viernes, 30 de diciembre de 2011

Luis Carlos Restrepo tiene la razón (pero no toda)



Para decirlo en términos coloquiales, la pelea que hoy tienen casada la Fiscal General de la Nación, Viviane Morales, y el excomisionado de Paz, Luis Carlos Restrepo, está más enredada que un costal de anzuelos. Míresela por donde se la mire, queda la impresión de que hay cosas en las que ambos tienen razón, por lo que resulta tarea bien difícil tomar entusiasta partido por uno de los dos bandos.

http://www.semana.com/opinion/restrepo-tiene-razon-pero-no-toda/169507-3.aspx

Para empezar, en relación con la carta que Restrepo le envió a Morales donde le hace veladas acusaciones a Carlos Alonso Lucio por su participación en las conversaciones de Ralito, tiene razón la Fiscal en que "él (Restrepo), en su calidad de funcionario, estaba en la obligación de denunciar. ¿Por qué le falló la memoria durante seis años y se viene a acordar ahora de ese hechos, supuestamente delictivos?" Además, después de leer la carta citada queda la impresión de que tiene cierto tono intimidatorio, pues hace un recuento farragoso de la presencia de Lucio en dichas conversaciones, pero no apunta a nada específico ni señala X o Y comportamiento delictivo, sino que se va por las ramas, como diciendo “yo sé quién sabe lo que usted no sabe”.

Ahora bien, el enredo radica precisamente en que la Fiscal carga con un lastre muy pesado, llamado Carlos Alonso Lucio, del que se agarran tanto los uribistas inculpados para descargar toda su artillería contra el ente acusador, como las personas que de buena fe quieren advertir sobre el riesgo que para una correcta administración de justicia representa la cercanía íntima con un personaje tan cuestionado, cuyas ejecutorias y saltos entre bandos opuestos lo ubican fácilmente en la categoría de Rasputín criollo, como también en la de traidor a más de una causa, para caer luego cobijado por una sospechosa conversión al cristianismo.

Es de todos modos de admirar el valor civil que hoy muestra Viviane Morales, en medio de una tormenta en la que tiene mil ojos encima escudriñando los alcances de cada decisión que toma, mientras sale en defensa de su marido ante los señalamientos que desde todos los frentes le(s) caen. Lo que no sabemos es si ese valor civil le(s) alcanzará para resistir la tormenta que apenas se anuncia, o si terminará por triunfar la gavilla.

Para acabar de enredar el costal de anzuelos, el presidente Juan Manuel Santos metió baza cuando salió en defensa de la Fiscal ("yo tengo que juzgarla por sus resultados”), al tiempo que en lo referente a la falsa desmovilización del frente Cacica La Gaitana descargó todo el peso de la prueba en Luis Carlos Restrepo: "quien tenía que hacer todos los trámites para una desmovilización de esa naturaleza, que es colectiva, era el Alto Comisionado para la Paz". Y cual si rindiera versión libre, exoneró de culpa al general Mario Montoya: "tendría que ser Mandrake para haber inventado esa desmovilización como comandante del Ejército, porque él había sido nombrado tres días antes".

Es aquí donde el sentido común nos obliga a ponernos del lado de Restrepo, pues un montaje tan sofisticado –sobre todo en lo logístico- como el de la citada falsa desmovilización se ajusta más al calibre de un operativo de inteligencia militar que al de una trama orquestada por un funcionario gubernamental que antes de ese cargo se había desempeñado como consultor Científico de Naciones Unidas. (Lo sé porque trabajé a su lado, como consultor de Medios).

El argumento del presidente Santos a favor de Montoya es deleznable, pues daría para pensar que como apenas llevaba tres días en la comandancia del Ejército, en los días anteriores no supo qué pasaba en los cuarteles, de modo que le habrían montado a sus espaldas un operativo que –vaya paradoja- enaltecía la imagen de la institución castrense. Y agrega Santos: "no creo que el general hubiera sido el que se craneó esta falsa desmovilización, porque no tenía la capacidad ni la atribución". Mentira elefantástica, porque cuando aún no era comandante del Ejército el general Montoya –cercano como ninguno al presidente Álvaro Uribe- sí tenía la capacidad y la atribución y los recursos a su disposición para ‘cranear’ dicho montaje.

