No sé si sea cierto lo que dicen
por ahí, que en el idioma chino la palabra crisis traduce oportunidad, pero en
medio de la tormenta mediática y del más feroz matoneo al que he sido expuesto solo
me queda tratar de revertir la situación en esos términos.
La primera lección que saco es
que en Colombia reconocer un error es peor error que mantenerse en él, pues en
lugar de que la gente lo juzgue como un acto de nobleza, te caerán encima a
tratar de despedazarte.
¿En qué consistió mi error? En
que publiqué una columna en El Espectador donde, producto de una
investigación que adelanto para una “biografía no autorizada” sobre Rodolfo
Hernández, en medio de la calentura de la campaña electoral y preocupado por la
posibilidad de que seamos gobernados por alguien a quien considero
emocionalmente inestable, me adelanté a dar como cierto algo que todavía está
sujeto a verificación.
Entrando al terreno de lo
emotivo, lo primero a reconocer es que terminé por emparentarme con el objeto
de mi crítica, pues fue mi inteligencia emocional -o la ausencia de esta- la
que terminó por ganarle la partida a la inteligencia racional. Actué
precipitadamente y hoy estoy pagando las consecuencias, del mismo modo que el
señor Hernández estuvo pagando las consecuencias (electorales) de haber dicho que
“yo recibo a la Virgen Santísima y todas las prostitutas que vivan en el mismo
barrio con ella”. Hasta que reconoció el error en un video. Y que conste, no es
la única barbaridad que se le ha escuchado.
En todo caso, este al parecer ya
pagó su culpa y he de suponer que fue perdonado por las ofendidas beatas que
integran la Legión de María, pero me preocupa que en mi caso obró el efecto
contrario, pues no fue sino reconocer el error para que rodolfistas y uribistas
(y hasta centristas indignadas como Angélica Lozano) me cayeran en ánimo de
vindicta, como si me hubieran sorprendido violando a una monja o asesinando a
un hermano. Y digo esto último porque es como si quisieran ponerme a cargar con
el estigma de Caín en lo que me resta de vida y de carrera profesional.
No pretendo victimizarme, pero sí
conviene brindar claridad en que no he cometido ningún crimen. Quise tan solo actuar
con entereza de carácter y con responsabilidad ética al pedir a El
Espectador que retirara mi columna, y lo que obtuve a cambio fue una
especie de lapidación pública, como las que practican en el Islam contra una
mujer infiel.
Esta reflexión apunta entonces a
preguntarme si quizá el error estuvo en reconocer el error, en lugar de
justificar el texto sobre consideraciones como que en más de una ocasión quise
entrevistar al personaje aludido para que diera explicaciones y nunca las dio,
o que allí tan solo narré los pasos que di en busca de confirmar o negar si
Juliana Hernández estuvo o no recluida en esa institución psiquiátrica, sin haber
acusado a nadie ni hacer señalamientos personales. Que pude haber sacado
conclusiones no comprobadas, es cierto, y fue eso lo que decidí reconocer.
¡Pero tampoco es para que me
estén tratando como al peor de los criminales! ¿Acaso sobredimensioné el error
cometido, culpabilizándome hasta el punto de dar papaya para el más feroz
matoneo? Es posible.
Reitero que el motivo básico por
el cual pedí el retiro de la columna fue para no causarle ningún daño a El
Espectador, donde escribo desde febrero de 2015. Ahora bien, es también mi
obligación sostenerme en algo que allí dije: lo que debería ser una información
reservada a la familia por lo que significa el dolor del secuestro y
desaparición de un ser querido, saltó a la luz pública no por indebida
intrusión de los medios y periodistas que se han referido al suceso, sino por
las contradicciones en las que el mismo Rodolfo ha caído. Cuando se lanzó a la
alcaldía de Bucaramanga sostuvo que había sido plagiada por las Farc, y tras
lanzarse a la presidencia cambió su versión y pasó a decir que fue el ELN, algo
que ese
grupo desmintió.
También me sostengo en que ahí no
para el rosario de incoherencias, pues en días recientes sumó otra cuando le
dijo a Univisión que “después de 17 años de estar buscando, dimos ya con unas
informaciones que nos dijeron que hacía poquito la habían matado, le pegaron un
tiro aquí en la frente’’. Como dije para ese medio, si cree que le pegaron un
tiro cae en una nueva contradicción, pues no podría pedir que la definan como
desaparecida sino como víctima de homicidio. (Ver informe
de Gerardo Reyes).
Sea como fuere, siempre he
procurado actuar con rigurosidad en el manejo de mis fuentes, y en esto me
reconocen como un periodista serio, que desarrolla un ejercicio genuino de
búsqueda de la verdad. Pero “al mejor panadero se le quema el pan”.
Ya para terminar, esperaría de
mis lectores su comprensión o benevolencia en lo hasta aquí expuesto,
prometiendo enmendar mis errores en función de ser cada día mejor, menos
explosivo y más autocrítico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario