martes, 29 de diciembre de 2020

Para 2022, armemos un triunvirato

 


Tomado de El Espectador

Esta columna se inspira en algo que dijo Juan Fernando Cristo hace unos días: “frente a los asesinatos de líderes sociales y excombatientes es tal el problema, que deberíamos ser capaces de unirnos al menos en el propósito de parar este horror entre todos”. ¿Cómo solucionar semejante desmadre, con el país gobernado por un badulaque como Iván Duque y soportando la exacerbación de la violencia en todos los frentes, como en los peores tiempos de Pablo Escobar?

Eligiendo a alguien responsable, no al que dio muestras de ser excelente cabeceador de balón, intrépido bailarín y rasgador de guitarra sinigual. Estamos en las peores manos, es un hecho, y ahora la pregunta del millón es cómo hacer para que un día nos gobiernen las mejores manos.

De Gustavo Petro dice hasta su contradictora Claudia López que tiene el mejor programa de gobierno, pero presenta dificultades para armar un equipo, y eso en toda organización al servicio de una causa termina por convertirse en un problema serio, que requiere solución.

La solución en apariencia es fácil, pues estaría en que logre armar equipo y que entre sus integrantes se establezca una comunicación horizontal, sin jerarquías. Es un hecho irrefutable que a Petro se le han retirado muchas personas que trabajaban con él (Navarro Wolf, Daniel García-Peña, Guillermo Jaramillo, Carlos Vicente de Roux, María Mercedes Maldonado, Ángela Robledo) y la solución no está en enconcharse sino en tender lazos de unión, de cooperación entre todos.

Mejor dicho, Petro puede ser una persona difícil de tratar, pero ¿cómo hacemos si tiene el mejor programa de gobierno y cuenta con ocho millones de votos, que al día presente quizá son muchos más por cuenta de la indignación generalizada, pero es imposible saberlo si la encuesta la hacen Invamer o Guarumo?

Desde columnas atrás he insistido en la necesidad de que Petro aprenda a hacer equipo, que se deje ayudar. Y que, en aras de la urgencia de defender la paz, trate de establecer una alianza estratégica con Humberto de la Calle, quien además de haber sido el arquitecto de la hoy debilitada paz, es la persona que mejor encarna el ideario liberal luego del lamentable deceso del patriarca Horacio Serpa, uno de los poquísimos hombres íntegros que le quedaban al liberalismo tras la vergonzosa venta de la dignidad de su partido que hizo César Gaviria a cambio de un plato de lentejas.

Si Petro es el hombre de los votos, Humberto de la Calle no es el picapleitos sino el hombre sereno, el conciliador con talla de estadista, el que se sienta a hablar con el enemigo para llegar a acuerdos.

Sea como fuere, es en la diferencia donde se encuentran los contrarios, y de buena fuente he sabido que a De la Calle han tratado de contactarlo desde las toldas del petrismo, para proponerle un acuerdo programático que haga posible la definición de una alianza estratégica. El hombre al parecer ha guardado silencio, o marca distancia estratégica a la espera de los avances que se vienen dando entre los que pertenecen a la otra orilla de la centro-izquierda, en cuyas toldas se habla de la necesidad de una consulta que los incluya a todos, excepto a Petro. Esto a la espera de que surja un candidato fuerte, que desplace al candidato del uribismo al tercer lugar y en una eventual segunda vuelta se enfrente a Petro y lo supere, confiados en que Colombia preferiría la moderación del centro al radicalismo de la izquierda.

La aparente dificultad reside entonces en que quizá De la Calle cree contar con juego propio para medírsele a la consulta de ‘todos menos Petro’, ignorando así lo que pudiera ser la fórmula imbatible: el mejor programa de gobierno, en compañía del hombre mejor capacitado para impedir que el uribismo acabe de hacer trizas la paz, sembrando la zozobra para aparecer luego como su salvador. Lo dijo en su cuenta de Twitter el comandante en jefe de la caverna, el 24 de diciembre: “Trabajar desde hoy para salvar a Colombia en el 2022″. Ya están trabajando en eso. (Ver trino).

Hoy la paradoja con Petro reside en que él solo no gana, pero nadie gana sin Petro. Así las cosas, ¿quién podría ser la persona más indicada para que sus votos le ayuden a ganar a su compañero de fórmula? En la respuesta a esa pregunta brillan dos nombres con luz propia: Humberto de la Calle y Alejandro Gaviria. De este último, basta leer una entrevista suya en Nota Uniandina para ser testigos de que estamos ante un verdadero sabio. (Ver entrevista).

Por eso hablé arriba de un triunvirato, entendido no como una conjunción de voluntades a la vuelta de la esquina, sino como la propuesta de gobierno que resultaría de una consulta entre los tres mencionados, en la que dependiendo del número de votos para cada uno, se define quién va a presidente y quién a vice. Y al que quede de tercero -tan solo es ocurrencia- se le podría nombrar primer ministro, para que coordine comunicaciones y acciones bilaterales, con poderes autónomos para tomar la decisión final cuando no haya acuerdo entre presidencia y vice.

En todo caso, Gaviria no jugaría el papel de rival de los otros dos, pues coincide con Kurt Vonnegut en que “a los inventores de la democracia se les olvidó que solo los locos quieren ser presidente".

Lo urgente en la terrible coyuntura actual es la toma del poder -por la vía electoral, obvio- para el retorno de la decencia a la vida democrática. Y esto solo es posible mediante una alianza sólida entre la izquierda auténtica de Gustavo Petro y el liberalismo auténtico de Humberto de la Calle. No el del cafre César Gaviria, no, sino el original pensamiento liberal de un Darío Echandía o un Alfonso López Pumarejo, el de la Revolución en marcha, quien pregonaba que «es deber del hombre de Estado efectuar por medios pacíficos y constitucionales todo lo que haría una revolución».

Lo único cierto -en síntesis- es que Gustavo Petro, Humberto de la Calle y Alejandro Gaviria deberían juntarse, por el bien de Colombia. Es mi humilde opinión, como liberal de izquierda.

DE REMATE: Con Alejandro Gaviria me llevé una muy agradable sorpresa, en forma de coincidencia literaria, pues resultó conocedor de dos autores a los que he leído en profundidad, Aldous Huxley y Kurt Vonnegut. De este último, Matadero cinco es sin duda su obra cumbre, con apartes que parecen escritos desde una dimensión de conocimiento a la que solo él tenía acceso. Si la memoria no me falla, en dos ocasiones fue candidato al Nobel de Literatura. 


martes, 22 de diciembre de 2020

Una vaca para “El Unicornio”

 


Tomado de El Espectador

Decía El Espectador en su editorial del sábado pasado que “en internet, en el sector de la publicidad digital, hay un monopolio de Google y Facebook: si no pautas con ellos, no llegarás a la audiencia que deseas. Esto ha sido catastrófico para el bienestar de los medios de comunicación”. (Ver Ahora tiembla Google).

Si ha sido catastrófico para los grandes medios, imagine lo ardua que ha sido la tarea para medios alternativos como ElUnicornio.co, que en últimas son emprendimientos digitales y solo pueden sobrevivir si cuentan con un patrocinador fuerte, o con el apoyo solidario de sus lectores.

En todo caso, la supervivencia en Internet está estrechamente ligada a la competitividad, entendida como la presentación de un producto atractivo para el público en términos de forma y contenido. En el caso de El Unicornio, pese a que trabajamos “con las uñas” hemos procurado competir con originalidad, mostrando un sello editorial propio y contando cosas nuevas, de las que nada se sabía. En eso consiste el buen periodismo, modestia aparte.

Si nos preguntaran qué tenemos para sacar pecho en este primer año, además de la entrevista a Juan Manuel Santos (que aquí pueden leer) señalaría lo que nuestro jefe de Redacción -Hermann Sáenz Prieto- tituló El entorno mafioso de Álvaro Uribe, una verdadera primicia suya que deja ver con meridiana claridad que en el árbol genealógico del expresidente y exsenador antioqueño los entronques con sagas familiares vinculadas al narcotráfico no han sido propiamente una excepción. (Ver artículo y Video).

En el mismo rango de relevancia informativa está la historia sobre las tres víctimas de una misteriosa masacre, contada por Aída Merlano, a la que poca importancia le dieron los medios. En ElUnicornio.co le hicimos seguimiento y llegamos hasta las circunstancias en las que fueron asesinados -en Tamalameque (Cesar) el 18 de diciembre de 2019- los tres hombres que habrían tenido secuestrada a la exsenadora costeña, hoy refugiada por el gobierno de Nicolás Maduro. (Ver EXCLUSIVA: Aída Merlano y una masacre de la que nadie habla).

En este recuento no puede quedar por fuera un “padrino” (pero no de los mafiosos), el señor Julio César González conocido como Matador, a quien contactamos en septiembre del año pasado para pedirle que nos diseñara el logo de El Unicornio y cuando le preguntamos cuánto nos cobraba respondió “qué va Pinilla, huevón, yo a usted se lo regalo”.

En un rango similar -de padrino, no se piense otra cosa- estaría el exalcalde de Bogotá Lucho Garzón, quien también creyó en El Unicornio y en su director, y su apoyo se vio reflejado en cierta intervención durante la primera temporada de El Debate de Semana TV.

