martes, 30 de marzo de 2021

Convertirán a Petro en el enemigo interno

 


Tomado de El Espectador

Refiriéndose a Gustavo Petro, Humberto de la Calle plantea esto en columna para El Espectador: “Hay en marcha una estrategia, inflarlo para promover el terror. El viejo castrochavismo se pretende remplazar con el petromadurismo”.

En alguna columna anterior afirmé algo parecido: “A Petro la derecha está tratando de crecerlo, y en esa tarea cumplen eficaz papel la periodista uribista Vicky Dávila y sus jefes de Semana. Mientras en lo editorial la revista le da palo, ella le hace condescendientes entrevistas con una frecuencia que ya se torna sospechosa”.

En relación con Semana, hoy convertida en vulgar pasquín de propaganda uribista, han pasado de la condescendencia al ataque frontal. Así se vio durante la última entrevista -o interrogatorio- de Dávila con Petro, donde primero lo trató de hampón (¿cuándo se vio que una periodista cita a un personaje para injuriarlo?) y luego se despachó con una andanada de titulares cuyo objetivo era sembrar terror, pero no entre el pueblo sino entre los ‘cacaos’ de Colombia, para que con sus toneladas de dinero contribuyan a derrotar a Petro en su aspiración. Por ejemplo: “Las advertencias de Gustavo Petro a Luis Carlos Sarmiento y otros millonarios de Colombia si es presidente en 2022”. (Ver titular).

¿Se equivocó Petro al concederle esa cita virtual a Semana, inocente de que le armarían una encerrona, como en efecto ocurrió?  Petro respondió con claridad a las preguntas, y no podía prever que sus respuestas serían tergiversadas para hacer ver a los lectores una interpretación por completo diferente al verdadero significado de sus palabras. Y es algo frente a lo cual la FLIP debería pronunciarse, si no es que ya lo hizo y no me he dado por enterado.

Si se me permite meter la cucharada, hablando en términos de campaña electoral antes que de simple debate político, a estas alturas la decisión de aceptar o denegar esa entrevista no debería recaer de manera exclusiva en el líder indiscutible de Colombia Humana, más bien podría ser una decisión consultada con sus asesores, que si no los tiene debería tenerlo.

Aquí no se trata de enseñarle al papá a hacer hijos, pero si yo hubiera sido Petro o me hubiesen consultado, habría sugerido responder diciendo que “Acepto, aunque tengo una inquietud: considerando los recientes ataques que he recibido de Semana, ¿sería posible que la señora directora desde la ética periodística se declarara impedida y asignara esa tarea a su editor político, Yesid Lancheros, de quien nunca he recibido ningún ataque personal?”.

La señora en mientes habría quedado desarmada antes del primer lance, le habría tocado encomendar esa misión a Lancheros, paisano periodista de cuya idoneidad puedo dar fe y me declaro solidario con su abnegada labor de reportería actual.

Regresando al tema en cuestión, la cita de Humberto de la Calle según la cual están inflando a Petro para promover el terror, habría que ubicarla donde primero se manifiesta hoy: en terror mediático, sin descartar que en días próximos se proceda a más avanzadas “formas de lucha”.

Los sinuosos ataques de Semana con titulares amañados se inscriben en tal propósito, pero son apenas la punta del iceberg, pues la verdadera dimensión del asunto se percibe en una columna de Cecilia Orozco donde avizora la conformación de un eje mediático entre medios como El Tiempo, Semana y RCN para garantizar “el triunfo electoral de una ultraderecha más violenta y aniquiladora de la que hemos padecido hasta ahora”.

A este asunto hay que darle la mayor trascendencia, porque no se trata tan solo de que están atarugando con mermelada a esa tenaza progobiernista, sino de algo más peligroso: esos medios quedarán tan untados que difícilmente podrán oponerse a las porquerías a las que habrá de acudir este gobierno para tratar de quedarse.

No se puede descartar que tanto asesinato selectivo de líder social y tanta masacre indiscriminada respondan al mismo objetivo táctico de aterrorizar a la población, pero no hay cómo probarlo. Lo que sí es identificable con prístina claridad es que la mermelada tan jugosamente repartida comienza a arrojar valiosos frutos, por ejemplo cuando los titulares de esos medios banalizan el horror cotidiano y en sus editoriales no exigen soluciones sino que callan, y callan… y no dejan de callar mientras las más ominosas fuerzas oscuras siguen haciendo de las suyas.

