martes, 30 de junio de 2020

Vicky Dávila, “el jefe acosador” y el jefe violador: #HeToo




“Ella entró con el jefe confiada (sic). La puerta se cerró. El jefe se sentó y se recostó en la cabecera de la cama, con las piernas abiertas. Aunque tenía ropa, se notaba claramente el asunto. Ella seguía de pie, frente a la cama. El jefe empezó a decirle estupideces, la verdad de por qué estaban solos. “No, jefe, cómo se le ocurre”. Él insistió. Se paró. Empezó a tocarle las manos. Él la miraba como un depravado y respiraba fuerte”.

“Una mujer joven termina su jornada laboral, llega a su hotel, se baña y se arregla para salir a cenar con una pareja de amigos. Alguien golpea en su habitación. Ella mira por el rabillo de la puerta, es su jefe. Abre, “Él” la empuja. Con el dedo índice derecho le ordena que haga silencio. Ella, que siempre tiene fuerza, la pierde, aprieta los dientes y le dice que va a gritar. “Él” le responde que sabe que no lo hará. La viola”.

El primer párrafo entrecomillado corresponde a la columna de Vicky Dávila del domingo pasado, donde denuncia algo que “le ocurrió a una de las mujeres más relevantes y conocidas en Colombia. Todavía lo cuenta y se le enfrían las manos”. El segundo párrafo corresponde a una columna de la también periodista Claudia Morales, publicada en El Espectador el 19 de enero de 2018, donde denunció haber sido violada por un jefe suyo. (Ver columna).

Llama la atención la coincidencia en el estilo “literario” de ambos párrafos (como si Vicky hubiera copiado el de Claudia), y la diferencia básica reside en que el primero se refiere a un jefe acosador, mientras el segundo es un violador. Y es cuando llegamos a la pregunta del millón: ¿quién es quién en cada caso?

En el primer caso no conocemos a la víctima ni al victimario, aunque es de suponer que doña Vicky sí, por boca de la subalterna agraviada. En el segundo caso la víctima no quiso identificar al presunto violador, pero muchos optaron por creer que se trata de Álvaro Uribe, quizá porque en entrevista con Blu Radio Morales dijo que “quien me violó, ustedes lo ven y lo oyen todos los días”. Y agregó: “me da temor denunciarlo porque esa persona es capaz de muchas cosas, porque la vida que esa persona ha tenido demuestra que nada de lo que ocurra a su alrededor le puede hacer daño. Tiene todo el poder para salirse con la suya, y yo sí creo que puede hacer mucho daño”. (Ver entrevista).

Hasta donde se sabe, ninguno de los otros jefes que Claudia ha tenido en su vida laboral reúne tales características. Aquí van en orden cronológico, para que ustedes juzguen: Juan Carlos y Andrés Pastrana, (Álvaro Uribe), Felipe López, Yamid Amat, Juan Gossaín, Julio Sánchez Cristo, Hernán Peláez, Gustavo Gómez Córdoba.

No se trata aquí de revolcar la herida por un suceso doloroso al que en defensa de su propio silencio la misma agraviada no se ha vuelto a referir, pero se trata de algo imposible de ignorar cuando Vicky Dávila dedica su última columna en Semana a denunciar a un anónimo “jefe acosador”, mientras omite adrede el protuberante caso que involucra al protagonista de una columna suya anterior y titulada El plan contra Uribe.

Es obvio que se trata de dos jefes agresores diferentes, pero ahí no radica el meollo del “asunto”, sino en la diferencia entre una erección palpable (la del jefe de la amiga de Vicky) y una penetración inevitable, ya sabemos de quién contra quién.

Lo asombroso, lo escandaloso, lo verdaderamente aberrante es que mientras Vicky Dávila pretende desatar con su última columna una especie de “cacería de brujos” contra cualquier jefe que haya siquiera intentado un roce de manos con seno o con cola femenina, sobre el principal y diríase único sospechoso por el abuso cometido contra su colega, doña Vicky dice reconocer “sus errores, pero también todo lo bueno que ha hecho por este país”.

