martes, 26 de junio de 2018

Álvaro Gómez Hurtado y los exabruptos de la Fiscalía




Digámoslo sin rodeos: frente al caso por el asesinato de Álvaro Gómez Hurtado la Fiscalía General de la Nación se está tomando más atribuciones de las que le corresponden, a la par que adelanta una poderosa campaña mediática tendiente a ocultar a los verdaderos autores de ese crimen.

La sorpresa de hace unos días fue la noticia según la cual tres policías fueron llamados a indagatoria por desviar el proceso. Como dato llamativo, tres medios de comunicación reprodujeron de manera casi idéntica el comunicado que expidió la oficina  de Prensa de la Fiscalía (El Tiempo, Caracol y El Espectador), sin ningún sentido crítico hacia la información oficial, aceptando y reproduciendo lo que allí se dijo como si fuera la verdad por fin revelada.

Pero ocurre lo contrario, pues lo que se percibe es la aplicación de un plan estratégico de comunicaciones -por no decir de Inteligencia Militar- orientado a imponer la tesis que sin sustento probatorio alguno expuso el narcotraficante Hernando Gómez Bustamante, alias ‘Rasguño’, desde una cárcel de Estados Unidos y con el único propósito de obtener rebaja de penas, como él mismo habría de reconocerlo en una tercera declaración suya que Enrique Gómez Martínez (hoy abogado del que disparó contra su tío) trata de ocultar, pero que saldrá a la luz pública.

Las dos primeras declaraciones de Rasguño (a las que Semana les metió lupa analítica en artículo de carátula titulado ¡Está loco!) planteaban que el cartel del Norte del Valle habría asesinado a Gómez Hurtado en parte para “hacerle un favor” al gobierno de Ernesto Samper, silenciando a un crítico suyo, y en parte porque se rumoraba que habría un golpe de Estado y se instalaría una junta presidida por el dirigente conservador, quien convocaría a una Asamblea Constituyente para revivir la Constitución de 1886, extraditar a los principales capos del narcotráfico y cerrar el Congreso.

¿Y a quiénes presentaba ‘Rasguño’ como los determinadores del magnicidio? A tres mafiosos, todos muertos, todos pertenecientes al cartel del Norte del Valle: Efraín Hernández alias ´don Efra’; Orlando Henao alias ‘El hombre del overol’; y el coronel (r) de la Policía Danilo González, que terminó al servicio de esa agrupación criminal. Había además un eslabón que estaba incomodando, el abogado Ignacio Londoño Zabala, quien según ‘Rasguño’ habría sido el que les transmitió el mensaje a los mafiosos para que se encargaran del asunto.

Londoño estaba muy tranquilo porque nunca fue vinculado al proceso -declaró en versión libre- y tenía en su poder una carta con letra, firma y huella del propio Rasguño donde este se disculpaba por haber mentido sobre él y le explicaba el motivo de su engaño a la justicia. (Ver El eslabón perdido, revista Semana). Tal vez el saberse libre de toda culpa con ese documento hizo que Londoño descuidara su seguridad personal y fuera asesinado el 19 de julio de 2015, siendo candidato a la alcaldía de su natal Cartago. Esa carta es posible que permanezca en poder de algún miembro de su familia, en calidad de depositario o custodio del documento, y que un día de estos también salga a la luz pública.

El plan estratégico de Londoño, según su abogado, era obtener de la Fiscalía una resolución inhibitoria que le permitiera posesionarse como alcalde de su pueblo y olvidarse de la acusación, con su hoja de vida limpia, pero un sicario le frustró su sueño disparándole desde una ventana.

La ausencia física de Londoño es la que le permite al Fiscal General de la Nación, Néstor Humberto Martínez (amigo de la periodista conservadora María Isabel Rueda, a su vez muy cercana a los intereses de la familia Gómez Hurtado) imponer una tesis sin sustento probatorio diferente al que ya no pueden brindar los cuatro muertos citados, pero a quienes sí se les puede echar la culpa para que nadie vuelva a pensar en la tesis expuesta por el exembajador de Estados Unidos Myles Frechette, sin duda el hombre mejor informado que hubo durante el gobierno de Samper.

