martes, 25 de octubre de 2016

Del ‘No más FARC’ al ‘No más Uribe’


Aún permanecen claras en la retina las imágenes de la más multitudinaria marcha que ha habido en la historia de Colombia, el 4 de febrero de 2008, cuando ríos humanos colmaron las principales ciudades del país exigiendo a grito herido “No más FARC”, en apoyo al gobierno de Álvaro Uribe que con fiereza las combatía.

Fui uno de los que salió a marchar, indignado por la ‘forma de lucha’ que practicaban, la de secuestrar civiles para forzar a un Intercambio Humanitario consistente en trocar a su rehenes por guerrilleros presos. Ese fue el mayor error que las FARC cometieron en su accionar subversivo, pues con el trato inhumano que les dieron a sus cautivos mandaron a la bancarrota su proyecto político. Al final, fueron ellos los que se vieron forzados a sentarse con Juan Manuel Santos a hablar de paz.

Ocho años después de esa marcha la situación se invierte, y con el mismo cariz trágico-dramático. Si hemos de creerle al genial caricaturista Matador, “Álvaro Uribe y su pandilla secuestraron literalmente a la paloma de la paz. Teníamos un proceso y ya no está. Estamos en un limbo, en una incertidumbre, en una encrucijada, y veníamos de un sueño”. (Ver entrevista a Matador y ver paz secuestrada).

Si hace ocho años el sueño era liberar a Íngrid Betancourt, a los once diputados del Valle y a centenares más, ese sueño se transformó en la pesadilla que comenzó el domingo 2 de octubre, cuando el rencor del hombre urbano que ve la guerra por televisión le ganó la partida al perdón del campesino víctima del conflicto. Absurdo, a más no poder.

Pesadilla también para el incisivo columnista Adolfo Zableh, quien comenzó a ver la trama política como un filme de terror, coincidente con el Halloween: Uribe “parece uno de esos asesinos de películas que tiene amarrada a su víctima y la víctima somos nosotros. Podremos suplicar, llorar, tratar de hacerlo entrar en razón, que no va a servir”. (Ver columna).

Y para no permitir que se cerrara el telón de lo macabro, así se expresó Daniel Samper Ospina: “desde hace dos semanas en Colombia todo sucede al revés: el estamento pide guerra y la guerrilla pide paz; Pacho Santos ofrece declaraciones que brillan por su sensatez; el presidente no logra hacer la paz, pero obtiene el Nobel; los uribistas que antes pedían acelerar el proceso, ahora piden calma para renegociarlo; y el gobierno, que se tomó años en sacarlo adelante, ahora exige celeridad”. (Ver columna).

Es bien llamativo que Matador, Zableh y Samper Ospina, tres personas talentosas y divertidas que desde sus respectivas tribunas de opinión ponen a pensar al país, hayan coincidido en mostrar el mismo panorama terrorífico, espantoso, sobrecogedor. Si no fuera porque lo expresan desde las trincheras del humor, no daría espacio para la risa sino para la desazón y el crujir de dientes. Estamos ante una situación muy delicada, y parece que la única salida para impedir que nos roben la paz es la movilización popular. En tal dirección son reconfortantes las marchas que han comenzado a gestarse, sobre todo entre la juventud y el estamento universitario, pero no es suficiente.

Luego del vuelco de 180 grados que desde aquel domingo aciago tiene a Colombia en semejante atolladero, está haciendo falta la contramarcha que nos permita pasar del ‘No más FARC’ al ‘No más Uribe’. Qué bueno sería entonces para la salud democrática de nuestra nación si pudiéramos juntar en el sitio más concurrido de cada pueblo y ciudad de Colombia a los que quieren cantarle al senador Álvaro Uribe “toda la hartura, todo el fastidio, todo el horror que almacenan nuestras odres” cada vez que sabemos de la última triquiñuela que se inventó para seguir haciendo invivible la República. Si ayer la zozobra o el pánico colectivo lo causaban las FARC, hoy lo producen con la misma o mayor intensidad este exmandatario y su dañino combo.

En días pasados acogí entusiasta en mi página de Facebook la iniciativa que alguien, no sé quién, lanzó de organizar una marcha para decir No más Uribe. De puro desocupado se me ocurrió compartirla también en el grupo ‘Un millón de voces por la paz’, con casi 15.000 miembros, y fui el primer sorprendido al ver la acogida que tuvo y la posibilidad real de cuajar esta original protesta, no con el ánimo de fomentar el odio contra un individuo en particular, como dijo alguna voz respetable de la izquierda, sino con el loable y altruista propósito de contribuir a remover el más grande obstáculo que hoy presenta el camino de la paz.