El enredo se hace todavía más enmarañado cuando vemos que el propio Uribe salta cual liebre en defensa tanto de su excomisionado como del general Montoya ("Luis Carlos Restrepo y el Ejército actuaron de buena fe"), desconociendo que es el propio Restrepo quien ahora reclama explicaciones al más alto nivel: “Al general Montoya le pido que dé la cara y explique qué fue lo que sucedió, porque ahora solo quieren echarme a mí la responsabilidad”.

En medio de semejante berenjenal, lo que comienza a quedar claro es que desde el más alto nivel están buscándole un chivo expiatorio a la desmovilización del falso contingente guerrillero, y que quien mejor reúne el perfil para ese propósito es el ex comisionado de Paz. Salta también a la vista que Restrepo comienza a sentirse acorralado, pues ha espetado unas declaraciones cargadas de emoción contra el presidente Santos (“mentiroso”, “enano político”, “traidor que guarda el puñal bajo la capa”) que en nada le favorecen, porque con ellas sólo contribuye a quedarse aún más solo, quizá sin prever que la daga asesina pueda provenir de quien menos lo espera.

Sea como fuere, no es posible dejar de advertir que a su modo Luis Carlos Restrepo también terminó traicionando una causa, pues de moverse en un círculo académico e intelectual ligado al progresismo y a la izquierda migró sorpresivamente a las filas del más recalcitrante uribismo, lo cual le brindó un enorme poder político y lo catapultó a la cúspide de la fama, pero lo condenó al desprestigio entre quienes antes más lo admiraban, y lo sumergió en una vorágine de la que hoy está pagando las más caras consecuencias.

Pero ahí sí, como dice el dicho popular: “quien le manda...”

lunes, 12 de diciembre de 2011

El extraño caso del doctor Santos y míster Hyde

Algún día la historia contará que un hombre de derecha como Álvaro Uribe Vélez se camufló en el liberalismo porque sabía que ahí le iría mejor que en el partido más afín a sus ideas, el Conservador, y llegado al poder se dedicaría tanto a fortalecer al partido de sus amores como a destruir al que le sirvió de fachada.

Eso de fingir pertenencia a una organización política mayoritaria pero practicar una ideología antagónica es una estrategia sin duda brillante, aunque perversa, pues se ajusta al ‘todo vale’, algo que desde la contraparte se conoce como la aplicación de todas las formas de lucha. Son estrategias que desde orillas opuestas apuntan básicamente a lo mismo, la conquista del poder a como dé lugar, en fría constatación de que los extremos se juntan.

Ahora bien, lo que ni el propio Uribe esperaba era que su exministro de Defensa, Juan Manuel Santos, hubiera resultado tan buen alumno de sus enseñanzas que en contraprestación dialéctica se camufló habilidosamente en el uribismo para llegar a la Presidencia y, ya llegado a ésta, se dedicó tanto a fortalecer al partido de sus amores, el Liberal, como a minar los cimientos del proyecto uribista y del conservatismo, mediante lo que se percibe como una lucha frontal contra la corrupción que campeó en el gobierno de Uribe.

Es de caballeros admitir que a Santos no se le conoce participación en dicha corruptela –a excepción quizá de los ‘falsos positivos’, que él mismo destapó-, pero sobre todo es de elemental justicia apoyar los esfuerzos que ha venido haciendo para reunificar a un liberalismo diezmado y golpeado por las hordas uribistas en las que éste fingió militar y sentirse a gusto, tan a gusto que fue el artífice del partido de la U, en apariencia para reelegir a Uribe pero en realidad fabricado a la medida de sus aspiraciones.

