lunes, 24 de febrero de 2014

Con licencia para matar, injuriar y confundir


El sentido común nos advierte que no puede haber persona con cinco dedos de frente que se atreva a defender a quien en su condición de comandante de las Fuerzas Militares –la más alta dignidad dentro del Ejército- le dijo al coronel Robinson González del Río, detenido por crímenes de lesa humanidad mal llamados falsos positivos: “hagan una mafia para denunciar fiscales y toda esa güevonada".

Pues aunque usted no lo crea, esa persona sí existe, y ostentó a su vez la más alta dignidad a que se puede aspirar: la de Presidente de la República de Colombia. Estamos hablando por supuesto de Álvaro Uribe Vélez, y esto fue lo que dijo el pasado viernes 21 de febrero durante correría electoral por El Carmen de Bolívar: “(Santos) juega con el honor de las Fuerzas Armadas; así como jugó con el honor del general Barrero, también ha jugado con otros generales”.

Aquí hay una aberrante deformación de la realidad que requiere ser denunciada, pues es obvio de toda obviedad que quien deshonró la alta majestad de su cargo fue el general Barrero al proponerle a un reo de la justicia crear estructuras mafiosas para atacar precisamente a los encargados de administrar justicia, o sea que no tiene asidero alguno pensar que por haberlo retirado, Santos lo deshonró.

Con dicha declaración Uribe pretende poner de su lado no sólo al sector ‘mafioso’ del Ejército sino a toda la oficialidad, cuando dice que además de Barrero “también ha jugado con otros generales”. Esto –además de configurar eventual delito de injuria- tiene un claro propósito subversivo y desestabilizador, pues apunta tanto a quebrantar las instituciones como a minar la moral de las tropas, en la medida en que siembra la desconfianza en su Comandante en Jefe.

Lo asombroso es que ni la opinión pública ni el mismísimo presidente Juan Manuel Santos parecen percibir la magnitud de tan perverso propósito, como si todavía estuviéramos padeciendo los efectos del cloroformo mediático aplicado durante ocho años de Seguridad Democrática. Sea como fuere, es importante prestarle atención al modo reiterado en que Uribe viene posando de defensor a ultranza del supuesto honor ultrajado del estamento militar, pues allí podría estar germinando la semilla de su propia destrucción.

Si se quisiera encontrar un hilo conductor entre el coronel González y el defenestrado comandante de las Fuerzas Militares, salta como liebre tras la espesura el tema que ya se mencionó arriba: los falsos positivos. Según la Unidad Nacional de Derechos Humanos de la Fiscalía General (El Espectador, febrero 19 de 2014) actualmente son investigados 4.173 militares por su presunta participación en más de 3.000 ejecuciones extrajudiciales. De estos casos 401 son oficiales, 823 son suboficiales y 2.908 eran soldados cuando ocurrieron esos crímenes.

Es tan alto el número de acusados, que parece concederle la razón al informe de las Naciones Unidas que con fecha mayo 25 de 2010 habló de “un patrón que se fue repitiendo a lo largo del país”. Así las cosas, no resulta creíble escudarse en que se trató de casos aislados o de “manzanas podridas”, pues se hace incomprensible que nadie en ninguna brigada hubiera percibido el hedor que expelía tal cantidad de frutas en descomposición, o que en caso de haberse detectado no se hubieran aplicado correctivos.

Más sorprendente aún es la actitud que ha mantenido el expresidente Álvaro Uribe, quien al momento del destape de los falsos positivos revirtió la culpa sobre las víctimas (“esos muchachos no estaban recogiendo café”), y desde entonces no solo ha querido minimizar la magnitud de semejantes prácticas genocidas, sino que nunca ha dejado de insistir en que sus autores son “héroes de la patria” y “perseguidos por la Fiscalía”.

