martes, 28 de abril de 2020

Los corruptos están de fiesta




Alguna vez en medio de una animada charla con el más repentista conversador de toda la comarca, Luis Eduardo ‘Lucho’ Garzón, le sugerí que tratara de verter esa chispa en una columna semanal, por ejemplo para El Unicornio, y salió con una respuesta que me puso a dudar hasta de la utilidad del periodismo: “eso de escribir columnas es como pedalear en una bicicleta estática. Usted no se mueve de ahí, no pasa nada, todo sigue igual afuera, nadie se da por aludido”.

Concluido el párrafo anterior, confieso que la cita refleja el desasosiego producto del encierro, que me tiene bastante desmotivado para escribir. Hasta ayer domingo (escribo el lunes en la mañana) el tema iba a ser la voraz corrupción que se desató en torno a los contratos de la cuarentena. Pero las noticias más recientes le dan la triste razón a mi buen amigo Lucho el exalcalde, en cuanto a que advertir sobre lo que pasa es como pedalear en bicicleta estática, como llover sobre mojado: no hay denuncia que valga, los corruptos seguirán haciendo de la suyas con la íntima convicción de que en "el país más corrupto del mundo" no les va a pasar nada.

Apenas iniciado el tercer párrafo de lo que aún no sé si tendrá pies o cabeza, descubro horrorizado esta noticia: el fiscal Francisco Barbosa ordena abrir “indagación preliminar” contra la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, por “presunta violación de medida sanitaria (artículo 368 del Código Penal)”. (Ver noticia). ¿Puede haber decisión más política que esta, en medio del choque de trenes que se viene dando entre la alcaldesa y el subpresidente Duque?

Pero esto no es casual, forma parte del mismo aparato de persecución que desde la Superintendencia de Industria y Comercio (SIC) le abrió “indagación preliminar” a Daniel Samper Ospina por publicar dentro de un meme una foto de la familia de Iván Duque. Nombre del oprobioso delito: “Explotación económica de niños para fines publicitarios y de marketing”. (Ver noticia). Ejemplarizante actuación la del superintende Andrés Barreto, así como la del fiscal Barbosa, pues se trataba de impedir que la alcaldesa y el youtuber siguieran actuando -quién sabe si coordinados- de manera tan antisocial y criminal.

En este contexto, es de caballeros reconocer que son tantos y tan agobiantes los casos de corrupción que hoy inundan la geografía nacional en casi todas las dependencias oficiales (¿habrá alguna que se salve…?), que el ente acusador se ha visto impedido para reaccionar de un modo tan presto y diligente como sí se le vio frente al proceder delictivo de la más seria rival política que hoy tiene el amigazo y compañero de estudios de Barbosa.

Sea como fuere, ante la ausencia de tema para mi columna de hoy -que francamente no sé cómo se ha ido resolviendo- no sobrará dejar por aquí a modo de recorderis algunos de los casos donde la Fiscalía General no ha tenido tiempo de actuar… o si ha actuado ha sido para conceder jugosas rebajas de penas a ciertos corruptos condenados:

Por segunda vez el director de la Policía Nacional, general Óscar Atehortúa, es vinculado a un faltante de más de 5.000 millones de pesos por la construcción de un conjunto de casas fiscales en San Luis (Tolima), llamado “Ciudadela Policial (CENOP)”. (Ver noticia). La primera vez lo había denunciado el general William Salamanca, Inspector General de la Policía, y lo que obtuvo con la denuncia fue su destitución. La segunda fue mediante oficio de la Contraloría, donde se le notifica del hallazgo. Pero se le ve más tranquilo que una lechuga y nadie le pide la renuncia…

Fernando Marín Valencia, empresario y exembajador (uribista) de Colombia en Venezuela, acaba de ser condenado por ayudar a los hermanos Samuel e Iván Moreno Rojas y al empresario Emilio Tapia a robar miles de millones de pesos. ¿A cuántos años creen que ascendió la pena? Más bien descendió: seis años de cárcel gracias al jugoso “preacuerdo” que negoció con la Fiscalía. (Ver noticia).

