martes, 27 de marzo de 2012

Se buscan modelos

Dos noticias del mundo católico captaron en estos días la atención de creyentes y no creyentes. Una provino de la boca del Papa Benedicto XVI con motivo de su visita a Cuba, cuando en el avión que lo llevaba a México dijo lo que por diplomacia o protocolo no podía repetir mientras permaneciera en la isla: que el comunismo ya fue superado y que, por tanto, “hay que buscar nuevos modelos”.

La otra noticia también proviene del mundo hispanoparlante católico, y refiere la polémica que desató un video de la Conferencia Episcopal Española en el que, para atraer a seminaristas ante lo que esa congregación llamó un “invierno de vocaciones sacerdotales”, prometen entre otras cosas “un trabajo fijo”. La polémica radica en que España atraviesa por una crisis de desempleo que ya se ubica cercana al 25 por ciento, por lo que el llamado a incorporarse a las filas del sacerdocio católico suena a medida por un lado oportunista, y por otro quizá desesperada.

http://www.semana.com/opinion/buscan-modelos/174549-3.aspx

Parecería que no existe relación entre una y otra noticia, pero la hay si consideramos que la difusión de ese video obedece precisamente a que muchos sacerdotes perdieron el modelo de rectitud que debía caracterizarlos, y en cantidades industriales –que impiden hablar de ‘casos aislados’- cometieron en las últimas décadas faltas gravísimas de pederastia sobre niños y adolescentes, las cuales pusieron a esa congregación en el ojo de la picota pública global y le hicieron perder adeptos en cantidades ídem.

Así las cosas, cuando el Papa habla de buscar “nuevos modelos” habría que sugerirle con todo respeto que ‘ponga a remojar sus barbas’, más si su admonición pretende caer como semilla de salvación en los oídos de una revolución materialista comandada por un grupo de barbudos que en disonancia con la máxima autoridad del mundo católico, pretendía a su modo buscar y aplicar nuevos modelos de vida y de comprensión del mundo.

Pero no se trata de ponernos del lado de los barbudos, sino todo lo contrario: de hacer ver cómo al margen de la confrontación entre dos modelos caducos, comunismo y catolicismo –caduco uno por imponerse con medidas autoritarias y el otro porque dejó de dar buen ejemplo-, sigue latente la necesidad de encontrar un nuevo modelo. (Que por supuesto tampoco está en el capitalismo, la mayor amenaza que hoy se cierne sobre el planeta).

Hablando de terrenos abonados, es aquí donde la necesidad colectiva de fortalecerse en alguna fe ha sido la simiente para la proliferación de nuevas doctrinas y tendencias, que le quitaron toneladas de fieles al catolicismo y cuyo común denominador ha sido la explotación de la confusión colectiva, dando lugar al surgimiento de nuevas iglesias (mormones, evangelistas, adventistas, testigos de Jehová, carismáticos, cienciólogos, Bethesda, Casa sobre la roca, Pare de sufrir, etc.) y falsos profetas, todos dedicados a pescar en río revuelto.

Entre estos ha tomado fuerza en el mundo occidental la Cienciología, que se autodenomina “iglesia” y cuyo máximo pontífice es Ron L. Hubbard, un prolífico escritor norteamericano especializado en textos de superación personal, quien en cierta ocasión le recomendó a un amigo –según cita de Daniel Samper Pizano- que “si quieres hacerte millonario, funda una religión”.

Citamos a Hubbard porque una tercera noticia religiosa nos llega de Francia, donde por primera vez en ese país “la Iglesia de la Cienciología ha sido considerada por los jueces como una estafa y una banda organizada”, con base en la denuncia de una ‘ciencióloga’, quien alegó haber sido presionada para pagar grandes sumas de dinero a esa organización.

Con lo cual llegamos al meollo del asunto: todas las religiones coinciden en “la obligación de pagar los diezmos”, que es lo que a su vez permite entender por qué fundar una iglesia es tan buen negocio, desde el principio de todos los tiempos. Y es en este punto donde se debe distinguir entre religión e iglesia, porque una cosa es la necesidad humana –quizá innata- de alabar a una divinidad creadora en gesto de gratitud por los dones recibidos, en lo que se conoce como un genuino y legítimo sentimiento religioso; y otra la iglesia como aparato de poder, compuesta por ‘pastores’ sujetos a una estructura jerárquica, con diferentes grados de mando sobre sus ‘rebaños’ y guiados por el supuesto sano propósito de guiarlos hacia Dios, en su calidad de intermediarios del Altísimo.