Lo revelador –en coincidencia con Uribe- de las conversaciones entre el coronel González y el general Barrero, es que cuando se habla de montar una mafia para denunciar fiscales lo que se pone en marcha es una persecución sistemática contra la Fiscalía, a modo de asegurar la impunidad de las acusados, como en la práctica se ha visto.

Si de coincidencias se ha de hablar, llama también la atención que –según las conversaciones reveladas por La FM de RCN- la misma jueza Carmen Johanna Rodríguez que liberó a Luis Carlos Restrepo era la que le hacía los “cruces” al coronel González y en cada conversación le mandaba apasionados "besitos" y lo trataba de “su señoría”. Esta, digámoslo sin ambages, era dentro del aparato judicial la ‘ficha’ que tenía el aparato militar para garantizar que el oficial se moviera a sus anchas tras el objetivo de torcerle el cuello a la justicia.

No entraremos a dilucidar una tercera coincidencia, como es que cuando la jueza citada le levantó la orden de detención al excomisionado Restrepo (acusado ya no de falsos positivos sino de falsas desmovilizaciones) se logró el propósito de torcerle el cuello a la justicia. A donde queremos apuntar es a que en todo este entramado de cosas raras generadas desde el estamento militar, que huelen a ‘olla podrida’ e incluyen chuzadas hasta a conversaciones privadas del presidente Juan Manuel Santos, un único beneficiario sale a relucir: Álvaro Uribe Vélez.

Si con lo de los falsos positivos los oficiales al mando de las distintas brigadas se creían con licencia para matar a jóvenes indefensos “a lo largo del país”, con sus actuaciones y declaraciones el expresidente Uribe hoy se sigue creyendo con licencia para injuriar a todo el que se le atraviese. Y para confundir, por supuesto, pues es el único recurso que le queda para asegurar la impunidad de unos acusados que, en caso de que las cosas no les salgan como pretenden, podrían abrir la boca.

Este es, entonces, el motivo por el cual los centenares de oficiales detenidos por falsos positivos siempre han gozado de tantos beneficios y gabelas en sus sitios de reclusión: porque donde lleguen a hablar, a su otrora todopoderoso ex Comandante en Jefe se le viene la estantería al piso.

A lo que más le teme Uribe, en últimas, es a que se conozca la verdad.

martes, 18 de febrero de 2014

El Polo del padre Chucho




En días recientes el candidato a la Cámara por el Partido Conservador, Ricardo Quintín, se ganó un airado rechazo en las redes sociales por cuenta de un afiche que sacó al día siguiente de la muerte de Fernando González Pacheco, con el claro propósito de promover su aspiración electoral. Fue comprensible la reacción que provocó tan ramplona muestra de oportunismo, pero no es la única vez que se presenta, y lo sorprendente es que en casos similares el asunto no ha tenido mayor trascendencia.

Entre esos está algo que llegó a los medios de comunicación como boletín enviado por la oficina de prensa de la también candidata a la Cámara, Deisy Katherin Silva, hija del concejal Venus Albeiro Silva y aspirante a nombre del Polo Democrático Alternativo (PDA), un partido al que supuestamente ubicábamos en la izquierda del espectro político, pero en lo que al parecer estábamos equivocados, si nos atenemos a la información recibida.

Para quienes no lo saben, Venus Albeiro Silva es un concejal reconocido como el cacique electoral de Bosa -una de las zonas más deprimidas de Bogotá-, quien se ha enriquecido contratando con el Distrito a través de fundaciones ligadas a su entorno familiar, y tiene un predio con valor catastral de 862 millones de pesos que fue desembargado con documentos falsos, pero que la Secretaría de Educación le tomó en arriendo por 34 millones de pesos mensuales.

En el boletín aludido se dice que “El padre Chucho apoya candidatura de Katherin Silva”. Hasta ahí todo bien, pues Jesús Hernán Orjuela –que es su nombre real, no el artístico- está en su derecho de apoyarla. Pero entre las fotos enviadas se destaca una donde arriba se lee “La izquierda con el padre Chucho”, en la que aparecen la precoz candidata y su patrocinador delante de un cuadro inmenso con la imagen del papa Juan Pablo II. Y la pregunta de rigor aflora: ¿cuál es la izquierda que está con el padre Chucho, la del PDA o la izquierda que dice encarnar Deisy Katherin?

