martes, 24 de junio de 2014

El verdadero traidor fue Álvaro Uribe




Ahora que amainó la tormenta de una contienda electoral hasta cierto punto repugnante –sobre todo por la feroz campaña de propaganda negra que desplegó el uribismo-, conviene permanecer alerta ante posibles coletazos de la bestia herida, sin dejar de reflexionar en torno a la acusación de “traidor” que lanzó Uribe durante los cuatro años de mandato de su sucesor.

A esa palabreja se agarró como caballito de batalla desde el momento en que Juan Manuel Santos anunció que se embarcaba en la búsqueda de la paz para Colombia, con lo cual este aparecía traicionando la causa en la que se había empeñado su jefe, la de aplastar a los grupos guerrilleros por la vía de una victoria militar, la única permitida para el “guerrero” que Uribe se jacta de ser. Si esto fuera una novela, se diría que Santos traicionó a una esposa autoritaria y dominante para irse con una amante… de la paz, mientras hoy la despechada sigue buscando cómo vengar la afrenta cometida por quien gozó de sus favores y de su confianza.

Según Nicolás Maquiavelo, “los traidores son los únicos seres que merecen las torturas del infierno, sin nada que pueda excusarlos”. Esto da una idea de la gravedad del término, que se instala como una mancha de Caín sobre la frente, y explicaría por qué Santos quiso suavizar el anatema diciendo que más bien había sido “traidor de su propia clase”. Pero si echáramos un vistazo retrospectivo sobre la historia reciente, quizá podríamos llevarnos la sorpresa de encontrar que el verdadero traidor fue quien fungía de ofendido acusador.

Comencemos por anotar que Álvaro Uribe portó el carné de miembro del Partido Liberal durante toda su carrera política, desde que fue director de la Aeronáutica Civil, pasando por concejal, alcalde de Medellín, senador y gobernador de Antioquia, con una sola y única excepción: cuando fue candidato y luego presidente de la República, a nombre del movimiento Primero Colombia que fundó meses atrás con su primo Mario. Su última actividad política como liberal se dio cuando regresó de Inglaterra para apoyar a Horacio Serpa en su primera aspiración a la presidencia en 1998, en la que el candidato del liberalismo fue derrotado por Andrés Pastrana gracias a unas fotos que este se hizo tomar con Tirofijo y el mono Jojoy.

Cuatro años después se dio la paradoja de ver a Serpa y Uribe ya no trabajando juntos, sino enfrentados en busca del mismo cargo. Y fue precisamente a partir de 2002 cuando de la mano (dura) de Uribe el país dio un vuelco inusitado de 180 grados hacia la derecha, con un aspecto al que los historiadores no le han prestado la debida atención: el recién posesionado Presidente de la República se quita la careta de demócrata que traía hasta ese día, traiciona el ideario del pensamiento liberal y comienza a aplicar sin tapujos una ideología profundamente reaccionaria, emparentada en lo político al general Francisco Franco y en lo militar al general Augusto Pinochet, con la única diferencia de que Uribe no se impuso por la vía de las armas sino por la de la urnas, de modo que no se podría hablar de una dictadura sino de lo que Juan Manuel López Caballero definió como una dicta-blanda.

Si blandos hemos de ser pero de traidores se ha de hablar, diríase entonces que lo que traicionó Uribe fue la civilidad, entendida como una herramienta de concertación democrática mediante el diálogo y la búsqueda de consensos, para ser remplazada por una visión donde primó un autoritarismo ramplón acorde con su cosmovisión militarista. Y se dedicó a imponer lo que llamó el ‘Estado de opinión’, consistente en que el inmenso prestigio del que disponía sobre unas masas adocenadas le extendió patente de corso para atropellar, espiar o aplastar por igual a enemigos y contradictores.

En dicho contexto se ubica lo de las ‘chuzadas’ del DAS, pero esto es un piropo al lado de la campaña de exterminio benignamente conocida como de los ‘falsos positivos’, cuando bajo coordinación directa del general Mario Montoya (según confesión reciente del coronel Robinson González a la Fiscalía), se convirtió en “política institucional” la ejecución extrajudicial de más de 4.000 personas para hacerlas pasar como bajas de la guerrilla, y a cuyos autores Uribe sigue considerando héroes de la patria y perseguidos por la Fiscalía, sin olvidar además que revirtió de manera infame la culpa sobre las víctimas al decir de estas que “no estaban recogiendo café”.