Cuando estábamos a milímetros de darles cristiana sepultura a las FARC e incorporarlas sin armas a la vida política, se presenta este confuso avatar donde ni los promotores del NO sabían que iban a ganar. Ellos tampoco creían en los engaños que con confesa mendacidad y en estrecha complicidad con centenares de pastores evangélicos inventaron para confundir al electorado. Esto es tan cierto que varios miembros del Centro Democrático tienen demandado el plebiscito, y después de haberlo ganado quisieron echar las demandas atrás pero no pudieron, y la única luz al final del túnel estaría en que la Corte Constitucional o el Consejo de Estado desde el lado de la juridicidad les dieran la razón a los demandantes…

Pero vamos al grano, como dijo el dermatólogo: hay alguien dedicado a ensuciar el agua donde todos nos bañamos, para que no se note lo sucio que él está. en busca de alcanzar este objetivo necesita desmontar la Jurisdicción Especial de Paz (JEP) y su táctica consiste en dilatar, prolongar, estirar, armar el caos de aquí a 2018, para luego aparecer como el salvador con su candidato a la presidencia.

Ante tan alarmante, agobiante, deprimente y aberrante situación urge poner la escoba detrás de la puerta y exigir, o si fuera el caso implorar: Señor expresidente Uribe, permítanos por favor disfrutar de la paz con la que están de acuerdo la Organización de Naciones Unidas (ONU), la Comunidad Europea, los gobiernos de EE UU, China y Rusia, el Comité Noruego del Nobel de Paz, el Dalai Lama y hasta el mismísimo Papa Francisco. No más, señor Uribe, ¡deje a Colombia en paz!

Si la memoria no me falla, la marcha está anunciada para el 2 de Diciembre.

DE REMATE: Al presidente Nicolás Maduro hoy le pasa lo mismo que al expresidente Uribe: está subido sobre un tigre del que si se baja, el tigre se lo come.

lunes, 17 de octubre de 2016

Tengo miedo




El primer miedo del que conservo amargos recuerdos de infancia lleva el sello del temor a Dios. Me dijeron que Dios vigilaba todo, hasta lo que uno pensaba, y eso me produjo más de un desvelo. Ese miedo ya había sido superado y remplazado por un sano agnosticismo, cuando una nueva forma de desasosiego invadió mi tranquilidad desde la tarde del domingo 2 de octubre.

Hoy no le temo a la bala que me tiene guardada algún fanático de la caverna, ni al accidente simulado. Le temo es a lo que viene en camino para Colombia: al horizonte cargado de nubarrones que anuncian la tormenta perfecta, en un escenario donde se sigue aplicando la ley de Murphy según la cual “nada es tan malo como para que no pueda empeorar”.

Nada más dañino que la religión entrometida en la política, por ejemplo, pero resulta que las iglesias evangélicas y cristianas han adquirido tal poder, que quieren meterse hasta en la redacción del Acuerdo de Paz y poner a las FARC a cantar aleluyas. Es precisamente el elemento religioso el que mayor prevención puede suscitar en una mente curada del pensamiento mágico, y adquiere nivel de alerta cuando uno se entera de la reunión de mil pastores evangélicos que hubo en Bogotá para celebrar el triunfo del NO.

“Aquí estamos para librar una guerra espiritual”, dijo el anfitrión de la cumbre, César Castellanos, fundador de la Misión Carismática Internacional, cercana al expresidente Uribe. En ese momento, sentí un escalofrío atravesar el espinazo. Acto seguido se escuchó a la pastora –y política- Claudia Rodríguez de Castellanos decir que “hay que cristianizar la política, porque se nos vienen cosas como la Reforma Tributaria que desconoce las iglesias. Si hubiera ganado el Sí, habrían reemplazado la Constitución y se eliminaba la familia” (Ver artículo).