En la misma escala de Quintín con Pacheco, para el caso de Silva y el padre Chucho el aprovechamiento de su imagen también es oportunista e indebido, y más sabiendo que al cura Orjuela en ningún momento de su agitada fama se le ha visto asumir posiciones de izquierda, sino todo lo contrario: se enfrentó a la Defensoría del Espacio Público por unas misas ruidosas en un parque, y le mandó decir al alcalde Gustavo Petro que él solo le obedece a Dios.

La única diferencia –en cuanto a utilización política- entre Pacheco y el padre Chucho radica en que al primero lo querían aprovechar por muerto, mientras al segundo lo quieren aprovechar por ‘vivo’.  Sólo que entre Katherin y el clérigo la utilización es biunívoca, pues este último ya anunció su intención de remplazar a Petro y que “si el Obispo me dijera Chucho ayudemos a esta ciudad, pero sigue siendo cura, yo lo hago. Me voy de alcalde”.

Ahora bien: si el Polo Democrático aboga por un Estado laico y ajeno a interferencias del poder eclesiástico, ¿qué hace dándole el aval a una candidata que afirma que “se trata de una bendición para llegar a la Cámara de Representantes”? ¿Así que no fue por haber hecho méritos políticos y ciudadanos, sino porque recibió una bendición divina, al mejor estilo María Luisa Piraquive? Es aquí donde dirigentes de izquierda como Clara López o Jorge Enrique Robledo deberían pronunciarse en torno a si cohonestan con este aprovechamiento impúdico de una imagen mitad religiosa y mitad farandulera, y política sólo en términos de conveniencia.

El llamado es también para la Iglesia Católica, pues conviene recordar que recién nombrado, el cardenal Rubén Salazar le dijo a Semana.com que “a Dios gracias no tenemos ya el poder político, a Dios gracias no tenemos el poder económico, a Dios Gracias no tenemos ese tipo de poder. Nuestro poder está en el poder de la verdad”.

Si del poder de la verdad se ha de hablar, falta ver entonces si el Polo tomará cartas en el asunto o si tratará de pasar agachado, teniendo en cuenta lo necesitado que está de votos para pasar el umbral, así sean votos de devotos al padre Chucho. Y está por verse además si la curia le permite a un sacerdote henchido de vanidad y egolatría ser candidato a remplazar a Petro, y si en tal caso su candidatura sería a nombre del… ¿Polo Democrático?

De todos modos, sea que las directivas de ese partido se pronuncien o no frente a esta evidente muestra de oportunismo religioso-electoral, o que al astuto padre Chucho le den permiso para convertir su púlpito en tribuna política, o que el abusador (en lo político) Venus Albeiro logre ‘coronar’ la meta impuesta a su hija, debería darles vergüenza.

Vergüenza ver a una joven utilizada por su avaricioso padre, mientras ambos utilizan a un cura famoso para atraer votos, quien a su vez utiliza a padre e hija para airear su nombre a la alcaldía.

Vergüenza porque, si el agua ya estaba sucia, ha llegado esta gentuza a ensuciarla aún más.

DE REMATE: Un caso de utilización política unívoca es el que se presenta entre ‘Pachito’ Santos y Álvaro Uribe, quien por haberlo nombrado su vicepresidente ahora le toca tragarse todos los días semejante sapo. Uribe no hace sino demostrarle de todas las formas posibles que no está dispuesto a tropezar dos veces con la misma piedra, pero este ni se da por enterado.

lunes, 10 de febrero de 2014

¡Se arrechó Pachito!




