lunes, 18 de febrero de 2013

Un Papa humano, demasiado humano



Lo que aún no se ha dicho –y la renuncia de Benedicto XVI corrobora- es que el nombramiento de Joseph Ratzinger como máximo jerarca de la Iglesia fue el reflejo de una crisis interna que esta venía padeciendo de años atrás, pero cuyo papado, en lugar de resolver, ayudó a prolongar.
Hoy todas las miradas hacia el pontífice dimitente son benévolas, pero no se puede desconocer que la renuncia de un Papa –como cualquier renuncia, aquí y en Cafarnaúm- es la expresión de una incapacidad manifiesta en el desempeño de un cargo, sea en lo administrativo o en lo religioso.

De hecho, si asumiéramos la divina majestad del Papa como representante de Dios sobre la Tierra, pero lo viéramos en su condición humana renunciando porque se quedó “sin fuerzas”, la pregunta obligada es por qué Dios no le dio más fuerzas, él que todo lo puede. Además: ¿puede alguien renunciar a la representación de Dios sobre la Tierra, sin que ello ponga en entredicho el mandato divino?

Tratándose de un Papa, son dos las palabras que saltan a flor de labios: santidad y abnegación. La primera, porque el colegio cardenalicio elige a quien se supone es el más probo y santo de todos para regir los destinos de su grey; y la segunda, porque se trata de prestar un servicio abnegado  en el que no cabe claudicar, pues desaparece la abnegación.


Al margen de consideraciones ideológicas o políticas, estos dos postulados se vieron a manos llenas en Juan Pablo II (Karol Wojtyla), y son las que hoy lo tienen en el camino de la santidad. Basta recordar que al final de sus días lo llevaban en traílla hasta la ventana y él con mano y quijada temblorosas, en reducida posesión de sus sentidos, saludaba al público apostado en la Plaza de San Pedro desde el día anterior. A eso se le llama abnegación, conciencia de su apostolado hasta el final de sus días. “Beber hasta las heces del cáliz del sufrimiento”.

Con la renuncia anunciada hay un segundo elemento en entredicho, y es el de la infalibilidad del Papa, entendida esta como la imposibilidad de equivocarse, puesto que responde a un mandato divino. Ahora bien, ¿se equivocó el Cónclave al elegir en 2005 a un Papa que ocho años después ‘tira la toalla’? ¿Se equivocó Joseph Ratzinger (errare humanum est) al aceptar su pontificado? ¿O el error no estuvo ahí, sino al momento de flaquear en su fe y presentar renuncia? Es más: si no se equivocó, ¿significa que el designio divino apuntaba a que debía renunciar?


¿Por qué renuncia un Papa? Básicamente por razones de debilidad humana. Lo que hemos visto es un Joseph Ratzinger que humanamente agotado, y quizá hastiado de gobernar no tanto a sus rebaños como al círculo del poder eclesiástico más cercano, decide bajarse de la barca, iluminado por la evidencia: los remos de que dispone no le permiten continuar como timonel.

Cuando a un gerente lo llaman a administrar una empresa, lo mínimo que de él se espera es que entregue a sus asociados los mejores resultados posibles. Supongamos, por ejemplo que se trate de un banco: a él se le exige como mínimo que el número de sus cuentahabientes aumente con el paso de los días. Y lo que se vio, en el caso que nos ocupa, es que durante la ‘administración’ de Benedicto XVI disminuyó en forma alarmante el número de adscritos a la Iglesia.

Esto se traduce en que, como resultado de los escándalos ligados a la pedofilia de muchos sacerdotes y obispos (muchísimos, en abierta contradicción con una institución dedicada precisamente a la preservación de la moral), se extravió la imagen de orientadora espiritual para la que se supone fue creada la Iglesia Católica, y se produjo una deserción masiva de fieles y de seminaristas, sobre todo en países del Primer Mundo como Estados Unidos y Europa. Es tal la crisis, que en España hay cuñas publicitarias que promocionan el sacerdocio como la consecución de un buen empleo. Pese a todo, el ‘mercado’ confesional sigue presentando una desaforada tendencia a la baja.