Lo anterior se traduce en que contamos con importantes apoyos mediáticos, pero para seguir existiendo se requiere su apoyo, el suyo, lector de esta columna. Así es como hoy subsiste este tipo de proyectos, con el aporte financiero de sus lectores: cuando deciden que no quieren que se acabe lo que están viendo o leyendo.

Nuestra oferta de patrocinio se concreta en la ‘vaca’ que hemos armado en Armatuvaca.com, y que se resume así:

1 -) Usted contribuye una sola vez con un millón de pesos ($1’000.000), cifra cerrada.

2 -) Si le parece elevada la cifra anterior, contribuye una sola vez con cien mil pesos ($100.000).

3 -) Si todavía le parece mucho, le quita otro cero y aporta diez mil pesos ($10.000) por una sola vez o con periodicidad mensual, durante el tiempo que quiera.

Los aportantes de 100 mil o un millón de pesos recibirán en su correo electrónico un valioso documento histórico, hasta hoy inédito: la Cronología de la vida del Libertador Simón Bolívar, paso por paso, día a día. El documento es resultado de una minuciosa investigación adelantada por el genealogista y presidente de la Academia de Genealogía, Julio César García Vásquez, quien nos cedió los derechos de reproducción en Internet para que pueda ser obsequiado a nuestros aportantes.

Y no se diga más: si usted quiere que ElUnicornio.co continúe y cree que puede aportar en dicha tarea, haga clic en este enlace.

martes, 15 de diciembre de 2020

Iván Duque Márquez, el mamarracho

 


Tomado de El Espectador

Lo mismo que en un circo, cuando salen los payasos a hacer las ruidosas morisquetas que divierten a los niños e irritan a los papás, con las más recientes actuaciones del subpresidente Iván Duque uno no sabe si reír o llorar.

Comencemos por advertir la payasada cuando habló de un supuesto milagro del que habría sido testigo: “es impactante que después de haber pasado por la isla de Providencia un huracán de categoría 5, la Virgen estaba en pie. Muchas personas decían que ella es milagrosa, porque evitó muchas muertes en la isla”. (Ver noticia).

Se percibe un libretista detrás de esa declaración (y de muchas otras de funcionarios del gobierno con mensaje religioso), pero esta es llamativa porque va contra toda lógica que la Virgen tuvo poder para evitar “muchas muertes”, pero no lo tuvo para desviar el huracán que sembró miseria a su paso. O sea, si le creemos a Duque, habría que agradecerle a la Virgen por el huracán.

La anterior declaración es de las de llorar, pero entre las que hacen reír está la visita que fue a hacerle hasta el Palacio de la Zarzuela al mismísimo rey de España en julio de 2018, donde muy clarito se le escuchó decir que “le mandó muchas saludes su gran amigo, el presidente Uribe. Que lo quiere mucho”. Oso ajeno, trágame tierra.

Esto es patética confirmación de que el mismo Duque tiene claro que su puesto es el de subalterno, así lo exhibe pública y privadamente. Como en reunión con la bancada de su partido, cuando al final de su intervención dijo "le doy la palabra al presidente Uribe" y este contestó "muchas gracias, señor presidente". Entonces, ¿Colombia tiene dos presidentes en ejercicio? Más bien, que Colombia tiene un subpresidente

Lo terrible en el fondo no es comprobar que por primera vez Colombia tiene un presidente con jefe, sino ser testigos del triste papel de marioneta al que lo tienen dedicado, como cuando lo llevaron a un CAI y lo disfrazaron de policía y lo pusieron ahí para tomarle la foto, 48 horas después del asesinato de 14 jóvenes en diferentes puntos de Bogotá a manos de agentes que habían recibido licencia para matar. (Ver Iván Duque, el hazmellorar).

Pero ahí no paró el cinismo presidencial, pues en días recientes le rindió un homenaje al director de la Policía, general Óscar Atehortúa, pese a gravísimas acusaciones que sobre él recaen por temas de corrupción. Y no contento con lo anterior se inventó una Comisión contra el crimen para poner ahí al exfiscal Néstor Humberto Martínez después de que España no quiso recibirlo como embajador debido a sus actuaciones criminales contra la paz.

Todo lo anterior reitera lo que se ha venido diciendo desde los días de la campaña, respecto a que Duque es un monigote sin personalidad, un títere de los designios de su “presidente eterno”. Pero la definición que mejor le casa es la de mamarracho, según el DRAE una “persona que generalmente hace reír a otros y no merece ser tomada en serio ni tratada con respeto”.

¿Cuál respeto puede inspirar un presidente que durante acto público en la Casa de Nariño declara frente a la imagen egregia del Libertador Simón Bolívar que “nos gusta el periquito, pero el que está en el café”? ¿Hubo también ahí libretista? En todo caso, con su chiste desafortunado no fue consciente del daño que el comercio ilícito del “perico” le ha hecho al país. ¿O acaso quiso restarle importancia a que su campaña fue infiltrada por el exportador de periquito (no el pintadito sino del otro), José Ñeñe Hernández, con quien aparece en numerosas fotos? (Ver declaración).

Un mamarracho es alguien que ante la incapacidad de brindar respuestas claras al país y para que dejara de embarrarla en público, le cancelaron las ruedas de prensa desde marzo, en coincidencia con la pandemia, y a cambio de estas lo pusieron a aparecer de lunes a viernes en TV, diciendo cosas que le escriben en el teleprompter. Según Félix de Bedout, “en ninguna democracia del mundo los canales privados de televisión le regalan una hora diaria de su programación al presidente. En ninguna”. (Ver trino).

Las ruedas de prensa en todos los países del mundo las conceden los mandatarios a los medios como parte de sus obligaciones, pues los periodistas que cubren Presidencia recogen el sentir de la opinión pública y se lo transmiten al gobernante, y este da respuestas oficiales al país.

Así lo siguieron haciendo durante la pandemia presidentes tan disímiles como Andrés Manuel López Obrador en México o Donald Trump en EE.UU., pero en Colombia las eliminaron de un plumazo, y lo sorprendente es que los medios no reviran ni exigen ni preguntan cuándo volverán las ruedas de prensa de la Presidencia de la República, todos tan calladitos, tan misteriosamente calladitos…

Lo que sí se ha sabido es que en remplazo de las ruedas de prensa, a Iván Duque le tienen reservado el papel estelar de mamarracho presidencial, cuando en cumplimiento de un contrato con RTVC estará de regreso desde enero con un programa en el que “dialoga con colombianos destacados en todos los ámbitos”. (Ver contrato). De nuevo con presencia diaria, dentro de un formato al mejor estilo Hassan Nassar, lo convertirán en un remake del ‘Jotamario’ que cautivaba a su público con entrevistas frívolas y con las mejores frases elaboradas por un selecto grupo de libretistas.

¿Cuánto creen que nos demoraremos en volver a ver a Duque haciendo cabecitas con su entrevistado, rasgando boleros en su guitarra o ejecutando los más arriesgados pasos de merengue, salsa o reguetón?

En todo caso, es para lo único que sirve.

DE REMATE: Mi humilde opinión es que hoy la urgencia de Colombia es defender la paz, y que una fórmula Gustavo Petro presidente – Humberto de la Calle vicepresidente sería quizás inviable, pero una fórmula De la Calle presidente – Petro vicepresidente sería imbatible. Obviamente el petrismo en bloque no lo permitiría, lo tomarían como traición a la causa, pero deberían contemplarlo, así fuera desde una perspectiva de altruismo revolucionario. ¿Les quedaría muy difícil a Petro y De la Calle gobernar el país entre ambos, sin importar el orden de los factores? 

miércoles, 9 de diciembre de 2020

Petro, déjese ayudar

 


Tomado de El Espectador

Comencemos por citar lo que le escuché a un amigo cuyo nombre me abstengo de pronunciar, pero es un caricaturista famoso: “Petro va a volver a perder, por pendejo”.

En alguna columna anterior dije que Gustavo Petro tiene el mejor programa de gobierno y estaría encantado de ver que se aplique en mi país. Es un programa ambicioso, plantea grandes transformaciones, es visionario y no pretende la revolución por decreto, como sus enemigos han querido hacer creer a muchos. O como dijo Claudia López el domingo pasado en entrevista para Semana: “Gustavo tiene una comprensión del desafío del cambio climático. Genuinamente y de corazón, cree que la desigualdad en Colombia es un problema profundo. Y que la corrupción y la inequidad no permiten que las mayorías colombianas se incluyan”.

En la anterior elección Petro se hizo a ocho millones de votos, lo cual se traduce en que cualquier consulta para escoger al candidato de la centro-izquierda debe contarlo entre sus opciones, y el que no se atreve a confrontarlo en ese terreno es porque teme perder. Y ese pusilánime tiene nombre propio: Sergio Fajardo, primer responsable del regreso de Uribe al poder, cuando tuvo en sus manos los votos para juntarlos con los de Petro e impedir la tiranía, la porquería de gobierno que hoy nos toca padecer. Pero anunció su voto en blanco y se fue a ver ballenas, el muy irresponsable.

El problema con Petro, de todos modos, es que teniendo el mejor programa, “no se ayuda”. A veces en temas de forma, a veces de contenido.