La cacería de brujos consiste en que en la columna citada ella decide remplazar a la Fiscalía en el juzgamiento de delitos sexuales o conductas impropias, y lanza este edicto público: “Hoy quiero pedirle que si usted ha sido víctima de su jefe me escriba a este correo (…) espero su denuncia. Libérese. El culpable es ese jefe, no usted. Él no merece que su nombre siga limpio. Absoluta reserva. Yo me comunicaré con usted en privado”.

Doña Vicky está en su derecho de montar lo que en términos de audiencia sería un exitosísimo paredón mediático contra reales y supuestos abusadores, todos en la misma colada, quizás en reminiscencia (¿o plagio?) del también exitoso programa Caso Cerrado de la doctora Ana María Polo en Telemundo, donde cuenta casos como el de la mujer que confesó haber acusado a su padre de haberla violado y “por ello cumplió años en prisión, pero todo fue una mentira para librarse del él”.

Allá la responsabilidad -o irresponsabilidad- que les cabrán desde lo legal tanto a Semana TV como a su protagonista estrella (digamos que parece una columna libreteada por mano ajena) pero, si quiere emprender un proyecto tan cuestionable desde lo periodístico, yéndonos tan solo al terreno de la ética sería conveniente que antes de emitir su primer capítulo se pronunciara en torno al “abultado” tema que por señalar al jefe acosador prefirió omitir, el del jefe violador:

¿A quién cree Vicky Dávila que aludía Claudia Morales en la columna ya citada? ¿Considera que su admirado Álvaro Uribe desde ningún punto de vista puede ser catalogado como el principal sospechoso de haber violado a una subalterna suya en la habitación de un hotel, en la que luego de irrumpir le hizo a su víctima la señal de ordenar silencio poniendo el dedo índice derecho sobre su boca? Mejor dicho, ¿cree Vicky Dávila que la acusación de violador que cada cierto tiempo revienta, forma también parte del fementido “plan contra Uribe” para dañar su prestigio? Y que conste, por si las moscas: no pretendo acusar a nadie, menos a Uribe; son simples preguntas sueltas.

DE REMATE: Tiene razón doña Vicky en que “hoy Uribe es inocente de todo lo que lo acusan, hablando en estricto derecho”. Pero omite contar que a su vez es sujeto sub judice, pues carga a cuestas con dos investigaciones que le abrió la Corte Suprema de Justicia, y por una de ellas fue llamado a indagatoria. ¿Por qué? Porque -también aquí- es sospechoso de los delitos por los cuales se le investiga.

lunes, 22 de junio de 2020

Hablaron los Danieles… y los Gustavos



Primero fue El Espectador, que en conmovedora edición titulada No los olvidemos dedicó el 14 de junio su portada y tres páginas adicionales a publicar una lista aterradora: los nombres de las 442 personas que lideraban procesos comunitarios o defendían los derechos humanos y fueron asesinadas por fuerzas oscuras después del 24 de noviembre de 2016. (Ver edición).

Allí se leía: “No hay futuro mientras estos casos sigan en la impunidad, mientras sus muertes sean al mismo tiempo una advertencia para todos aquellos que les siguen los pasos. Una Colombia sin líderes sociales no puede existir. Basta ya, en serio, basta ya”. (Ver lista completa).

Este domingo 21 los tres Danieles aportaron su grano de arena -sin techo- a tan noble causa, dedicando cada uno su columna a diferentes líderes asesinados. (Ver columnas). El mismo día se conoció en Cuartodehora.com un artículo firmado por Gustavo Petro, pero fácilmente atribuible al ex libretista Gustavo Bolívar, al menos como editor, porque su redacción es impecable. En todo caso, aparece como obra de “Los Gustavos”, en alusión irónica a los Danieles. El artículo se titula La pandemia ha desnudado el Poder y se deja consultar aquí.

