miércoles, 24 de septiembre de 2014

Aquí el subversivo es Uribe




Compasión, vergüenza ajena y náusea moral es lo que produce ver en el recinto sagrado de la democracia la recua de elegidos por arrastre –no por mérito propio- que acompaña al senador Álvaro Uribe a todas partes, como dóciles patitos siguiendo en patota todos los movimientos de la madre pata.

En toda agrupación política se debaten diferencias de opinión entre sus miembros, y es esa sana dialéctica del debate interno la que les da lustre y legitimidad a los partidos. Simón Gaviria, Juan Fernando Cristo y Piedad Córdoba, por ejemplo, representan tres tendencias claramente identificables dentro del Partido Liberal: derecha, centro e izquierda respectivamente. Pero, ¿qué pasará el día en que alguien de su bancada osare manifestar siquiera un mínimo desacuerdo con el senador Uribe? Respuesta de Perogrullo: aténgase a las consecuencias.

El disenso ante la majestad de “Yo, el supremo” es algo que nunca se verá dentro del engañosamente llamado Centro Democrático. Allí el único centro es el de la atención que el exmandatario demanda de todos sus áulicos, y no fue democrático ni para escoger su candidato a la Presidencia, aunque entendiendo de antemano el loable propósito que los animó a hacerle la encerrona a Francisco Santos en la convención, para evitar que pudieran caer más bajo.

La bancada del CD ha anunciado que para sacarse el clavo por la avalancha de acusaciones que llovió sobre Uribe (ni Mancuso se quedó por fuera), ahora ellos organizarán el debate de la “Farcpolítica”, con la intención de demostrar que los acusadores de su amo y señor son una partida de aliados de las FARC, en un amplio espectro que cobija por igual al senador Iván Cepeda, al presidente Juan Manuel Santos y a un medio “servil del terrorismo” como Canal Capital. Todos en la misma cochada.
 
Esto se traduce en que el expresidente Uribe pretende graduar de subversivo a todo aquel que difiera de su pensamiento, y en tal dirección le cabe todo derecho de armar un debate en el Congreso, para demostrar sus aseveraciones. Pero no sobra advertir la viga en el ojo, o lo que en sicología se conoce como el “mecanismo de proyección”, consistente en que el paciente se defiende atribuyendo a otras personas sus propios defectos o carencias.

Así como es un hecho inobjetable que su gobierno ha sido el más cuestionado desde lo jurídico y lo penal en toda la historia de Colombia, que sobre él se proyectan graves sombras como la de los ‘falsos positivos’ y que en ocasiones se rodeó de la peor gentuza (Jorge Noguera, Mauricio Santoyo, Flavio Buitrago o Salvador Arana, para solo mencionar reos), también es indudable que desde que desde que Santos anunció el inicio de conversaciones de paz con la más odiada némesis de Uribe, este emprendió una feroz campaña desestabilizadora, de claro tinte subversivo.

No basta ir muy lejos para comprobar que durante la anterior campaña el hacker Andrés Sepúlveda fue contratado para buscar información que pudiera afectar el proceso de paz, y el video donde este aparece con el candidato Óscar Iván Zuluaga lo muestra precisamente  rindiéndole cuentas de la misión asignada, bajo la consigna de que la mejor carta de triunfo electoral sería el fracaso de las conversaciones de La Habana, del mismo modo que el fracaso de El Caguán fue lo que catapultó a Uribe a la presidencia. Lo escandaloso en este caso es que las investigaciones adelantadas por la Fiscalía apuntan a lo que sería el entramado de una serie de organismos de inteligencia militares y policiales trabajando desde la sala Andrómeda y desde otras instancias, diríase que en forma coordinada, con el doble propósito de hacer fracasar el proceso de paz y propiciar el triunfo del candidato títere de Uribe.

Como dijera León Valencia en su última columna, el expresidente Uribe “no puede meterse en una cruzada para dividir a la Fuerza Pública estableciendo relaciones extrainstitucionales con sectores del Ejército y la Policía descontentos con el proceso de paz”. No puede, pero lo hace, y la explicación de su atrabiliario proceder la da el mismo Valencia cuando se refiere a que “abusa de su influencia, de su poder y del temor que suscita”, del mismo modo que el columnista Antonio Caballero considera “sorprendente y grave que nada de todo esto haya tenido consecuencias judiciales”.