Los de forma tienen que ver por ejemplo con la redacción de sus trinos en Twitter, donde uno encuentra cosas como: “En ese debate sobre el derecha, centro e izquierda en donde no son capaces de decir porque nos tildan de extremistas, se esconde un verdadero debate. Nos proponemos un pos neoliberalismo, debemos salir del neoliberalismo, quienes esta de acuerdo” (sic). Ver trino

Y en una entrevista reciente con la W Radio dijo cosas muy interesantes, pero no dejaba de golpear un lapicero sobre su escritorio, produciendo un ruido molesto para los oyentes y muy incómodo para quienes padecemos de misofonía, consistente en “irritabilidad ante sonidos como el goteo de un grifo, el ruido de alguien mascando chicle o cliqueando un bolígrafo”. ¿A qué obedecen semejantes descuidos, diríase reiterados, en el manejo de su imagen, y por qué nadie se lo advierte?

¿Por qué no puede agradarnos con una charla impecable tanto en sus lúcidos planteamientos como en el control de las condiciones de sonido que le rodean, sin que toque soportarle durante casi media hora un golpeteo del que pareciera no ser consciente? Pueden parecer asuntos baladíes, pero deberían ser tenidos en cuenta cuando se trata de un aspirante al primer cargo de la nación.

Ya en asuntos de contenido, el discurso de Petro va cargado de verdades demoledoras, soluciones viables y análisis certeros, pero preocupa que en lugar de mostrar el talante que se espera de un estadista, se le ve dedicado a cazar peleas a diestra y siniestra, en plan de picapleitos con rivales hasta de su propia orilla, a los que podría necesitar más adelante. Pero prefiere quemar puentes y asumir una estrategia de confrontación radical con todo el que propone soluciones diferentes.

Hablo desde una visión de izquierda liberal, y por eso fue que en columna anterior planteé la posibilidad de una alianza estratégica de Petro con la persona que mejor reúne el talante, el tono conciliador y la experiencia requeridas para defender el proceso de paz, Humberto de la Calle, quien propuso “construir una coalición que en el 2022 haga presencia con un programa compartido, construido de manera transparente y sin equívocos”. (Ver columna).

¿Por qué entonces no buscar un acercamiento con el liberalismo -o con lo quedó de este luego de la debacle armada por César Gaviria- y tratar de armar una coalición progresista que convoque a otras fuerzas y permita lo que De la Calle propuso en la columna citada, una “ingeniería a la inversa”, donde cada uno de los interlocutores comience por fijar los puntos en los que no está dispuesto a ceder? ¿Es mucho pedir?

Lo que debe quedar claro es que Petro no puede presentarse como el único salvador de los problemas que agobian al país, se requiere mostrar un equipo de gobierno que brinde confianza, y esto exige hacer concesiones con otras tendencias de la centro-izquierda, pues su equipo no puede estar integrado exclusivamente por gente de su movimiento. ¿O sí…? Y si es así, ¿quiénes son?

En trino reciente hablé del “rebaño petrista” en referencia a los que dentro de su movimiento le siguen al pie de la letra hasta sus tuits de redacción confusa. Algunos se vinieron en gavilla y comprendí que quizás debí diferenciar los admiradores de Petro -entre los que me incluyo- de sus adoradores, sus fans, quienes conforman una especie de barra brava dentro de las redes sociales y enturbian el ambiente, cual si siguieran un modelo calcado de las bodegas uribistas.

Sea la ocasión para disculparme con los petristas que se sintieron injustamente tratados, pero lo que quizás unos y otros -admiradores y adoradores- no han sabido entender, es que al hacer críticas constructivas no se pretende entorpecer un eventual triunfo de Petro, sino allanar el camino que lo haga posible, consciente como soy de que a Petro no lo pueden dejar por fuera. Y esto comienza por no cerrarse a la banda, y luego por comprender que se trata de sumar fuerzas, no de restar, menos de dividir.

DE REMATE: Pensarán que recibo comisión de Netflix por promover lo que algún petrista definió como “una visión edulcorada” de la política, pero me sostengo en que cualquier político que quiera desarrollar un proyecto honesto al servicio de la gente, debería ver Borgen. Como dije en columna reciente, allí se entiende que la política consiste en llegar a acuerdos con los contrarios, no en imponer sus ideas a la brava.

martes, 1 de diciembre de 2020

El atentado contra el Centro Andino: ¿otro “entrampamiento”?

Tomado de El Espectador

Ahora que se habla del entrampamiento contra la paz urdido desde la Fiscalía por Néstor Humberto Martínez, el suscrito se permite recordar -modestia aparte- que hace dos años denunció ese montaje y otro similar contra la Justicia Especial para la Paz (JEP), en estos términos:

“El ataque contra JEP consistió en un montaje que contó con la eficaz colaboración de la DEA, algo que en EE.UU. se conoce como entrampamiento (…), consistente en que lograron inducir a un político condenado por parapolítica y a un fiscal de la JEP, Carlos Bermeo, a que les recibiera una gruesa suma aportada por la misma Fiscalía, para dar la apariencia de que ese dinero iba a ser utilizado en impedir que Jesús Santrich fuera extraditado. Cuando vieron que las dudas sobre la legalidad del operativo crecían, en la audiencia de imputación de cargos le metieron narcotráfico a la acusación, y hablaron entonces de un supuesto cargamento hacia Italia. (Ver El asesinato moral como una de las bellas artes).

Habría que hablar entonces no de uno sino de dos “entrampamientos” entre DEA y Fiscalía, ambos para perjudicar el proceso de paz de Juan Manuel Santos: uno que quiso minar el prestigio de la JEP, otro que pretendió mostrar a Santrich como un narcotraficante y lo habría forzado a regresar al monte.

Pero falta hablar de un tercer entrampamiento o montaje, que también denuncié en su momento en esta columna. Trata sobre las falsas imputaciones que se urdieron contra un grupo de jóvenes, en su mayoría estudiantes de la Nacional, para hacerlos pasar como autores del execrable atentado contra el Centro Andino de Bogotá cometido el 17 de junio de 2017. Para esa fecha, Néstor Humberto Martínez llevaba diez meses como Fiscal General de la Nación.

De los siete jóvenes detenidos (Boris Rojas, Lizeth Johana Rodríguez, Andrés Mauricio Bohórquez, Alejandro Méndez, Natalia Trujillo, César Andrés Barrera y Juan Camilo Pulido) a quienes la Fiscalía señaló de integrar el MRP y de haber participado en el atentado, seis ya recobraron la libertad. La última fue Lina Jiménez, según informó El Espectador el sábado pasado (ver noticia). Lo cierto es que este caso reviste unas repercusiones gravísimas, más que las del caso Santrich, pues de probarse la inocencia de los falsos imputados, quedaría flotando una inquietante pregunta en el ambiente: entonces, ¿de dónde provino el ataque contra el Centro Andino?

Para entrar en materia, algo que dijimos aquí mismo tras el bombazo en ese centro comercial, que dejó como saldo fatal tres víctimas, todas mujeres: “se trata de un atentado en apariencia organizado y ejecutado por gente de extrema izquierda, pero que beneficia los intereses políticos de la extrema derecha”. Sumado a lo anterior, conviene poner de nuevo la lupa sobre cosas que nunca se resolvieron, a saber:

El día del atentado no funcionaron las cámaras del Centro Andino y los organismos de seguridad entregaron a la opinión pública retratos hablados de dos de los supuestos implicados, cuya fisonomía en nada coincidía con los capturados, como lo advirtió el abogado penalista Ramiro Bejarano en este trino.

A los capturados se les venía haciendo un detallado seguimiento desde meses atrás, que incluyó saber de “una extraña búsqueda de planos y geolocalizaciones específicas (…) cerca del Centro Andino”. ¿Por qué no fue posible entonces que la Fiscalía evitara el atentado, pero sí fue posible capturar a los supuestos terroristas con sorprendente facilidad unos días después?

De otro lado, quedó en el olvido la declaración de la esposa de Richard Emblin, director del periódico City Paper, quien dijo que cuando ella iba saliendo del baño donde luego explotó la bomba, se encontró con un hombre en su interior, a quien le recriminó y preguntó qué hacía allí. (Ver noticia).

Resulta además descabellado creer que un grupo de estudiantes de izquierda, a los que Semana llamó “inadaptados extremistas” (ver artículo), contara con la sofisticación requerida para inutilizar las cámaras de seguridad del Centro Andino y cometer un atentado en un sitio tan neurálgico, y de paso no fueran conscientes del aprovechamiento político que obtendrían los opositores al acuerdo de paz que el gobierno de Juan Manuel Santos estaba a punto de firmar con las Farc.

No tengo pruebas para afirmar que el atentado fue realizado -o “montado”- por los mismos que entramparon a Santrich, pero conviene reiterar que, si no se les pudo comprobar participación a los jóvenes que por tal motivo fueron liberados, algún culpable o culpables debe haber por lo del Centro Andino.

Y es aquí cuando llamamos de nuevo la atención sobre el modus operandi en uno y otro “entrampamiento”: cometen un atentado contra la paz y le echan la culpa en un caso a un desmovilizado de las Farc, en el otro a un numeroso grupo de jóvenes de izquierda.