Pero el verdadero negocio de su vida lo hizo Germán Trujillo Manrique, conocido como el zar de la comida escolar y quien compró apartamento con plata de comida para niños. Pese a que fue el gran protagonista de un saqueo por más de 35.000 millones de pesos a los contratos del PAE en Santander y a que estuvo fugitivo por varios meses, obtuvo una irrisoria condena de 36 meses de cárcel. ¿Gracias a qué?: al jugoso “preacuerdo” que negoció con la Fiscalía. (Ver noticia).

Sin salirnos de Santander, la exsecretaria de Infraestructura durante la gobernación de Richard Aguilar, Claudia Toledo Bermúdez, había confesado que recibió 150 millones de pesos como coima del contrato para la remodelación del estado Alfonso López de Bucaramanga, pero luego se vino a saber que el acto de contrición era fingido, pues pretendía ocultar que la coima no había sido por 150 sino por 1.500 millones. (Ver noticia).

De otro lado, en días pasados se supo que directivos de Finagro concedieron más de $226 mil millones en créditos que iban para productores del campo, pero terminaron en manos de grandes empresas. Cualquier parecido con el Agro Ingreso Seguro de Andrés Felipe Arias no es simple coincidencia, tienen el mismo origen: un gobierno uribista dedicado a regalarles plata a manos llenas a sus amigos los empresarios. (Ver noticia).

Hiede a corrupción a diestra y siniestra, pero desde esta humilde tribuna de opinión solo estamos autorizados para confiar en que luego de haber aplicado el merecido castigo que le corresponde a la alcaldesa de Bogotá por andar de comprar no autorizadas con su señora, el fiscal Francisco Barbosa logre por fin sacar tiempo y se ocupe de algunos de los casos de corrupción más sonados que agobian a esta Colombia enferma de tanto uribismo nefasto galopante.

DE REMATE: Aquí entre nos, ¿a qué obedece que los entes de investigación luzcan tan ágiles ágiles en castigar la corrupción del gobernador del Chocó o el alcalde de Calarcá, pero a la gobernadora del Atlántico Elsa Noguera con sus latas de atún a $19.000 ni la tocan?

lunes, 20 de abril de 2020

Mi hermano "el narco"




Hay temas que uno cree haber abordado una sola vez para superar un trance vergonzoso de la vida, pero hay seres despreciables que pretenden hundirnos hasta lo más profundo de las entrañas un puñal untado de su propia infamia. Es cuando comprendemos que no queda opción diferente a la de regresar al asunto, pues se trata de salvar el bien más preciado que tenemos: la honra.

Vergonzoso no porque el suscrito haya actuado mal, sino por haber contado con la mala fortuna de un pariente que anduvo en malos pasos, para más señas un hermano conocido de autos como Francisco Javier Gómez Pinilla, médico de profesión, a quien hace más de veinte años la justicia le probó haber sido contratado por una red dedicada al narcotráfico mediante la modalidad de transporte de su carga con ‘mulas’ humanas.

¿Y cómo operaba esa contratación? Consistía en que antes del viaje de las ‘mulas’, en su condición de galeno vigilaba que la ingestión en sus estómagos de cierta cantidad de cápsulas de cocaína recubiertas de látex se hiciera sin ningún contratiempo para la salud de las portadoras de esa droga. Por esa “asesoría médica” él se ganaba un dinero extra, y no fue una sino varias veces, hasta que un seguimiento que hizo el DAS culminó con su captura y la de los demás miembros de dicha banda.

Eso fue lo que ocurrió, muy diferente a la versión delirante que cada ocho días suministra un sujeto sub judice conocido como Ernesto Yamhure, -uribista para más señas- quien hasta agosto de 2011 se desempeñaba como columnista de El Espectador y huyó del país después de que se supo que sus columnas eran revisadas por el comandante de las AUC, Carlos Castaño (Ver noticia), de quien no ha negado jamás sus entrañables vínculos y por los que sigue sin rendir cuentas a la justicia.