"Soy como la mayonesa en un sándwich”.
Francisco Santos Calderón

Por las redes sociales circula una irreverente aunque acertada interpretación en forma de meme, sobre lo que hoy ocurre entre Francisco Santos y Álvaro Uribe. En la misma foto del evento del pasado 6 de febrero donde Pachito anunció su retorno al redil uribista, se le ve sonriente de oreja a oreja, mientras a su izquierda el expresidente aparece pensando: “A este bobo no se lo espanta ni echándole agua caliente”.

La frase es muy de la usanza antioqueña, de esas que le suelta la matrona paisa al niño hiperactivo que vive agarrado de su falda, y refleja una realidad tragicómica para el uribismo, pues por mucho que intentaron hacerlo a un lado, Pachito aprovechó el desplome de la candidatura de Óscar Iván Zuluaga para meterse de nuevo en la colada.

Otra foto reciente muestra a quienes en algún momento fueron los cinco ‘fusibles’ que tuvo Uribe en su carrera hacia la reconquista de la presidencia, de los cuales cuatro ya se le han fundido (ver foto). Pacho Santos debió percibir que se estaba quedando definitivamente por fuera y se arrechó, como dicen en el Santander de su tatarabuela Antonia Santos. Y decidió volver al ruedo, solo que lo hizo como el hijo malcriado que se cuela en una reunión de grandes sabiendo que su presencia es inoportuna, pero no le importa porque su papá es el dueño de la casa.


Hay quienes dicen que Pachito está pensando en que “a falta de pan, buenas son tortas”. En otras palabras, que a falta de presidencia uribista contemplaría una eventual candidatura a la vicepresidencia, pero no de Óscar Iván Zuluaga (¡por supuesto!) sino de Martha Lucía Ramírez. En este contexto es irrefutable que hoy le hace fuerte campaña a la dirigente conservadora, en lo que constituye una carga de profundidad contra el candidato de su propio partido y en últimas contra el proyecto político de su jefe, pero nadie puede impedir que así ocurra. Es lo que se llama ‘pescar en río revuelto’.

En referencia a la primera foto (la del agua caliente), resulta pertinente preguntarse si la presencia de Pacho Santos en ese evento de Suba fue de puro espontáneo, o si lo acordó con el expresidente Uribe. Según la activa tuitera Emma Flood, “el regreso estaba preparado porque ¡oh casualidad!, OIZ no estaba ahí”.

Ahora bien: ¿fue Uribe el que llamó a Pachito a pedirle que regresara a sus filas, o fue este quien le dijo “jefecito, aquí está su soldado, por favor no me deje por fuera”? Eso nunca se sabrá, pero nuestras antenitas de vinilo reportan que pudo ser lo segundo, porque con o sin la presencia de tan intenso y folclórico personaje, la nave uribista terminará indefectiblemente virando a estribor, hacia una estrecha alianza con el Partido Conservador. Y Pacho quiere estar ahí, a la hora del campanazo.

Sea como fuere, algún uribista sensato (que los hay, así suene a oxímoron) debería invitarlo a reflexionar si no será que se está metiendo a los codazos en el lugar equivocado, donde no lo quieren, como lo demostró la convención del UCD de la que lo sacaron ‘de taquito’, aunque él insista –contra evidencia- que todo ocurrió a espaldas de su muy admirado y nunca bien ponderado jefe Álvaro Uribe.

Un asunto que ayudaría a resolver el intríngulis sería saber si fue él quien en 2002 le pidió la vicepresidencia a Uribe, o si fue este quien se la ofreció. En el libro Rebelde con causa, que Francisco Santos editó a las volandas el año pasado (aunque esa platica se perdió), su patrón dice en el prólogo: “Un sábado temprano, antes de emprender alguna de las giras de la campaña, me llamó la doctora Alicia Arango Olmos, para alterar la agenda e introducir una reunión inmediata con Pacho. Quedó definido que sería el candidato a la vicepresidencia”. Y Pacho en la página 103 cuenta al respecto: “Me preguntó que cómo me parecía Mauricio Rodríguez, que qué tal juan Lozano, le di mi opinión, y en algún momento me dijo: ¿A usted le gustaría? Y le dije: “Sí”.