Mentiras falaces que disfrazan la defensa de un interés monetario terrenal, el de impedir que con la Reforma Tributaria les cobren impuesto de renta a unas iglesias con ingresos anuales cercanos a los 10 billones de pesos. Al respecto El Espectador presentó un editorial donde dice que “la exención es un privilegio que no puede asociarse con la libertad de cultos”, y demuestra la necesidad de que comiencen a tributar en igualdad de condiciones con los renglones laicos de la economía. La religión es tan buen negocio, que según datos de la DIAN en los últimos tres años se constituyeron 1.258 iglesias, más de una en promedio diario (Ver editorial).

Ahora bien, debido a que esas iglesias representan hoy el quinto poder (detrás del cada vez más diluido cuarto poder de los medios de comunicación), en la coyuntura actual es más fácil convertir el agua en vino que obligarlas a declarar renta como a cualquier parroquiano.

Pero hablaba era del miedo que me posee, y este se acrecienta al ver que Alejandro Ordóñez le ha metido magia a su candidatura en ciernes: ante la ausencia física de la ideología de género en el Acuerdo, anda diciendo que está “encriptada”, o sea que se va a requerir de un exorcista que la desencripte. El trasfondo de todos modos es otro: cuando habla de incorporar la defensa de la familia al Acuerdo, lo que quiere es meter la enseñanza de la religión desde la educación primaria.

Si el uribismo y sus aliados se inventaron la ‘ideología de género’, desde la otra orilla corresponde denunciar lo que sí existe: la ‘teología de género’, con la cual pretenden avanzar hacia el objetivo de conquistar –Biblia en mano- la presidencia para el corrupto exprocurador, destituido por haberse hecho reelegir dándoles puestos a parientes de los magistrados que le abrieron el camino.

¿Y qué se requiere para coronar tan ‘diabólico’ propósito? Dilatar, estirar, prolongar hasta el 2018 las nuevas ‘negociaciones’ de paz. Hoy Ordóñez combina todas las formas de lucha, y para ello hasta cometió la apostasía de hacerse ungir por un pastor evangélico en una de sus iglesias de garaje (Ver foto). La parte más peligrosa está en que ahora lo veremos contar entre sus fuerzas de vanguardia con una horda de pastores armados de Biblias, ávidos de exacerbar las pasiones y el fanatismo de sus obedientes rebaños al solo chasquido de sus dedos, como perritos amaestrados.

Es un hecho irrefutable que Uribe y los suyos solo saldrán satisfechos de esta encerrona si se desmonta la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) y se impone la contrarreforma agraria con la que pretenden favorecer a los dueños de tierras mal habidas o sin uso. Como en ninguno de esos temas se les podrá complacer, se agudizarán las contradicciones entre los dos polos opuestos: una visión liberal que luego de cuatro tortuosos años logró el mejor acuerdo posible pero cometió el error de someterlo a plebiscito; y una visión ultraconservadora aliada con peligrosos agitadores evangélicos, en su mayoría farsantes de esmerada labia, que tras el triunfo del NO en el plebiscito están pregonando que esa es la prueba de que tienen a Dios de su lado. La tarea que se les ha asignado es la de sembrar el caos, para luego decir que lo habían anunciado y aparecer como sus salvadores.

Esas fuerzas oscuras de extrema derecha que siempre se dan sus mañas en recomponer las cosas a su favor, hoy cuentan con un teatro de operaciones favorable para comenzar la agitación de las masas más ignorantes por la vía del temor colectivo, hacia la configuración de un Estado confesional, de corte autoritario o fascista. Con la misma propaganda negra que usaron para imponer el NO en el plebiscito, quieren llevar al insufrible Ordóñez a la presidencia.

Del otro lado, los partidarios de preservar el Estado laico consagrado por la Constitución de 1991 no se van a cruzar de brazos, y de esa dura confrontación –hoy en empate técnico- uno de los dos bandos terminará por imponerse. El problema es que aún no sabemos cuál. Ni cómo. Ni cuándo...

DE REMATE: El clamor general es para que la Corte Constitucional o el Consejo de Estado se pronuncien y desde el sentido común saquen a Colombia de este angustioso atolladero. Tengo miedo, ya lo dije, pero no es un miedo paralizante. Es necesario que los demás que también tienen miedo se hagan sentir, para que no sean los malos del paseo –nuevamente- los que ganen la partida. 

martes, 11 de octubre de 2016

El honroso Nobel de Paz y el despreciable ‘Gran Colombiano’




Conocí a Juan Manuel Santos a comienzos de los 90 en el Gun Club de Bogotá, durante un coctel de la Federación de Cafeteros. Fue la primera y única vez que hablé con él. Yo estaba con una colega y él se acercó a saludarnos sin conocernos, estuvo un buen rato conversando con nosotros y esa noche tuve la nítida impresión de que quería asegurar dos votos que a futuro pudieran servirle para algo, por ejemplo para seguir los pasos de su tío el presidente Eduardo Santos.