Este individuo falaz se identifica en sus comentarios como rdarioe54_21197 y ha venido ejerciendo contra mí una persecución obsesiva, que he puesto en conocimiento de El Espectador a la espera de que se adopten medidas que impidan que continúe con su “asesinato moral” hebdomadario.

En referencia a la vergonzosa situación que ya describí arriba y se ciñe a la verdad procesal, esta es la versión que cada ocho días suministra dicho sujeto: “el hermano del articulista (…) reclutaba mujeres que eran introducidas a la fuerza en un quirófano en el que Gómez Pinilla las sometía a una brutal cirugía para cargar distintas partes de su cuerpo con cocaína”.

Lo cierto es que, si lo descrito ahí fuera verdad, la captura de la banda habría constituido noticia internacional, por las implicaciones que tendría que luego de haber sido sometidas a tan salvaje procedimiento, o sea durante el post operatorio, esas mujeres no dieran aviso a las autoridades pero sí pasaran sin despertar sospecha los rigurosos control de inmigración, tanto en Colombia como en Estados Unidos.

Es obvio que el propósito de Yamhure -de quien me declaro víctima y reclamo de este diario medidas que protejan mi buen nombre- es lograr que los lectores pongan en duda mi honestidad profesional.

La primera vez que me vi obligado a defenderme de este crápula fue en columna titulada Línea directa con la infamia, donde brindé claridad en que “no existe el delito de consanguinidad y Yamhure lo sabe, pero se le ha ocurrido que en mi caso sí. Por tal motivo, es pertinente preguntarle si dicha presunción de culpa cobija también al expresidente Álvaro Uribe por cuenta de su hermano Santiago, hoy preso no por traficar con coca, sino por comandar un grupo paramilitar autor de múltiples e inocultables homicidios”. (Ver columna).

Trato aquí de nuevo el tema porque esa primera vez fue hace cuatro años y la gente tiende a olvidar, y en tal medida podría entenderse como “el que calla otorga”.

Lo llamativo del asunto es que el miércoles pasado cambió el objeto de su persecución: a raíz del segundo despido de Daniel Coronell de Semana, afirmó en comentario a mi columna que “un día después de una publicación que yo provoqué en La Otra Verdad, la revista de Pedro Juan Moreno que contaba cómo Coronell le quería robar al Estado cerca de 20 mil millones de pesos, el columnista buscó a Yamid Amat en su lecho de enfermo para que le hiciera una entrevista en la que decía que se iba del país por amenazas”.

Es un hecho comprobable que Moreno y Yamhure eran amigos, incluso escribió una columna donde lamentó su muerte y la atribuyó a un “error humano”. Ahí cita al entonces director de la Aerocivil, Fernando Sanclemente (el mismo al que le descubrieron un laboratorio de coca en su finca) quien “reveló que la investigación sobre el accidente no ha sido objeto de cuestionamientos o demandas, lo cual confirma la seriedad y veracidad de ésta”. (Ver columna).

La importancia de esta confesión reside en que al haber dejado de actuar desde el anonimato y revelar su verdadera identidad “quizá pudiera hacérsele responsable del atentado sistemático que ha ejercido contra mí”, como dije en comunicación que en días pasados le dirigí a don Fidel Cano, director de El Espectador.

Ya en ocasión anterior le había preguntado si era posible que Yamhure fuera bloqueado para que se le impidiera continuar sus ataques, y la respuesta que recibí fue esta: “solo se puede borrar un usuario si este lo pide”. Pero fue antes de que el perseguidor mostrara el que parece ser su verdadero rostro, y en consecuencia pienso que tal vez ahora sí sea posible recibir de El Espectador una respuesta que contribuya a que algún día por fin se acabe tan infame y criminal acoso.