En este contexto habría que hablar de cuatro grandes religiones -cristianismo, judaísmo, islamismo e hinduismo- y un número exorbitante de iglesias y tendencias, en su mayoría orientadas más a ejercer autoridad o a exacerbar el miedo que a contribuir a la búsqueda de la felicidad terrena, y todas viviendo a costa de los diezmos que con sumisión y obediencia depositan los creyentes (ingenuos o no, sería debate de nunca acabar), a los que también les cabe la categoría de contribuyentes, porque en la práctica lo son, en cumplimiento de una obligación que contraen.

Una cosa es por tanto la génesis de una religión, que tiene como fundamento la admiración o el asombro ante un mundo cuyas maravillas remiten a un posible creador, y otra la evolución o involución de una iglesia compuesta por personas que desde un comienzo se arrogaron el papel de intermediarios ante la divinidad, pero terminaron adquiriendo un poder tan absurdo y colosal que en unos casos les sirvió hasta para torturar y quemar gente viva (y confiscar sus bienes), y en otros para hacer explotar aviones repletos de pasajeros sobre las Torres Gemelas de Nueva York bajo la promesa de un cielo repleto de huríes, como reza en el libro sagrado del Corán: “el grado más alto de perfección de la fe es el martirio, o sea la entrega de la vida por la causa del Islam”.

En lo que al cristianismo respecta, hubo un Señor Jesucristo que trajo el mensaje de un Dios bondadoso (diferente por cierto al Jehová guerrero de los primeros judíos), que habla de practicar la caridad cristiana y el amor al prójimo sobre todas las cosas; y hubo una Iglesia Católica que llegó a adquirir tan omnímoda potestad sobre sus rebaños que muchos –muchísimos, en número exagerado- de sus representantes perdieron el sentido de las proporciones y cayeron en prácticas aberrantes o perversas sobre seres inocentes, prácticas estas que sólo empezaron a ser reconocidas o sancionadas cuando ya se había rebosado la copa de la indignación, después de conocidos intentos de diversos jerarcas por proteger a sus autores, casi siempre bajo la figura de trasladarlos a otras parroquias.

Esto condujo a que se extraviara la imagen de orientadora espiritual para la que se supone fue creada la Iglesia Católica, y la consecuencia directa fue una deserción masiva tanto de fieles como de seminaristas, cuya demanda en el ‘mercado’ confesional hoy no presenta tendencia a la baja, sino caída en picada.

Si de buscar modelos se trata, entonces, quizá es tiempo de recapacitar en torno al papel dañino que las iglesias con sus fanatismos doctrinales han representado en la historia de la humanidad, y tratar de ver si es posible el ejercicio de entablar una comunicación directa con Dios, sin intermediarios contaminados por las más terribles sospechas.

Como dijo alguien en Facebook, “si una persona puede ser su propio médico o su propio abogado, ¿por qué no puede ser su propio sacerdote?”

O como le tocó al suscrito decirles a dos intensos testigos de Jehová que tocaron a su puerta: “la gracia no está en cambiar de pastor, sino en dejar de ser rebaño”.

jorgegomezpinilla@yahoo.es

miércoles, 21 de marzo de 2012

Crónica del atropello a una idea original



Hace unos cuatro años compuse un soneto para Gustavo Gómez y lo envié a su programa Hoy por Hoy de Caracol, con la intención básica de abrirle un espacio a la poesía en ese programa. La idea me la cogió ‘al aire’ César Augusto Londoño, quien le propuso a Gómez que yo hiciera una columna poética semanal, y éste estuvo de acuerdo. Es lo que ahí se escucha. La noticia me alegró tanto que ese mismo día envié un mail a todos mis abonados contándoles de la buena nueva, incluido Gustavo Gómez, a quien de paso le agradecí –en otro mail- por haber acogido la idea. Pues bien, Gómez me respondió de manera escueta, pedante y autosuficiente que eso no se haría, porque “aquí mando yo”.

Al margen de que me hizo quedar como un cuero con todos mis parientes, amigos y abonados, no me quedó otra que tragarme ese sapo. Pero mi sorpresa se convirtió en indignación cuando días después vi que ese mismo programa lanzaba como gran novedad una “columna poética” de Daniel Samper Ospina, gran amigo de Gustavo Gómez, y con quien había trabajado como Editor de Soho. Quise protestar por el flagrante robo de mi idea, pero cometí el error de pedirle su opinión a quien entonces era mi esposa, y ella me aconsejó que no lo hiciera, pues se trataba de gente “con mucho poder” y en esa medida llevaría “las de perder”.