A Álvaro Uribe nunca lo he visto en persona y tal vez nunca lo haré. Lo considero un ser despreciable, merecedor de que la justicia lo investigue y lo juzgue como posible autor –y coautor- de múltiples crímenes. Sustento el señalamiento en las 186 demandas que reposan contra él en la Comisión de Acusaciones de la Cámara, 27 de ellas por paramilitarismo, así como también en la grave acusación que le formuló el expresidente César Gaviria tres días antes del plebiscito, frente a la cual el acusado prefirió callar: “el Departamento de Estado (de EE UU) dice que el senador Álvaro Uribe hacía parte en 1991 del Cartel de Medellín” (Escuchar declaración).

La acusación de Gaviria se basa en este documento original que puede ser consultado en los archivos de la National Security Archive (NSA), donde se lee que el “asociado 82, Álvaro Uribe Vélez, es un político colombiano, senador y dedicado a la colaboración con el Cartel de Medellín en los altos niveles del gobierno. Uribe fue vinculado a negocios que están conectados con actividades de narcotráfico en Estados Unidos. Su padre fue asesinado en Colombia por sus conexiones con narcotraficantes. Uribe ha trabajado para el Cartel de Medellín y es un amigo personal y cercano de Pablo Escobar Gaviria (…)”.

No quiero ni pensar qué sería de Colombia si Santos hubiera preferido continuar el legado guerrerista de su exjefe. Enhorabuena decidió subirse a la locomotora de la paz antes que quedarse atascado en el vagón del conflicto armado, y la Historia Universal acaba de premiarlo. Si algo le ha faltado a Uribe es nobleza para reconocer que ambos están del mismo lado, del lado del Establecimiento, y si no lo hace es porque él está del lado de las fuerzas oscuras que se verían seriamente perjudicadas el día que por fin sea derrotada la guerra. La paz las aniquila.

Según el director editorial de Semana, Rodrigo Pardo, el presidente es “un aristócrata que termina reconocido como un luchador por la paz, con el apoyo de la izquierda”. Uribe, por su parte, se ha convertido en lo que el genial caricaturista Matador define como el tumor de Santos, con el agravante de que el tumor ni mata al paciente ni existe medicina alguna que logre erradicarlo. Llegó ahí, para quedarse.

En junio de 2013 el canal History Channel le concedió a Álvaro Uribe el título de Gran Colombiano, pero eso ya no lo recuerdan ni los más abyectos uribistas y se volvió más bien motivo de mofa, porque luego se vino a saber que el concurso pertenecía a la junta directiva de la News Corporation, vinculada al canal y de la que el mismo Uribe es miembro de su Junta Directiva, sumado a que fue elegido solo por el 30 por ciento de los votantes de ese concurso, en su mayor parte direccionados por el uribismo. (Ver La relación de Uribe con History Channel).

Lo paradójico –como dije en su momento- es que si se hiciera una elección antónima, algo así como La Gran Vergüenza Nacional, Álvaro Uribe sería también uno de los candidatos a llevarse el título. Vergüenza es por ejemplo que el resultado final del plebiscito haya sido producto de una campaña de propaganda negra hábilmente orquestada. No hubo manejo sino manipulación, confesada por el propio gerente de la campaña del NO, Juan Carlos Vélez Uribe, en impúdicas declaraciones que dio a La República y se resumen en estos ítems: a los abuelos les dijeron que les iban a quitar el 7% de su pensión; a los costeños, que Colombia se iba a volver ‘castrochavista’; a los empleados, que las FARC iban a ganar más sueldo que ellos;  a los pobres, que les iban a quitar los subsidios; a los ricos, que les iban a quitar la tierra, y a los evangélicos, que se venía “la dictadura homosexual”.

