martes, 23 de octubre de 2012

Búscase lacayo para hacerlo presidente



Mucho se ha hablado de la aparente incapacidad física del vicepresidente Angelino Garzón para remplazar al presidente Juan Manuel Santos. María Jimena Duzán dijo en columna reciente que “después de oírlo el jueves y el viernes en varios medios de comunicación, me quedó claro que no está en capacidad de remplazar a nadie”. Y el presidente del Congreso, Roy Barreras (médico él) afirmó en entrevista para Olapolitica.com que “nadie sabe hasta dónde sus opiniones son producto de la reflexión o de la lesión neurológica”.

Es obvio que el país esperaría que la salud del eventual remplazo del presidente esté a la altura de las circunstancias, y la negativa de Garzón a hacerse un chequeo médico no ayuda a disipar dudas, sino todo lo contrario. Sea como fuere, si llegara a estar tan enfermo como dicen, el tiempo se encargará de poner las cosas en su lugar.
Pero no es a este tipo de incapacidad a la que quiero referirme, sino a la incapacidad por indignidad, que es cuando alguien asume una instancia de poder aupado por fuerzas que en apariencia le dan una representatividad legítimamente constituida, o que incluso podrían tener un origen oscuro, como se dio hasta la saciedad mediante el fenómeno de la parapolítica, que lenta pero inexorablemente salpica cada vez más la figura del expresidente Álvaro Uribe.

Indigno es por ejemplo que de un prestigioso y respetable columnista (porque lo fue) como Ernesto Yamhure resulte de pronto sabiéndose que actuaba como testaferro intelectual y político de Salvatore Mancuso, y la mejor medida de su indignidad es que el hombre se desapareció de la escena pública desde el día en que eso se supo, como diciendo ‘trágame tierra’.

En este mismo indigno contexto político se ubica una frase pronunciada sin rubor hace unas semanas por el más connotado Rasputín del uribismo, José Obdulio Gaviria, quien cuando aún era columnista de El Tiempo definió con su habitual ‘inteligencia superior’ cuál debía ser el perfil del candidato del Puro Centro Democrático que acababan de fundar en el club El Nogal: "debe ser una persona humilde, que entienda que el director es Álvaro Uribe Vélez, y que es él quien orientará todas las tareas del gobierno".

Frase que al momento de ser pronunciada entró a la antología de la infamia, pues, ¿qué puede esperarse de un candidato al que de entrada le dicen que debe prestarse para ser usado como una marioneta? ¿Y en caso de aceptar, si tal fuera su desvergüenza, no estaría además sumergiéndose sin chistar en la piscina del deshonor y la humillación (sinónimos de indignidad) para servirle a un líder que le ‘orientará’ todas sus tareas?  Y ya entrados en materia, ¿tiene acaso digna presentación para una nación libre y soberana que su presidente sea una especie de títere gobernado por un cuerpo ajeno?

En el caso que nos ocupa –para no irnos hasta Rusia, donde Dimitri Medvedev y Vladimir Putin se ajustan a esta descripción- es sabido que al final de su gobierno Álvaro Uribe intentó cambiar reelección por rencarnación, motivo por el cual hizo lo que estuvo a su alcance para dejar en las confiables manos de un incondicional como Andrés Felipe Arias la sucesión de su mandato, hasta que el escándalo de Agro Ingreso Seguro se le convirtió en la cuota inicial de su propia hecatombe.

No sabemos si a Arias le cabría el calificativo de lacayo de Uribe (podría hablarse digamos de una asombrosa coincidencia de intereses, hasta el punto de soportar la cárcel por su causa), pero las palabras ya citadas de José Obdulio Gaviria indican que nunca antes como ahora las fuerzas de extrema derecha agrupadas en torno a Álvaro Uribe han necesitado precisamente de eso, de un lacayo, un obsecuente, un segundón, un arrodillado, pues lo que menos quisieran sería que se les apareciera otro con la astucia de un Juan Manuel Santos que con sus finas maneras bogotanas les jurara fidelidad y lealtad supremas para luego, con nadadito de canino,  dejarlos de nuevo viendo un chispero.

Es por ello que quizá el senador Juan Lozano Ramírez no casa del todo en el perfil requerido. Es cierto que se trata de una ‘pieza de caza’ que Uribe le arrebató a Germán Vargas Lleras en la campaña por la segunda reelección, pero es justamente su bogotanísima condición la que lo haría sospechoso de una nueva volteada, a los ojos de quien se refiriera a “ese circulito de amigos sociales de Bogotá que dirigen unos medios de comunicación”, justo por los días en que Uribe comenzó a comprender las que se traía entre manos su ministro de Defensa.

Al uribismo no le quedaría entonces otra salida que escudriñar entre los coterráneos de su comandante en Jefe, por ejemplo un Juan Carlos Vélez o un Óscar Iván Zuluaga, aunque a sabiendas de que paisa que se respete no se deja mangonear tan fácil, con la única notoria excepción de Andrés Felipe Arias.