Según Frechette “gente de derecha en algún momento decidieron (sic) hacer un golpe, y le preguntaron a Álvaro Gómez (…) que si él podría encabezarlo. Él lo pensó, y lo rechazó. En ese momento los conspiradores decidieron matarlo, porque ellos sabían que en algún momento, según las circunstancias, él podía delatarlos”. Y más adelante agrega: “El autor material pudo ser cualquier persona. Pero los autores intelectuales están ahí todavía, ahora. No sé adónde, pero están en Colombia. No han sido apresados, no han sido detenidos, nada”. (Ver entrevista).

A pesar de tan contundentes afirmaciones de Frechette, mas los numerosos indicios que apuntan en esa dirección, la Fiscalía sigue con su entramado de exabruptos, buscando el ahogado río arriba. El primer exabrupto aparece en un artículo de El Espectador titulado ‘Revive el caso Gómez Hurtado’, donde se lee: “Hoy la justicia admite que el cartel del Norte del Valle fue quien (sic) asesinó a Gómez y, según testimonios de los propios capos que siguen en Estados Unidos, la razón del crimen fue la creencia de Orlando Henao y su círculo de que el dirigente conservador iba a ser parte del gobierno tras el derrocamiento de Samper, y los narcotraficantes iban a ser extraditados a Estados Unidos. Por eso se configuró la conjura en la que, así como el coronel Danilo González fue determinante, también estuvo el abogado José Ignacio Londoño Zabala”.

¿Cómo así que “hoy la justicia admite”, y por qué la prensa se deja meter tan fácil los dedos en la boca? La justicia la imparten los jueces y las atribuciones de la Fiscalía son las de investigar y acusar ante los estrados judiciales, no las de ejercer justicia por lengua propia. Y hasta donde llega la información -o mejor, el estado del proceso- ningún juez de la República ha sentenciado en los términos que el fiscal general quisiera precipitar, salvo por la pena de 40 años al único condenado, Héctor Paul Flórez, hoy paradójicamente representado por Enrique Gómez Martínez en un trámite insólito y absurdo, pues aparece defendiendo a quien fuera el asesino de su tío.

Esa misma indebida atribución -o intromisión- de la Fiscalía obra para la declaratoria de lesa humanidad, tarea que no le compete a Néstor Humberto Martínez Neira sino a un juez, sea uno de primera instancia o la misma Corte Suprema, por cierto la más indicada por ser allí donde reposa el proceso en el que obra como parte civil la familia de la víctima y como acusado el exministro del Interior Horacio Serpa, mientras que el expediente contra Ernesto Samper reposa en la Comisión de Acusaciones de la Cámara, como corresponde al fuero presidencial y según la legislación vigente.


Tuve oportunidad de contactar a uno de los policías que rindieron diligencia de indagatoria en días recientes, el entonces mayor Luis Guillermo Parra Niño, para la fecha comandante de la Sijín en Sincelejo, y asombra la tranquilidad que lo abriga frente a la acusación que le hacen (favorecimiento y fraude procesal), en aplicación del refrán “el que nada debe nada teme”.

Los tres policías cumplieron con la recepción de una declaración de Carlos Alberto Lugo, delator de uno de los sicarios, Héctor Paul Flórez, al que el abogado Enrique Gómez Martínez necesita tumbarle el proceso para que puedan declarar el homicidio como crimen de Estado y así él y su familia se hagan merecedores a una millonaria indemnización. (Ver columna anterior sobre el tema).

Por ahora, basta denunciar la anómala situación que desde finales del año pasado se viene presentando, cuando la Fiscalía General de la Nación decidió tomar partido por una de las partes del proceso y, asumiéndose como juez y parte, comenzó a usurpar la competencia que solo la justicia tiene para resolver el caso.