En el debate del pasado miércoles 17 la senadora Paloma Valencia dijo en tono energúmeno que “los que militamos al lado del presidente (sic) Uribe no somos un grupo de criminales o de bandidos”. Eso puede ser cierto, pero no es el punto en discusión. En columnas anteriores me he referido a la Mano Negra como a “una organización clandestina de ultraderecha, compuesta por determinado número de miembros que se reúnen si la ocasión lo justifica pero evitan hacerlo, y realizan acciones acordes con su ideario ideológico y político”. Y si algún ‘éxito’ pudiera atribuírsele a esta organización, fue la consolidación territorial de los grupos paramilitares que sembraron por toda la geografía nacional, acordes con el propósito de frenar el accionar guerrillero y “refundar la patria”.  

Bienvenido pues el debate de la Farcpolítica, de modo que puedan ser acusados con pruebas y sin falsos carteles de testigos (como el que le montaron a Sigifredo López) los políticos que tengan algún tipo de vínculo con la guerrilla. Pero ante esta cacería de brujas que pretende reactivar la extrema derecha en acto de retaliación, conviene preguntarse si no será que quieren hacernos olvidar lo que se atrevió a afirmar la corajuda Claudia López en el debate de marras: que Uribe fue el primer paramilitar que “coronó la Presidencia”.


DE REMATE: Que el más lacayo de todo el combo, Pachito Santos, diga que “si llegan a ponerle un dedo a Uribe se incendia este país”, eso también es subversivo. Es un llamado a desestabilizar las instituciones en caso de que opere la justicia.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Soy capaz de confesar: mi mejor amigo es uribista




Una de las acusaciones más frecuentes que recibo en los comentarios a mis columnas es que destilan un odio irracional hacia el expresidente Álvaro Uribe, y eso me inhabilitaría para  criticarlo. Un cuñado que vive en Canadá se quejaba de mi “estilo agresivo”, y lo entiendo. Soy consciente de que esa impresión es legítima, pero la persistencia en el tema y el filo de la espada obedecen a que lo asumo como una misión ‘patriótica’, en cuanto a contribuir a que haya luz sobre dicho personaje y algún día se conozca la verdad. No mi verdad, sino la verdad histórica.

Lo que mucha gente no sabe –y hasta hoy he procurado mantener en secreto- es que mi mejor amigo es un uribista convencido y confeso, y estoy seguro de que si él creyera que lo que siento hacia Uribe es odio irracional, ya me habría retirado hasta el saludo. Él me escucha muy a menudo perorar al respecto, y muchos de los temas para mis columnas incluso surgen de encendidas pláticas con mi más apreciado y enconado rival político.

El amigo del que hablo es un habitante de Girón (Santander), miembro de una parentela de arraigada tradición católica, a la que las FARC estuvieron ‘visitando’ en la finca de su padre y ocho días después de la muerte de este llegaron hasta allá y se llevaron una camioneta de la familia. Se llama Julio César Duarte, alguna vez quiso ser concejal en representación de su Partido Conservador y aunque se ‘quemó’ en ese intento, no ha dejado de intervenir con ardentía en la política de su pueblo. Eso le alcanzó para ser nombrado secretario de Cultura en la alcaldía anterior, la del ‘Loco’ Luis Alberto Quintero, cargo que obtuvo porque –dicen los malpensados- escribió una carta al periódico El Gironés donde expresó su inconformidad con un artículo que criticaba al alcalde.

A este amigo le he escuchado hablar del tsunami de optimismo que comenzó a vivir el país a partir de la llegada de Uribe a la presidencia, de cómo sacó a la guerrilla de las carreteras y fue posible ir a la finca a cultivar y hacer empresa, sumado a que rescató de las garras del terrorismo a Ingrid Betancourt y a los norteamericanos secuestrados y a no sé cuántas personas más.

Yo le he concedido a mi buen amigo la razón en eso, sobre todo en que fue gracias a los golpes que les dio a las FARC que hoy están sentadas en La Habana conversando con el gobierno de Juan Manuel Santos.  Pero he tratado de hacerle ver que a la par con esos y otros éxitos comenzaron a aflorar escándalos como el nombramiento del coronel Mauricio Santoyo (miembro activo de la Oficina de Envigado) en la jefatura de Seguridad de la Presidencia, o el de Jorge Noguera en la dirección del DAS (hoy condenado a 25 años por homicidio), o el rosario de políticos y funcionarios suyos enviados a la cárcel o huyendo de la justicia, o la ignominia de los ‘falsos positivos’ a cuyos autores el exmandatario sigue considerando “héroes de la patria” y “perseguidos por la Fiscalía”. Es entonces cuando mi amigo sale con que “esos son temas muy arrechos, mano; dejemos que la justicia se pronuncie”. Y en eso también tendría razón, si no fuera porque hay tantas fuerzas oscuras tratando de torcerle el cuello a la justicia.