Lo cierto fue que acogí su punto de vista pero hoy, ya liberado de la influencia que sobre mí ejercía la ex, medité de nuevo al respecto y concluí que tengo derecho a que se sepa lo que pasó, convencido como estoy de que se trató de un vil atropello a una idea original. Sé que Daniel Samper Ospina –a quien admiro y respeto como colega- lo está haciendo muy bien, pero tiendo a sospechar que esta grabación es la mejor prueba de que yo también habría estado a la altura de las circunstancias. Además (perdonen que insista en esto, pero) la idea fue mía.

Mejor dicho, juzguen ustedes y saquen conclusiones.


jueves, 15 de marzo de 2012

La insoportable levedad del Indignado


Un fantasma recorre el mundo: el fantasma del descontento. Éste se palpa por igual en los jóvenes que destrozan estaciones de Transmilenio o en el movimiento estudiantil colombiano, como en los alzamientos populares que en Egipto tumbaron a Hosni Mubarak, en Libia dieron al traste con el régimen de Gadafi y en Siria tienen tambaleando a Bashar Al Assad. Y por supuesto en el movimiento de ‘Indignados’ que comenzó en la Puerta del Sol de Madrid, se extendió a Wall Street en Nueva York y en octubre de 2010 convocó a manifestaciones en 95 capitales del mundo, incluida Bogotá, a la que asistieron 70 personas.


http://www.semana.com/opinion/insoportable-levedad-del-indignado/173880-3.aspx


Si de indignados ha de hablarse, tal vez el precursor sería el monje alemán Martín Lutero, quien protestó por la venta de indulgencias papales y abogó para que la Iglesia regresara a las enseñanzas originales de las Antiguas Iglesias Orientales, pero fue excomulgado y lideró el más grande cisma en el catolicismo. Cincuenta años después habría de emularlo el dominico Giordano Bruno, cuyas teorías cosmológicas predicaban que el Sol era simplemente una estrella y que el universo contenía otros mundos habitados por seres inteligentes, y por pensar así fue condenado a morir en la hoguera. Indignados también se manifestaron los seguidores de Martin Luther King, con marchas y protestas callejeras que dieron origen a un movimiento cuyo resultado más notorio fue la abolición de la discriminación racial en Estados Unidos.


Brilla con luz propia el Mayo del 68, poderoso movimiento de protesta iniciado por jóvenes contrarios a la sociedad de consumo, que en cosa de dos meses (mayo y junio) puso en jaque al gobierno de Charles de Gaulle y al que se unieron grupos de obreros industriales, y finalmente los sindicatos y el Partido Comunista Francés. Fue la más numerosa revuelta estudiantil y la mayor huelga general de la historia de Francia, y posiblemente de Europa Occidental, secundada por más de 9 millones de trabajadores, pero fueron aplastados por el éxito porque en ningún momento se plantearon la toma del poder (ni siquiera el Partido Comunista consideró esa salida), y el grueso de las protestas finalizó cuando De Gaulle convocó a elecciones anticipadas, que tuvieron lugar el 23 y 30 de junio de ese año.


Es conveniente traer a colación a Mayo del 68 porque es muestra fehaciente de cómo se pasó de “seamos realistas, pidamos lo imposible”, a tener que admitir que se quedaron sin el pan (o la baguete) y sin el queso. Y sirve para constatar que el actual movimiento de los Indignados parece condenado a correr la misma suerte, por no decir una peor, pues a diferencia de las protestas galas –cuando contaron con el apoyo de numerosos sindicatos y de una parte de su clase política- los Indignados se distinguen por lo indistinguible: una masa amorfa de personas que se ponen de acuerdo por Internet para reunirse cada cierto tiempo en un sitio determinado a protestar, pero de ahí no pasan.


Tendríamos que hablar entonces de un movimiento ‘pequeñoburgués’, de raigambre más emocional que racional, cuyo talón de Aquiles radica en que denigran por igual de los banqueros como de los políticos, pero desconocen que en la práctica necesitarían de los políticos y de sus partidos para canalizar su indignación, si quieren que en realidad sus protestas conduzcan a cambios efectivos en lo económico y en lo social. Les gusta tan poquito la política, que no comprenden que es precisamente convirtiendo el suyo en un movimiento político como podrán hacer realidad sus anhelos de cambio. En otras palabras, mientras no asuman y se presenten como alternativa de poder, estarán condenados al fracaso.