Podría pensarse que lo de los tres Danieles y los dos Gustavos son temas diferentes, pero la columna citada da para pensar que los cinco miran para el mismo lado. La tesis central de los Gustavos es que una mafia paramilitar se apoderó de la conducción del Estado. De entrada el planteamiento luce delirante, pero el sentido común advierte que solo el accionar sistemático de una organización oscura con mando centralizado explicaría que ocurran tantas muertes de líderes sociales y reclamantes de tierras, en racha genocida, y reine la más campante impunidad.

La susodicha columna hace un recuento desde los años en que la influencia de la mafia sobre el Estado lo ejercía el cartel de Cali y “no se investigaban los lazos políticos del cartel de Pablo Escobar y los Ochoa” (parientes de Uribe, para más señas).

Es cierto que el cartel de Escobar se transformó en fuerza armada, y esa mafia terminó convertida en un ejército, y los primeros cursos de entrenamiento militar en el Magdalena Medio fueron financiados por Álvaro Uribe y los dictó el mercenario israelí Yair Klein, si hemos de creerle a un video publicado por La Silla Vacía donde a Klein se le escucha decir claramente: “Él no me pagó a mí (Uribe), yo no le vi en mi vida. Él le pagó a la organización y ellos me pagaron a mí”. (Ver artículo).

También es cierto que ese ejército paramilitar de origen mafioso quiso arrodillar al Estado o suplantarlo por una patria refundada por paramilitares. Y según el artículo de Petro (o de Bolívar) “Duque es el heredero de esa realidad. De la mano de su mentor mantiene las clavijas de ese poder mafioso: la compra de votos con el narco dinero, la violencia generalizada, la destrucción de la paz y de la organización comunitaria mediante la muerte de sus líderes locales”.

Este último punto es nodal, porque es aquí donde convergen los Danieles y los Gustavos, tanto en la denuncia del exterminio como en la solidaridad y consecuente defensa de los líderes sociales. Y es a partir de esta coincidencia que se debe buscar una mayor convergencia, no solamente entre los Danieles y los Gustavos sino entre todas las fuerzas conscientes de que, como dijo Humberto de la Calle en entrevista para El Unicornio, “hay fuerzas muy oscuras, hay una mano negra actuando en función de poner en riesgo todo lo que se consiguió en La Habana”. (Ver entrevista).

Ya hubo un primer acercamiento de los Danieles (Coronell y Samper Ospina) con Gustavo Petro, cuando este fue invitado a conversar con ellos el 31 de mayo. Podría pensarse que la invitación obedeció a que la apabullante realidad terminó por convencerlos del error que cometieron cuando votaron en blanco, pero esto es interpretación personal, y en últimas la mayor culpa recaería sobre el pusilánime Sergio Fajardo, pues sus votos habrían podido evitar el regreso de la bestia pero de manera irresponsable anunció su voto en blanco y se fue a ver ballenas al Pacífico.

En alguna columna anterior dije que la derecha está tratando de crecer a Petro como elemento disociador, en una esquina él y en la otra el resto de la centro-izquierda. Es la estrategia del “divide y vencerás” que tan buenos réditos le ha arrojado a Álvaro Uribe, al punto de haber puesto en la presidencia al inepto -pero obediente- Iván Duque.

Esto tiene que cambiar, y el cambio pasa por reconocer que Petro se ciñe a la verdad en el demoledor artículo aquí citado: el país está siendo gobernado desde la trastienda por una especie de cúpula paramilitar, y desde que esa cúpula puso a Duque en el poder el paramilitarismo resucitó y hoy actúa a sus anchas, sembrando violencia y terror a diestra y siniestra.

A los líderes sociales no los están matando las disidencias de las Farc ni el cartel de Sinaloa, es lo que nos quieren hacer creer. A los líderes sociales los está matando este gobierno y las Fuerzas Armadas parecen ser cómplices del exterminio, y si no es así que expliquen por qué el mayor número de masacres y asesinatos se presenta en el Cauca, un departamento atestado de bases militares.