Es aquí donde la figura de Gustavo Petro les cae como anillo al dedo: esa misma tenaza de medios que con su silencio se convirtió en la vaselina del horror, es la misma que viene trabajando ya no de manera silenciosa -sino todo lo contrario, con mucha bulla- en identificarlo como el enemigo interno, el ser más peligroso que haya engendrado la Tierra, la fuente de todos los males en ciernes.

Ahora la palabra a agitar entre las masas alienadas no es “castrochavismo”, porque está desgastada y no identifica al enemigo interno. Es por ello que han puesto en boca de uno de sus alfiles (Fico Gutiérrez, paisa uribista) el nuevo término, “petromadurismo”. Para que la palabreja tenga mayor efecto se requiere que Maduro no levante cabeza, sino que se hunda más, y es entonces cuando el Ejército de Venezuela se ve obligado a enfrentar dentro de su territorio a supuestas disidencias de las Farc, y es cuando Uribe afirma que “la dictadura se alía con un grupo narcoterrorista y combate al otro por el control del negocio”, y es además cuando en bienhechora coincidencia Semana titula “Uribe arremete contra Maduro”. Todo servido en bandeja de plata.

No les extrañe entonces si este gobierno delirante se inventa alguna medida de fuerza para quedarse, y luego salen con que lo hicieron para salvar a Colombia del "petromadurismo". Inclusive, podría pensarse que estamos en la antesala del proyectado escenario. Cualquier cosa puede pasar, pero en todo caso no nos quepa la menor duda: esto se va a poner peor.

Es lo que necesitan para quedarse.

Post Scriptum: Según el analista liberal Héctor Riveros en La Silla Vacía, “esta semana (Iván Duque) presidió un homenaje a Horacio Serpa, después de que hace poco aupaba la tesis infame de que habría participado en el crimen de Álvaro Gómez”. La columna de Riveros con sobrada razón la tituló El 'Dr. Jekyll and Mr. Hyde'.

martes, 23 de marzo de 2021

Mi remedio para el insomnio

 


Tomado de El Espectador

En el curso de los últimos meses he notado que un tema recurrente en las redes sociales es el del insomnio: por un lado, la gente que cuenta que lo padece; por otro, los desvelados que preguntan cuál puede ser el mejor método para conciliar el sueño.

Hoy dejaré de ocuparme de los temas habituales y contaré mi experiencia, pues durante muchos años tuve enormes dificultades para quedarme dormido, hasta que di con la fórmula. No puedo garantizar que a otros insomnes sufrientes les funcione, pero nada se pierde con compartirla.

El insomnio comenzó a formar parte de mis noches desde muy niño, cuando en el sermón de una misa le escuché al cura decir que “Dios vigila hasta tus más íntimos pensamientos”. Yo le creí, y cuando trataba de conciliar el sueño la cosa se complicaba, porque sentía la presencia intrusiva de ese señor todopoderoso en cada cosa que yo pensaba.

No recuerdo cuándo esa obsesiva vigilancia teológica dejó de ser problema, pero sí recuerdo ciertas temporadas con grandes dificultades para quedarme dormido. Por ejemplo, cuando comencé a trabajar en Inravisión con entrada a las 8 de la mañana, marcando tarjeta, siendo que los últimos tres años los había pasado en la revista Alternativa con jornadas laborales que se iniciaban hacia el mediodía y se prolongaban hasta las 3 o 4 de la madrugada.

Por esos días yo era un noctámbulo empedernido, más de lectura que de bohemia, practicante de la sentencia del inmenso poeta León de Greiff: “si el día me aprisiona, la noche me libera”. Pero se llegó un empleo de marcar tarjeta y todo se desbarajustó, hasta el punto de enfermarme porque en las noches no podía pegar el ojo a la hora que debía, y el insomnio se convirtió en mi más fiel acompañante nocturno.

¿Y cómo lo solucioné? Pues fácil: renunciando a ese trabajo.

