lunes, 27 de enero de 2020

Petro debería reinventarse




A Gustavo Petro la derecha está tratando de crecerlo, y en esa tarea cumplen eficaz papel la periodista uribista Vicky Dávila y sus jefes de Semana: mientras en lo editorial la revista le da palo (ver ilustración), ella le hace condescendientes entrevistas con una frecuencia que ya se torna sospechosa.

¿Por qué hacen algo que parecería contrario a sus intereses? Porque están convencidos de que Petro es portador de un alto grado de toxicidad, y en tal medida lo alientan como elemento disociador, rol que él mismo contribuye a fortalecer con su discurso beligerante, profundizando así la brecha cada día más irreconciliable entre el centro y las fuerzas de izquierda: en una orilla Petro, en la otra todos los demás: Claudia López, Fajardo, Robledo (Jorge y Ángela) Sanguino, Navarro, Lucho Garzón, De Roux, Angélica Lozano, Goebertus, etc.

En medio de tan enrevesado panorama, las viandas quedan servidas para que de nuevo se cuele la derecha siniestra, la cual por un lado practica “el divide y vencerás” y por otro perfila como su más seguro “servidor” al pintoresco y dinámico Alex Char, conspicuo representante del poderoso clan Char de la alegre Curramba.

Así las cosas, la derecha sigue empeñada en que a Petro se le identifique como un nuevo Álvaro Gómez Hurtado, tres veces infructuoso candidato a la Presidencia, por quien solo votaban los conservadores y el resto del país votaba contra él.

(Y aquí un paréntesis: a Gómez Hurtado lo mataron sus aliados cuando dejó de serles útil y se convirtió en un hombre que sabía demasiado, como explico en libro que lanzaré en la FILBO 2020, Los secretos del asesinato de Álvaro Gómez).

Volviendo a Petro, podríamos aplicarle el refrán según el cual “al árbol que da más frutos es al que le tiran piedras”. No creo incurrir en error si afirmo que el suyo es el mejor programa de gobierno, y el subpresidente Duque con sus permanentes torpezas no hace sino proyectar sobre su más enconado rival todos los reflectores. Ahora bien, Petro a su vez pareciera incurrir en error cuando se le ve dedicado más a restar que a sumar fuerzas, casando peleas con todo el que se le atraviese, en plan de ¡muera yo con los filisteos!, como le pasó a Sansón.

Cuando digo desde el título de esta columna que Petro debería reinventarse, sugiero que en lugar de andar de picapleitos podría estar tendiendo lazos de unión, en armonía con los vientos de paz y reconciliación que afloraron desde que las Farc depusieron sus armas. Contrario a esta tendencia, se le ve aplicando la consigna marxista de agudizar las contradicciones, pero ya no con el enemigo de clase sino con quienes en apariencia deberían ser sus aliados, como los recién posesionados alcaldes de Medellín y Bogotá, quizá “apostándole al fracaso de las opciones independientes que han surgido en las elecciones territoriales, a que esas expectativas se frustren y agudicen la polarización que vive el país”, según interesante criterio del abogado y politólogo Ernesto Borda.

A título personal diría que me gustaría ver a Gustavo Petro convertido en presidente, pues creo que él encarna el verdadero cambio o revolcón estructural que requiere el país. En alguna columna anterior dije que “entiendo el temor de (Daniel) Coronell a una eventual presidencia de Petro por los desaciertos que mostró como ‘gerente’ de Bogotá, mientras que mi temor es por su dificultad para trabajar en equipo. Pero a diferencia de Coronell, yo sí estaría dispuesto a jugármela por Petro frente a Duque, luego de elevar mis oraciones al Altísimo para que haya superado su síndrome de caudillo y entienda que hay gente dispuesta a aportarle, y si acepta que él también puede equivocarse”. (Ver columna).

No es posible olvidar que Petro fue alcalde de Bogotá gracias a la coalición de la que formaron parte amigos suyos como Antonio Navarro, Carlos Vicente de Roux, Daniel García-Peña o Guillermo Alfonso Jaramillo, pero ya posesionado no pudo entenderse con ninguno de ellos. Eso es lo que quienes queremos verlo de presidente, esperaríamos que ya hubiera superado. Inclusive nos tomaríamos el atrevimiento de sugerirle que tuviera su propio J.J. Rendón (o sea un asesor estratégico de imagen) que le recomiende desde cosas en apariencia baladíes como usar una vestimenta más atractiva para el grueso público, o mirar a su interlocutor a los ojos antes que de soslayo, hasta mejorar la redacción de sus trinos.