¿Y por qué ahora -sin cambiar de tema- nos quieren hacer creer que el que se reunía con Mancuso era Petro y no Uribe? Porque están viendo que el enano se les creció más de lo que esperaban, a la par que crece el desprestigio del gobierno, y en tal medida necesitan sembrar confusión.

No podemos entonces seguir sirviendo de idiotas útiles a las mismas fuerzas que necesitan preservar la división de la centro-izquierda para mantenerse en el poder. El acercamiento entre los Danieles y los Gustavos debería servir de lección para entender que se trata de sumar -no de dividir ni de restar- en las tareas de resistencia que se imponen para evitar que el monstruo siga creciendo y termine por devorarnos a todos.

DE REMATE: Hablando de lecciones, a Petro también le corresponde “empequeñecerse” en cuanto a tratar de domeñar su soberbia, de aprender a trabajar en equipo y de otras cosas que expliqué en columna titulada Petro debería reinventarse. Y sin cambiar de tema, no se debe olvidar que de los dos Danieles Samper el papá votó por Petro y el hijo en blanco. Ah, y no es al subpresidente Duque sino a su jefe a quien hay que decirle “Basta ya, en serio, basta ya”.

martes, 16 de junio de 2020

Con Marta Lucía Ramírez, hermanos de tragedia




Tiene razón la vicepresidente Marta Lucía Ramírez en que constituye una “tragedia familiar” descubrir que un hermano estuvo involucrado en turbios negocios de narcotráfico. Lo digo con conocimiento de causa, lo mismo ocurrió en mi familia y, vaya coincidencia, también hace 23 años.

Cuando le ocurrió a doña Marta, era presidente ejecutiva de Invercolsa. Por tratarse del sector “privado” era permisible que, como su nombre lo indica, quedara como algo de la vida privada, en aras de preservar el buen nombre. Además, todo indica que les informó a Andrés Pastrana y a Álvaro Uribe sobre lo ocurrido con su hermano cuando estos le ofrecieron sendos ministerios. Sea como fuere, coincido con María Jimena Duzán en que “tener un hermano narco no es delito”, pero (…) “ser socio de uno –como lo denunció un informe de InSight Crime– sí es un tema que tiene a la vicepresidenta enredada”. (Ver columna).

En mi caso personal, cuando ocurrió la captura del hermano me desempeñaba como director de Comunicaciones de Unicentro en Bogotá. La primera reacción entre mis siete hermanos -incluido el suscrito y excluido el “narco”- fue de inmensa preocupación, por las desastrosas consecuencias que traería si el hecho trascendiera al entorno social o laboral de cualquiera de los integrantes de nuestra numerosa familia.

Médico de profesión, Francisco Javier fue puesto preso en su propio consultorio de Chapinero y conducido a la Cárcel Modelo de Bogotá. La información que obtuvimos daba a entender que actuaba como profesional de la salud acompañando -o asistiendo- a unas mujeres ‘mulas’ en la ingestión de unas cápsulas con cocaína.

Su captura fue un hecho estremecedor, por supuesto, no solo porque un miembro de la familia hubiera podido ‘torcerse’ hasta ese punto, sino por las implicaciones que trajo: de un día para otro aparece el temor (terror) a que la noticia se difunda, con el manto de dudas que puede sembrar. Y está además el modo en que trastoca la vida, comenzando por las inhumanas y prolongadas filas a la entrada de la prisión para visitar al hermano reo, ver la angustia en su mirada y escucharle la retahíla de sus explicaciones atropelladas, en fin.

Francisco pagó su pena y fue posible que el asunto permaneciera callado durante dos décadas, hasta que reventó en una dura confrontación que sostuve por Twitter con un sujeto que cayó aún más bajo que mi hermano: Ernesto Yamhure, un personajillo de corte rufianesco a quien denuncié cuando se supo que sus columnas eran revisadas por el máximo comandante de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), Carlos Castaño, uno de los peores asesinos que ha habido en Colombia, solo comparable con Pablo Escobar. Castaño le ordenaba qué quitar o qué agregar. (Ver noticia).