En días pasados mostré en mi muro de Facebook un volante que circuló en los templos evangélicos y cristianos, donde advertían que “¡Colombia está en peligro! de caer en una dictadura comunista (…) Vota NO al plebiscito. Jesús, entra en mi corazón” (Ver volante). Y publiqué una entrada titulada El triunfo de los imbéciles, donde dije que el error principal de Santos al abrir las puertas al plebiscito estuvo en no haber aplicado esta máxima: "Nunca discutas con un imbécil. Él te llevará a su nivel y, ya allí, te ganará por experiencia". Santos no tuvo en cuenta la experiencia del rival al que se enfrentaba, un verdadero genio en el manejo de la propaganda sucia.

Ante mi publicación fueron muchos los votantes del NO que con justa razón se sintieron ofendidos y exigieron respeto, por lo que hice esta aclaración: “no estoy diciendo que los votantes del NO sean imbéciles. Con El triunfo de los imbéciles me refiero a los que engañaron a un muy alto número de personas que votaron confundidas por las mentiras o atemorizadas por las catástrofes de todo tipo que anunciaban. Así sea la mía una opinión aislada, considero que el resultado final es ilegítimo, y en tal medida lo conducente sería convocar a una de dos: a la realización de un nuevo plebiscito (ya sin huracán Mathew) o a una Constituyente”.

En cualquiera de los dos casos, se debe buscar consenso en barajar de nuevo. A la paz que llegaría después del 2 de octubre la íbamos a llamar posconflicto, y ahora los medios le vuelven a decir "proceso". Íbamos de cara a un futuro despejado, y el espurio resultado del plebiscito nos dio, cual portazo en la cara, una amarga bienvenida al pasado.

El Nobel de Paz a Santos fue como la anestesia para el dolor del totazo, pero al día siguiente el país despertó… y el Gran Colombiano todavía estaba ahí.

¿Qué será lo que quiere el paisa? Derrotar la paz. Y para lograrlo, es capaz de ‘secar un papayo’. Tenaz la pesadilla que nos espera.

DE REMATE: En honor a la verdad y al juego limpio, los del SI deberían actuar con justicia. Si el NO ganó con el 0,5% de los votos, en ese mismo porcentaje debe permitirse la modificación al Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera. 

martes, 4 de octubre de 2016

Uribe se salió con la suya




Un día antes del plebiscito cuyos resultados dejaron parqueado el proceso de paz en el reino de la incertidumbre, el periodista y escritor británico John Carlin escribió un artículo premonitorio para El País de España titulado Lo mejor y lo peor de la humanidad, donde dijo que “en Colombia convive gente de inusual nobleza e inteligencia con cínicos y manipuladores como Álvaro Uribe”.

Pero lo llamativo no es eso, sino este párrafo donde dejó a Colombia en el peor de los mundos posibles: “Si Donald Trump acaba siendo presidente, el resto del mundo concluirá que los estadounidenses están locos. Si en el plebiscito que se celebra este fin de semana en Colombia la mayoría vota “no” al acuerdo de paz firmado entre el Gobierno y las FARC (…), el resto del mundo concluirá que los colombianos están locos también”. (Ver artículo)

De otro lado, al día siguiente de la debacle el Washington Post citó un meme según el cual “si los colombianos fueran dinosaurios, habrían votado por el meteorito”. Y agregó: “Con el acuerdo en riesgo de colapso, una guerra de medio siglo que ha matado a más de 220.000 personas fácilmente podría estallar de nuevo, en un escenario que parecía inimaginable antes del domingo”. (Ver artículo). Coincido con ambos artículos, porque es cosa de locos que en menos de 24 horas el país haya dado un vuelco equiparable a un colapso institucional de dimensiones telúricas.

Un tahúr consumado como Juan Manuel Santos apostó sus restos en el garito de la democracia a que era capaz de quitarse de encima la pesada carga de la oposición uribista, y para ello se le ocurrió convocar a un plebiscito, pese a que le advirtieron no hacerlo tanto el anterior Fiscal Eduardo Montealegre como el actual contralor Edgardo Maya, por considerarlo innecesario. Pero Santos quiso asegurar una gobernabilidad llevadera, confiado en el anhelo de paz de los colombianos, y lo que comenzó como plebiscito se le convirtió en ‘plebiscidio’, debido a que no tuvo en cuenta que se enfrentaba a un rival resabiado y experto en las artes de la Propaganda Negra.