En ocasiones anteriores ha hablado de los “equivocados de buena fe” para referirme a aquellos uribistas que no son cómplices ni secuaces, sino personas confundidas por la aureola de santidad que le rodea. Y he advertido que son casi los mismos ingenuos que en 1998 votaron por Andrés Pastrana después de que lo vieron en una foto conversando con ‘Tirofijo', y confiaron en que votando por él Colombia comenzaría a vivir en paz. A eso le apostaron, y perdieron.

El meollo radica en que esos mismos que cuatro años después –llevados por la desesperación y el miedo- votaron convencidos de que Álvaro Uribe conduciría al país por la ruta adecuada, también se equivocaron. Entre esos está el amigo referido, cuyo uribismo –en tratándose de un hombre inteligente- atribuyo en parte a que él y su familia fueron víctimas de la guerrilla, y en parte a esa misma fe católica de la que Uribe hace gala y ostentación, aunque en su caso con el aleve propósito de obtener réditos políticos.

El tema religioso es decisivo pues, como le he insistido a mi buen amigo de Girón, desde el comienzo de su carrera Uribe puso especial celo en exhibirse como un fervoroso católico mediante prácticas como el rosario (que hizo rezar a todo su gabinete tras el rotundo éxito de la ingeniosa Operación Jaque) o su devoción al hermano Marianito, y el resultado fue que durante su gobierno había personas que se ofendían si alguien osaba siquiera criticar a su amado presidente, a quien le profesaban una auténtica veneración, como la que se le tiene al Dios supremo en toda congregación religiosa.

Pero ‘don Julito’ –como acostumbro decirle- no se ofende cuando así me expreso, y la primera vez que escuchó de mis labios eso de que “los católicos creen en lo que no ven y los uribistas no creen en lo que ven”, se iba desternillando de la risa. Esa paciencia de franciscano de la que hace gala me ha servido inclusive para tirarle algunas líneas de agnosticismo, y ante la falta de réplica que recibo, me parece que quizá el mensaje pudiera estar calando.

Sea como fuere, aquí se cumple el precepto de Anthony Bourdain: “No tengo que estar de acuerdo contigo para quererte o respetarte”. Los amigos son los hermanos que uno escoge, y es por eso que uno es capaz hasta de perdonarles a algunos su irresponsable uribismo.


DE REMATE: Con Uribe ocurrió que muchos creyeron ver luz al final del túnel, pero fue como cuando “inauguró” el túnel de La Línea el lunes 4 de agosto de 2008. En un evento propagandístico transmitido por radio y TV anunció que se daban por terminados “70 años de proyectos e ideas en torno al megaproyecto que modernizará las carreteras en el país”. Pues ver para creer: la obra sigue embolatada, esta es la hora en que tampoco vemos luz al final de ese túnel. Y aunque sí la estamos viendo en torno al tema de la paz, también lo vemos a él tratando con porfía de regresar el país a los días de la oscuridad.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

¿Es el hacker Sepúlveda un charlatán?



Un hecho político que pasó desapercibido en días pasados fue la coincidencia de opiniones entre tres mujeres que mueven la opinión pública –Claudia López desde la izquierda, María Isabel Rueda desde la derecha y Paloma Valencia desde la extrema derecha- en torno al hacker Andrés Fernando Sepúlveda, a quien las dos primeras definieron como “un charlatán”.

Que así se exprese la columnista conservadora es apenas comprensible, pues ella se ciñe al libreto uribista (ver meme adjunto), por ejemplo cuando dice que “Sepúlveda resultó ser un charlatán incluso en su reprobable misión de difamar”, o que “ojalá no se siga en esta peligrosa senda de montar libretos para criminalizar a la oposición”. Pero sorprende –casi hasta el escándalo- escuchar a la senadora López acompañada de la ultragoda Paloma Valencia en La Noche de RCN decir esto: “resulta escalofriante para la democracia colombiana que los medios, la Fiscalía y toda la opinión pública estén girando en torno a un charlatán de pésima categoría”.