Alguien le llegó a Yamhure con el dato del hermano mío preso por coca, y apenas supo que era médico lo dibujó rajando estómagos de mujeres tomadas a la fuerza para introducirles el alijo y despacharlas luego a alguna ciudad norteamericana para que las volvieran a rajar y les sacaran la droga. Algo delirante.

Volviendo al presente, es llamativa la coincidencia en el modus operandi de ambos hermanos, el de Marta Lucía y el mío, pues uno y otro suministraban la droga a las ‘mulas’ para que la ingirieran y la transportaran a EE.UU. Con una diferencia básica, mi pariente era cómplice (contratado para una tarea de vigilancia médica), mientras que Bernardo Ramírez era el determinador, el financista el “empresario”. Sin embargo, las consecuencias se asoman disparejas: a la vice salió a defenderla el uribismo en masa y, vaya paradoja, esos mismos son los que me atacan… por el mismo pecado.

Traigo esto a colación porque los ataques de Yamhure se habían silenciado, y arreciaron cuando publiqué el libro Los secretos del asesinato de Álvaro Gómez. Desde ese día se despachó con una andanada de trinos difamatorios, como este: “que Jorge Gómez Pinilla tenga un hermano mafioso, no es problema. Lo grave es que él ha tenido negocios con su hermano mafioso”. (Ver trino).

Difamatorios porque me acusa de tener el mismo grado de culpa de mi hermano, y entendiendo difamatorio como lo que “injuria, desacredita, calumnia, denigra, ultraja, infama o deshonra a alguien con la intención de dañar su prestigio”, según el diccionario de la RAE.

Que yo tuve negocios con un hermano mafioso es algo que deberá probar ante una Corte americana, porque hasta allá haré llegar mi reclamo en busca de reparación legal, allá a donde huyó para no responder ante la justicia no solo por sus relaciones criminales con las AUC, sino por otros dos procesos que se le adelantan y que continúan activos, uno por enriquecimiento ilícito y otro por concierto para delinquir (Ver procesos).

Es bien llamativo que frente a lo ocurrido con el hermano de la vicepresidente haya tratado de minimizar su culpa, alegando que “el hermano de Clinton tuvo una condena por asuntos de drogas” (en realidad fue por consumo), o que “el hermano del hoy senador de la oposición Iván Marulanda estuvo preso más de 30 años en Estados Unidos por narcotráfico”. (Ver trinos).

Yamhure cree que enlodando a todo el mundo salva la reputación de su aliada política. A esto se le conoce como agarrarse de un clavo ardiendo, máxime cuando ya había tratado de trapear el piso con mi prestigio por lo del hermano narco. Pero esta vez le salió el tiro por la culata, porque usó pólvora mojada.

Tengo la plena confianza en que un día no lejano ese sujeto sub judice comenzará a pagar por sus delitos, aquí y en el país al que ingresó mintiéndole a Inmigración, cuando en la página 6 del formulario I-589 debió responder sobre una eventual pertenencia suya a grupos paramilitares. (Ver formulario).

Donald Trump y Álvaro Uribe no le va a durar toda la vida.

lunes, 8 de junio de 2020

Carta abierta al fiscal Francisco Barbosa




Señor fiscal general de la Nación:

No es por faltarle al respeto si comienzo diciéndole que en lugar de Aníbal Gaviria es usted quien debería estar preso, por cometer el atropello de librar orden de captura en plena pandemia contra un gobernador de la República de tendencia política contraria a la del presidente Duque, por un proceso que dormía el sueño de los anaqueles hace quince años.