La gran pregunta es: ¿Qué está llevando a Néstor Humberto Martínez a ‘pedalear’ la impunidad para los verdaderos autores del execrable asesinato de Álvaro Gómez Hurtado? No puede ser solo influencia de su protegida, María Isabel Rueda. ¿O sí…? Mejor dicho, ¿qué será, será?

DE REMATE: Los tres gobiernos de Álvaro Uribe -los dos que ya tuvo y el que va a comenzar- fueron elegidos por el 27 por ciento del total de votantes potenciales que aparecen en el Censo Electoral. Es decir, Uribe siempre ha sido elegido por menos de la tercera parte de los electores posibles. Es por eso que el voto obligatorio es lo único que serviría para darle una verdadera vuelta de tuerca a este país agobiado por tanta impunidad reinante. ¿Por qué en ninguna reforma política desde los años del Frente Nacional ha prosperado el voto obligatorio? Muy fácil: porque sería soga para el propio pescuezo de los políticos que lo aprobaran.

lunes, 18 de junio de 2018

Aposté un millón de pesos… y perdí




Hay un amigo que me debe una plata, cinco millones de pesos para ser exactos. No es plata que yo le haya prestado, es por un trabajo que hice y la suma referida es el saldo a favor. Ese amigo se llama Ancízar Casanova y con él me encontré a tomar un café en la cafetería La Croissantina de Girón el sábado 16 de junio de 2018, un día antes de la elección de Iván Duque como presidente de Colombia.

Casanova no solo es un agudo estratega de la política nacional, sino alguien cuyo trabajo lo obliga a hacer mediciones mediante encuestas que él mismo contrata. Esa tarde, aunque nos reunimos a finiquitar un asunto editorial pendiente, aprovechó la ocasión para lanzarme una apuesta tentadora. Muy seguro de cada sílaba que pronunciaba, me dijo que al día siguiente iba a ganar Iván Duque y que la diferencia de votos con Gustavo Petro iba a ser superior a millón y medio de votos, y en la frase siguiente la puso superior a dos millones. Mientras tanto mi vaticinio, como lo había publicado en Facebook y Twitter, apuntaba a dos escenarios posibles: Petro perdía por una pequeña diferencia de votos, o ganaba por la misma pequeña diferencia.

Pero centrémonos en ese millón y medio de votos, porque corresponde a los términos que me propuso el amigo apostador -y calculador-, a saber: si Duque ganaba por una suma igual o inferior a 1’499.999 votos, o si Petro era elegido presidente, él ya no me debería cinco sino diez millones de pesos. Pero si Duque ganaba por una suma de votos superior a millón y medio de votos, la deuda de él conmigo quedaba saldada de inmediato.

Mi primera reacción casi a ojo cerrado fue aceptar la apuesta, pero antes tomé la precaución de preguntarle en qué se basaba para hacer tan osada y tentadora oferta. Queriendo convencerme de que no elucubraba, Ancízar comenzó por mostrarme un vaticinio que le hizo sobre una servilleta días antes de la primera vuelta a un político uribista que primero apoyó a Didier Tavera a la gobernación de Santander y luego regresó al uribismo, donde daba cifras cerradas sobre los resultados que obtendría cada uno de los cinco candidatos que se enfrentaron allí, y acertó en el orden que ocuparon estos y en el aproximado de votos para cada uno. (Ver servilleta).

Luego Casanova me habló sobre lo que iba a pasar el domingo, e hizo una sumatoria en la que a los inamovibles casi ocho millones de votos de Duque les agregó una proporción razonable de los que recibiría de Germán Vargas Lleras y demás ‘adherencias’ (conservadores, liberales, Cambio Radical, La U, etc.), y a Petro le descontó los que dejaría de recibir por la promoción del voto en blanco que de manera irresponsable hizo Sergio Fajardo dos días antes de la votación (viernes 15 de junio), y a continuación esbozó un cálculo del total de votos que recibiría Petro, y en su dictamen final pronosticó que Duque ganaría por más de dos millones de votos, pero a efectos de la apuesta lo redujo al millón y medio ya referido.