DE REMATE: Esta columna se tituló Mi hermano "el narco", no por masoquista, sino porque soy consciente de que para zanjar tan enojoso asunto debo actuar con la verdad por delante: el pariente en mención anduvo en tratos con narcos y en consecuencia le cabría esa definición. Pero debe quedar claro que hace muchos años pagó su deuda con la justicia. El que sí tiene pendiente dar explicaciones sobre sus vínculos con Carlos Castaño (un asesino comparable con Pablo Escobar), es Ernesto Yamhure. Qué curioso además que haya recrudecido sus ataques viscerales contra mí, que no tengo ni una infracción de tránsito, justo tras la publicación del libro Los secretos del asesinato de Álvaro Gómez, donde doy una versión diferente a la que ha querido hacer creer la extrema derecha…

martes, 14 de abril de 2020

Entrevista al autor de Los secretos del asesinato de Álvaro Gómez




El periodista Jorge Gómez Pinilla iba a presentar el lunes 16 de marzo su libro Los Secretos del Asesinato de Álvaro Gómez Hurtado en la Librería Lerner de Bogotá, pero el evento fue cancelado debido a la declaración de alerta amarilla en Bogotá por el Covid-19.

Aquí el autor cuenta algunos de los secretos del libro, a solicitud de Julio Sánchez Cristo.

lunes, 13 de abril de 2020

¡Periodistas independientes de todos los confines, uníos!



La pregunta que mucha gente se hacía tras el segundo despido de Daniel Coronell de Semana y la renuncia solidaria de su tocayo Samper Ospina, era para cuál medio iban a agarrar con sus respectivas columnas.

La incertidumbre quedó resuelta en entrevista de Coronell con El Espectador el domingo pasado. Ante la pregunta de si algún medio colombiano lo había contactado, respondió que “he tenido satisfactoriamente contacto con dos medios escritos de Estados Unidos y un medio digital. Pero, de momento, me la voy a jugar en nuestro proyecto con Daniel Samper”. (Ver entrevista).

Muchos daban por hecho que ambos estarían recibiendo variadas ofertas de medios nacionales, y hablaban con insistencia de El Espectador porque ha acogido a columnistas censurados en otros medios (Yohir Akerman, Reinaldo Spitaletta o el suscrito) y es de los pocos que se mantienen en la misión suprema del periodismo, la búsqueda innegociable de la verdad.

La respuesta de Coronell nos ubica en la cruda correlación de fuerzas actual, pues no recibió ninguna oferta de un medio nacional. ¿Y esto qué significa? Que asistimos a la prostitución del periodismo en manos del gran capital, donde la polarización ha terminado por ubicar a los medios en dos bandos: los amigos del gobierno (o sea los prostitutos) y los otros. Hoy los más importantes medios están en poder de empresarios afectos al “chan con chan”, y en tal medida tienen claro que contratar a cualquiera de estos dos reconocidos antiuribistas conllevaría enemistarse con el que maneja la chequera de la pauta oficial.

Así las cosas, la urgencia reside en fortalecer la independencia, a sabiendas de que un periodismo dependiente de los poderes económicos o políticos no es periodismo, sino relaciones públicas. ¿Qué hacer, entonces? Independizarse. ¿Y cómo? Juntándose con los demás independientes para hacerse fuertes y resistir los embates de la censura, cada día más asfixiante.

Llegados a este punto, confieso que quedé sorprendido con el anuncio de la creación de la página Losdanieles.com, pues parecería apuntar hacia el andamiaje de una “isla para dos” estrellas del periodismo, en lugar de convocar a algo más amplio. Sea como fuere, es apenas comprensible que ante la urgencia de publicar sus columnas el domingo siguiente, hayan armado a las volandas un espacio virtual en cuya hoja de presentación advierten que son “columnas sin techo”.

En columna anterior titulada ¡Coronell, salve usted la causa!, a raíz de su primer despido preguntaba si sería posible que Daniel aprovechara la crisis que se presentó y la convirtiera en oportunidad para “crear bajo su dirección un medio virtual cuya única consigna sea la búsqueda de la verdad, sin contemplaciones”.