Gustavo Petro Urrego es al día presente el legítimo poseedor de los 8’040.449 votos que obtuvo en la segunda vuelta, mientras que a Duque no le deben quedar ni tres millones de los 10’398.689 que obtuvo en esa misma elección.

Lo deseable entonces sería que, en lugar de dilapidar tan importante capital político en reyertas improductivas y desgastantes, Petro se dedicara a cuidar esos ‘ahorritos’. En otras palabras, que si de verdad quiere ser el próximo presidente de la República y no quedarse en el papel de eterno opositor respondón, se impusiera como tarea mostrar más talla de estadista que de rufián de esquina.

DE REMATE: Más dudas que certezas quedan tras la grave denuncia que publicó El Espectador el lunes 27 de enero, de donde parece colegirse que los exguerrilleros que fueron abatidos por la Policía porque supuestamente iban a atentar contra ‘Timochenko’, habrían sido previamente torturados y asesinados en circunstancias de lugar y tiempo diferentes, para luego presentar sus muertes como el resultado de un exitoso -aunque en realidad falso- positivo. (Ver denuncia).

lunes, 20 de enero de 2020

Petro o Fajardo: ¿Claudia entre dos amores?




Pese a que la arena política nacional muestra dos tendencias antagónicas -el uribismo y los demás- en la orilla antiuribista hay una pelotera tan enconada entre sus dirigentes, que en la práctica responde complaciente a la consigna “divide y vencerás”, atribuida al emperador romano Julio César: divide et impera.

De todos modos, la consigna pareciera más bien del orden maquiavélico, pues resume la estrategia con la que muchos líderes o gobernantes logran imponerse sobre sus rivales, consistente en indisponer a los unos contra los otros.

Maquiavélico es por ejemplo el lanzamiento precoz de Jorge Robledo como candidato a la presidencia, a tres años de la elección, porque no lo abriga propósito diferente al de ahondar la división en las filas de la centro-izquierda, justo cuando acaba de mostrarse partidario de la salida de Uber de Colombia, en sorprendente coincidencia con el gobierno de Iván Duque.

Robledo no da puntada sin dedal, pues del mismo modo que Duque saca a Uber del mercado para que el gremio de los taxistas no se una al paro, a Robledo le sirven esos votos en sus aspiraciones futuras, sea una eventual reelección al Senado o su candidatura presidencial, la cual de todos modos nació en modo coitus interruptus. (Ver video de Robledo con taxistas).

Pero ahí no paran las coincidencias con el uribismo, porque a su aspiración Robledo la bautizó con el rimbombante nombre de Gran Pacto Nacional, lo cual de inmediato nos remite a la Gran Conversación Nacional que Duque se inventó para embolatar las exigencias del Comité del Paro. Coincidente con el uribismo fue también su rechazo en 2016 al impuesto a las bebidas azucaradas, tan llamativo que Semana tituló Gaseosas logran lo imposible: poner de acuerdo a Robledo y Duque (ver noticia).

Para entender por qué la candidatura de Robledo encarna ante todo un propósito divisionista, basta aplicar regla de tres: Robledo apoyó a Claudia López a la alcaldía de Bogotá, quien a su vez apoyó (y sigue apoyando) a Sergio Fajardo a la presidencia; de otro lado, el mismo Robledo en 2018 declinó su candidatura para apoyar a Fajardo, y en la segunda vuelta coincidió con este en lo del voto en blanco. ¿Por qué entonces ahora pretende atravesársele a Fajardo e ir en contravía de su “socia” política, quien el día de su lanzamiento a la alcaldía -acompañada de Robledo- alzó el brazo de Fajardo para señalarlo como “el futuro presidente de Colombia”?

Porque quiere sembrar más división de la que ya hay, porque necesita producir un fuerte ruido mediático que perjudique la aspiración de Petro, porque pone su granito de arena para impedir que Petro hacia 2022 siga creciendo, como en efecto ocurre gracias a que el creciente desprestigio del subpresidente Duque terminó por darle la razón al programa de gobierno que el candidato de la Colombia Humana expuso durante su campaña. Programa que, si Fajardo con sus votos hubiera decidido apoyar, habría impedido el regreso de la bestia; pero prefirió ser egoísta y mezquino (como hoy Robledo) y gran parte de sus votos se fueron para Duque.

Hablando de la división que ya hay en el ala antiuribista, genera cierto desconcierto la oposición radical que el petrismo ha desatado contra la recién posesionada Claudia López, pues tiende a concederles la razón a quienes creen que para Petro todo el que no está con él… es uribista. (Ver trino de Daniel Coronell al respecto).