Sus ataques a las entidades bancarias y al capital financiero en general son fiel reflejo de esa ‘levedad’ que los anima, pues son capaces de unirse en cualquier plaza para señalar la dolencia ante las cámaras, pero no tienen el remedio a la mano. Aciertan eso sí en identificar al verdadero enemigo, porque hoy cualquier cambio –por no decir revolución- que se pretenda tendría que comenzar por acabar con las ventajosas leyes del aprovechamiento y la usura que el capital financiero dicta e impone sobre el funcionamiento de la economía global, y para que eso ocurra estamos a una distancia tan considerable, que muy seguramente nuestros ojos no la habrán de ver.


De otro lado, si de algo adolece el movimiento de Indignados que encendió la mecha en Madrid, es de ausencia o escasez de líderes. Podría tratarse de una clase de rebeldía que por ahora escapa a nuestro conocimiento, pero cuesta trabajo creer que tengan algún futuro si no hay quién o quiénes encarnen o representen sus expectativas de transformación. Esto sería consecuencia del individualismo que impone la Internet, donde todos se están viendo en simultánea, pero cada uno de ellos está inmensamente solo.


Tienen razón por tanto los pesimistas que avizoran un planeta enteramente capitalista –y en esa medida consumista- cada vez más contaminado, convertido en un inmenso supermercado donde unos pocos dueños tienen al resto de la población mundial en condición de empleados o de clientes, unos y otros en función de trabajar sin descanso para poder comprar cosas que en la mayoría de los casos no necesitan.


Si buscáramos una luz al final del túnel –a modo de resquicio para el optimismo-, encontraríamos que quizá el capitalismo como fenómeno global está incubando la semilla de su propia destrucción. Esos movimientos de Indignados que como fiebres localizadas en diversas partes del organismo comienzan a brotar por aquí, por allá y por acullá, podrían transformarse mediante la cohesión de sus postulados en la expresión de una rebeldía que contagie a las naciones y que permita dilucidar, así sea en un largo o larguísimo plazo, un mundo mejor.


“¿Qué hacer?”, se preguntó Vladimir Ilich Lenin en algún momento álgido de su revolución bolchevique, y la respuesta que encontró fue decisiva para el triunfo, pero hoy podría espantar a más de un Indignado que aspire a cambiar el mundo desde la comodidad de su IPod: “organizarse y luchar”.


En la globalizada coyuntura actual el socialismo está mandado a recoger (porque las leyes del mercado son los nuevos amos), pero sí es viable tratar de crear conciencia para rescatar el espíritu de movimientos tan inspiradores como el hipismo de los años 60 y 70, o el mismo Mayo francés, que invitaban a la hermandad mundial, a respetar la naturaleza y a detener el cáncer del consumismo, que ávido y voraz carcome el planeta de manera irreversible.


Son reivindicaciones que hoy parecen cosa del pasado, pese a que nunca antes como ahora se habían hecho tan necesarias.


domingo, 11 de marzo de 2012

¿En qué va la investigación por el fotomontaje?

Esta historia se remonta a octubre de 2011, cuando en medio de la campaña electoral circuló por todo Girón un panfleto de autor anónimo contra el candidato Héctor Josué Quintero, donde lo más llamativo era una foto de gran tamaño que mostraba a dicho candidato pasándole el brazo por encima del hombro al entonces alcalde en propiedad, Luis Alberto Quintero, como si fueran viejos amigos.


http://www.elgirones.com/inicio/?q=En-que-va-la-investigacion-por-el-fotomontaje

martes, 6 de marzo de 2012

Hablemos de idiotas útiles


Hace unos días el presidente Juan Manuel Santos alborotó el avispero cuando dijo que hay "una forma muy mezquina de hacer política", ejecutada por "idiotas útiles que buscan magnificar la acción de los delincuentes y los terroristas”. Es obvio que el ladrillazo iba contra Álvaro Uribe y su hueste de corifeos, para quienes toda acción exitosa de la guerrilla es una excelente noticia.


http://www.semana.com/opinion/hablemos-idiotas-utiles/173304-3.aspx


Visto el asunto con frialdad analítica, el término ‘idiota útil’ sí le viene a Uribe como anillo al dedo, pero no tanto por el eco que pareciera hacerles a las acciones de la subversión, sino porque fueron precisamente los éxitos de su gobierno los asideros a los que Santos se aferró para treparse a la presidencia. La paradoja radica en ver que quien fuera el idiota útil de Santos en la conquista del poder, hoy es señalado nada menos que por quien lo acompañó en su guerra sin cuartel contra las FARC, de ser el idiota útil de éstas…


Podría decirse entonces –contradiciendo el refrán- que al que le gusta el caldo se le dan dos tazas, pues si hubo alguien que se valió de idiotas útiles para sacar adelante un proyecto que transitó peligrosamente por los extramuros de la ilegalidad, éste fue Álvaro Uribe.