Es la ocasión para retomar el tema, partiendo de asumir como premisa básica que se trata de unir esfuerzos entre pares, agruparse en torno al mismo propósito, armar un bloque de resistencia periodística lo más sólido posible, porque lo que nos corre pierna arriba es el control de los medios bajo un esquema similar al que implantó Benito Mussolini durante su régimen fascista, como también he mencionado en otras columnas. (Ver Esto se va a poner peor).

En esta convocatoria de ‘alternativos’ tendrían cabida los Danieles, por supuesto, a sabiendas de que no han sido los únicos columnistas defenestrados, más bien son el continuóse del empezóse que condujo al acabose actual. Están además los cinco independientes que Gustavo Gómez quiso incorporar a Caracol Radio pero no duraron ni dos meses, por críticos o por antiuribistas: Sandra Borda, Gustavo Duncan, Esteban Carlos Mejía, Daniel Pacheco, Yohir Akerman. (Ver noticia).

Y faltan datos de otros municipios, como El Heraldo de Barranquilla de donde recién echaron a un lúcido Jorge Muñoz Cepeda, y desde la misma curramba bulliciosa pide pista una punzante Nany Pardo, sin duda muy buena, aunque falta ver si es posible complacerla en sus exigencias.

Una segunda premisa reside precisamente en que a la gente hay que pagarle por su trabajo, y se ha vuelto costumbre que lo único que reciben a cambio es el prestigio del medio que los acoge. La ocasión exige montar un esquema de negocio que permita que a todos se les pague, desde lo administrativo y lo comercial hasta lo periodístico, partiendo de una tercera premisa: la pauta publicitaria no puede condicionar los contenidos.

Es aquí donde eldiario.es llega en nuestro auxilio con una entrevista a su director Ignacio Escolar, quien considera que “si el primer cliente es el lector, el periodismo gana”. ¿Qué significa esto? Que se trata de lograr que sea el “socio lector” quien pague por apoyar el proyecto, sin que por ello se le vaya a cerrar el contenido si no paga. O sea: el lector no paga para leer el medio, sino para que siga viviendo. (Ver entrevista).

Y con esto no estamos inventando el agua tibia, es el mismo modelo que comenzó a aplicar con rotundo éxito Noticias Uno desde que fue desplazado del Canal 1 y se pasó a Cable Noticias. Según La Silla Vacía, “con el apoyo de miles de usuarios ha recaudado a la fecha 1.178 millones de pesos”.

Dejo entonces estas ideas al garete, que se iban alargando más de la cuenta. Casi sin querer queriendo, no sobra mencionar que ya existe un medio virtual conocido como El Unicornio, que nació en octubre del año pasado con el mismo propósito de resistencia y en torno al cual quizá pudiera haber alguna confluencia de voluntades.

Dinos, Daniel y Daniel: ¿os resistiríais…?

DE REMATE: Según un estudio de la ONG Transparencia Internacional y publicado por el sitio web U.S. News, Colombia lidera el top 10 de los países más corruptos en 2020. (Ver noticia). Dice la información que “en los últimos tres años Colombia había ocupado los puestos 90, 96 y 99 entre 180 países. Sin embargo, en 2020 el país saltó al primer lugar”. Con esto les digo todo.

viernes, 10 de abril de 2020

Los secretos del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado




Está en venta el libro Los secretos del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado (Ícono Editorial, 207 págs.) de Jorge Gómez Pinilla, veterano escritor y periodista, hoy columnista de El Espectador.

Como en una película, el autor comienza por ubicarnos en la escena del crimen: un vehículo Mercedes Benz de placas BCE-578 que en la mañana del 2 de noviembre sale de la universidad Sergio Arboleda, dos sicarios que disparan al aire mientras otros dos acribillan al dirigente conservador, gente que huye despavorida, testigos que no olvidan rostros, un campero de placas LIW-033 ubicado muy cerca, que resulta ser la escolta del general Ricardo Cifuentes.