A modo de conclusión, lo del Centro Andino y lo de Santrich daría para pensar que hay organismos de seguridad que investigan crímenes… y hay organismos que cometen crímenes para que la investigación conduzca a la captura de la gente que ellos persiguen.

En este contexto no se puede olvidar que al día siguiente de los asesinatos de Luis Carlos Galán y el humorista Jaime Garzón, el DAS corrió a mostrar a los supuestos sendos autores, pero luego se demostró que habían sido puestos ahí con el exclusivo propósito de desviar la investigación. Y por eso está preso el general Miguel Maza Márquez, exdirector del DAS. ¿Esto no debería ponernos entonces a pensar… si no será que desde tiempo atrás a Colombia la gobierna la ‘mano negra’?

DE REMATE: Hablando de crímenes impunes, en total impunidad también permanecen el asesinato de 14 jóvenes a manos de agentes de la Policía en una noche horrenda, y la muerte de nueve detenidos incinerados en un CAI de Soacha durante un incendio provocado. Y hablando de brutalidad policial, La Silla Vacía pone el ojo sobre una realidad espeluznante: 7.491 denuncias contra la Policía en cinco años y, aunque usted no lo crea, no ha habido una sola condena. (Ver artículo).


martes, 24 de noviembre de 2020

Borgen, de Netflix: algo huele bien en Dinamarca

 


Tomado de El Espectador

Ahora que el noble ejercicio de la política se ha envilecido tanto con prácticas engañosas, rufianescas o clientelistas -desde las toldas de Trump hasta las de Álvaro Uribe, pasando por un César Gaviria que vende su partido por un plato de lentejas- cae como bálsamo refrescante la serie Borgen, de Netflix, pues nos permite soñar esperanzados en que puede haber políticos empeñados en hacer de este un mejor mundo, o al menos en hacer lo correcto. (Ver Borgen).

Borgen es la sede de los tres poderes de Estado, incluido el parlamento. Birgitte Nyborg es la mujer que en su versión colombiana yo hubiera querido conocer, como política y como persona, incluso para proponerle matrimonio, a ojo cerrado.

Birgitte encarna a una ciudadana que quiere contribuir con sus ideas a la construcción de su país, y un día se le brinda la posibilidad de ser la primera ministra de Dinamarca, encabezando un gobierno de coalición, tras un ruidoso debate electoral precedido de un caso de corrupción que enturbiaba el ambiente.

Aquí debemos diferenciar un gobierno parlamentario -como los de Dinamarca o Italia- de uno presidencial, como el de Colombia. En el primero su cabeza siempre está a disposición del parlamento, en el segundo los gobernados se deben aguantar al presidente elegido hasta que este termine su período.

Allí hay multiplicidad de partidos, como hoy en Colombia, pero la diferencia es que en Dinamarca los políticos y los partidos están sometidos a un estricto control por parte de las instituciones democráticas y de la misma ciudadanía, con encuestas que reflejan su pensar o mediante el actuar de organizaciones no gubernamentales presentes en la resolución de conflictos con unos y otros sectores.

Entre esas fuerzas se dan duros enfrentamientos de poder, que incluyen recurrir a bajezas, actos corruptos o traiciones en la búsqueda de sus objetivos. Bajeza es por ejemplo que la hija de Birgitte padece crisis de ansiedad por la obligada ausencia de su madre y es llevada a consulta psicológica, y tanto políticos opositores como medios amarillistas aprovechan el delicado drama familiar para atacar a la primera ministra, haciéndola ver como la culpable de lo que tiene la hija.

Borgen es el vívido retrato de una democracia actuante, pero encarna a la vez una profunda reflexión sobre la independencia que desde lo ético debe reinar entre política y periodismo, e igual sobre las relaciones que se establecen en toda pareja afectiva cuando están mediadas por las circunstancias del poder.

Diríase entonces que son tres los temas que en Borgen invitan a reflexionar: el manejo del poder político y administrativo, el manejo de los medios frente al poder de los políticos, y el manejo de las relaciones de poder en la pareja.

Ocupa un lugar especial el vínculo laboral y afectivo entre dos periodistas que trabajan en el mismo medio, comienzan como novios y terminan viviendo juntos, además convertidos en asesores de prensa de Birgitte Nyborg, primero Kasper Juul y luego Katrine Fønsmark. A esta última no dudaría en calificarla como la coprotagonista de la serie, una mujer íntegra y corajuda a todo nivel, como su jefa.

También en lo periodístico -o sea en lo que atañe al suscrito- no puede quedar por fuera el director de Noticias de TV1, Torben Friis, a quien casi se le destruye el matrimonio por un romance con una de sus periodistas (Pía), mientras lucha a brazo partido contra el parecer de los dueños del canal que quieren imponerle alocadas ideas comerciales para atraer nuevas audiencias.

En la contraparte de Torben está El Eksprés, periódico sensacionalista dirigido por Michael Laugesen, un sujeto con fuertes entronques en el ámbito político, quien encarna algo muy parecido a Vicky Dávila en Semana: una persona sin escrúpulos, respaldada por un poderoso esquema empresarial, dispuesta a pasar por encima de la ética y de quien sea para imponer su propia agenda política.

No es posible terminar esto sin hacer el debido aterrizaje de la trama en Colombia, en consideración a que aquí también, como reza el eslogan de ElUnicornio.co, “la realidad supera la fantasía”.

Según el estratega político Ancízar Casanova, “estamos atravesando por una verdadera revolución política, que involucra sobre todo a la población joven, y la mayoría pretende desconocerlo. Sobre todo los medios de comunicación tradicionales, que siguen atados al Establishment y desconocen que esa revolución ciudadana vendrá acompañada de grandes cambios. En esta transformación las redes sociales jugarán el papel preponderante de unión, cohesión e impulso de la acción colectiva”.

Así como doña Vicky encarnaría al Laugesen de la serie, Birgitte Nyborg tendría su émula en Claudia López, la alcaldesa de Bogotá: una mujer muy capaz, que ha sabido meterse a los trancazos por las grietas de un sistema obsoleto, pero cuyo talón de Aquiles parece ser su obsesión por alcanzar la Presidencia de la República; es algo que a todas luces la trasnocha, y por eso sus decisiones no siempre recogen el sentir de la capital.

DE REMATE: La enseñanza que a mi modo de ver dejan las dos grandes protagonistas de Borgen, Birgitte Nyborg y Katrine Fønsmark, es que en política solo hay una manera de hacer las cosas: la correcta.

martes, 17 de noviembre de 2020

Legisladores, ¡fúmense un bareto!

 


Tomado de El Espectador

Esta columna se inspira en un video de La Pulla de El Espectador titulado “Las mentiras para prohibir la marihuana”, y en lo que durante un Debate de Semana TV le propuso Matador al exministro de Defensa Juan Carlos Pinzón: “fúmese un bareto y verá que se relaja y ve la posición desde otro lado”. (Ver video de Matador).

El punto de partida es la reciente decisión de la Cámara de Representantes, de mayoría gobiernista, de tumbar el proyecto que pretendía regular el uso recreativo de la marihuana. Tiene razón María Paulina Baena en que nuestros legisladores son expertos en insistir en lo inútil, pues “es un imposible ético-jurídico, un atentado contra la autonomía individual prohibirle a un ciudadano en uso de sus facultades racionales que se intoxique, o se emborrache, o estrelle su cabeza contra las paredes o, llegado a un extremo, se suicide”. (Ver columna Santos, ¡legalízala!).

Hoy creo que la invitación de Matador a Pinzón debería extenderse a los congresistas que tumbaron la iniciativa: ¡fúmense un bareto! A no ser que estemos tratando con gente psicótica o paranoica, es previsible que se relajarían y verían sus posiciones desde una óptica diríase “ensoñadora”, y tal vez descubrirían que le están poniendo demasiada tiza a una sustancia con dos reconocidos efectos, a saber: que produce mucha risa y que le despierta al usuario unas insufribles ganas de comer. 

Lo digo por experiencia: la primera vez que la probé tenía 20 años, estudiaba Comunicación Social en la U Jorge Tadeo Lozano de Bogotá y lo hice porque una chica que me gustaba mucho me preguntó a rajatabla: “¿Usted se traba?”. Yo no tenía la más mínima intención de aparecer ante ella como un mojigato, aunque no le veía inconveniente a probarla, así que le respondí: “¡Claaaaro!”. Ella, no del todo convencida de mi actuación, me dijo: “Yo voy a subir al salón de trabas, no sé usted”. Y subí con ella.

Esa tarde la pasé embelesado mirando las formas fascinantes de las nubes que se ofrecían ante mis ojos desde la ventana de un salón del cuarto piso de la Tadeo Lozano, y luego me fui con la mujer que me había “envenenado” (el término fue de ella), caminando cuando caía la noche por la carrera cuarta hasta la calle 19, en cuya esquina había un local de repostería griega de nombre Anatolian, al que entramos impelidos por un apetito voraz y dimos cuenta de una cantidad pantagruélica de pasteles. Y fue uno de los días más agradables de mi vida, y en parte se lo debo a esa hierba.

No soy marihuanero, ni tengo cara de serlo, pero no veo inconveniente en reconocer que desde aquel día disfruto del consumo esporádico -muy de vez en cuando- de un “bareto”, con dos condiciones básicas para hacerlo: que sea con compañía femenina (varones, abstenerse), y que no incluya trago u otras sustancias psicoactivas. Y llegado el caso agregaría una tercera condición: buena música y comida a la mano.