Por esos días se sabía que Uribe buscaba un bogotano como fórmula a la vicepresidencia (ya se la había ofrecido a Eduardo Pizano) para abrirse espacio político en esos conventículos de la oligarquía santafereña que tanta desconfianza le producía, y lo que dicen fuentes bien informadas es que el exjefe de redacción de El Tiempo se le fue hasta la oficina para que, cumplido el primer requisito que buscaba, lo tuviera en cuenta. Es sabido además que en un momento de ofuscación, por allá en 2007, al entonces presidente se le escapó que Pacho le había pedido ese puesto.

Hoy Francisco Santos con su relamida obsecuencia y su pose de lacayo pretende hacerle creer a Uribe que él no es portador del ADN Santos, el mismo del que le pidió el Ministerio de Defensa y a lo que tampoco pudo negarse, porque fue Juan Manuel quien le organizó y le puso a marchar el Partido de la U para abrirle el camino a su reelección.

Pero no es fácil que eso ocurra (que Uribe olvide tan riesgoso origen y parentesco), menos si Pachito sigue diciendo cosas tan irreflexivas e inmaduras como que Uribe es “un gigante al que lo rodean personas muy pequeñas”, o que “soy una persona de inmenso carisma”, ubicándose así cual Gulliver a la misma altura de su jefe, de modo que quienes acompañan a ese par de colosos pasan a ser una recua de insignificantes liliputienses.

Y nadie se atreve a decirle “¡por qué no te callas!”, por una razón de peso: porque Pachito posee un inmenso capital político, representado en que nadie ha registrado mejor que él en las encuestas de opinión para remplazar a Uribe. Y es por eso –solo por eso- que a la plana mayor del uribismo le toca tragarse todos los días semejante sapo.


Twitter: @Jorgomezpinilla

martes, 4 de febrero de 2014

¿Votar en blanco? Sí, pero todavía no


  


No pudo surgir en peor momento el fortalecimiento del voto en blanco como opción electoral, porque terminará por favorecer a los corruptos y le hará más difícil la brega al voto de opinión, o sea a los candidatos que sí sirven y que podrían ayudar a renovar el Congreso.

En las condiciones actuales el voto en blanco juega el papel de idiota útil para dos clases de políticos, que son quienes conforman la mayoría: los senadores o representantes actuales que para hacerse reelegir solo requieren aceitar una maquinaria ya montada de favores y promesas, y los ‘primíparos’ que disponen del dinero o el patrocinio suficientes para comprar los votos, aupados por dineros oscuros o por personajes de dudosa procedencia.

A esta clase de políticos no solo les importa un bledo lo que pase con el voto en blanco, sino que los beneficia, porque ya tienen su clientela amarrada (audiencia cautiva, que llaman) y todo voto que no va por ellos tampoco se deposita por sus competidores, o sea que le resta fuerzas al voto libre y permite que se mantengan “los mismos con las mismas”.

Habría que diferenciar de todos modos la elección legislativa de la presidencial, porque lo esperado sería que el triunfo mayoritario del voto en blanco invalidara una determinada lista de candidatos y les impidiera presentarse a la siguiente cita electoral. Y, ¿quién no ha soñado con ese castigo? Pero el único que en la práctica podría salir perjudicado sería el presidente Juan Manuel Santos, y de carambola el proceso de paz, lo cual será tema para próxima columna.

Hay quienes como Gustavo Bolívar creen que el momento está ‘pulpito’ para que en la próxima elección a Senado y Cámara se imponga como mayoría el voto en blanco, de modo que haya que barajar de nuevo, como lo establece la Ley 1475 sobre la Reforma Política. Pero no han tenido en cuenta que uno es el papel que desempeña el voto albo en las elecciones legislativas, y otro en las presidenciales.