Un avezado investigador de la Fiscalía sigue el hilo cuyo punto de partida es ese vehículo militar con cuatro ocupantes en el lugar menos indicado. Vehículo que a su vez conecta al lector con un grupo de inteligencia que operaba en Santander, al mando de un coronel que en la V Brigada de Bucaramanga había actuado bajo las órdenes del general Cifuentes.

La tesis central sobre los autores intelectuales del magnicidio es coincidente con la que allí sostiene Myles Frechette, exembajador de Estados Unidos en Colombia durante el gobierno de Ernesto Samper: a Gómez Hurtado lo mandó matar un grupo de militares -unos activos y otros retirados- en alianza con políticos de ultraderecha, porque se había convertido en alguien que sabía demasiado y porque creían que su inmolación sería el puntillazo final para tumbar al presidente en ejercicio.

Pero el periodista y escritor no se queda allí, sino que explora en aquello que le da sentido al nombre del libro: ciertos secretos o pasajes ocultos de la investigación que la gente no conocía, como que además de Gómez Hurtado fueron asesinados otros dos hombres que también sabían demasiado, uno sobre el crimen y otro sobre la conspiración para tumbar a Samper: el general Fernando Landazábal y el académico Jesús Antonio Bejarano.

Gómez Pinilla también le hace seguimiento a la misteriosa desaparición del testimonio varias veces aportado al proceso por un exagente del grupo Cazador, Diego Edinson Cardona Uribe, de quien borraron todo rastro. No fue posible encontrar en el expediente una sola línea de sus copiosas declaraciones, pero el autor muestra como prueba de su existencia real una entrevista que concedió a la revista Semana.

Debido a la cuarentena que impide adquirir en librería Los secretos del asesinato de Álvaro Gómez, puede ser comprado entrando a cualquiera de estos dos enlaces, con envío a la casa del lector:




lunes, 6 de abril de 2020

Semana Santa, muerte y coronavirus: ¿cremación o entierro?




Cuando yo muera –y el día esté lejano- no quiero que mi cuerpo sea cremado. Es tan poco lo que aún se sabe sobre lo que pasa después de la vida, que la cremación podría representar un riesgo para el cadáver. Me explico: vamos a suponer que eso que llaman alma existe como ente espiritual independiente, y que se manifiesta mediante funciones humanas como el pensamiento racional, los sentimientos y las emociones, o la expresión artística. Y que cuando el cuerpo muere el alma no se desprende ipso facto, o sea cuando el corazón deja de latir, los pulmones de respirar y la sangre de circular, sino que se queda, digamos, un ratito más. Un rato que en la cronología post mortem podría representar 48 horas, dos semanas, un mes o el tiempo que el cerebro –para citar el más factible lugar de residencia del alma- se descompone por completo.

Es mera suposición, con el mismo peso científico que tiene imaginar que cuando morimos caemos en un sueño del que nunca se despierta, o que el difunto se va al cielo si se portó bien –o en su defecto al infierno. O que entramos en una sala de espera donde se define la clase de ser sobre el cual habremos de reencarnar. Todas las posibilidades están dadas, incluidas las que no caben en una estrecha mente humana con una edad evolutiva no superior a los 40.000 años, escasos ante un universo infinito y cargado de sorpresas, no accesibles a los mortales de un remoto planeta cuya vida individual difícilmente es superior a un breve siglo de existencia.

El peligro de la cremación reside en que, ante la casi absoluta ignorancia sobre lo que nos ocurre después de que las funciones vitales se extinguen, es factible que queden rezagos de vida espiritual cuyo desprendimiento del cuerpo puede demorar más de lo previsto, de modo que las llamas a una temperatura cercana a los 900 grados centígrados podrían no sólo achicharrar huesos y piel, sino provocar en el occiso una especie de dolor metafísico (imposible de comunicar a quienes quedan en el reino de los vivos), o frustren el tránsito a una forma de existencia superior -o inferior incluso- ajena en todo caso a la comprensión de una mediocre y limitada vida terrenal pedestre.