Años después de aquella tarde sicodélica fui consultor de Naciones Unidas en el Plan Distrital de Prevención de Drogas (UNDCP), durante la alcaldía de Juan Martín Caicedo Ferrer, y si la memoria no me falla otro consultor que allí conocí -yo consultor de medios, él científico- fue el psiquiatra que luego se convertiría en Comisionado de Paz del gobierno Uribe, Luis Carlos Restrepo, con quien hice amistad y durante alguna noche de desocupe en el patio de una institución que él tenía para rehabilitar a drogadictos, por los lados del barrio Pontevedra, nos fumamos un bareto. O dos, ya no recuerdo.

En el programa que mencioné arriba, cuando Vicky Dávila le preguntó a Pinzón si en su pasado había consumido alguna droga, este respondió con verticalidad de chafarote: “Nunca, Vicky. E invito a todos a que no lo hagan. Sobre todo, a esos que para justificar su consumo y sus malos hábitos quieren meter al resto de la sociedad”. (Ver video).

En esto último Pinzón no se equivoca, pues Matador lo invitaba (a él, no a la sociedad) a meterse en el cuento, a probar para que de verdad supiera de qué estaba hablando, algo así como “trábese y verá que lo que usted piensa sobre la hierba es erróneo, porque no conoce sus efectos”.

Es obvio que el psicorrígido Pinzón no corrió a probarla, pero es a él y quienes comparten su visión plagada de miedos a quienes les conviene saber lo que hace 60 años viene ocurriendo en torno a las drogas: que se trata de “un problema inventado”, que dejaría de existir si no hubiera prohibición. Así piensa Mauricio García Villegas en columna para El Espectador, donde dice algo que le cae a Juan Carlos Pinzón como policía al bolillo: “Los políticos viven de vender emociones, más que ideas, y en el caso de la derecha lo que venden es miedo, autoridad y represión”. (Ver columna).

Sea como fuere, la discusión sobre la legalización de la marihuana no es reciente. En 1977, hace 43 años, el líder conservador Álvaro Gómez Hurtado escribía esto en un editorial El Siglo: “Hace un tiempo esta propuesta parecía un exabrupto. Hoy ya no lo es, y su discusión sigue envuelta en multitud de precauciones mojigatas”. (Ver columna). Y seguimos varados, insistiendo en lo inútil.

Es obvio que al gobierno del subpresidente Iván Duque no le interesa el tema, pues la caverna está tratando más bien de regresarnos a la prohibición del aborto sin excepciones, y son los mismos que besan el anillo del obispo pedófilo mientras se muestran partidarios de leyes que metan a los homosexuales a la cárcel, porque para esa gente es delito ser gay y es delito fumar marihuana.

Es hora de dejar la doble moral de la godarria colombiana, y no me tiembla la voz para decir que no le veo nada de malo a fumarse un bareto, pues es preferible eso a emborracharse con alcohol o caer en algo tan asqueroso como comer ostras crudas.

Y “el que esté libre de culpa, que tire la primera piedra”.

DE REMATE: Dije arriba que disfruto del consumo esporádico de la hierba, pero mentí; debo decir disfrutaba. La verdad es que años atrás me correspondió dejar de probarla, del mismo modo que mi cuerpo ya no resiste tomar aguardiente ni fumar cigarrillo, pero sí disfruta un whisky en las rocas o una cerveza bien fría. O dos.

lunes, 9 de noviembre de 2020

Una “Semana” después de Trump

 


Tomado de El Espectador

Son obvias las consecuencias negativas que traerá para el gobierno de Iván Duque su injerencia en la campaña electoral norteamericana a favor de Donald Trump, injerencia comprobada y que incluyó la participación del embajador de Colombia, Francisco Santos, según contó el expresidente Juan Manuel Santos: su primo el embajador llamó a un contratista del Pentágono para preguntarle cómo podía ayudar a Trump, y “esa persona le dijo (…) que estaba cometiendo un gran error, que incluso podría ser ilegal". (Ver noticia).

Pero hay una segunda clase de consecuencias en las que no se ha reparado, y apunta a los medios de comunicación que en Colombia han tomado una posición abiertamente favorable al uribismo, hoy en declive. Del mismo modo que con Donald Trump el gobierno de Duque desconoció que las relaciones con otros Estados parten del reconocimiento de un eje bipartidista, esos medios colombianos -como RCN, El Tiempo o Semana- han venido desconociendo que se trata es de hacer periodismo, no relaciones públicas ni activismo a favor de una causa política determinada. Y hacer periodismo es ir en busca de la verdad, y el medio que no cumple con esta misión falta a la ética.

El caso de Semana reviste especial importancia porque nunca antes en la historia del periodismo se había dado algo tan sorprendente, que una revista de tanto prestigio y credibilidad, cuyo origen se remonta al expresidente y patriarca liberal Alberto Lleras Camargo, hubiera dado de la noche a la mañana un vuelco ideológico de 180 grados para caer en brazos de la extrema derecha.

En alguna columna anterior dije que hoy Semana es fiel reflejo de la aguda polarización política, y que allí conviven el uribismo fanático de una tropilla integrada por Vicky Dávila, Salud Hernández-Mora, Andrea Nieto y Luis Carlos Vélez, frente a una contraparte representada por figuras como María Jimena Duzán, Ariel Ávila (ya por fuera) o Antonio Caballero, y dije en consonancia que una mitad de su redacción se dedica a hacer periodismo… y la otra mitad a hacer propaganda uribista.

Lo que no dije -y hoy lo tengo más claro- es que a raíz de la compra del 50 por ciento de la revista por parte de la familia Gilinski se generó una nueva composición societaria, y en la práctica esto se expresa en que Gabriel Gilinski se apropió de Semana.com (o sea del área digital) y puso al frente a una “periodista” de abierta preferencia uribista, Vicky Dávila, mientras que Felipe López se quedó con la revista impresa que todos los sábados le llega a un número cada vez más reducido de suscriptores, para desdicha del verdadero periodismo.

Nadie puede negar que ese apoderamiento de lo digital por parte de un empresario que según le confesó a Daniel Coronell (después de echarlo) llegaba con Semana TV a hacer el Fox News colombiano, ha traído como consecuencia inmediata la pérdida de credibilidad, y en forma de súbito bajonazo.

No sería un error afirmar que el punto de quiebre se presenta a raíz de la orden de detención que le dictó la Corte Suprema de Justicia a Álvaro Uribe el pasado 4 de agosto, frente a la cual doña Vicky jugó un papel de rabioso portaestandarte de la defensa uribista del capturado, hasta el punto de haber proferido unos días antes -enterada de lo que venía en camino- una amenaza contra el alto tribunal en estos términos: “Si a Uribe lo ponen preso, les doy una pésima noticia a sus malquerientes: no se acabarán los problemas que tiene Colombia. Tampoco llegará la paz que todos deseamos. Quizás la violencia se agudice. La Corte tiene la palabra”. (Ver columna).

El anuncio se convirtió en profecía, pues en coincidencia con la orden de detención arreció la violencia en número de masacres y asesinatos selectivos. Pero de eso no se le puede culpar a doña Vicky, aunque sí al gobierno, por incapaz o por cómplice, vaya uno a saber.

Sea como fuere, de lo que sí se le puede culpar es de haber utilizado su columna y el medio que dirige (¿dirigía?) para asumir una defensa tan rabiosa de su admirado Álvaro Uribe Vélez, que llegó hasta violar tanto la reserva del sumario mediante la publicación del expediente, como la vida privada del testigo Juan Monsalve al divulgar una conversación con su hermana, vulnerando así sus derechos a la intimidad personal y familiar de ambos. (Ver noticia).

Hoy la opinión pública es consciente de que doña Vicky se pasó de la raya, del mismo modo que se pasó de la raya el embajador Francisco Santos cuando contactó a alguien del Pentágono para ofrecer la ayuda de su gobierno a favor de Trump. Esto traerá consecuencias -negativas, por supuesto- para ambos.

En lo que a ‘Pachito’ Santos respecta, es de Perogrullo predecir que su puesto en la embajada de EE.UU. no llega hasta el 20 de enero del año entrante, día de la posesión de Joe Biden. Y en cuanto a Vicky Dávila, tampoco se requiere ser capcioso para entender a qué obedece la reciente incorporación de la periodista Mónica Jaramillo al equipo de Semana.com. (Ver noticia). ¿Le están buscando el remplazo a alguien…? Me suena, me suena que no solo a don Francisco.

Así las cosas, en este convulsionado escenario político y mediático se aplica el refrán “A rey muerto, rey puesto”.

Pero el daño a la credibilidad de Semana ya está hecho, y como periodista independiente hago votos sinceros para que logre reponerse de semejante crisis. Al menos la revista impresa, hoy con el mejor director posible y en tal medida no merecedor de que por cuenta de un caprichoso copropietario yupi termine por irse a pique tan importante medio.