Si a ello le sumamos posiciones claramente retardatarias –que Benedicto XVI mantuvo- ante temas espinosos como el matrimonio homosexual, el aborto terapéutico, la eutanasia o incluso la negativa a dar la comunión a miembros de parejas católicas  divorciadas,  se entiende por qué muchos de los dogmas del catolicismo amenazan hoy con irse a pique, arrollados por una visión cada vez más antropocéntrica de la realidad, menos contaminada por preceptos de dudosa aplicabilidad.

En este punto, se debe distinguir entre religión e iglesia: una cosa es el sentimiento religioso ligado a la necesidad humana de alabar a una divinidad creadora, en gesto si se quiere de gratitud por los dones recibidos; y otra es la Iglesia como una institución compuesta por ‘pastores’ sujetos a una estructura jerárquica, con diferentes grados de mando sobre sus ‘rebaños’ y guiados por el supuesto sano propósito de guiarlos hacia Dios, en su calidad de intermediarios del Altísimo.

Pero fue esto último lo que no se cumplió, a tal punto que la enseñanza más importante de Jesucristo, “ama a tu prójimo como a ti mismo”, es tal vez la que más se extraña de semejante aparato de poder político, económico, cultural, religioso y coercitivo que se fue conformando con el paso de los siglos.

Milhor Fernandes, filósofo y humorista brasileño recién fallecido, decía que “si yo fuera el Papa vendía todo, repartía la plata entre los pobres y me iba”. Ratzinger ya anunció que se va; pero practicar el mandamiento de la caridad cristiana y repartirlo todo entre los pobres, por supuesto, no está contemplado.


Así las cosas, ante la sorpresiva renuncia del muy humano Benedicto XVI (demasiado humano, para nuestro gusto) queda planteado un interrogante doble: ¿todo esto es señal de que el hombre se alejó de Dios? O, más bien, ¿no será que Dios se hastió de tanta cosa y se alejó de su Iglesia?

Para cualquiera de los dos casos, quedaría por resolver si ese oportuno rayo que cayó sobre la Basílica de San Pedro el mismo día que renunció el Papa fue en señal de aprobación divina o… de rechazo.

Twitter: @Jorgomezpinilla

miércoles, 13 de febrero de 2013

Entre Pacho y primo, más me arrimo



Hay dos hechos que en el campo de la derecha marcaron la pauta en los últimos días: la fastuosa boda de la hija del Procurador, y la presencia cada vez más pertinaz del exvicepresidente Francisco Santos Calderón en la escena política.

Traigo a colación la boda en mientes como un acontecimiento político, pues ella fue, como lo registró la revista Semana, un acto de reafirmación y ostentación del inmenso poder que ejerce Alejandro Ordóñez sobre los estamentos político, militar y religioso allí representados, de manera si se quiere algo sumisa y obsecuente.
Si buscáramos una coincidencia entre Ordóñez y el Santos aquí citado, esta tendría que ver con su perfil cada vez más presidenciable. Y ya creo escuchar alguna una voz diciendo en voz alta: “¿Pachito Santos presidente? ¡Coja seriedad!” Razón no le falta a quien así llegare a pronunciarse, pero es que aquí no estamos postulando a nadie, sino mostrando lo que pasa.

Y lo que pasa es que por un lado Ordóñez se perfila como el candidato que mayores posibilidades tendría de llegar a la Presidencia en representación del Partido Conservador, mientras por los lados del eufemísticamente denominado Puro Centro Democrático el expresidente Uribe anda dedicado a insuflarle los últimos hervores  al ayer periodista y hoy político en quien ha puesto –al parecer- todas sus complacencias.