No quiero alargar la pita, solo resumo en que la cifra de votos que dio a favor de Duque me pareció exagerada, tan exagerada que decidí cogerle la caña en la apuesta, aunque por una suma que en caso de perder el suscrito no me hiciera tanto daño: un millón de pesos.

Casanova acogió sin titubear mi contrapropuesta, y aquí debo citar como testigos a los amigos y visitantes de mi muro de Facebook, puesto que lo mismo que cuento aquí lo publiqué el sábado 16 de junio a las 11:45 p.m., solo que redactado no en futuro pluscuamperfecto sino en pretérito reciente, narrando lo que acababa de pasar en esa cafetería en torno a la apuesta para el día siguiente. (Ver post de Facebook).

Yo difería de tan avasallador resultado a favor de Iván Duque, pues en mi condición de optimista empedernido estaba convencido de que la diferencia de votos a favor o en contra de Petro no sería superior al millón de votos. Así que decidí jugármela, asumí el riesgo, y al anunciar la apuesta en mi muro de FB cité pomposamente al emperador Julio César cuando al cruzar el río Rubicón dijo “alea iacta est”, la suerte está echada. Y el resto de la historia ustedes ya la conocen.

Debo reconocer que mi contendor en la apuesta no solo acertó en que ganaba Duque, sino en un vaticinio exageradamente cercano al resultado final, si es que se puede dar un acierto exagerado: la diferencia exacta entre Duque y Petro fue de 2’338.891 votos.

Hoy no quiero hacer ningún análisis alarmista sobre lo que puede significar para Colombia el regreso de Álvaro Uribe al poder en la figura de un muchacho inexperto pero adiestrado para el obediente cumplimiento del objetivo estratégico trazado por las fuerzas oscuras que lo gobiernan. Más bien, procuraré aplicar lo que en alguna ocasión le escuché a mi madre: “tenga paciencia y maldiga pasito”.

Sea como fuere, debe haber claridad en esto: he sido derrotado en franca lid y, como corresponde a un caballero, de la cuenta de cobro por el saldo que Ancízar Casanova me adeuda descontaré el millón de pesos perdidos en la apuesta.  Pero que conste, citando al político brasilero Darcy Ribeiro:

“Me puse del lado de los pueblos originarios y me derrotaron.
Me puse del lado de los negros y me derrotaron.
Me puse del lado de los pobres y me derrotaron.
Me puse del lado de los trabajadores y me derrotaron.
Pero nunca me puse del lado de quienes me derrotaron.
Esa es mi victoria”.

La única enseñanza posible de esto, es que resulta imposible cambiar en cosa de meses estructuras mentales arraigadas en el pueblo colombiano y ligadas desde lo religioso a la presencia de un padre autoritario que mediante el miedo los induce a no caer en el “error” de liberarse de sus propias ataduras. Esclavos felices, mejor dicho.

DE REMATE: Al día siguiente de la elección, Jorge Robledo salió con esto: “se confirmó que era falso que votar en blanco era votar por Duque o por Petro”. (Ver trino). Vaya vaya, qué facilidad para convertir en aparente triunfo una aplastante derrota. Lo cierto fue que gran parte de los votos de Fajardo en Antioquia se fueron para Duque y otra parte para Petro, pero los votos en blanco que Robledo necesitaba para hacerle daño a Petro no aparecieron. Apostó mal… y perdió. Colega en el infortunio, digamos.

lunes, 11 de junio de 2018

El voto en blanco solo le sirve a Uribe


El Espectador en su editorial del sábado 9 de junio se manifestó a favor del voto en blanco, lo cual es comprensible, pues uno no se imagina a los empresarios dueños de este periódico votando por Gustavo Petro, del mismo modo que no es concebible que sus periodistas -críticos de toda forma de abuso del poder- invitaran a votar por el candidato de Uribe, Iván Duque. (Ver editorial).