No resulta ilógico pensar que personajes como Bernardo Moreno, Edmundo del Castillo, César Mauricio Velásquez, María del Pilar Hurtado o Sabas Pretelt hubieran actuado apegados a la norma en otras circunstancias, pero ya subidos sobre la cresta de una ola caudillista en la que bastaba una insinuación para que se entendiera como una orden, quizá fueron empujados a actuar desde la ilegalidad. De modo que a estos les cabría el apelativo de idiotas útiles, pero sólo hasta el momento en que fueron conscientes de que con sus actuaciones traspasaban los límites de la norma, pues en este caso adquirían la condición de cómplices.


En este terreno de arenas movedizas, ¿fue Luis Carlos Restrepo un idiota útil por lo de la falsa desmovilización del bloque Cacica La Gaitana, o un cómplice? Es algo que a la justicia le corresponde dilucidar, pero no deja de lucir como un contrasentido que tratándose de un gobierno que basó los más contundentes golpes a la guerrilla en su inteligencia militar, se pretenda ahora hacernos creer que un operativo que requería tal complejidad en su organización pudo realizarse a espaldas del entonces Comandante del Ejército, general Mario Montoya (quien asistió al tinglado que se montó para la ‘entrega’ de las armas), o del mismísimo Presidente de la República.


Así las cosas, la pregunta pertinente es por qué hoy se han refugiado en otros países dos exfuncionarios –Restrepo y Hurtado- contratados para servir de simples instrumentos de una política de Seguridad Democrática, mientras que los verdaderos ‘cerebros’ de ésta aparecen como “engañados en su buena fe” por el desmovilizado Olivo Saldaña, o como víctimas de una supuesta “venganza criminal”, en el caso de las ‘chuzadas’.


Buena fe era la que guardaban las personas que llegaban confiadas y orgullosas a servirle a un gobierno y a un presidente en la cúspide de su reputación, pero que en el camino iban viendo que las cosas no eran como desde afuera se veían, y que quizá debían obedecer órdenes que viniendo de jefes de menor valía no habrían acatado. Y que luego, ya señalados por la justicia, se verían obligados a practicar la ley del silencio, so pena de aparecer como desleales o, en caso extremo pero no descartable, poner en riesgo su seguridad personal.


Es en este contexto donde se entiende el drama humano que deben estar padeciendo personas como Bernardo Moreno, Luis Carlos Restrepo o la misma María del Pilar Hurtado, quienes antes de trabajar con Uribe portaban una hoja de vida impecable y gozaban de un prestigio profesional a toda prueba, y hoy están en el ojo del huracán, dos huyéndole no se sabe si a la justicia o al hecho de que saben demasiado, y un tercero privado de su libertad, en actuación del todo ajustada a la ley.


Caso diferente es el de Andrés Felipe Arias, quien asumió como suyas las mañas de su jefe y, para complacerlo en la tarea de convertirse en su sucesor, hizo de Agro Ingreso Seguro el trampolín de su campaña a la Presidencia, según acusación de la propia (ex)Fiscal General de la Nación, compartida por el juez que ordenó su detención.


Así las cosas, la diferenciación habría que establecerla entre quienes comenzaron como idiotas útiles –y por la fuerza de las circunstancias se convirtieron en cómplices-, y los que no dudaron en actuar como lacayos (para no decir secuaces), seducidos por el ímpetu arrasador de una ambición presidencial que les prometía las mieles de un poder extensible a un tercer período, como sustento para seguir actuando a sus anchas. Lo que no pudo prever Uribe fue que el plan B de su relección, Andrés Felipe Arias, acabaría estrellándose contra el escándalo de AIS y sería la cuota inicial de su hecatombe, que le abriría las compuertas de la sucesión a un bogotano de refinadas maneras en quien no confiaba, pero que habilidosamente supo ubicarse en el lugar indicado, a la hora indicada.


Moraleja y conclusión: nadie sabe para quién... servirá de idiota útil.