DE REMATE: Se le felicita al demócrata Joe Biden, pero se le advierte: en sus cuatro años de gobierno no podrá quitarse de encima a Donald Trump, a menos que lo pongan preso por evasión de impuestos. De no ser así, se le va a convertir en algo parecido al tóxico e insufrible Álvaro Uribe Vélez de Juan Manuel Santos.

martes, 3 de noviembre de 2020

El Horacio Serpa que conocí

 


Tomado de El Espectador

Contrario a lo que se piensa, que mi amistad con el dirigente liberal Horacio Serpa era de vieja data, lo conocí el 2 de enero de 2009, iniciando él su segundo año como gobernador de Santander. Le había pedido una entrevista para El Espectador y acudí algo escéptico a cumplirle la cita, extrañado de que la hubiera puesto para ese día, el primer viernes de un año nuevo que pintaba como un largo puente festivo. Por tanto, sospechaba que se excusaría.

Pero ahí estuvo, puntualísimo a las 8 de la mañana. La primera pregunta tuvo que ver entonces con esa insólita puntualidad, y me respondió que en su despacho se manejaba la Hora Serpa, y acudió a una anécdota: tras ser elegido representante a la Cámara por Santander, el primer día llegó muy cumplido al recinto vacío, y así permaneció durante horas, hasta que la señora del aseo le advirtió: “señor, no es bueno que llegue tan temprano; de pronto se pierde algo y le echan la culpa”.

La primera cualidad que vi en Serpa fue precisamente su sentido del humor, reflejado además en que después de la publicación de la entrevista me llamó para decirme “usted me hizo quedar más inteligente de lo que soy”. Y me invitó de nuevo a su oficina y -para sorpresa mía, pues yo residía en Bogotá- me ofreció vincularme a su equipo de trabajo, como editor de Publicaciones y Contenidos.

Otra cosa que admiré de él fue su franqueza, pues me brindó claridad en que a la salida de la Gobernación pretendía crear su propia revista virtual y me quería al frente como editor general.

Esa ruptura geográfica con la capital fue motivo ya no de admiración sino de gratitud con el paisano, pues se convirtió en el culpable de regresarme a vivir a la tierra de la que había partido muchos años atrás, me salvó de seguir viendo en una ciudad fría, caótica, neurótica y en obra negra permanente.

No me equivoco si digo que Horacio Serpa llegó a considerarme amigo suyo, pese a las dificultades que tuve para explicarle que yo no llegaba a su revista virtual, Ola Política, a hacer activismo a favor de una causa, sino a hacer periodismo -con contenido político- a favor de las ideas liberales.

Ahora bien, me consideraba un privilegiado al trabajar con alguien que había sido detective en los almacenes Sears de Barranquilla, ministro de diversas carteras, Comisionado de Paz, embajador en Washington y tres veces candidato a la Presidencia de Colombia, y nunca le rehuyó al debate que le planteaba alguien con ideas diferentes. Fue ahí, en la diferencia de criterios antes que en la coincidencia de propósitos, donde más aprendí a apreciarlo.

Parte de mi sentimiento de gratitud se vio plasmado en la idea que le expuse a finales de 2014, unos días después de que la periodista conservadora María Isabel Rueda me hizo echar de Semana. Por esos días ella lo acusaba con saña feroz de haber instigado en compañía de Ernesto Samper el asesinato de Álvaro Gómez, y le propuse la publicación de un libro en forma de entrevista, centrado en los avatares y desventuras del Proceso 8.000, donde pudiera dar explicaciones detalladas sobre lo ocurrido durante el gobierno del que fue ministro del Interior los cuatro años, de principio a fin.

Pero él quería algo más extenso y profundo, que abarcara su vida entera, su primer empleo como juez promiscuo de Tona, su nombramiento como alcalde de Barrancabermeja, su trayectoria como congresista, su exitoso papel en la Constituyente de 1991, las tres campañas a la presidencia y su visión personal sobre rivales como Andrés Pastrana o Álvaro Uribe. Y el proyecto quedó plasmado en el libro Objetivo: hundir a Serpa, de Ícono Editorial, en cuyo lanzamiento se atrevió a decir que yo lo había entrevistado “con un bisturí en la mano”.

Pero eso no fue culpa mía sino de él mismo, porque antes de someternos a maratónicas jornadas de grabación me pidió que buscara a sus detractores y les preguntara qué querían saber, que él les iba a contestar todo. Eso hice, y el resultado fue un cuestionario excesivamente crítico y de ahí el título del libro. Tengo eso sí la tranquilidad de que sus palabras muestran a un líder que no le temía a la controversia y que siempre tuvo una respuesta sincera, a veces desabrochada (como cuando habló del “viejito gagá”) a todos los cuestionamientos que le hicieron en su vida política.

Hoy, tras su fallecimiento, guardo la plena convicción de que Colombia habría sido un mejor país si en 1998 el país hubiera elegido a Serpa y no a Andrés Pastrana, e igual si cuatro (y ocho) años después hubiera sido Serpa y no Álvaro Uribe. Hoy seguimos pagando las consecuencias de tan funestas equivocaciones, tres consecutivas.

En el tema de la paz, la solución siempre estuvo en manos de la persona más experimentada en cuanto encuentro o negociación se dio con las guerrillas del ELN y las FARC, comenzando por el gobierno de Virgilio Barco, pasando por el de César Gaviria y llegando hasta Samper, pero a la hora de las definiciones las FARC prefirieron a Pastrana cuando lo invitaron a tomarse una foto con Tirofijo, porque sabían que a él (y al país entero) sí le podían meter el dedo en la boca, mientras que a Serpa no. Y el resto ya se conoce, y no sobra mencionar algo que dijo en el libro aquí citado: “la primera vez me derrotaron en nombre de la paz, la segunda en nombre de la guerra”.

Una de las preguntas finales que le hice fue si pensaba en la muerte, y así respondió: “Yo pienso en la muerte, sí. Quiero que me incineren y me metan en una cajita, y las cenizas las boten en el río Magdalena. Sería un final de película. Ah, y que no me llegue la parca antes de que se firme la paz. Espero que el de arriba, siempre tan considerado conmigo, me escuche esta súplica”.

El primer deseo no se le pudo cumplir, porque se atravesó la pandemia del coronavirus, y el segundo quizás tampoco. Si bien es cierto que en 2017 se firmó la paz con las FARC, hace dos años Colombia cometió de nuevo otra de sus más funestas equivocaciones: eligió a la persona menos indicada.

DE REMATE: Si me preguntaran quién creo que debe ser el hombre que nos gobierne en 2022, respondo sin vacilar que Humberto de la Calle. Él hizo posible el acuerdo de paz y es la persona idónea para impedir que lo hagan trizas. Cuenta -como Serpa en su momento- con la experiencia requerida. Si los dirigentes de la centro-izquierda quisieran dar ejemplo de grandeza, anteponer sus egos y pensar en la salvación del país, se unirían en una sola voluntad y lo harían elegir presidente.

martes, 27 de octubre de 2020

Álvaro Uribe Vélez, de caudillo a tirano

 


Tomado de El Espectador

Comencemos por diferenciar entre caudillo y tirano.

Caudillo es el líder que recibe la confianza ciega y desbordada de las masas para que les dé solución a sus problemas. Es su ídolo. Se entregan a él como un hijo confía en su padre protector. Tirano es lo mismo que dictador, una persona que gobierna con poder total, sin controles ni contrapesos.

No todo caudillo es tirano, pero hay caudillos que después de elegidos tiranizan a una parte de la población. Por ejemplo, un Adolf Hitler que recibe la fervorosa aprobación de su pueblo porque le rescató el orgullo herido en la Gran Guerra, y tras la toma del poder se dedica a exterminar judíos.

El caudillo conquista por la vía electoral, mientras que el tirano se impone a las malas. Hitler y Mussolini fueron caudillos que devinieron en tiranos, Leonidas Trujillo en Guatemala también, pero los generales Augusto Pinochet y Rafael Videla fueron tiranos a secas, se apropiaron del poder mediante un golpe de Estado. Y militarizaron la vida de la gente.

Álvaro Uribe Vélez contó a su favor desde joven con un gran carisma, en la oratoria y en el trato personal, aunado a una rígida disciplina de trabajo, cualidades todas estas reseñadas en brillante perfil periodístico de El País de España titulado Uribe, la sombra política de Colombia. (Ver perfil).

De no haber sido por ese carisma, Uribe no habría podido sacar adelante una carrera política tan plagada de sospechas. Comenzando por su precoz nombramiento como alcalde de Medellín en 1982 y su despido fulminante cuatro meses después, por orden del presidente Belisario Betancur al entonces gobernador de Antioquia Álvaro Villegas, ante aparentes vínculos con narcos:

-          "¿Cómo es posible que tengamos en la Alcaldía de Medellín a una persona de quien me han dicho tiene nexos con narcotraficantes?", le dijo Betancur al gobernador, según la biografía oficial de Álvaro Villegas Moreno escrita por Germán Jiménez. (Ver noticia).

Uribe superó ese ‘pequeño’ obstáculo y doce años después se hizo elegir él mismo gobernador de Antioquia, a nombre del Partido Liberal, y el mismo día de su elección se agarró a puñetazos con el rival perdedor, Fabio Valencia Cossio, del Partido Conservador, en anuncio de lo que sería el común denominador en el trato con todo rival que se le atraviese: “le doy en la cara, marica”.