Según el editorialista, el voto en blanco “es una manera muy eficiente de advertir que la vigilancia será implacable, que quien llega a la Casa de Nariño tiene el imperativo moral de acercarse a quienes piensan diferente, de tender puentes”. Eso suena razonable en un país con democracia plena y donde los abstencionistas no constituyan la fuerza política mayoritaria, pero aquí se trata es de escoger cuál de las dos opciones es la que menos daño le hará al país, si lo queremos poner en el mismo tenor del editorial cuando habla de la dificultad de decidirse por “el menos peor”.

Es obvio que el ambiente político se encuentra polarizado entre dos fuerzas antagónicas, izquierda y derecha, y parte de la culpa de que el centro de Sergio Fajardo se haya descartado como opción recae en él mismo, pues tanto Petro como Humberto de la Calle le propusieron en su momento someterse los tres a una consulta el 11 de marzo, pero como él iba de primero en las encuestas se puso de niño bonito a rechazarlos: al primero por “extremista” y al segundo por pertenecer a un partido “corrupto”. Si al menos se hubiera aliado con De la Calle, esos voticos le habrían servido para desplazar a Petro al tercer lugar. Sea como fuere, al final Fajardo se quedó sin el último centavo para completar el peso.

Hoy es saludable ver que su fórmula vicepresidencial, Claudia López, y su coequipero Antanas Mockus hayan adoptado una actitud responsable con el futuro del país al adherir a Petro, pero igual se debe dejar constancia de lo dañino que sigue siendo que Fajardo persista en promover el voto en blanco, a sabiendas de que cada voto que deje de contabilizarse a favor de Petro jugará a favor de Duque (o sea de su amo Uribe), por una sencilla razón: porque es este quien va de primero en las encuestas y los votos en blanco son precisamente los que le impiden a Petro alcanzarlo.

Volviendo al editorial de El Espectador, en él se afirma que el riesgo reside en que decidirse por “el menos peor” torna invisible la voz del voto en blanco, cuando ocurre lo contrario: que sería el voto en blanco el que propiciaría que sea elegido “el más peor” (valga el contrasentido), según la ecuación matemática ya expuesta.

No nos llamemos a engaños, el que menos peligro representa para la estabilidad institucional del país en los próximos cuatro años es Petro: como lo expusiera sabiamente el jurista Rodrigo Uprimny en su última columna, “los riesgos de su presidencia son mucho menores porque tendría mayores contrapesos institucionales, por lo cual estaría obligado a concertar”. Mientras que “si gana Duque, volvería a la presidencia el uribismo con débiles contrapesos institucionales, tendría amplias mayorías en el Congreso y enfrentaría unas cortes debilitadas por los escándalos de algunos magistrados”.

O como dijera con sobrada lucidez Alexandra Olaya-Castro en respuesta al ya citado editorial de El Espectador: “¿De verdad pueden sostener que la vigilancia a un gobierno uribista “será implacable” cuando las tres ramas del poder (Legislativo, Ejecutivo y Judicial) estén dominados por Duque-Uribe y sus apoyos? La vigilancia se garantiza cuando hay independencia de poderes”. (Ver columna). (Aquí entre nos, Alexandra Olaya-Castro es talentosa física teórica que en 2016 se hizo merecedora a la Medalla Maxwell del Institute of Physics por un trabajo suyo sobre física cuántica).

Mejor dicho, lo que se avecina es una dictadura civil, y esto se deja demostrar en que el mismo Uribe ya anunció -por boca de su monigote Duque- que regresaría al poder con la intención de transformar las Altas Cortes en una sola, o sea a hacer lo mismo que hizo Chávez en Venezuela: una sola corte que le brinde la impunidad requerida para librarse de culpa frente a los numerosos delitos por los que es investigado o acusado, como dije en este video.

Así las cosas, el voto en blanco no tendrá ningún efecto práctico distinto al de restarle votos a Petro y favorecer al candidato títere de Uribe. Es obvio que va a ganar uno de ellos dos, y en tal medida el “imperativo moral” con Colombia es que votemos por quien creamos es el mejor (o el menos peor). En mi caso, votaré por Petro.