El triunfo del NO se dio en forma mañosa y artera, y así lo interpreta el colega Vladdo en artículo para Univisión: “volvió a ganar el que sembró más miedo” (ver artículo). En el mismo contexto, durante las últimas semanas quise alertar sobre los peligros que representaba que el uribismo hubiera llamado en su auxilio a las iglesias cristianas y evangélicas, para adoctrinar a sus creyentes en que había un plan macabro entre Santos y Timochenko para convertir el país en una “dictadura homosexual”, como predicó el concejal de Bogotá Marco Fidel Ramírez ante un abigarrado congreso de pastores evangélicos, quienes salieron de ahí a “difundir la palabra”. (Ver video).

El video en mención corresponde a mi última columna (Usan a Dios para seguir la guerra) pero ya dos meses atrás –agosto 9- había advertido que la homofobia y la guerra sucia unieron fuerzas, y remataba con esto: “El gobierno de Juan Manuel Santos debería comprender la gravedad de la situación y aplicar severas medidas de choque, si no quiere que la lluvia de ‘mierda virtual’ que el uribismo reparte a diestra y siniestra termine ganando la partida, y quedemos todos untados, y el único camino que le quede al país sea el de regresar a los horrores de la guerra” (ver columna).

Hoy estamos frente a la hecatombe que tanto anhelaba el senador Uribe, donde un presidente a punto de ser nominado al Nobel de la Paz termina de la noche a la mañana seriamente golpeado en su gobernabilidad, hecho un guiñapo.

Lo único positivo de este drama con tinte shakesperiano es que algún día había que sentar en la mesa de la paz al tercer actor del conflicto, cuyo Comandante en Jefe es Álvaro Uribe e incluye al paramilitarismo instrumentalizado en función del proyecto antisubversivo al que contribuyeron poderosos ganaderos y empresarios (unos coaccionados, otros entusiastas), así como los sectores militares que capacitaron o armaron a esos grupos, incluidos los que suministraron las coordenadas para asesinar a personajes como Jaime Garzón o Mario Calderón y Elsa Alvarado, en lo cual aparecen involucrados el general Rito Alejo del Río, el coronel Jorge Eliécer Plazas y el general Mauricio Santoyo, este último jefe de Seguridad de Uribe en la Presidencia, hoy preso en Estados Unidos por vínculos con el narcotráfico y con las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC).

Uribe se salió con la suya y ahora sentará a sus peones en la mesa de negociación de La Habana, con tres objetivos claros: meter algún tiempo en la cárcel al Secretariado de las FARC, impedir que participen en política, y desmontar la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP).

Ya con la sartén por el mango es previsible que pose de magnánimo y esté dispuesto a hacer concesiones, como permitir la participación en política (algo inatajable a los ojos de la comunidad internacional) o que en lugar de una celda paguen con  jornadas de trabajo colectivo, pero hay un punto que tendrá la categoría de inamovible: acabar con el  tribunal de justicia arriba citado. Este iba a estar integrado por 24 magistrados (18 colombianos y 6 extranjeros) y tenía entre sus funciones “investigar, esclarecer, perseguir, juzgar y sancionar las graves violaciones a los derechos humanos y las graves infracciones al Derecho Internacional Humanitario (DIH) que tuvieron lugar en el contexto y en razón del conflicto armado”. Un tribunal de similares características operó en Sudáfrica por iniciativa de Nelson Mandela durante las negociaciones de paz y condujo a la más importante catarsis para esa nación, la del esclarecimiento de la verdad a todo nivel.

Todo indica que en Colombia nos quedarán debiendo la catarsis, porque si para algo la extrema derecha hizo el esfuercito de sacar avante el NO en el plebiscito (con la eficaz colaboración de Noticias RCN), fue para impedir que un día se conozca la verdad sobre los autores de incontables crímenes.

Este es el punto crucial –el de la impunidad para él y los suyos- en el que Uribe espera salirse de nuevo con la suya porque contará con el apoyo de los militares que ejecutaron los ‘falsos positivos’, y los ganaderos que actuaron confederados en la misma causa, y los industriales que ponían plata para acabar con la guerrilla al precio que fuera, y los dueños de fábricas de gaseosas cuyos camiones circulaban por las zonas donde los paramilitares cometían masacres de campesinos o se apoderaban de sus tierras para luego venderlas a módicos precios a aliados suyos de la talla de Jorge Pretelt, para citar solo el más visible de los casos.

Para todos ellos ganó el NO.

DE REMATE: La única salida viable al momento político actual es una Constituyente. De resto, el camino es culebrero. ¿Acaso es posible lograr que congenien alacranes (FARC) con tarántulas (CD)?