Como lo aquí expresado en torno al Procurador depende de si cede a la tentación de buscar más altos designios, enfocaremos nuestro análisis a lo que puede pasar con Uribe y su candidato de cabestrillo. En columna anterior decíamos que “nunca antes como ahora las fuerzas de extrema derecha agrupadas en torno a Álvaro Uribe han necesitado tanto de un lacayo, un segundón, un arrodillado, pues lo que menos quisieran sería que se les apareciera otro con la astucia de un Juan Manuel Santos, que con sus finas maneras bogotanas les jurara fidelidad y lealtad supremas para luego (…) dejarlos viendo un chispero”.

Lo sorprendente, en el caso que nos ocupa, es descubrir que el comandante en jefe de esas fuerzas estaría pensando nada menos que en el primo del presidente para ungirlo como su portaestandarte, por razones que, si lo miramos con frialdad analítica, son de total conveniencia para quien así mueve los hilos.

Y es que, si hay algo que pudiera suscitar más interés y mayor enconada polarización de un público expectante de emociones, sería asistir en vivo y en directo al enfrentamiento de dos primos que desde orillas en apariencia opuestas se disputan la misma presea, el uno para conservarla y el otro para arrebatársela.

“Entre primo y primo más me arrimo”, reza el gracejo. Y se ajusta como anillo al dedo a la ocasión, pues todo indica que el mismo Uribe se encargará de arrimarle un primo al otro para centrar la atención sobre su pupilo, de modo que en medio de la polarización (con visos de telenovela familiar, para mayor deleite del populacho), los demás candidatos queden relegados a terceros y cuartos planos.

Pensemos no más cuál sería la diferencia si el candidato del uribismo fuera, por ejemplo, Óscar Iván Zuluaga. Se trata sin duda de un político y economista con mejores pergaminos que ‘Pachito’ para asumir las riendas de la Presidencia, pero eso en sí constituye un obstáculo, pues lo que busca Uribe no es alguien más preparado que un yogur (y que en tal condición arme su propia receta), sino un remplazo de su incondicional Andrés Felipe Arias que, del mismo modo como operan las marionetas, se deje manejar a su amaño.

Ahora bien, surge la pregunta obligada: ¿No se supone que si son de la misma bogotanísima familia, Uribe correría de nuevo el riesgo de ser traicionado? Ni sí ni no, sino todo lo contrario: la diferencia de fondo radica en que mientras Juan Manuel pensó siempre en ser presidente y se formó con ese propósito, a Pachito se le apareció la Virgen cuando le propusieron ser vicepresidente. De modo que si para colmo de dichas le figurara la presidencia, eso ya sería “con todos los juguetes” –para usar una expresión de su argot- y le bastaría con que le dieran el libreto para comenzar a formular declaraciones que hagan pensar que es idóneo para el cargo.

Por eso debe ser que en los últimos días se le ha visto asumir poses de estadista, diciendo cosas como que “Colombia está madura para avanzar hacia el federalismo”, y utiliza términos como “autonomía fiscal” o “manejo centralista de la seguridad” (así entre en contradicción con el federalismo del renglón anterior), y se esfuerza para que parezca de su intelecto cuando habla de “empoderar las regiones”, con lo cual de paso le arrebata a Eduardo Verano de la Rosa una bandera liberal –bien taquillera, por cierto- que este ya portaba.
 
Aunque Uribe no ha mostrado hasta ahora preferencia por ninguno de los precandidatos que aspiran a ser ungidos con su bendición electoral, lo llamativo es que cada vez se le ve más tiempo con Pachito, como en un acto político el pasado domingo 10 de febrero en el barrio El Codito de Bogotá, donde dijo de Juan Manuel Santos que “hizo tortilla” con sus “huevitos”.

Hablando de huevos puestos a empollar, salta a la vista entonces que Uribe estaría pensando seriamente (así suene a chanza pachuna) en convertirse en el sparring que forje a Pacho Santos como el más poderoso contrincante de su primo en el gran combate por el máximo fajín, el de la Presidencia de la República.

Señoras y señores, hagan sus apuestas…



Twitter: @Jorgomezpinilla

viernes, 1 de febrero de 2013

Santos y Vargas Lleras: ¿qué se traen entre manos?