DE REMATE: Según Juan Fernando Cristo en columna para El Tiempo, “esa humillante entrada (de muchos políticos y gamonales) por la puerta de la cocina a respaldar a Iván Duque sin acuerdos programáticos de ninguna naturaleza y sin que el candidato se pueda tomar una foto con ellos, es la mayor demostración de la crisis". Pero dijo algo aún más diciente: “La votación de Petro no se da por el crecimiento de la izquierda, sino por el crecimiento de la indignación ciudadana”.

Y ya que ando tan ubérrimo de citas, rematemos con esta de Salomón Kalmanovitz: “Los resultados de la primera vuelta arrojaron un resultado novedoso, pero a la vez amenazador para el sistema político clientelista: el voto de opinión de centro e izquierda fue mayoritario 50,9 % (sumando Petro, Fajardo y de la Calle) contra 46,4 % por la extrema derecha y el clientelismo (Duque más Vargas Lleras). Aunque no es fácil que se unifique el voto ciudadano para ganar (…), es un campanazo de alerta que puede revolcar el sistema político colombiano hacia futuro”.

miércoles, 6 de junio de 2018

¡Pueblo indolente y cobarde, despierta!




Ante los resultados de la primera vuelta electoral que dieron como ganador con 7’569.693 votos al candidato de la fiera sedienta de venganza, es imperativo encabezar esto con la proclama que pronunció una jovencita rebelde de 21 años, Policarpa Salavarrieta, el día de su fusilamiento por orden de la Corona Española: “¡Pueblo indolente! ¡Cuán distinta sería vuestra suerte si conociereis el precio de la libertad! Ved que, aunque mujer y joven, me sobra valor para sufrir la muerte y mil muertes más. Cobarde pueblo, yo os compadezco. ¡Algún día tendréis más dignidad!”.

No sobra recordar a los ignorantes de nuestra historia patria que Policarpa Salavarrieta fue una guerrillera que luchó contra la tiranía española durante el período de la Reconquista, y es heroína de nuestra Independencia al lado de una lejana pariente de nuestro presidente, la santandereana Antonia Santos, tan guerrillera como la anterior.

La cobardía de nuestros dirigentes se ha visto reflejada en el modo como la clase política tradicional -todos a una, como en Fuenteovejuna- corrió presurosa y aculillada a refugiarse bajo las enaguas de un político al que ayer tildaban de corrupto, de dictatorial y hasta de asesino, por ejemplo cuando le recordaban los mal llamados ‘falsos positivos’ que sembraron de dolor y sangre inocente la geografía nacional y que consistió en la práctica sistemática y genocida de ajusticiar -bajo las balas del otrora ‘glorioso’ Ejército Nacional- a más de 4.000 jóvenes que no estaban recogiendo café para hacerlos pasar por guerrilleros caídos en combate.

El caso más patético y vergonzoso de abyección ante el Supremo fue el del jefe único del Partido Liberal, César Gaviria, que apenas ayer tildaba a Álvaro Uribe de mentiroso y de haber pertenecido al Cartel de Medellín (ver noticia), e incluso acusó a su gobierno de haber pagado los ‘falsos positivos’ con dineros reservados de las Fuerzas Militares y en tal sentido habló de una “monstruosa maquinaria criminal” (ver noticia), pero del que hoy afirma sin que se le mueva un pelo ni se le caiga un diente que su candidato-títere, Iván Duque, “sigue siendo liberal”…

Tal vez Gaviria hablaba del mismo Cartel de Medellín que asesinó a otro dirigente liberal, este sí un hombre honrado, Luis Carlos Galán, a quien se le escuchó decir antes de caer ultimado por las balas homicidas de Pablo Escobar: “El Partido Liberal, por culpa de quienes se apoderaron de su dirección en los últimos años, se convirtió en un partido reaccionario. Un partido que le tiene miedo al cambio social. Se convirtió prácticamente en otra versión del Partido Conservador, un partido que no apoya a fondo las reformas sociales ni reconoce las desigualdades crecientes que existen (…) y la urgencia de ponerse al lado de los más débiles, de los sectores populares, de quienes más requieren del apoyo político de un partido progresista”. (Ver declaración de Galán).