Vistas pues las cosas en sus justas dimensiones, el único que quizá reuniría las condiciones requeridas de humilde títere o marioneta sería el mismo que pronunció la frase de antología ya citada. Pero como el prestigio de José Obdulio no les alcanza para hacerlo presidente de Colombia, sólo les queda rezar –o conspirar- para que el proceso de paz de Juan Manuel Santos termine en fracaso.

En caso contrario los fracasados serán ellos, y tendrán que seguir buscando con lupa a ese lacayo que tanto necesitan.




miércoles, 10 de octubre de 2012

El cáncer como capital político




El cáncer que le sobrevino a Hugo Chávez en meses pasados, su posterior recuperación y el triunfo electoral de este domingo son la mejor prueba de que “no hay mal que por bien no venga”. Al presidente de Venezuela se le apareció la enfermedad como si se le hubiera aparecido la Virgen, porque gracias en gran parte a la explotación política que supo hacer de ella, logró por cuarta vez la presidencia de la República Bolivariana.
Todavía hay quienes piensan que el cáncer que lo tuvo al borde de la muerte pudo ser una ficción fríamente calculada hacia el cumplimiento de un propósito político de gran envergadura, en una operación que habría contado con el apoyo logístico de Cuba y con un libreto escrito por una mano prodigiosa. Pero una elucubración de este calibre se ubica en el repertorio de las ‘teorías de la conspiración’, donde sobresale la que tendría cómo probar que el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York fue un plan siniestro armado por el propio gobierno de George Bush para arreciar su guerra contra Al Qaeda y justificar la invasión a Irak.

En el caso de Venezuela dicha teoría se cae por su propio peso, ante dos evidencias palmarias: primera, que la indiscutible transformación física que ha sufrido Chávez –manifiesta en su rostro abultado- está ligada a los esteroides que viene tomando para ‘enmascarar’ el cáncer; y segunda, que la mayor parte de su tratamiento lo ha recibido en Cuba, país cuya medicina ostenta un prestigio mundial que no estarían dispuestos a arriesgar mediante el montaje de una operación fantasiosa, en la que se requiere poner de acuerdo a muchas, muchísimas personas para mantener el secreto de la trama.

Superado este acápite, lo que no se puede poner en duda es que en el curso de los últimos meses Chávez dio muestras de una habilidad genial –que muchos juzgarán diabólica- para transformar a su favor lo que se veía venir como una debacle: Venezuela enfrentada a una difícil situación económica, con una situación inmanejable de inseguridad en sus calles, una elección en ciernes y el Comandante en Jefe de la revolución bolivariana a punto de morir, presagiaban el abismo.


Lo que cualquier otro mandatario habría hecho con la información medica recibida, habría sido elegir a un sucesor y retirarse a sus cuarteles de invierno a esperar la parca, o al menos a enfrentar el tratamiento con el estoicismo que la situación le exigiera. Pero lo que hizo Chávez fue recibir la embestida como si no fuera el torero sino el toro en busca del indulto. (Y falta ver si lo logró, en lo que a salud se refiere.) Él prefirió incorporar su enfermedad a la campaña electoral, de modo que tanto el coraje mostrado como la férrea voluntad para vencer el mortal obstáculo le fueron sumando puntos, en medio de un panorama en el que si no hubiera sido por el descubrimiento del cáncer habría tenido que enfrentar de igual a igual –y en condiciones coyunturales desfavorables- a su contendor.

El momento cumbre de su ‘faena’ se dio cuando en abril del presente año, durante una misa de acción de gracias por su salud en Barinas, su estado natal, frente a sus padres, hermanos, hijos y camaradas, imploró así: "Dios, no me lleves todavía, que todavía tengo cosas que hacer por esta patria, por este pueblo. ¡Dame vida!". Y ocurrió que Dios no sólo le prolongó la vida sino que tuvo a bien (¿o a mal?) concederle un cuarto período presidencial.


Pero no nos llamemos a engaños, porque es tácito presumir que el destinatario de sus ruegos no era el Altísimo sino el mismísimo pueblo venezolano, al que le pedía con voz quejumbrosa y al borde del llanto que no lo dejara solo, que le permitiera seguir en la Presidencia. Esto es lo que en sicología –y en política electoral, para el caso que nos ocupa- se llama un mensaje subliminal, cuyo objetivo como carga profunda era despertar la solidaridad de los votantes, como en efecto lo logró.

Otro tanto ocurrió en Colombia, donde el anuncio y posterior tratamiento de un tumor en la próstata de Juan Manuel Santos coincidió con una encuesta del Centro Nacional de Consultoría, que le elevó su aceptación a un tope del 80 por ciento. Enfermedad de la cual “Dios mediante” salió “totalmente curado”, según sus propias palabras.

De donde se concluye que en asuntos de salud un cáncer no se le desea a ningún presidente, pero aquél que padece dicho ‘mal’ dispone de una chequera de popularidad que fácilmente puede ser capitalizada a su favor.

*Twitter: @Jorgomezpinilla