No sería por tanto errado afirmar que durante su gobierno Uribe traicionó a ‘los civiles’ para irse en busca de soluciones genocidas o de facto, en aplicación de doctrinas neonazis de ingrata recordación en nuestro continente. Pero no contento con ello, después de su gobierno se dedicó a minar la moral de la tropa y a soliviantar a las Fuerzas Militares contra su comandante en jefe, en lo que el senador Juan Manuel Galán calificó acertadamente como “traición a la patria”, delito este que está en mora de recibir el justo castigo que toda democracia operante debería imponer a quienes se apartan de la institucionalidad o conspiran contra esta.

Así las cosas, es a la justicia –o si no a la historia- a la que le corresponderá algún día juzgar quién fue el verdadero traidor, si Álvaro Uribe Vélez o Juan Manuel Santos.

DE REMATE: Mientras los tribunales se pronuncian sobre este y los demás delitos atribuidos al expresidente de origen ‘liberal’, no deja de ser pertinente la recomendación que el analista Germán Yances formula a los medios de comunicación: “Actitud responsable es comenzar a revaluar la credibilidad de Uribe, después de la cantidad de mentiras y embuchados que le ha metido al país. Ignorarlo del todo sería censura, pero en adelante los medios deberán evaluar muy bien, en aras de la verdad y del buen periodismo, qué de lo que dice o hace Uribe puede ser tomado en serio para publicar”.


martes, 10 de junio de 2014

Historia de tres tristes tigres inseguros




Si hay dos personas en Colombia que tienen toda la información requerida para hundir a Álvaro Uribe, son María del Pilar Hurtado y Luis Carlos Restrepo. Tal vez más la segunda que el primero, pues era la que en asuntos de seguridad le reportaba y de quien recibía órdenes directamente, así que Uribe tenía que confiar plenamente en ella y, por tanto, le debe conocer grandes secretos.

Ello explicaría por qué con celeridad “por cuenta del expresidente Álvaro Uribe viajó a Panamá un grupo de abogados para defender a la exdirectora del DAS, María del Pilar Hurtado, y evitar su repatriación a Colombia dentro del sonado proceso por las chuzadas telefónicas y seguimientos ilegales a magistrados, políticos y periodistas”. Y explicaría además por qué el candidato Óscar Iván Zuluaga pide garantías para la exdirectora del DAS (cumpliendo órdenes de su jefe, sin duda), pero no explica por qué este nunca pidió garantías para las víctimas del espionaje que ella mismo habría coordinado, en cumplimiento de órdenes del mismo jefe.

La diferencia entre la Hurtado y Luis Carlos Restrepo es que ella perdió su asilo territorial y muy seguramente se reactivará la circular roja de Interpol que logre traerla de vuelta, mientras que Restrepo puede regresar cuando quiera, porque la juez Carmen Johanna Rodríguez –de quien luego se supo le hacía los ‘cruces’ al coronel Robinson González del Río- le levantó la orden de detención al ex Comisionado de Paz con argumentos traídos de los cabellos.

Sea como fuere, lo que ambos saben –Hurtado y Restrepo- es precisamente lo que les empuja a tratar de evitar su retorno, en un triángulo de suspenso con un elemento en común: inseguridad.

Inseguridad jurídica para Álvaro Uribe, en caso de que la coneja Hurtado luego de su obligado regreso decidiera ‘cantar’ para conseguir una reducción de penas por las fundadas acusaciones que recaen sobre ella. (Que es lo mismo que hoy hace el coronel González, incriminado hasta las parótidas: contar lo que sabe, porque no tiene otra salida legal). E inseguridad jurídica –pero sobre todo física- tanto para María del Pilar Hurtado y Luis Carlos Restrepo como para sus familias, si tuvieran que regresar de su forzoso exilio. Eso es precisamente lo que ha alegado Salvatore Mancuso para no abrir la boca sobre lo que dice que sabe de Uribe: que sus familiares están desprotegidos y quedarían expuestos a retaliaciones.