Fue la suya también una gobernación muy cuestionada, por hechos que en parte son investigados por la Corte Suprema, como las masacres del Aro y La Granja o el asesinato de su contradictor Jesús María Valle, y en parte son objeto de acusación en centenares de denuncias penales.

Pero dos hechos coincidentes catapultaron a Uribe Vélez, de cuestionado dirigente regional a ídolo nacional: la torpe presidencia de un Andrés Pastrana que les entregó a las Farc un territorio equiparable a la superficie de Suiza, a cambio de nada, y la consecuente -e insolente- crecida militar de esa agrupación, que sirvió de abono al descontento de una nación asaltada en su buena fe y que pidió a grito herido la solución que Uribe dijo tener: “mano firme, corazón grande”.

Así Uribe no solo logró hacerse elegir presidente, sino que repitió periodo después de torcerle el cuello a la Constitución y de arrodillársele a Yidis Medina en un baño de la Casa de Nariño para “conquistar” su voto. Y quiso quedarse otros cuatro años, pero la Corte Constitucional se lo impidió.

Es a partir de su salida de Palacio y de la “traición” que comete Juan Manuel Santos al entablar conversaciones de paz con las Farc, que comienza a darse la metamorfosis de caudillo a tirano. El fracaso del plebiscito convocado por Santos, creyendo que con el triunfo del Sí le taparía la boca a Uribe, produjo el efecto contrario: lo fortaleció hasta el punto de poner en la presidencia a un títere suyo.

El problema de fondo para Uribe se presenta cuando el que hizo elegir no da la talla -las encuestas lo tienen apabullado- y la Corte Suprema le dicta orden de detención, y su prestigio como líder comienza a verse horadado, y se presenta entonces un punto de quiebre que lo obliga a tomar medidas radicales.

Medidas radicales, sí, porque Uribe es consciente de que en una futura contienda electoral él y su partido llevan las de perder, pero debe permanecer en el poder el tiempo necesario para resolver los centenares de líos judiciales que lo tienen enredado y que sabe no se resolverán sino a su modo: torciéndole el cuello a la justicia, a cuya Corte Suprema acaba de avasallar mediante una abrumadora presión mediática, aunque sin solución definitiva del proceso que tanto lo atormenta.

Es aquí cuando asistimos al debut de Álvaro Uribe como tirano. Es entonces cuando comienza a verse claro -en medio de tanta oscuridad- que los homicidios aún impunes de 14 jóvenes a mano armada de la Policía no fue algo circunstancial, ni los abusos y atropellos de sus agentes a diestra y siniestra, ni los asesinatos selectivos de líderes sociales a cargo de fuerzas oscuras que los organismos de Seguridad del Estado se declaran incapaces de controlar, ni las masacres -como la de Samaniego- atribuibles a narcos de ascendencia mejicana asentados estratégicamente en los departamentos más antiuribistas -Cauca y Nariño-, donde el Ejército posee el mayor número de bases militares, vaya omisiva coincidencia.

Lo que ocurrió en días pasados en el Congreso es vergonzoso para la democracia, tuvieron que haberse presentado jugosos acuerdos por debajo de la mesa para que los partidos agrupados en la coalición de Gobierno hubieran despachado de manera tan ‘tiránica’, dando un zarpazo de mayorías vergonzantes, la moción de censura contra el ministro de Defensa que se tramitaba en el Senado.

Ya hemos pasado de la antesala al traspatio de un gobierno al servicio del sátrapa, les bastó con tener comprado al Congreso con mermelada burocrática y a los más importantes medios domesticados como perritos falderos con pauta y prebendas a granel.

Si en alguna ocasión anterior dije Bienvenidos al fascismo, en esta corrijo: Bienvenidos a la tiranía. No sabemos cuánto durará el tirano en el poder, pero es evidente que está dando pasos de animal gigante para quedarse.

DE REMATE: Según Sara Tufano, “un grupo político vinculado al narcotráfico y al paramilitarismo se tomó el Estado y necesita de un régimen dictatorial para ocultar sus crímenes”. Coincido. Ligado a lo anterior, tiene uno que ser muy estúpido -o cómplice- para creer que la inmensa cantidad de pruebas que hay contra Uribe por los más variados delitos es producto de un montaje.

viernes, 23 de octubre de 2020

“Si la JEP acoge versión de las Farc, lo de Álvaro Gómez quedaría impune”: Germán Marroquín

 


Tomado de El Espectador


Según el autor del libro Los secretos del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado, la persona que más luces le aportó a su investigación periodística fue el abogado e investigador Germán Marroquín, a quien el entonces fiscal general Alfonso Valdivieso puso al frente de las pesquisas para llegar hasta los autores del magnicidio. En esta entrevista, Marroquín expresa su asombro por la autoinculpación de las Farc y muestra sus argumentos para demostrar por qué no les cree.

 

Usted como investigador estrella durante la Fiscalía de Valdivieso, estuvo sometido a una feroz persecución para impedir que avanzara en la búsqueda de los autores del homicidio de Álvaro Gómez. Si ahora las Farc dicen que fueron ellas, ¿quiere decir que fue esa gente la que hizo que usted tuviera que abandonar el país?

Yo estoy convencido de que los seguimientos, la persecución, la posibilidad de que atentaran contra mí, no fue producto de las Farc. Tengo el convencimiento de que en esas acciones participaron agentes pertenecientes a las Fuerzas Militares de Colombia. Nunca llegué siquiera a imaginar que hubiera participación de las Farc en esos seguimientos.

 

Entonces ¿a qué obedece que las Farc se estén adjudicando ese crimen? 

Fui uno de los grandes sorprendidos con ese anuncio. En el caso de Jesús Bejarano y del general Fernando Landazábal hay elementos que no conozco, pero en el de Álvaro Gómez, atribuírselo las Farc es una inmensa contradicción con las cosas reales que ocurrieron. Durante el tiempo que más se avanzó fue cuando estuve a cargo de la investigación, y nunca hubo una hipótesis seria que permitiera vislumbrar su participación. Sí se habló de excombatientes, pero como personas de las Farc que por su cercanía con grupos delincuenciales pudieron haber participado, no como una línea que viniera directamente de las Farc. ¿Por qué hoy, 25 años después, aparece esa sorpresiva atribución de responsabilidad? No lo sé, he estado cavilando mucho al respecto, y llego a una conclusión muy personal: si las Farc se declaran responsables de este hecho y la Justicia Especial para la Paz (JEP) los acepta en esa jurisdicción, muere toda investigación por ese hecho. Es decir, los verdaderos responsables quedarían impunes. Yo tengo la impresión que las Farc le están haciendo el favor a alguien, que puede ser cercano a los que realizaron u ordenaron el crimen.

 

¿Usted alguna vez escuchó hablar del libro al que ahora le están dando tanta credibilidad, donde Manuel Marulanda insinúa que habían participado ahí, pero que era mejor mantenerlo callado para “agudizar las contradicciones”?

Ese libro es un chiste, Jorge. Eso no puede ser cierto. Un libro donde dicen “nosotros vamos a revelar que fuimos cuando sea conveniente, es decir en el 2020 vamos a revelar la verdad”, no deja de ser un chiste. Nunca oí hablar de ese libro y la única persona que lo mencionó no goza de la credibilidad necesaria. La tecnología da para todo, por ejemplo, para generar fake news. El único que hace ocho años decía conocer ese libro era José Obdulio Gaviria. En un país donde la inteligencia militar se precia de ser tan efectiva, donde se hicieron operaciones que condujeron a la muerte de casi toda la cúpula de las Farc, nadie nunca habló de la existencia de ese libro. Yo dudo mucho de su verosimilitud. Dentro de una dinámica que ha venido manejando el país de falsos testigos, falsos positivos, falsas noticias, un libro falso no sería algo raro.

 

A alguien escuché que la autoinculpación de las Farc opera a favor de los verdaderos autores del mismo modo que un ginecólogo le expide un certificado de virginidad a una mujer que ha tenido tres hijos.

(RÍE) Es una buena comparación, yo creo lo mismo. Eso no pasa de ser un chiste. Y le digo algo: en mi círculo cercano entre familiares y amigos, por muy de derecha que sean, nadie cree esa versión. Las himenoplastias están al orden del día y generan falsas impresiones.

 

¿No le parece que con esa versión de las Farc no solo se cae lo de Álvaro Gómez, sino también lo del atentado contra el abogado Antonio José Cancino, que parecía realizado por los mismos autores?

Exacto; es que se están viendo las cosas desde una sola perspectiva, no con una visión amplia, como se miró en su momento. Es cierto que lo de Álvaro Gómez está relacionado con la tentativa de secuestro de Cancino. Ambos hechos están ligados y fueron células relacionadas entre ellas. De hecho, yo recuerdo a uno de los participantes en lo de Cancino, un muchacho cuya actividad diaria era atracador de bancos. 

 

Luis Eduardo Rodríguez Cuadrado.