En la que ya se conoce como una confrontación cada vez más enconada entre Santos y Uribe, no se pueden pasar por alto las coincidencias: del mismo modo que éste nombró en su gobierno a un ‘talentoso’ exponente del conservatismo como Andrés Felipe Arias e intentó depositar en él la semilla de su continuidad (semilla que no germinó, por motivos de autos conocidos), Santos llamó a su gabinete a un reconocido contradictor de Uribe como Juan Camilo Restrepo en la cartera que Arias ya había ocupado, y no contento con lo anterior nombró en el ministerio de la política a Germán Vargas Lleras, culpable en gran parte de haberle dañado la segunda reelección a Uribe, y ‘quemó’ a Rodrigo Rivera dejándolo un rato en el ministerio de Defensa, y en semanas recientes incorporó a Rafael Pardo, quien pasó de la presidencia del partido Liberal al ministerio del Trabajo, en clara demostración de lo que se trae entre manos.

Es más, para no dejar duda sobre sus verdaderas intenciones intentó honrar con su presencia la Constituyente Liberal del pasado fin de semana, pero viendo que podía parecer una jugada políticamente incorrecta delegó la representación en cuatro de sus ministros, entre ellos el del Interior, quien leyó un sentido mensaje de su jefe donde manifestaba que “nunca he renunciado al ideario liberal”. Constituyente en la que por cierto “triunfó la línea dura santista”, según palabras del nuevo presidente de ese partido, Simón Gaviria.

Estamos pues ante un Juan Manuel Santos que de la noche a la mañana pasó de míster Hyde a doctor Jekyll (parodiando a R.L. Stevenson), en una maniobra si se quiere del más fino corte uribista, pero en la que el principal damnificado ha sido hasta ahora su propio ‘maestro’. Sea como fuere, la reunificación del liberalismo aupada por el mismísimo presidente de Colombia en ejercicio invita al optimismo nacional, pues es en la correcta aplicación de las ideas liberales –tanto en lo filosófico como en lo político- que el país puede retomar la extraviada senda de la justicia y la paz social.

Sólo hay una circunstancia desde ningún punto de vista liberal (sino todo lo contrario) que pone a flaquear la confianza depositada, y es la resurrección que mediante la reforma a la justicia se pretende hacer del fuero militar, en un contexto donde pareciera que se intenta aprovechar el rotundo prestigio del gobierno actual para colar una eventual impunidad por lo de los ‘falsos positivos’, eufemístico nombre que designa el asesinato a mansalva de más de 2.000 jóvenes inocentes por parte de miembros del Ejército para hacerlos pasar como bajas propinadas a la guerrilla, en lo que constituye un monstruoso crimen de lesa humanidad.

Así las cosas, del mismo modo que hoy nos alegramos al comprobar que un personaje tan de doble faz como Álvaro Uribe Vélez encontró en Juan Manuel Santos Calderón la semilla de su propia destrucción, no deja de preocuparnos que el que hoy se presenta como el más ponderado, ecuánime y liberal Presidente de todos los colombianos, el día menos pensado se nos transforme de nuevo en el ominoso míster Hyde...

viernes, 2 de diciembre de 2011

El fraude no es correcto


Aunque no fui seguidor del programa Yo me llamo y de lo poco que vi me gustó Rubén Blades, llamó la atención al día siguiente de la premiación un artículo en Kien&ke.com de Umberto Valverde, toda una eminencia en el tema de la salsa, quien decidió descender a los frívolos confines de la farándula para denunciar lo que según él fue una “maniobra”, consistente en que “ganó Rafael Orozco porque el Canal Caracol está a punto de lanzar una telenovela o un seriado sobre la vida de este cantante”.


http://www.semana.com/opinion/fraude-no-correcto/168490-3.aspx


En sustento a su tesis (que no deja de ser una acusación), Valverde afirma que “después de la alta votación de Marc Anthony el día anterior, ocupando el primer lugar, Rafael Orozco se clasificó de primero, relegando a Nino Bravo al segundo puesto y al salsero al tercero”.