Y dirán que esto ya es hilar muy delgado, pero ahí también podría residir el motivo por el cual Luis Carlos Restrepo prefiere seguir escondido, y de paso explicaría por qué ni el mismísimo expresidente Uribe conoce su paradero....


DE REMATE: No sé si estoy magnificando a Jorge Enrique Robledo, pero he llegado a pensar que en sus manos podría estar hoy el futuro del proceso de paz, suponiendo que tuviera el gesto generoso y responsable de recapacitar y, siguiendo el ejemplo de Clara López (aunque por supuesto haciendo claridad en que no le gusta para nada Juan Manuel Santos), anunciara su voto por él en aras de consolidar la reconciliación entre los colombianos. Esto tendría un efecto psicológico muy positivo hacia el día de la elección. 

miércoles, 4 de junio de 2014

Colombia va al abismo de la mano de Uribe




“Se le dijo, se le advirtió, se le recomendó, pero no hizo caso…”
Peraloca, personaje de Hebert Castro

En el debate preelectoral de Caracol donde Luis Carlos Vélez asumió el odioso rol de prefecto de disciplina, Óscar Iván Zuluaga dijo algo en apariencia intrascendente, pero de profundo contenido subliminal: “gobernaré con la ayuda de Dios”. Justo el día anterior le había alzado la voz al candidato presidente, durante el debate en RCN, después de que este lo trató de títere de Uribe: “usted a mí me respeta, doctor Santos”.

Para entender por qué Zuluaga en cosa de semanas pasó de ser candidato colero en las encuestas a obtener la mayor votación en la primera vuelta electoral, se debe reconocer que detrás está la mano prodigiosa aunque maquiavélica de un genio de la comunicación como Álvaro Uribe, quien después de mucha brega logró adiestrar a su ‘muñeco’ de ventriloquía en cosas preñadas de simbolismo como imitar casi a la perfección los giros sonoros de su voz o la expresión gestual de sus manos.

Esto es de genios, pero no es nuevo ni original. Lo que hace el uribismo es estudiar y aplicar las técnicas de propaganda que en su momento adoptó el nazismo antisemita alemán que llevó a Adolf Hitler al poder en 1933 y lo mantuvo allí hasta los días de la hecatombe en 1945. La diferencia más notoria está en que aquí no sería un movimiento antisemita sino antiguerrilla, donde lo que para Hitler fueron los judíos para Álvaro Uribe son “los terroristas de la FAR”. Pero coinciden en que Uribe carga con su propio Joseph Goebbels, quien para el caso que nos ocupa también se llama José (Obdulio Gaviria), genuino ideólogo del mal llamado Centro Democrático y cerebro gris del expresidente paisa, hoy propietario, artífice y dueño de los derechos sobre la marca Óscar Iván Zuluaga, ahora reconocible como “Z”.

La situación sin embargo no se presta para chistes ni odiosas comparaciones: los resultados electorales del pasado 25 de mayo indican que Colombia está ante el inminente peligro de avanzar hacia el abismo aferrada a la mano de Álvaro Uribe, “con la ayuda de Dios”. Lo triste es que algunos medios quizá confundidos de buena fe (como en la Alemania pre nazi) siguen en el papel de ingenuos pregoneros de esa extrema derecha rabiosamente guerrerista e identificada con una Z que ayer fue U, y que por coincidencia gráfica –no sabemos si intencional- se acerca ya a la cruz gamada (). La ingenuidad de los medios está en que por ejemplo gradúan de ‘polémica tuitera’ a una señora histérica como María Fernanda Cabal, cuya más conocida tarea en su faceta de senadora ha  sido la de ensuciar el agua de la política donde se bañan los tuiteros, escupir sobre la tumba de nuestra más grande gloria nacional, Gabriel García Márquez, y tildar de guerrilleros a los que no viven en el centro del país porque no votaron por Zuluaga.