De ahí pasé a El Tiempo, ya con un horario parecido al de Alternativa, y quedarme dormido de nuevo dejó de ser problema.

Pero llegamos al funesto 2020 que quizás aún no se ha ido, el de la pandemia ligada a la ansiedad que provoca el confinamiento obligado, la dictadura del covid, y es cuando la gente comienza a preguntar que cómo hago para quitarme este maldito insomnio de encima, noche tras noche.

Y es cuando uno se acuerda del método que alguna novia psicóloga años atrás le enseñó -y practicó con positivos resultados-, consistente en administrarse un somnífero muy sencillo: la respiración profunda.

Hay quienes antes de acostarse recurren a potajes como leche hervida con valeriana o con brandy, o a ciertas aguas aromáticas, y por supuesto que no sobran. Pero el acto de conciliar el sueño está ligado antes que nada a una correcta oxigenación de la sangre que es bombeada desde el corazón a las demás partes del cuerpo, incluida la más decisiva en el caso que nos ocupa: el cerebro.

El asunto con la citada novia se ligaba en parte a unos ejercicios de tantra yoga, pero después de que ella se fue (todo es pasajero, según Buda) me quedé con la respiración profunda, que procuro practicar todos los días a la hora del sueño. Y se resume así:

Con el cuerpo relajado, bocarriba y la cabeza sostenida sobre una almohada, inhalamos por la nariz para llenar de aire al máximo posible no los pulmones sino el estómago, primero el estómago. A continuación pasamos ese aire a los pulmones, inflándolos hasta el tope; contenemos la respiración tres segundos y comenzamos a exhalar, ya no por la nariz sino por la boca, lentamente. Aquí el ejercicio consiste en expulsar hasta el último mililitro de aire que hayan guardado los pulmones, exprimirlos a más no poder. Y cuando ya sienta que no queda nada por exhalar, repetimos el mismo ejercicio.

¿Cuántas veces? Mínimo diez, de ahí en adelante todas las que pueda; la hiperventilación a nadie le hace daño. Después de la quinta exhalación el cuerpo comienza a sentirse relajado, y la relajación suele expresarse acompañada de cierto cosquilleo en las manos o en los párpados, señal de que el oxígeno se ha filtrado hasta esas partes. Y el resultado que debe producir es sueño, por supuesto, incluso he sabido de personas que se quedan dormidas entre la décima y la doceava exhalación. Si usted es de los (las) que no se pueden dormir sin cambiar varias veces la posición del cuerpo, esto no constituye inconveniente mientras no abandone los ejercicios de respiración profunda, al menos hasta el cosquilleo. Después del cosquilleo, si usted no ha parado, lo que comienza a sentir es el paso de la sangre por las venas de la frente y la cabeza en pulsaciones rítmicas.

Es obvio que en la medida de lo posible se debe mantener la mente en blanco, pues si hay una preocupación rondando fija en el cerebro, el bichito del desvelo seguirá haciendo de las suyas.

No hay panacea para el insomnio y es imposible garantizar que lo que aquí se recomienda actúe como el somnífero ideal para Raimundo y todo el mundo, pero es lo que al suscrito le ha funcionado y en tal medida quiso compartir con sus lectores.

Y diciendo esto, a la camita. Les deseo dulces sueños.

Post Scriptum: Difiero de Alejandro Gaviria cuando desde la tapa de su último libro dice que Otro fin del mundo es posible. La humanidad está condenada a las consecuencias de su propia estupidez. Nada más insensato por ejemplo que prohibir el consumo de drogas (el problema reside en la prohibición), o el trato criminal e irresponsable que desde siglos atrás se le da al medio ambiente. Mejor dicho, no hay escapatoria posible. Y es tema de próxima columna: ¡Qué humanidad tan estúpida!

lunes, 15 de marzo de 2021

Presidencia 2022: armemos el mejor equipo

 


Tomado de El Espectador

Para dirigir un proyecto, una empresa, un partido político o un país, lo primero que se requiere es conformar un equipo. Y hay dos modos de armarlo: horizontal o vertical.