Profético, ¿verdad?

Es obvio de toda obviedad que el único que ha tenido los pantalones para promover un ideario verdaderamente liberal es Gustavo Petro, tanto en la defensa de la paz como en la protección de los derechos de las minorías, como dije en columna anterior. Un exguerrillero del M-19, sí, que se metió a esa agrupación desencantado por un cerrado bipartidismo que solo admitía en la lucha democrática los colores azul conservador o rojo liberal y que para preservar los privilegios de dicha clase dominante cometió un descarado e impúdico fraude electoral contra la figura del general Gustavo Rojas Pinilla en la noche del 19 de abril de 1970, siendo presidente el también liberal Carlos Lleras Restrepo, abuelo del ‘quemado’ Germán Vargas Lleras que unas horas después del triunfo de Duque corrió afanoso a hacerle entrega oficial de su programa de gobierno, por si de pronto en alguito le pudiera colaborar…

Aquí no sobra recordar que mientras Petro se desmovilizó de la guerrilla del M-19 y se reintegró a la sociedad, contra Uribe se adelantan investigaciones por masacres y nexos con el narcotráfico (ver noticia reciente del New York Times). Mientras empresarios y economistas dicen que le tienen miedo a Petro y Semana publica un chisme sin cifras que habla de “muchas personas” exigiendo la Cláusula Petro en contratos de finca raíz, madres de víctimas de crímenes de Estado ruegan que Uribe no vuelva al poder. Mientras los subsidios de Petro son calificados de populistas (mínimo vital de agua o tarifa barata de Transmilenio para los pobres), los del Agro Ingreso Seguro de Uribe fueron condenados por la Corte Suprema por tratarse de un acto criminal que enriqueció a ricos empresarios del campo.

Lo más degradante, ya no de nuestra clase dirigente sino del país en general, es observar atónitos que con el apoyo de todos los corruptos de Colombia Iván Duque está a punto de convertirse en el próximo Presidente de Colombia, lo cual se traduce en que más de ocho millones de colombianos irresponsables (incluyendo los votos de Germán Vargas) parecerían dispuestos a permitir el regreso de un régimen que se distinguió por rodearse de deshonestos como Andrés Felipe Arias o criminales de la peor laya como Jorge Noguera, Salvador Arana, Mauricio Santoyo o Flavio Buitrago, para no alargar la lista.

Estamos ad portas de un gobierno que sin pudor se anuncia portador de las más protervas intenciones dictatoriales, como la de reformar la justicia y transformar las Altas Cortes en una sola que le brinde a Álvaro Uribe la impunidad que necesita frente a la variada gama de delitos por los que es investigado o acusado. ¡Y todos tan contentos!

Y no sigo porque la indignación patriótica me invade, y en tal medida podría ser capaz de volver a utilizar palabras ofensivas o altisonantes, como cuando ante cierta ‘cagada’ de Uribe en un foro de Atenas pronuncié ‘lo que lengua mortal decir no pudo’.

Sea como fuere, considero un deber retirarme de este recinto virtual dejando consignadas antes unas cortas y respetuosas palabras de desahogo: ¡Pueblo indolente, cobarde y miserable, despierte!

DE REMATE: Antonio Caballero le dijo a Carolina Sanín que “voy a votar contra Duque y contra Uribe. Me parece que son peligrosísimos. Como votar en blanco es votar a favor de Duque, votaré por Petro, aunque no me gusta”. (Ver trino). Después de esta declaración, la curiosidad me mata: ¿por quién anunciará su voto el decano del periodismo de opinión en Colombia, Daniel Coronell…?