Tomado de
ElUnicornio.co (Junio 24 de 2022)
Es sabido cómo cuatro días antes,
el miércoles 15 de junio, se presentó una situación desafortunada que se salió
de mi control, cuando no supe manejar la presión de un matoneo mediático
expresado en forma de avalancha. Convertido en un manojo de nervios, cometí el
craso error de solicitarle a El Espectador que retirara un artículo mío. Esa
decisión nunca debí haberla tomado, porque me presté para que desde los más
variados frentes barrieran con mi prestigio, hasta un punto en el que nunca
antes ningún otro periodista había sido tan humillado, solo porque actuaba con
honestidad intelectual al reconocer un error. Algo está fallando en la escala
de valores de este país cuando la valentía de reconocer que se ha caído en una
equivocación es castigada con el escarnio público.
Para el día crucial de la elección
que aquí nos ocupa y ligado con lo anterior, en mi caso personal había una
situación de riesgo inminente que debía sortear. Habiéndomela jugado toda por
el candidato del Pacto Histórico, sabía que un triunfo eventual de Rodolfo
Hernández me ubicaba en el peor de los escenarios posibles: con el uribismo
reencauchado y contemplando la posibilidad de seguir los pasos de Marbelle:
emigrar a otro país.
Llegado el día de la elección, a
medida que se acercaba el cierre de las urnas yo era consciente de que
difícilmente podría sobrellevar la estresante incertidumbre de saber quién
sería el ganador con base en los boletines que iría entregando la
Registraduría, minuto a minuto. Así que quince minutos de las 4 de la tarde
sometí mi humanidad agobiada y doliente a una siesta reparadora, con el
despertador puesto para las 5.
A esa hora desperté, justo cuando
todo el país ya sabía quién era el nuevo presidente, excepto yo. Pero no quise
tomar el control del televisor y correr a mirar cómo iban los resultados en
Noticias Caracol. Con toda la parsimonia del caso, casi en cámara lenta aunque
cagado del susto, prendí mi computador y me dirigí al portal que yo quería que
me dijera quién era el nuevo presidente de Colombia: Los Danieles.
Y mi corazón dio un vuelco de
alegría cuando vi a Ana Bejarano contando que el ganador de la polla que habían
apostado en horas de la mañana había sido Daniel Samper Ospina, con una
diferencia de 700.000 votos a favor de Gustavo Petro.
Esto significó el más grande
alivio que pude sentir en el curso de la semana más tormentosa de mi vida,
poniendo ahora las cosas en una perspectiva más optimista, más esperanzadora.
En resumen, hoy el triunfo de
Gustavo Petro muestra sobre el escenario a dos actores visibles: medio país
sometido a la agonía de saber que como no ganó el candidato de sus
preferencias, todos sus planes se vinieron a pique; y otro medio país
celebrando la llegada de un cambio con justicia social y económica, que promete
ser histórico. Y en medio de todo, un alborozado periodista al que días atrás
habían convertido en papilla y después de las 5 de la tarde de ese día
celebraba lo que no dejaba de ser un triunfo personal, aunque el verdadero
triunfo reside en que ganó el país.
Así las cosas, cuando se creía que
todo estaba perdido, surge una convicción: es posible reponerse de los golpes,
nada se ha perdido. Lo que no te mata, te fortalece.
@Jorgomezpinilla
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