Según el artículo 9 del Acto Legislativo 01 de 2009, “deberá repetirse por una sola vez la votación para elegir miembros de una corporación pública, gobernador, alcalde o la primera vuelta en las elecciones presidenciales, cuando del total de votos válidos los votos en blanco constituyan la mayoría. Tratándose de elecciones unipersonales no podrán presentarse los mismos candidatos, mientras que en las corporaciones públicas no se podrán presentar a las nuevas elecciones las listas que no hayan alcanzado el umbral“. ¿Y quiénes son los que no podrán alcanzar el umbral? Pues los candidatos de opinión, los partidos minoritarios y los grupos significativos de ciudadanos.

Sumémosle a lo anterior que los mayores índices de abstención (promediando el 60 %) se presentan precisamente en las elecciones legislativas, y que la mayoría de quienes anuncian en las encuestas que votarán en blanco ese día se quedan en su casa, por la más sencilla de las razones: porque les da pereza salir a votar.

Si la anulación de la elección se diera porque la del voto en blanco fuera la lista más votada, vaya y venga. En este caso bastarían unos tres millones de sufragios rebeldes, considerando que en la elección de 2010 la lista más votada, la del Partido de la U, obtuvo 2.792.944 sufragios. Pero lo que la ley determina es que solo se repetirá la elección (sin que puedan presentarse de nuevo los mismos candidatos), cuando del total de votos la mitad más uno corresponda al voto en blanco. Y si la vez pasada hubo un total de 10’588.261 votantes, esto significa que para hacer borrón y cuenta nueva en el Congreso, se necesitarían ya no tres sino unos seis millones de votos.

¿Cuándo será posible entonces sacar del Congreso a esa manada de pícaros que en su mayoría se da vida de reyes a costa del erario público y legisla para satisfacción de sus mezquinos intereses? Pues muy fácil: cuando del mismo modo que existe la obligación de pagar impuestos, ¡también el voto sea obligatorio!

Es cierto –como he dicho en ocasiones anteriores- que una democracia ideal se sustenta en que el ciudadano tenga el derecho de abstenerse de votar, pero la nuestra es una democracia imperfecta, o imperfectísima, para perfeccionar la idea. Es por ello que el voto obligatorio podría imponerse de manera transitoria, como una medida pedagógica de cultura ciudadana, cuyo mayor beneficio sería que por fin se sabría qué es lo que quiere la gente.

¿Por qué entonces tanta sospechosa sobadera con lo del voto en blanco en la próxima elección, si a quienes realmente perjudica es a los candidatos que aspiran a renovar los cuerpos colegiados? ¿Y por qué ningún partido o movimiento político impulsa el voto obligatorio, a sabiendas de su conveniencia democrática? En parte porque sería cuchillo para su propio pescuezo y en parte por la inutilidad de siquiera sugerirlo, pues se concibe como utópico que los congresistas vayan a aprobar una ley que terminaría por perjudicarlos.

El único político tradicional al que le he escuchado proponer el voto obligatorio –y no ahora, sino desde el gobierno de Ernesto Samper- es a Horacio Serpa. Pero como una golondrina no hace verano, tocará esperar a convencer a los promotores del voto en blanco de la necesidad de que primero se imponga el voto obligatorio, como medida de choque que impida que el poder siga siendo usufructuado por los mismos que para hacerse elegir y reelegir les basta con aplicar la ley… del mínimo esfuerzo.

De donde se concluye que el voto en blanco es importante como expresión de protesta, pero después de llevar al Congreso a gente que impulse urgentes medidas de saneamiento democrático, entre ellas el voto obligatorio.


Y por último: el muy farandulero Gustavo Bolívar cayó en flagrante contradicción cuando dijo que “si no estuviera haciendo campaña por el voto en blanco, votaría por Ángela Robledo”. ¿Cómo así? ¿No dizque el voto en blanco es para cuando no hay por quién votar? ¿Dónde quedó su coherencia política?