En la India es tradición milenaria la cremación de sus muertos y es uno de los países más atrasados del planeta. Esto ya da para pensar. Buda ordenó que su cuerpo fuese incinerado luego de morir, como en efecto hicieron sus discípulos en Kusinagara (hoy Nepal), la aldea donde falleció a la edad de 80 años. Cuenta la leyenda que Buda llevaba seis vidas anteriores, y que esa séptima habría de ser la última. Y una cosa es que incineren el cuerpo de un hombre que ha alcanzado en esta Tierra el culmen de su evolución espiritual, y otra que lo hagan con alguien que está comenzando su ciclo y al ser sometido a la pira funeraria le trunquen su tránsito a una nueva reencarnación, o las llamas le provoquen el dolor metafísico del que ya hablé. Y sin que haya a quién quejarse. ¿O sí…?

He traído a colación la muerte de Buda para hacer hincapié en que todo lo referente a una posible vida después de la vida es un tema que sigue envuelto en el misterio. Ahora bien, con la inhumación o entierro se asume un pequeño riesgo: que el cuerpo caiga en un estado de catalepsia mediante el cual cesen las funciones vitales y lo den por muerto y le hagan la velación y lo lloren y luego lo entierren, para despertar horas después atrapado en un ataúd y vivir la más aterradora de las pesadillas.

¿Cuánto tiempo podría soportar alguien encerrado en un ataúd entre el momento en que recupera la conciencia hasta el instante en que muere de nuevo? Depende de la cantidad de oxígeno en el lugar donde despierta, pues mientras menos posea, más breve será su tormento. Sin descartar que sea la misma asfixia la que despierte al cataléptico en su última morada, en cuyo caso el tormento sería más demoledor, pero menos duradero.

Conozco un caso real, que le ocurrió a una parienta lejana en mayo de 1940, por predios de San Vicente de Chucurí (Santander). Hubo un paseo al río del mismo nombre (Chucurí), y entre el grupo de paseantes asistió la que hoy sería tía abuela del suscrito, para la fecha cercana a la treintena, Zoraida Pinilla. Era una mujer bonita, de pelo rubio rizado y pecas graciosas regadas por cara y cuerpo, formada en un estricto ambiente religioso que espantaba a cualquier pretendiente, motivo por el cual permanecía soltera. No estaban ahí sus padres, que vivían en una finca cercana a Zapatoca. Pero sí asistían en calidad de tutoras tres tías suyas, quienes nunca se casaron porque prefirieron dedicar sus vidas a atender el negocio más próspero del pueblo, que crecía en la misma proporción en que afianzaban su devoción católica de misa y rosario diarios, y cuya única diversión conocida eran los paseos al río, con almuerzo de olla.

Al comienzo de la tarde de ese paseo sabatino, Zoraida y la tía Limbania (los dos nombre son reales) salieron a caminar para “bajar el almuerzo” por un camino que bordeaba el río, cerca de la corriente. Era época lluviosa, y en cierto momento Zoraida pisó una saliente de frágil barro y resbaló hasta el río, pero pudo sujetarse del pie izquierdo de la tía Limbania, quien a su vez alcanzó a agarrarse de unas ramas. Zoraida luchaba para no soltar el pie de la tía, mientras ésta pataleaba instintivamente tratando de zafar las manos que la arrastraban al río, hasta que la sobrina no resistió más y se soltó. Su cuerpo fue hallado hora y media después por tres pescadores que subidos a una canoa la buscaron río abajo, y puesto a la orilla del río sin que nada la cubriera, excepto su vestido de baño raído por el raudal y las piedras.

Cuando la sacaron y la tendieron sobre las piedras lisas que le daban remanso al río, nadie vio que el vientre o el busto de Zoraida se movieran al ritmo de la más leve respiración, pero sí fueron estremecidos por el impacto que en la orilla producía el cuerpo semidesnudo de una mujer de piel blanca y hermosa, en apariencia muerta pero quizá anhelante su boca de la boca de alguien que le practicara respiración artificial y la sacara del estado catatónico en que se hallaba, a través del cual quizá podía sentir y oír lo que ocurría a su alrededor pero no existía acto de voluntad posible que encontrara la debida recepción en el cerebro y le permitiera manifestarlo. Cuando le pregunté al pariente que me contó la historia por qué no hubo nadie que le diera respiración boca a boca, respondió que “eso no se usaba”.