Como ya se sabe -hasta la saciedad- hoy el eje del desacuerdo entre Claudia López y Petro es el metro. En este contexto cito a una pluma lúcida, la de Enrique Santos Molano, cuando pone así los puntos sobre las íes: “Como López ganó la elección, y la suma de los tres candidatos (Claudia, Galán y Uribe) que apoyaron en sus programas el Metro Elevado (ME) arrojó el 81.25% contra el 13% del candidato Morris, defensor del Subte, podría decirse que una gran mayoría de ciudadanos se mostró favorable al ME”. (Ver columna).

Luego trae a cuento la abstención, superior al 50 por ciento, con la que quizá trata de equilibrar las cargas hacia el petrismo, pero lo que hay en el fondo es la invitación a Petro y a Claudia de parte de un hombre sensato y ecuánime, a bajarle a la beligerancia mutua (“a Petro y a Hollman no les gusta el metro elevado porque no es el de ellos”), convencido él de que “deponer las animosidades entre dirigentes, afines por su sentido progresista de la política y por su humanismo, marcará el inicio de una nueva era de prosperidad y progreso en la capital”.

En lo atinente al tema específico del metro, el columnista considera que “Incluir a la ciudadanía, bien informada en la decisión de cuál es el metro que debemos construir, sería lo que corresponde en una sociedad democrática”. Pero el mensaje subyacente es a que se tiendan lazos de acercamiento entre Claudia y Petro, no de confrontación, y entre los considerandos estaría que en la segunda vuelta la hoy alcaldesa de Bogotá, contrariando al tibio Sergio Fajardo y al sectario Jorge Robledo de su misma alianza, despreció el voto en blanco y prefirió adherir a Petro.

Como ya se dijo aquí en columna anterior “es Fajardo y no Petro el verdadero elemento tóxico frente a una eventual coalición de fuerzas de la centro-izquierda hacia 2022”. (Ver columna) Ya que la candidatura precoz de Robledo obligó a abordar el tema, se requiere para marzo de ese año la convocatoria a una consulta amplia de la centro-izquierda, a la que con toda seguridad Fajardo habrá de hacerle el quite, pero a la que se espera puedan concurrir figuras del calibre de un Humberto de la Calle, un Petro o un Camilo Romero, inclusive un Jorge Robledo.

Espero estar equivocado si digo que a esta Robledo también le haría el feo, porque sabe que lleva las de perder, pero lo definitivo aquí es saber qué decisión tomaría Claudia si Petro depusiera su artillería opositora y decidiera apoyarla, en aras de la convivencia democrática y la reconciliación nacional. ¿Acaso ella se vería de nuevo obligada a decidir entre dos amores, si Fajardo o Petro…?

Llegados a este punto, ya nos tocaría parodiar al gran maestro Klim: Di, Claudia, ¿a quién preferirías?

DE REMATE: Podría parecer monotemático, pero al propósito instructivo de esta columna le casa otra de ESM, titulada Yo claudia, una paradoja, donde dice cosas como esta: “Yo no voté por ella, pero creo que aún no es tiempo de atacarla ni de ahogarla en críticas. (…) La ratificación del antiguo gerente de la EMB tiene sentido si el propósito es el de que responda por las irregularidades en su gestión, como las que ya encontró la Contraloría General”. (Ver columna).

lunes, 13 de enero de 2020

Colombia está durmiendo con el enemigo



El pasado domingo 12 de enero fue la segunda ocasión en la que un artículo de prensa puso al país a devanarse los sesos en torno a quién pudo ser el “beneficiario” de una violación. Primero fue una violación física, o estupro que llaman. Ahora se trata de una violación a la vida privada de un grupo de personas, mediante lo que coloquialmente se ha conocido como “chuzadas”.

El primer caso alude a cuando la periodista Claudia Morales denunció en columna titulada Una defensa del silencio, haber sido violada años atrás en la habitación de un hotel por alguien que fue su jefe, a quien solo identificó como “Él” y lo describió como “un hombre relevante en la vida nacional. Ahora lo sigue siendo y hay otras evidencias que amplían su margen de peligrosidad”. (Ver columna).

El segundo caso hace referencia a la denuncia de Semana (Chuzadas sin cuartel), cuya lectura pone los pelos de punta al enterarnos de que desde la mismísima comandancia del Ejército se venía adelantando una poderosa campaña de espionaje a magistrados, periodistas y opositores al gobierno del subpresidente Duque, en clara reedición de las chuzadas que se presentaron durante el régimen de la Seguridad Democrática que de 2002 a 2010 presidió el sátrapa Álvaro Uribe Vélez.