Charlatán es sinónimo de mentiroso, y eso haría pensar que quienes le hemos dado credibilidad a lo que contó Sepúlveda a Semana y a La FM somos una partida de ingenuos o tontos de capirote, pues –al contrario de la muy sagaz e iluminada Claudia López- fuimos engañados en nuestra buena fe por un personaje fantasioso o mitómano, al que la Fiscalía en contubernio con el gobierno de Juan Manuel Santos le habría dado un libreto para hundir al Centro Democrático.

Lo sorprendente es ver cómo Claudia López descarga todo el peso de la culpa sobre el hacker y exonera de responsabilidad a la campaña de Óscar Iván Zuluaga, a quien ve como otro ingenuo que “le comió el cuento”. ¿Cree acaso la senadora de Alianza Verde que las pruebas que anunció o ya presentó Sepúlveda son pura patraña? ¿O es que el hombre se cree un Supermán capaz incluso de engañar a un polígrafo, al que dijo estar dispuesto a someterse? ¿Y los cuatro intentos que le habrían hecho de matarlo para silenciarlo son entonces un montaje de la Fiscalía, como dice Óscar Iván Zuluaga del video donde se ve al hacker suministrándole información de Inteligencia Militar sobre el proceso de Paz en La Habana, lo cual según este era el tema que se le había asignado?

"El testimonio del hacker al único que incrimina es a él mismo, con los demás no hay posibilidad", dice la brillante investigadora y excolumnista a quien siempre he admirado, al punto de haberle dedicado el 9 de mayo pasado una columna donde pregunté “¿qué pasaría si renuncia Peñalosa y lo remplaza Claudia?” Pero esta vez no le creo, porque pareciera que se le fueron las luces al aparecer sirviendo de idiota útil a la causa uribista. Prefiero más bien creerle a Julio Sánchez Cristo cuando en entrevista a Zuluaga dijo que el presidente Juan Manuel Santos no se habría arriesgado a decir que estamos ante una “empresa criminal”, si no hubiera sido porque fue debidamente ‘dateado’ en torno a las pruebas que habría entregado el hacker a la Fiscalía.

Contrario a lo que piensa la muy valiente y corajuda Claudia López, por quien habría votado al Senado si no fuera porque voté liberal, me atrevo a pronosticar que se avecina un remezón que permitirá identificar parte de esas fuerzas oscuras que de un tiempo para acá le han venido colaborando tras bambalinas al proyecto político engañosamente conocido como Centro Democrático. “Habrá llanto y crujir de dientes”, mejor dicho.

Andrés Fernando Sepúlveda afirma haber sido puesto en la tarea de obtener información que permitiera acabar con el proceso de paz, y todo lo que confiesa o revela lo expresa con mucha propiedad, y parece tener pruebas que sustentan sus aseveraciones. Diríase que en la campaña electoral estuvo precisamente al servicio de esa misión desestabilizadora, como lo fue también (desestabilizadora) la revelación que hizo Álvaro Uribe en su cuenta de Twitter de las coordenadas del lugar donde el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) facilitaría el traslado de un miembro de las Farc a Cuba, con base en información que le habría suministrado el entonces jefe del Comando Conjunto de Operaciones del Ejército, general Javier Rey, si es que hemos de creerle al hacker.

En mi columna anterior dije que “es mucha la tela que falta por cortar, pero lo interesante de las declaraciones de Andrés Sepúlveda es que permiten distinguir con relativa nitidez las huellas que durante la pasada campaña electoral fueron dejando los dedos de una especie de Mano Negra puesta al servicio del proyecto de ultraderecha encarnado en la ‘majestad’ del expresidente Álvaro Uribe”. Con base en los últimos acontecimientos, me sostengo en lo dicho.

DE REMATE: Coincido con Mauricio Vargas en que el hacker español Rafael Revert pudo ser un infiltrado -él sí- de la Fiscalía o del gobierno en la campaña de Óscar Iván Zuluaga. Pero tengo la  nítida impresión de que Andrés Sepúlveda no es ningún charlatán, que decidió colaborar con la Fiscalía cuando vio que era el mejor seguro de vida para que no lo mataran, y que algunas de las pruebas que tiene pondrán en aprietos a más de uno.