Lo sorprendente, lo asombroso, lo aberrante es que el día anterior usted mismo había emitido una circular donde decía que las medidas de aseguramiento privativas de la libertad solo debían hacerse efectivas “cuando las circunstancias probatorias lleven a concluir que es necesaria para evitar la obstrucción de la administración de justicia, el procesado represente un peligro para la víctima o la comunidad, o cuando resulte probable que el imputado no comparezca al proceso”. (Ver circular)

¿Antes de expedir la orden de captura contra Aníbal Gaviria este representaba un peligro para la comunidad, o era previsible que obstruyera el proceso o que no compareciera al mismo?

Se trata además de una decisión temeraria e irresponsable, pues descabeza a un departamento de su autoridad central cuando la atención y los esfuerzos de las autoridades deben estar orientados a frenar los contagios del coronavirus, no a mandar a la cárcel al político que en la pasada campaña electoral se le atravesó en sus aspiraciones al candidato del Centro Democrático, vaya coincidencia.

Póngase a pensar si no es cosa de locos que mientras el liberal Aníbal Gaviria está en la cárcel, la señora Caya Daza, escuchada in fraganti cuando cuadraba una compra de votos (o sea cometiendo un delito) con el Ñeñe Hernández, está en la calle. Y en una calle de otro país, por cierto.

Esto daría para colegir que usted llegó a ese cargo a cumplir una agenda política al servicio genuflexo del gobierno del que alcanzó a hacer parte, y de ello dan cuenta primero la investigación que le abrió a Claudia López por una nimiedad (pillada con su esposa en un supermercado) y luego el llamado a interrogatorio a Gustavo Petro dizque porque -según sus propias palabras para RCN, señor Fiscal- “existe evidencia (…) de una presunta financiación de empresas mineras a la campaña de Gustavo Petro”. Eso se llama torcerle el cuello a la verdad, o sea mentir, porque el Ñeñe Hernández habla ahí es de “los hijueputas mineros esos”, en evidente referencia a los trabajadores sindicalizados de las empresas mineras cuyos dueños con toda seguridad votaron por Duque.

Así las cosas, se percibe ‘mala leche’ en el uso de sus atribuciones legales, señor Fiscal. Estamos ante un palmario abuso de autoridad, usted está deshonrando su puesto y por tal razón, insisto, eso también debería tener cárcel. Se lo digo con todo respeto, pero con igual franqueza santandereana.

Ahora bien, no es este el motivo central de mi columna, sino recordarle que el pasado 16 de marzo dirigí a su Despacho un derecho de petición, hasta ahora sin respuesta, donde le solicité informara -para un trabajo periodístico- si es cierto o no que usted se reunió con familiares de Álvaro Gómez Hurtado, en particular con su sobrino Enrique Gómez Martínez, el mismo que trató de tumbar el proceso contra el único condenado que hubo por este crimen, Héctor Paul Flórez, mediante una solicitud de revisión del fallo que la Corte Suprema le negó el 6 de febrero de 2019.

Gómez Martínez reconoció en entrevista con Salud Hernández para Semana TV haberse reunido con usted y entregado las pruebas de quiénes fueron los autores del crimen, y al final manifestó que espera que “cumpla con lo prometido en el sentido de evaluar estas pruebas y acusar a alguien”. Es por ello pertinente mi solicitud, pues si el representante legal del asesino de su tío afirma haber entregado las pruebas sobre los autores del magnicidio, significaría que el proceso está a punto de cerrarse. En tal caso lo conducente sería comprobar si esas “pruebas” coinciden con los planteamientos que hago en el libro Los secretos del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado, o si van por otra dirección, como lo sospecho.

Como usted recordará, en el derecho de petición citado hice entrega oficial a la Fiscalía de un ejemplar de dicho libro, para que sea incorporado a la investigación, con la plena seguridad de que si usted lo leyera encontraría en él valiosos datos para entender que las mismas fuerzas de extrema derecha que hoy actúan coordinadas para que nunca se sepa quiénes fueron los verdaderos autores de tan execrable crimen, están tratando de alinearlo a usted en la dirección equivocada.