Sí, él estuvo colaborando y me puso en la línea de la interacción, de las relaciones que había entre los dos hechos, Cancino y Álvaro Gómez. ¿Las Farc tratando de secuestrar a Antonio José Cancino? De eso no se ha hablado. Hoy solo se habla del homicidio de Álvaro Gómez como un hecho aislado, sin mirar los centenares de relaciones que tuvo ese hecho en una época muy convulsionada, con gente tratando de pescar en río revuelto. No basta con atribuirse el hecho, deben dar una explicación y una geolocalización de cómo fue que realizaron el crimen. Tendrían que explicar miles de cosas que, en su momento, para los que investigábamos, estaban relacionadas. Por ejemplo, la existencia del campero con la escolta del general Cifuentes en la Caracas con 74, lo de la supuesta compra de unas revistas Cromos, lo del hijo del general Cifuentes, miles de cosas que tuvieron que ver con ese hecho. 

 

Hablando de hechos relacionados, recuerdo que el general Harold Bedoya le formuló a usted una investigación disciplinaria porque supuestamente le estaba chuzando sus teléfonos…

Eso me indicó que había por lo menos un interés de las Fuerzas Militares en la desviación de la investigación, que yo tomé un mes después de ocurrido el crimen. Una de las primeras órdenes de trabajo que emití fue verificar cuáles líneas celulares tenían los altos mandos, especialmente los que estaban en la Escuela Militar de Cadetes, donde el director era el general Ricardo Cifuentes. El día del magnicidio había una ceremonia allá, entonces yo quería saber qué líneas había para hacer una verificación de las llamadas entrantes y salientes, y saber si a esa hora se habían producido llamadas, por ejemplo dando resultados. Yo pregunté qué líneas aparecían en los operadores telefónicos a nombre de los altos mandos. A raíz de esa orden, el general Bedoya llamó al fiscal general a decirle que yo lo estaba chuzando. Y me formuló una denuncia disciplinaria, basado en una incorrecta apreciación. Pero lo que más despertó mi curiosidad fue cómo hizo Bedoya para enterarse de que yo había dado esa orden de trabajo. 

 

Recuerdo también una visita que le hizo al fiscal Valdivieso el principal sospechoso, sobre quien se libró orden de captura, el coronel Bernardo Ruiz Silva. Reunión a la que usted asistió.

Sí, el coronel Ruiz Silva le pidió una cita al fiscal Alfonso Valdivieso, este accedió a escucharlo y me pidió que estuviera presente. A esa entrevista Ruiz Silva llegó con unas diapositivas para tratar de convencer al fiscal general de que un señor de apellido Higuita, de Medellín, había sido el responsable del homicidio de Álvaro Gómez. 

 

¿Cómo es que al final de esa reunión sale el coronel Ruiz Silva y Valdivieso le pregunta si ese había sido el HP que mató a Gómez Hurtado?

Eso es anecdótico. Yo tenía mi oficina en la 94 y el Dr. Valdivieso en la 34. Cuando termina la reunión, voy saliendo para mi oficina, se levanta el coronel y se está yendo, y el fiscal general me dice espérese un momentico, Germán. Cuando el coronel se va, Valdivieso me dice: ¿este hijueputa fue el que lo mató? Yo me reí, lo único que le dije fue sí señor, yo creo eso. Pero es simplemente anecdótico. Lo que él me preguntaba estaba basado más en una intuición que él se formó, que en documentos que pudiera conocer.

 

¿Cómo se portó la familia de Gómez Hurtado en el desarrollo de la investigación?

Cuando usted me habla de la familia de Álvaro Gómez uno se imagina a la viuda y sus hijos, y resulta que hoy lo que llaman familia son sus sobrinos. Eso es familia, pero no son los únicos dolientes. Alguien debería decirle al país que esos comunicados que firma la familia Gómez Hurtado corresponden a la familia del hermano de Gómez Hurtado. Eso es diferente. Además, por otra razón que no sé si el mundo conoce, la relación entre Álvaro Gómez y su hermano Enrique no era la mejor. Ambos se encontraban en la misma orilla política, pero en diferentes niveles.

 

Lo que pude saber es que Enrique Gómez Hurtado andaba metido en la Fiscalía a toda hora, preguntando y fisgoneando…

Quiero contarle por qué me asignaron el caso:  Enrique Gómez va donde el Dr. Valdivieso y le dice que no está pasando nada con esa investigación. Así que el fiscal general decide darle mayor relevancia, y le dice a EGH que va a darle ese proceso a un fiscal delegado ante la Corte. Hasta ese momento el caso era competencia de la justicia regional, así que le aumenta la categoría a la investigación, por así decirlo. Y una de las primeras instrucciones que me da es que sea deferente con ese señor, quien se constituyó en parte civil. Enrique Gómez era un político más, aunque no tan relevante como lo fue después de la muerte de su hermano. Mauricio, hijo de Álvaro Gómez, si la memoria no me falla estaba en París dedicado a pintar, vino a Colombia para el entierro de su padre y se devolvió. En ese momento no ejercía el periodismo y no se interesó por la investigación, estaba dedicado a la bohemia. En todo caso, mientras Enrique Gómez representó a la parte civil, él tuvo todo el acceso a la información que requería y no recuerdo nunca una contrariedad con lo que yo estaba haciendo.  

 

La familia Gómez Hurtado aprobó en su momento la captura de Héctor Paul Flórez, el único condenado que hubo, pero muchos años después aparece en escena el sobrino, Enrique Gómez Martínez, defendiéndolo y tratando de tumbar el proceso. ¿Cómo se entiende que defienda a la persona a quien la justicia le probó haber sido el que acabó con la vida de su tío?

No entro a juzgar al sobrino de Álvaro Gómez, pero es cierto que esa aparición de los Gómez Martínez es demasiado sospechosa para mi gusto. Lo que se avanzó en la investigación hasta que ellos aparecieron, era lo que se debía hacer. Y si solamente se condenó a una persona, fue porque la fiscalía general no pudo avanzar más en la atribución de responsabilidades. Pero íbamos por un camino acertado. Ya llegar después el sobrino a defender a quien fue clarísimo que tuvo responsabilidad en eso, es algo que pesará en la conciencia de cada uno. Por lo menos por recato, yo no saldría a defender a quien dicen que mató a mi tío. Así yo no lo crea.

 

Usted dirigió la investigación y antes de abandonar el país dejó unas directrices trazadas, que hablaban por ejemplo de investigar al general Cifuentes, por el carro de su escolta y por su cercanía con el coronel Ruiz Silva, del Grupo Cazador. ¿O sea que quienes lo persiguieron a usted lograron el propósito de poner a la Fiscalía a mirar para otro lado?

Yo no sé si ese era el objetivo, pero lo lograron. Y le quiero decir algo que 25 años después puedo contar sin ningún recato. Yo tenía lista la medida de aseguramiento contra el general Cifuentes. ¿Qué pasó? Que quien me remplazó no lo vio necesario. Hubiera sido yo, habría llegado hasta el general Cifuentes e incluso más arriba. Es que la línea Bucaramanga - Grupo Cazador era muy fuerte. Tres directores de la V Brigada, tres personas con una orientación muy similar. Cuando yo me fui, eso lo recuerdo con claridad, les dije a mis investigadores “lo de Cifuentes está listo, solo es tener los cojones para plasmarlo en una providencia”. Pero no lo hicieron. ¿Por qué? No lo sé. Ya no me corresponde juzgarlo, pero no lo hicieron. Si hubiera dependido de mí, el general Cifuentes habría sido objeto de medida de aseguramiento.  

 

Usted dice que hubiera ido más arriba de Cifuentes, y en jerarquía inmediata el general por encima de Cifuentes era Harold Bedoya…

Eso lo dejo a su libre interpretación, Jorge. Pero sí, así hubiera sido.

 

En una entrevista radial reciente apareció Omar Berrio Loaiza, mano derecha del coronel Ruiz Silva en el Grupo Cazadores y quien estuvo detenido un tiempo, hasta que una juez decretó la inocencia del coronel y de sus supuestos cómplices. Berrio salió a decir que estuvo 15 años injustamente preso y que ahora se viene a comprobar su inocencia.

Todas esas personas del Grupo Cazador tuvieron un alto grado grande de responsabilidad, que quedó comprobado y acreditado. Yo no sé si ese señor estuvo 15 años preso, pero de haber sido así, no fue por el proceso de Álvaro Gómez. Por cuenta de mi investigación no hubo una sola persona que estuviera presa sin fundamentos procesales sólidos para estarlo. Al final una juez los absolvió, y solo le puedo decir que la absolución de ese coronel es algo que me duele. Mis elementos de juicio eran los suficientemente fuertes para creer que fue un exabrupto jurídico. Yo recuerdo haber leído la providencia y no haber estado de acuerdo en absolutamente nada.

 

Usted que fue tan duramente perseguido, ¿siente hoy algún temor por su seguridad, por ejemplo, a raíz de lo que acaba de decir?

No, para nada. Fui objeto de persecución cuando ciertas personas se sintieron amenazadas por mis actuaciones. Para mí fue muy claro quiénes eran, cuál era el poder que tenían y qué podían llegar a hacerme. Al final ocurrió lo que yo también habría hecho, la medida de aseguramiento contra el coronel Bernardo Ruiz. Ya después, cuando regresé a Colombia, vi que no había más posibilidades de que pudieran hacerme algo. En este momento, siento que ya no estoy en peligro. Es más, si por alguna razón inverosímil terminaran adjudicándoles a las Farc lo de Álvaro Gómez, los verdaderos autores quedarían muy contentos.