Un equipo de trabajo horizontal es el ideal en términos de democracia: existe una cabeza como en todo equipo, pero las decisiones son producto del consenso y la responsabilidad recae sobre aquel a quien se le concede la condición de líder o jefe para que tome la decisión final, llegándose a casos en que para repartir por igual éxitos y culpas se elige a una cabeza dúplex o tripartita.

Un equipo horizontal aplicado a la política es por ejemplo lo que se percibe en la conformación de las listas de los partidos en Dinamarca, si hemos de creerle a la extraordinaria serie Borgen, de Netflix, que no puedo dejar de recomendar: verla es adquirir una maestría en ciencia política.

De otro lado, en contraposición, un equipo vertical responde a un esquema piramidal, donde hay una cabeza que todo lo decide y cuyas decisiones son incuestionables, porque se asume que no puede estar equivocado, es infalible, como el papa de los católicos. O como el Ejército Nacional, cuyo comandante en jefe es el presidente de la República, y en tal medida responde tanto por sus triunfos militares como por sus derrotas y sus errores. (Errores como el crimen de guerra consistente en bombardear un campamento guerrillero donde se sabía que había niños y niñas. Cero y van dos).

Un tercer ejemplo de equipo vertical reposa en el mal llamado Centro Democrático, donde el político que creó el partido es el que toma todas las decisiones, igual a como lo hace el dueño de una ferretería con sus empleados y con su inventario.

Mal llamado así, sí, porque no es de centro sino extrema derecha, y si fuera democrático sus listas a Senado y Cámara serían el resultado del consenso de su bancada o de votaciones internas (como en Borgen), no la confección que a su amaño hace el dueño del letrero, el expresidente y exsenador Álvaro Uribe Vélez.

En el mismo contexto, hoy la Presidencia de la República de Colombia maneja un esquema vertical, donde el que menos cuenta es el bien llamado ‘subpresidente’ Iván Duque, allí es evidente que recibe -y obedece- órdenes de su “presidente eterno”. De ahí para abajo los demás miembros del gobierno son nombrados a pedir de boca o aprobados por el patrón, el mandamás, el jefecito, el capataz, como se le quiera llamar.

Regresando a los esquemas de trabajo horizontal, son estos los que se acostumbran en un modelo ejecutivo aplicable a los ámbitos corporativo, empresarial o administrativo. Ejecutivo habla de ejecutar planes o programas, de una toma continua de decisiones colectivas que conduce a la acción. Mientras mejor está integrado el equipo de trabajo, mejores resultados produce.

Precisamente en función del cambio o revolcón que se debe dar para salir de la debacle en que nos tiene sumidos este régimen neofascista, ante los electores se requiere mostrar un equipo de gobierno que brinde confianza y sea garantía de cumplimiento, por la idoneidad de quienes lo conforman y por las cosas que prometen llevar a cabo, o sea por sus propuestas para gobernar.

Ante un eventual triunfo de la centro-izquierda en la próxima contienda presidencial, si fuéramos una oficina de cazatalentos a la que se le encomienda la tarea de conformar el mejor equipo de gobierno posible, lo primero a considerar es que en la pasarela política están los mejores perfiles laborales, pero se cuenta con un obstáculo hasta ahora insalvable: no es posible ponerlos de acuerdo para que trabajen juntos, porque cada uno quiere ser el jefe.

“Muchos caciques y pocos indios”.

Tenemos a un Gustavo Petro con un programa de gobierno que es elogiado hasta por Claudia López; a un Humberto de la Calle necesario para evitar que hagan trizas la paz; a una amorosa Ángela Robledo que quiere ser factor de unidad entre hombres y mujeres; a un humanista Alejandro Gaviria llamado a ser faro conceptual; a un Sergio Fajardo que puede ocupar el ministerio de Educación con la seguridad de que lo hará bien; a un eficiente Camilo Romero que emula a su paisano Antonio Navarro, pero con mejor dicción; a un Jorge Robledo que ni pintado para el ministerio de Agricultura.

El problema de fondo es que todos y cada uno de ellos (y ella) están íntimamente convencidos de encarnar la única opción posible, y en tal medida ninguno habla de la necesidad de hacer equipo sino de participar en una consulta para demostrar que es él (o ella) la persona que el país quiere y necesita. Y así las cosas se enredan, se complican ad infinitum.