Si le menciono el nombre del santandereano Alejandro Ordóñez no es casualidad, considerando que la planeación del magnicidio tuvo su punto de partida en Santander, como demuestro en mi libro. No tengo duda alguna en que Ordóñez está a la cabeza en la tarea de acomodar las cosas, y usó su poder para que usted nombrara como jefe de Fiscales a Gabriel Ramón Jaimes, pupilo suyo, muy cercano a sus intereses de impunidad en dicho asunto.

Para no alargar esto, señor Fiscal, en mi condición de periodista especializado en el tema (el libro en mención es resultado de una investigación de diez años) públicamente le solicito una entrevista en la que usted les informe a los lectores de El Espectador sobre los lineamientos que ha trazado para cumplir con el pedido que le hizo su amigo Iván Duque el día de su posesión, respecto a esclarecer hasta las últimas consecuencias quiénes dieron la orden de asesinar a Gómez Hurtado: “los crímenes de lesa humanidad no se pueden quedar en la impunidad, esperamos que durante su fiscalía llegue a la verdad”, le dijo el presidente. (Ver noticia).

Es esa precisamente la más sagrada misión del periodismo, llegar a la verdad, y es el motivo por el cual le solicito amablemente se me informe del día y hora adecuados para la realización de la entrevista periodística que aquí le estoy solicitando.

DE REMATE: No sobra reiterarle mi amable invitación a que antes de la entrevista pueda leer el libro que envié a su oficina, esperanzado además en que tras su lectura quizás sea usted quien tenga más de una pregunta para formularme.

lunes, 1 de junio de 2020

De Uribe a Underwood: cuando la realidad supera la fantasía




En el imaginario popular la expresión “uña y mugre” alude a dos personas que tienen una amistad tan estrecha que andan juntos de arriba para abajo, son “compinches” y en tal medida cómplices de los secretos que se guardan, tanto de su vida privada como de otros ámbitos.

En días pasados acabé de ver House of Cards y encontré una serie de llamativas coincidencias entre su protagonista, Frank Underwood, y el expresidente Álvaro Uribe, que harían pensar que los libretistas de la serie se inspiraron -en parte- en la vida del político colombiano.

Por limitación de espacio es imposible extenderme en las abundantes coincidencias, a no ser en columna posterior, pero hoy apunto a una en particular. Uribe y Underwood tuvieron a alguien muy cercano a sus afectos, coincidentes incluso en su nombre de pila: Peter (Russo) en el Underwood de la ficción, Pedro (Juan Moreno) en el Uribe de carne y “huesitos”.

Segunda coincidencia, Russo y Moreno fueron representantes a la Cámara de sus respectivos países. A Russo el senador Underwood lo hace su aliado en el Congreso después de que lo saca del alcoholismo y le encubre un lío con una prostituta, mientras que Pedro Juan era el mejor amigo de Uribe y fue su secretario de Gobierno en la Gobernación de Antioquia, desde donde promovieron la creación de las cooperativas de autodefensa conocidas como Convivir.

Según conocedores de la relación entre Moreno y Uribe, y según testigos que luego fueron asesinados (entre ellos Francisco Villalba), Moreno asistió en representación del gobernador de Antioquia a las reuniones con paramilitares donde se planearon masacres como la de El Aro y La Granja, o el asesinato del defensor de derechos humanos Jesús María Valle. Con base en esos testimonios el Tribunal de Medellín consideró que “existen suficientes elementos de juicio (…) que probablemente comprometen la responsabilidad penal de personas como el gobernador de Antioquia de ese entonces Álvaro Uribe Vélez”. En el mismo fallo se advierte de los “ganaderos (que) asistieron a una reunión en la que también estuvo el fallecido Pedro Juan Moreno, secretario de Gobierno de la Gobernación de Uribe Vélez, y allí se determinó la necesidad de "silenciar al doctor Valle". (Ver noticia).