Zoraida no tenía afecciones de salud y sabía nadar, pero se enfrentó a una corriente que su cuerpo grande no pudo resistir. Eso fue lo que pasó: el agua que tragó le generó una asfixia que paralizó sus pulmones y dejó el corazón trabajando a un ritmo imperceptible al oído, pero suficiente para mantener activo el cerebro con una mínima cuota de irrigación sanguínea, imperceptible al pulso.

Su cuerpo exánime fue llevado a la casa cural, donde fue depositado en un ataúd pedido a la única funeraria del pueblo. Hasta allá se desplazó un médico bisoño, recién graduado, que estaba de turno en el puesto de salud reemplazando al médico en propiedad, un doctor con más de quince años de experiencia, pero quien había tenido que abandonar su puesto de trabajo por una urgencia familiar. Cuando éste llegó al puesto de salud le contaron lo de la mujer ahogada, y que su remplazo había sido llamado a la casa cural para que expidiera el certificado de defunción. El médico en jefe quiso ir a cerciorarse, pero en el camino se cruzó con el inexperto galeno, quien le informó que ya había examinado a la occisa. Entonces el primero desistió de su intención, y se devolvieron juntos a su lugar de trabajo.

No es mucho lo que se sabe de la velación diferente a las letanías que le acompañaron toda la noche. Pero hay una anécdota, narrada por una testigo, que si hubiera sido tomada como señal habría salvado a Zoraida del tormento que padeció. En la mañana del día siguiente, una vecina se acercó a verla y manifestó que “está coloradita”. Sin resistir la curiosidad le tocó el rostro y agregó que “está calientica”. Pero el párroco le contestó que eso se debía a que “está haciendo mucho calor”.

Ella fue enterrada en una cripta del mausoleo que pertenecía a la familia Pinilla. Pasados siete años fueron por sus restos una de las tres tías (no era Limbania), el sepulturero y el obispo de San Vicente, el mismo que ofició la misa del funeral. Al levantar la tapa del ataúd descubrieron que el vidrio estaba roto, pero la mejor prueba de que la habían enterrado viva estuvo en que el cuerpo se hallaba bocabajo. Bastó una mínima inspección a la caja para constatar que tanto el velo que rodeaba el interior del ataúd como sus ropas estaban rasgadas, y presentaba fragmentos de astillas de madera en el cráneo y en el tórax descompuesto, así como en los huesos de las manos y en lo que quedaba de uñas, en clara huella de los desgarradores momentos que debió vivir, prisionera de un cofre blindado y apenas ajustado a su cuerpo, en medio de la oscuridad más espantosa.

Hoy es una suerte que la medicina obligue al médico forense a que sólo puede expedir un certificado de defunción cuando el cuerpo ha alcanzado el rigor mortis, caracterizado por el entumecimiento de músculos y piel y el endurecimiento de las articulaciones.

Por eso mismo, porque las posibilidades de ser enterrado vivo se han reducido y por los argumentos “metafísicos” que expuse atrás, a no ser que en un descuido imperdonable el coronavirus me matara, cuando muera -y el día esté lejano- espero se me brinde la dispensa de que mi cuerpo sea regresado a la misma tierra que me vio nacer.

No es un capricho, es el legítimo temor de un agnóstico a que la cremación nos achicharre el alma.

DE REMATE: Aquí entre nos, la historia de la pariente que enterraron viva ya la había contado en columna anterior. Pero en medio del encierro de una Semana Santa que conmemora la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, juzgué pertinente ayudar a los lectores de El Espectador a ocupar su tiempo libre con una reflexión algo extensa si se quiere, pero ligada a la ocasión.