

Podría pensarse incluso que la precoz renuncia a la comandancia hubiese sido concertada entre ambos (Santos y Padilla), con un doble propósito: que el general no se inhabilite para pasar a ocupar el ministerio, y que el nuevo Presidente no tenga que nombrar en el cargo a un militar en ejercicio, sino ya vestido de civil. Pero eso sí es hilar demasiado finito…

sábado, 5 de junio de 2010

Mockus y los idiotas útiles


Dicen que en Colombia “el sentido común es el menos común de los sentidos”. Los resultados electorales del pasado 30 de mayo le conceden la razón al retruécano, pues ese día fue derrotada en las urnas una propuesta tan obvia –y para nada compleja- como la de regresar al país por los senderos de la legalidad. Al respecto, una columna de Horacio Serpa para El Nuevo Siglo ayuda a entender en pocas palabras lo ocurrido: “El triunfalismo inicial que le dieron los sondeos, la falta de experiencia en cuestiones electorales y errores de comunicación, frenaron la ola verde que muchos llamaron un tsunami”. Sobre todo errores de comunicación, que en su mayoría salieron de la boca del candidato.

http://www.semana.com/noticias-opinion-on-line/mockus-idiotas-utiles/140120.aspx

Vista exclusivamente desde el terreno de la honestidad intelectual, la idea de Antanas Mockus de no hacer alianzas con otros partidos es correcta en lo ético, si bien desacertada en lo práctico, pensando en la urgencia de este 20 de junio. Es la coherencia por encima de la conveniencia, en una puesta en práctica cuyos resultados se esperarían a mediano o largo plazo, nunca al corto.

En tales condiciones, diríase que la segunda vuelta electoral será ‘pelea de tigre con burro amarrado’. Pero es algo que a Mockus parece no preocuparle, y una explicación posible sería que mantiene una fe casi religiosa en que los abstencionistas –más de 15 millones de invisibles- acudirán en su auxilio. Fe concebida si se quiere en su acepción católica, que invita a “creer en lo que no vemos”.

Ya despojados de la fe religiosa hallaríamos otra explicación, cual es la de que el resultado electoral de la segunda vuelta le importa un rábano, pues quizá tiene su mente puesta en hazañas superiores, como por ejemplo la de emular algún día al Mahatma Gandhi, quien sin disparar un tiro y casi sin moverse de su casa derrotó al Imperio Británico. En el terreno que nos ocupa, Mockus esperaría derrotar la corrupción e imponer el imperio de la legalidad sin atender a una sola alianza, mediante la difusión serena de su mensaje, quizá con la convicción de que el tiempo (no El Tiempo, obvio) terminará por concederle la razón.

¿Antanas Mockus, el Gandhi colombiano? Es un punto sobre el cual no hace falta detenerse, pero se relaciona con que en la noche del 30 de mayo comprobamos aturdidos que Antanas Mockus podría ser un buen presidente… de Finlandia. Ya llegados a este punto, la pregunta consecuente es: ¿puede un político que exhibe de todo menos condiciones de ‘político’, y que para colmo de males (¿o de bienes?) no porta en su código genético el más mínimo asomo de malicia indígena, gobernar a un país como Colombia? La respuesta es evidente: NO. Por lo menos de aquí al 20 de junio, pues en caso contrario, a sus cualidades de filósofo y pedagogo habría que sumarle la de hacedor de milagros.

Dejando pues atrás el delirio de ganar en la segunda vuelta, en el curso de los próximos cuatro años Mockus tendrá que dedicarse a pulir su discurso y su estrategia, pero sobre todo a confeccionar un Partido Verde a su imagen y semejanza. Porque más que partido, lo que hasta ahora hubo fue un movimiento anticorrupción con fuerte raigambre juvenil, que terminó por fallar –tanto el movimiento como los jóvenes-, a la hora de las definiciones.

Antanas Mockus es un personaje que desconcierta y a ratos incomoda, pero cuyos actuar y pensar revelan un sello inconfundible de autenticidad. Hoy muchos de sus contendores –y algunos de sus seguidores- podrían considerarlo incluso un auténtico ‘suicida’ de la política, no tanto por sus declaraciones a veces contradictorias como por su terquedad en querer preservarse “sin mácula” (para usar una expresión de Noemí, la verdadera gran derrotada), al punto de despreciar a todo el que se le acerca a proponerle algún trato.

En la ecuación matemática de este 20 de junio se aprecia entonces una variable A, donde todo está perdido para Mockus, por cuenta de un Juan Manuel Santos bien apadrinado y además con fama –y resultados- de tahúr. Y una variable B, compuesta por esa inmensa masa de ciudadanos indolentes para quienes no votar constituye una auténtica virtud, porque sencillamente no les interesa la política. (Lo cual en realidad es una auténtica idiotez, si juzgamos a los abstencionistas como los verdaderos idiotas útiles de la corrupción reinante).

Si se unieran A + B, el resultado sería la aplicación de una pedagogía orientada a inculcar en los ‘alumnos’ la importancia de votar, por el bien de todos. Es un hecho incuestionable que ese salto –ya no al vacío, sino hacia la madurez política- no se dará este 20 de junio, cuando se suma en agravante la transmisión de tres partidos del Mundial de Fútbol. Pero el día que el país por fin vote en mayoría para imponer el reino de la legalidad, habremos convenido en que el profesor Antanas Mockus –más tarde que temprano- estaba en lo cierto.

Por ahora no tiene afán, como ya lo ha demostrado, hasta el límite de la impaciencia. “Despacio que tengo prisa”, decía Napoleón Bonaparte a su barbero antes de entrar a la batalla.

jorgegomezpinilla@yahoo.es