Hablando de silenciar, llega un momento en la vida de Frank Underwood en que el amigo que quiso lanzar a la gobernación de Pensilvania se le convierte en una carga, porque sabe demasiado y pone en peligro su ambiciosa carrera política. Frank aprovecha una recaída de Russo y lleva al borracho hasta su casa, ya fundido del sueño; allí cierra el garaje, limpia sus huellas dentro del vehículo y deja encendida la ignición para que parezca que su muerte obedeció a que el hombre quiso suicidarse.

Mucho se ha especulado sobre las circunstancias que rodearon la muerte de Pedro Juan Moreno el 24 de febrero de 2006, dentro de un helicóptero que se precipitó a tierra cuando adelantaba su campaña al Senado. Moreno Villa se había distanciado de su exjefe, ya convertido en presidente de la República, y anunciaba que tras su llegada al Congreso iba a contar grandes verdades.

En este contexto, no puede hacerse caso omiso de lo que escribió Daniel Coronell el domingo pasado en Losdanieles.com (ver El vuelo fatal), donde muestra tres hechos que unidos caen en la categoría de fundadas sospechas:

       1. El primer propietario del helicóptero donde Moreno encontró la muerte fue Israel Londoño Mejía (cuñado y testaferro de los narcotraficantes Jorge Luis, Juan David y Fabio Ochoa Vásquez), a quien Uribe le había vendido un apartamento en julio de 1979 y luego, en junio de 1980, siendo director de la Aerocivil, le autorizó la compra de ese mismo helicóptero.

     2. Después de que al helicóptero le aplican extinción de dominio, según Coronell “terminó –vaya uno a saber cómo– en manos de la empresa Helicargo, controlada por el amnistiado narcotraficante Luis Guillermo ‘Guillo’ Ángel, hombre también cercano a los Ochoa”.

    3.Tras el accidente donde perece Moreno, el reporte de la Aerocivil es firmado por su entonces director, Fernando Sanclemente, quien en días pasados debió renunciar a la embajada de Colombia en Uruguay por el hallazgo de un laboratorio de cocaína en su finca. En el reporte se descarta el sabotaje al aparato, aduciendo que “la misma empresa Helicargo (!) efectuó pruebas para que no hubiera agua en el tanque de gasolina”.

Mientras Underwood acomoda la escena de su crimen para que parezca suicidio, en el caso de Uribe la oportuna muerte de su amigo daría para pensar que se trató de un accidente… provocado. Esto no se lo inventó Coronell, tampoco un juicioso informe de la Redacción Judicial de El Espectador donde se lee que “un año después del fallecimiento de Moreno apareció ejecutada en un hangar del aeropuerto Olaya Herrera una mujer llamada Nancy Esther Zapata Orozco, quien habría advertido que el helicóptero en que viajaba Moreno pudo haber sido alterado en uno de sus repuestos”. (Ver informe).

Podría pensarse que llegará el día en que la justicia resuelva si lo de Pedro Juan Moreno fue accidente u homicidio, pero es preferible permanecer escépticos, al menos mientras la Fiscalía siga en manos del mejor amigo de Iván Duque, subalterno político del “presidente eterno”.

Ficción o realidad, no sobra terminar citando aquí una frase de Bill Shepherd, poderoso enemigo de los Underwood en la serie: “Francis era un hijo de puta, sí, pero un hijo de puta talentoso”.

Si quisiéramos seguir saltando de lo real a lo fantástico, durante el rodaje de House of Cards el actor Anthony Rapp acusó a Kevin Spacey, intérprete de Underwood, de haber abusado de él cuando tenía 14 años. En coincidencia podríamos recordar a una periodista colombiana que denunció haber sido violada años atrás por alguien que “tiene todo el poder para salirse con la suya”; pero me abstengo, pues luego dirán que estoy hilando muy delgado. En todo caso, resulta pertinente citar otra frase de Bill Shepherd: “El infierno es la verdad vista demasiado tarde”.

DE REMATE: Las opiniones aquí expresadas tuvieron como soporte documental dos artículos de El Espectador, un artículo de El Tiempo, una columna de Daniel Coronell y una de Claudia Morales.