Podría parecer un asunto trivial pero, en la medida que convocó los más altos niveles de audiencia y de por medio hay consideraciones éticas, es lícito que el tema se trate en un ámbito de mayor altura intelectual. Y que se esclarezca, porque en caso de resultar cierto el señalamiento del musicólogo y escritor se estaría ante un fraude ‘electoral’, en el que miles de televidentes habrían sido engañados en sus verdaderas preferencias, así sus repercusiones no pongan a temblar los cimientos de la democracia. La sensación de engaño se vio reforzada con múltiples testimonios a varios medios, de personas que al parecer intentaron votar por Nino Bravo pero la plataforma de Caracol se los impedía.


Ligado a este tema hay uno que podría parecer de menor trascendencia, pero que hace referencia a otra posible modalidad de ‘fraude’ por parte del mismo canal. Nos referimos a El precio es correcto, un programa de concurso en la franja del mediodía donde de entrada hay que descerrajarse el cerebro para entender por qué el público y los concursantes se la pasan brincando y gritando como micos amaestrados, sin que a nadie le sorprenda. Pero no es ahí donde queremos apuntar, sino a la escogencia que hace el animador, Iván Lalinde, del (la) concursante que pasa a enfrentar cada prueba.


Cada uno de los cuatro participantes previamente seleccionados debe tratar de adivinar el precio correcto de un producto, y el que más se acerque “sin pasarse” es el elegido. Es aquí donde queda la impresión de que el animador escoge a su gusto, porque lee de una tarjeta que tiene en sus manos la supuesta cifra correcta, pero no la muestra, ni a los concursantes ni al televidente. No se descarta que el programa actúe con honestidad y que en todos los casos sea el precio correcto, pero lo incorrecto radica en que el animador no muestra la cifra, dejando así la puerta abierta a que el concursante sea escogido con base en criterios de selección previamente definidos por los productores.


Por ejemplo, por razones de ‘casting’: para tratar de acertar en mi análisis, en varias ocasiones hice el ejercicio de adivinar a quién escogería si yo fuera el animador, y diría que acerté por lo menos en un 90 por ciento, basado en variables como belleza física, histrionismo del concursante o procedencia geográfica. En este último rango pude observar que rara vez (por no decir nunca) se queda por fuera un participante que resida fuera de Bogotá.


Es posible –repetimos- que el programa esté actuando con total corrección, pero la duda germina de modo lícito cuando no se cumple con la obligación de mostrar el reverso de la tarjeta con el precio que el animador ha ‘leído’, obligación entendida en el contexto ético de brindar tranquilidad a todos: público asistente, concursantes, televidentes y malpensados, como el suscrito.


Es pertinente al respecto traer a colación el escándalo que se desató en Estados Unidos en 1958, cuando se supo que el más popular programa de concurso de la NBC, “Twenty One”, había acudido a una trampa para reemplazar a un concursante por otro de noble familia y mejor registro visual, con el único propósito de aumentar la audiencia. Del suceso se conoce una película, Quiz Show, mal traducida al español como El dilema, dirigida por Robert Redford, protagonizada por Ralph Fiennes y John Turturro, nominada a cuatro premios Óscar y ganadora del premio Círculo de críticos de cine de Nueva York a la mejor película de 1992.


Esto da una idea de la importancia que la farándula puede llegar a tener en la sensibilidad emocional de una nación, sobre todo cuando se trasgreden lineamientos éticos para elevar los niveles de audiencia o captar un mayor número de anunciantes, en función en últimas de mejorar la rentabilidad económica de un canal.


Así las cosas, mientras se esclarecen los señalamientos que se le hacen a Caracol TV por la supuesta manipulación que ejerció para escoger en Yo me llamo al cantante más afecto a sus intereses, no sobra recordar una muletilla que a menudo pronuncia un locutor deportivo de RCN: “juego limpio señores, juego limpio”.