Enrique Santos Calderón sorprendió este jueves a tirios y troyanos cuando en un foro en Estados Unidos dijo de su hermano Juan Manuel que “está atado a la reelección, porque hay que ver las opciones que hay…”. Lo primero que cualquier analista entra a considerar es si no fue una imprudencia, o si sería que ambos se pusieron de acuerdo para soltar la ‘bomba’ y medir el efecto causado.


Imprudencia porque la expresión “hay que ver las opciones que hay…” puede ser interpretada como una carga profunda contra Germán Vargas Lleras, de quien se da por descontado que sería el heredero del trono en caso de que Santos decidiera no aspirar a la reelección. Y cuando un periodista le picó la lengua al ‘primer hermano’ preguntándole precisamente por la posición de Vargas en torno a la paz,  agregó que “uno no ve que estaría tan jugado por el proceso como el actual presidente”.

A continuación entró a terciar el presidente Santos desde su cuenta de Twitter, así: “para evitar confusiones, no hay que olvidar que Augusto es Augusto y Abdón es Abdón”. Con ello daba a entender que por muy hermanos que sean, cada uno maneja puntos de vista diferentes. En el mismo tono, Enrique Santos fue enfático en que sus opiniones son personales y no comprometen al gobierno.

Al margen de que pudiera o no ser un libreto preparado de antemano, la respuesta que en torno al tema dio Vargas Lleras a La W siembra más dudas que certezas: “no le sobran razones” (a Enrique Santos).

Sin entrar en suspicacias, esto indicaría que estamos ante la primera diferencia política de fondo entre Juan Manuel Santos y su ministro de Vivienda. Para nadie es desconocido que entre Vargas y el expresidente Uribe siempre hubo identidad de criterios en el tratamiento guerrerista y confrontacional que había que darles a las Farc, y la coincidencia se hace extensiva a que los mismos que le mataron el papá al segundo, le hicieron al primero un atentado en el que perdió parte de su mano izquierda.

Lo que habría que preguntarse, entonces, es por qué el hoy presidente dice confiar tanto en Vargas Lleras, cuando todo parecería indicar que, si éste fuera su sucesor, se repetiría la ‘traición’ de Santos frente a Uribe, pero a la inversa: Vargas retornaría a la mano dura, al mejor estilo uribista, o sea que abandonaría los esfuerzos en busca de una salida negociada al conflicto y pasaría a privilegiar el combate.

Es aquí donde, si se nos permite, el terreno queda abonado para formular una osada hipótesis: Germán Vargas Lleras sería el ‘fusible’ con que cuenta Juan Manuel Santos para remplazarse a sí mismo en caso de que el proceso de paz con las Farc fracase. Es previsible que si esta malhadada eventualidad se diera, la consecuencia inmediata sería la resurrección política del expresidente Uribe, porque todo le quedaría servido en bandeja de plata para que en las elecciones de 2014 impusiera su candidato, de modo que pudiera retomar el control del Estado, si bien ‘en cuerpo ajeno’.

Ahora bien: como es sabido que Santos sigue siendo el más habilidoso de los tahúres, él ya debió contemplar esa posibilidad, y la carta que tendría para jugarse sería la de renunciar a la reelección, a sabiendas de que el fracaso de la paz le cerraría las puertas a un segundo mandato. Pero se las abriría a Vargas Lleras, quien contaría a su favor con el antecedente de una política social a favor de “los más pobres entre los pobres” (las 100.000 viviendas gratis), y con que nunca abandonó el discurso de la mano dura contra la guerrilla.

Ello explicaría por qué en la misma entrevista a La W arriba citada, al ser preguntado si volvería al Congreso, respondió que "esa página ya la pasé". Porque sabe que –de nuevo en coincidencia con Uribe- su más cercana posibilidad de regir los destinos de la nación está íntimamente ligada a que las Farc se lo permitan.

Y en esto, vaya irónica paradoja, Juan Manuel Santos parece estar de acuerdo…

Twitter: Jorgomezpinilla