Hoy Colombia está ad portas de un ‘golpe de Estado de opinión’, donde el comandante en jefe del uribismo y demás fuerzas oscuras, alentado por el triunfo que en bandeja de urnas le entregarán unas masas adocenadas, tendrá carta blanca (y negra) para doblegar a la justicia –si es el caso por la vía militar, que le marcha al dedillo- e imponer la impunidad sobre los delitos que se le imputan tanto a él como a la camarilla que lo acompañó en sus ocho años de gobierno, muchos de cuyos integrantes son investigados o pagan penas de prisión por sus comprobados delitos.

Pero volvamos al primer párrafo de esta columna, donde se identifican los dos principales elementos de los que se ha valido la bestia para calar en el imaginario colectivo y controlar la psiquis de sus fervorosos seguidores, como en su momento lo hizo Hitler: el hombre religioso que invoca a Dios y pone a su gabinete a rezar el rosario tras el triunfo de la Operación Jaque, y el hombre guerrero: “usted a mí me respeta, doctor Santos”.

Preguntémonos cuántas veces en su carrera habrá empleado Uribe su famoso “usted me respeta”, y encontramos la última en una entrevista radial con Vicky Dávila (“tú me respetas”), cuando esta la pedía con insistencia las pruebas de su acusación contra Santos por el supuesto ingreso de dos millones de dólares a su campaña del 2010. Y ocurrió justo el día en que Zuluaga usó el mismo estribillo, no porque Santos lo hubiera sacado de casillas sino porque estaba contemplado en el libreto: “indignarse en algún momento del show”, o algo por el estilo.

Esto no es gratuito ni coincidente, sino la puesta en escena de una tramoya en la que sus ‘creativos’ sondearon el alma y las pulsiones del colombiano promedio y encontraron que este le rinde culto al bravucón porque revela carácter y don de mando, como también al que se declara devoto de la Virgen y de la Santísima Trinidad y del hermano Marianito, bajo el entendido implícito de que todo creyente es por antonomasia un hombre bueno.

Es por ello que cada cierto tiempo Uribe desliza eso de decir que “soy un guerrero”. Él sabe que así, de modo subliminal, le llega al corazón de la gente que en las películas asimila al guerrero con la condición de héroe: un héroe que invoca al Altísimo y por tanto adquiere la jerarquía de Mesías o caudillo en una cruzada contra las fuerzas del mal, identificadas en las FARC y en todo lo que se oponga a su cosmovisión ortodoxa, radical, ultra católica y militarista. Y cualquier parecido con el general Francisco Franco es clara coincidencia religiosa e ideológica, como lo es “del mismo modo y en sentido contrario” con otro fiel aliado de su causa, el procurador Alejandro Ordóñez.

El gran peligro para nuestra maltrecha democracia reside en que si Óscar Iván Zuluaga fuera elegido presidente, no sería este quien controlaría los hilos del poder sino un individuo sub judice, categoría colindante con lo penal que adquirió en el ejercicio soberbio de un poder omnímodo, que le sirvió hasta para nombrar a reconocidos criminales como Jorge Noguera en la dirección del DAS o a Mauricio Santoyo como su Jefe de Seguridad en la Presidencia, y donde una práctica genocida como la de los ‘falsos positivos’ (que al parecer aprobó, pues defiende a sus autores como ‘héroes de la Patria’ y ‘perseguidos por la Fiscalía’) sigue siendo la mancha más ominosa de su gobierno, del mismo modo que en el de Hitler lo fue el holocausto judío.

Es por eso que este 15 de junio, Colombia está ante dos opciones:

Una: Tropezar por tercera vez con la misma piedra, o sea regresar a la guerra entre hermanos, a la saga funesta de un gobierno dedicado al ‘todo vale’, a cometer delitos y persecuciones (unas abiertas, otras mediante espionaje), a seguir recortando beneficios, primas, salarios, dominicales y horas extras para beneficiar al empresariado.

Dos: Buscar la cura para todos esos males.

DE REMATE: La decisión coincidente del Polo y Alianza Verde de dejar a sus electores decidir por quién votar, es irresponsable y pusilánime, por no decir cobarde. Dejan al proceso de paz inerme y en la mira de sus poderosos enemigos. La izquierda y el centro resultaron ‘ni chicha ni limoná’. No hay derecho, como dicen las señoras.