Puesto que estamos hablando de “Él”, la intriga surge cuando leemos que según uno de los militares que denunció las maniobras ilegales dentro del Ejército, “nos dieron la orden de continuar el monitoreo, los seguimientos y (…) nos ordenaron entregar esa información directamente a un reconocido político del Centro Democrático”.

Si nos pusiéramos de detectives, la “trazabilidad” daría para pensar que en ambos casos se trata del mismo “violador”. Ahora bien, sin que haga falta revivir los sinsabores que la colega periodista depositó en los anaqueles del silencio, resulta muy fácil identificar el político al cual se refirió Semana (blanco es, gallina lo pone…) haciendo claridad en que la revista sabe de quién se trata pero se abstuvo revelar su nombre. ¿Y por qué no lo revela? Quizá porque, desde que los Gilinsky compraron la mitad de la revista, esta dio un radical viraje hacia el uribismo y prefieren no mencionar a Watergate en casa de Nixon…

Es obvio que el más “reconocido político del Centro Democrático” receptor de la información sobre las chuzadas tendría que ser Álvaro Uribe, pero Noticias Uno en su última emisión habla de uno sus subalternos, el abogado Rafael Nieto Loaiza, miembro activo de ese partido. Esta información es en todo caso irrelevante, pues se trata apenas de un alfil, alguien que goza de la confianza del que sabemos para hacerle llegar el resultado de las pesquisas con la discreción requerida. Igual pudo haber sido Paloma Valencia, Alfredo Rangel o Samuel Hoyos, son simples peones de brega.

Lo verdaderamente preocupante es que tanto el presidente de la República como el ministro de Defensa hayan querido restarle trascendencia al asunto, uno hablando de “manzanas podridas” y el otro declarando que “los responsables deberán responder de manera individual ante la justicia”.

Señores Iván Duque y Carlos Holmes Trujillo, no le mientan al país: no se trata de manzanas podridas ni de responsabilidades individuales, a otro perro con ese hueso. La verdad monda y lironda es que se adelantó un sofisticado operativo de espionaje que involucró un nivel de coordinación institucional desde la comandancia del Ejército y comprendía unidades de dos batallones, el de ciberinteligencia (Bacib) y el de Contrainteligencia de Seguridad de la Información (Bacsi), ambos dependientes del Comando de Apoyo de Inteligencia Militar (Caimi) y del Comando de Apoyo de Contrainteligencia Militar (Cacim).

Digámoslo sin ambages, esto solo es posible en regímenes dictatoriales. Las irresponsables declaraciones de Duque y Trujillo darían para pensar entonces que ellos también son peones de brega, puestos ahí por el senador Álvaro Uribe para propiciar la impunidad de los generales y coroneles activos del Ejército que se prestaron como secuaces para secundarlo en lo que a todas luces pinta como un “concierto institucional para delinquir”.

Holmes Trujillo afirmó en rueda de prensa- rodeado de la cúpula militar- que “el país quiere conocer la verdad”, pero a renglón seguido volvió a mentir cuando dijo lo mismo que el día anterior había dicho el subpresidente Duque: que el general Nicacio Martínez salió de la comandancia del Ejército “por las razones familiares que adujo”.

Como explicó La Silla Vacía, la salida de Martínez se dio diez días después de que “una comisión de la Corte Suprema y casi un centenar de policías judiciales adscritos a la Procuraduría allanaron las instalaciones del batallón de ciberinteligencia en Facatativá, en busca de evidencia sobre las chuzadas (…). También semanas antes del discurso del presidente, el ministro de Defensa ya había sido informado de que la revista estaba investigando un escándalo de chuzadas en el Ejército”. (Ver artículo). En otras palabras, el general Martínez fue retirado porque su permanencia se hizo insostenible.

Si desde la misma cúpula del otrora glorioso Ejército Nacional se adelantan acciones ilegales y tanto el presidente de la República como su ministro de Defensa tratan de proteger con su vacua retórica a los culpables, significa que Colombia está durmiendo con el enemigo. En tal medida, el jurista Ramiro Bejarano da en el clavo cuando en trino reciente afirma que “La gigantesca operación de espionaje orquestada desde los cuarteles con talante e intereses uribistas, evidencia que @ivanduque no es el hombre para conducir los destinos de la Nación. Es la hora de empezar a contemplar su renuncia, así el remedio resulte peor que la enfermedad”. (Ver trino).

DE REMATE: Para acabar de enredar la pita, ¿qué tranquilidad le puede brindar al país que el nuevo comandante del Ejército sea un general sobre el que recaen serias sospechas, siendo capitán, de haber tenido que ver con la desaparición del papá del futbolista Juan Fernando Quintero…?

martes, 7 de enero de 2020

¿Qué pasaría si a Colombia le "faltara" Uribe?




La última columna que en 2019 publicó el escritor William Ospina, El asombro, estuvo dedicada a los 120 años del nacimiento de Jorge Luis Borges y trajo una frase clarividente, demoledora: “Cuando Hitler fue derrotado, (Borges) advirtió con extrañeza que los que parecían más felices con esa derrota eran sus partidarios. Comprendió que a menudo los fanáticos de una causa horrible son los que están más aterrorizados. Probablemente los que conciben a Dios como un verdugo sólo lo aman por miedo, porque no se atreven a rechazarlo”. (Ver columna).

De inmediato, por asociación de ideas, hube de imaginar lo que ocurriría en Colombia si por algún motivo -y el día esté cercano- Álvaro Uribe desapareciera de la escena política, no necesariamente porque decidiera renunciar al Senado y marginarse de la actividad política (un imposible, como se verá más adelante), ni porque sufriera una muerte repentina (el hombre en apariencia goza de buena salud), mucho menos porque  fuera derrotado del modo que le ocurrió a Hitler (según la versión oficial se envenenó con cianuro en compañía de su amante Eva Braun y ambos cuerpos fueron cremados), sino por lo que pinta como la eventualidad más cercana a la realidad: que la Corte Suprema actuando en Derecho le dictara al expresidente la orden de detención que lo pusiera a buen recaudo, como corresponde.

Retomando la cita borgeana de Ospina, los más aliviados con su salida definitiva serían los mismos uribistas, en consideración a que “a menudo los fanáticos de una causa horrible son los que están más aterrorizados”.

Horrible debe ser, ciertamente, la tensión psicológica permanente que -es de suponer- viven muchos uribistas forzados desde el empíreo a seguir la línea oficial para que no les pase lo que a la primípara ministra de Ciencia y Tecnología, Mabel Torres, quien por manifestarse contraria al fracking acaba de ser sometida a feroz matoneo mediático por parte de los tres más fieles esbirros del caudillo: Rafael Nieto, José Obdulio Gaviria y Ernesto Yamhure. (Ver noticia).

Horrible es a su vez la palabra que mejor define la situación que vive Colombia desde que Uribe asumió su tercer periodo presidencial mediante persona interpuesta, con una exacerbación de la violencia y la criminalidad a todo nivel, como nunca antes se había visto, del mismo modo que la palabra que mejor define el ambiente que comenzaría a regir tras su retirada sería “alivio”. Un alivio generalizado.

El primer resultado en lo social se vería plasmado en que Colombia retomaría la senda de la paz y la reconciliación, y la JEP dejaría de ser torpedeada por el Gobierno, tendría más libertad para actuar y se conocerían escabrosas verdades y nuevas fosas comunes; y en lo militar sería posible depurar la tan cuestionada cúpula actual, uribista hasta el tuétano, tropera y de claro sello ‘pinochetista’.

En lo político, los partidos sufrirían un verdadero remezón ideológico: Alianza Verde perdería preminencia -o al menos se vería muy competida- porque al centro regresarían los partidos Liberal, Cambio Radical y La U, antes “enmermelados” por la derecha en el poder; y habría dos partidos conservadores, el así llamado y el Centro Democrático. Pero este último se iría extinguiendo paulatinamente, pues su única razón de ser hasta hoy ha sido mantener vigente el nombre del patrón para sacar adelante el perverso propósito que los inspira: ensuciar el agua donde todos nos bañamos para que no se note lo cochinos que ellos están, incluido el que los puso ahí.

Y en lo gubernamental, habría un resultado casi de Perogrullo: Iván Duque dejaría de ser el subpresidente y quizás hasta pudiera hacer un buen gobierno, mediante el desarrollo y ejecución de su propio proyecto, no el que le dicta su jefe desde la trastienda y él debe obedecer a pie juntillas.

Por todo lo anterior, mi mayor deseo para 2020 es que Colombia pueda por fin desembarazarse de ese tumor canceroso que tanto daño le hace a la salud nacional, llamado Álvaro Uribe Vélez.

¿Alguien sabe por qué ese señor no ha querido retirarse definitivamente de la política, como muchos le han pedido, incluso equivocados de buena fe cercanos a él? Les tengo la respuesta, sin temor a equivocarme: porque primero necesita incendiar el país y armar la hecatombe que le garantice impunidad jurídica a perpetuidad.

He ahí el meollo del quid que resuelve el intríngulis.