Si la memoria no me falla, en columna del 30 de diciembre pasado presenté una propuesta de triunvirato, basado en que “Gustavo Petro solo no gana, pero nadie gana sin Petro”. Antes de eso había sugerido la unión de la izquierda y el liberalismo (no el Partido Liberal de César Gaviria) como fórmula imbatible, pero al parecer no hubo acuerdo en quién iba de primero y quién de vice.

No es el suscrito el llamado a decir cómo se deben hacer las cosas, pero está convencido de que el país no avanzará hacia la verdadera solución de los problemas si no hay unión entre los llamados a aportarla.

Es a Gustavo Petro a quien más se le cuestiona su aparente dificultad en armar un equipo que “seduzca” (para usar un término de Daniel Samper Ospina) a los electores, y por tanto el llamado es a usar un lenguaje que apunte más a la unidad con los contrarios dentro de su misma tendencia, que a ahondar las divisiones que hoy se presentan.

Así las cosas, la pregunta del millón para Petro es esta: ¿cuál sería su equipo ideal de gobierno para sacar a Colombia del terrible atolladero en el que se hoy se encuentra? Mi amable sugerencia es que no deje por fuera a algunos de los arriba mencionados, sobre todo a personas como Humberto de la Calle, Ángela Robledo, Camilo Romero o Alejandro Gaviria.

Se trata es de sumar, no de restar.

Post Scriptum: El domingo pasado Semana publicó como gran noticia que Álvaro Uribe desciende del faraón Akenatón. Si vamos a hablar de árboles genealógicos, el verdadero, el irrefutable fue elaborado -con video incluido- por Julio César García Vásquez, presidente de la Academia Colombiana de Genealogía. Este árbol genealógico no deja dudas sobre el entorno mafioso que en su propia familia siempre ha rodeado a dicho sujeto sub judice. (Ver árbol genealógico de Uribe).

martes, 9 de marzo de 2021

Ojo al 2022: Uribe es el más grande engaño

 

Tomado de El Espectador

La clave que permite entender el tinglado de opereta que montó la Fiscalía General de la Nación para absolver a Álvaro Uribe Vélez reside en esta frase de editorial reciente de El Espectador: "No tiene sentido que avance el proceso contra el abogado Diego Cadena y se considere que es una situación aislada e inconexa de las sospechas que operan contra el expresidente". (Ver editorial).

En castellano castizo y en palabras imaginadas del fiscal Gabriel Jaimes, esto traduce: “Es cierto que se cometieron delitos al sobornar a falsos testigos para que atestiguaran contra Iván Cepeda y de ese modo favorecieran a Uribe, pero esto fue cosa del abogado Cadena y a espaldas de su representado, quien nunca se enteró de nada”. Absurdo.

Se trata de una mentira evidente, sin pies ni cabeza, que recuerda El traje nuevo del emperador, de Hans Christian Andersen, cuento infantil sobre un regente al que dos embaucadores convencieron de confeccionarle un vestido que se hacía invisible a los ojos de la persona que no era digna de portarlo, de modo que cuando con él lo vistieron fingió que sí lo veía, y así salió a la calle. Y la gente a su paso alababa el traje nuevo del emperador, porque nadie se atrevía a decirle que iba desnudo.

En este caso los embaucadores son el fiscal general Francisco Barbosa y el encargado Jaimes (el de los mandados de Alejandro Ordóñez), quienes vestidos con el traje de la impudicia y por arte de prestidigitación pretenden hacer creer al país que su protegido -y jefe político de ambos- permanece inocente de toda culpa, cuando ocurre lo contrario: el documento de 1.554 páginas mediante el cual la Corte Suprema de Justicia sustentó la orden de detención, desnuda sin margen de duda las artimañas de las que se valieron Uribe y sus abogados secuaces para tratar de incriminar al senador Iván Cepeda, recurriendo a visitas a diversas cárceles en busca de comprar testimonios falsos de avezados delincuentes.

Antes que a una nueva mentira, asistimos a la prolongación -o perpetuación- del mismo engaño en el que Uribe ha mantenido al país desde que se hizo elegir gobernador de Antioquia y sembró en su propio territorio la semilla del paramilitarismo. Ese paramilitarismo que hoy, luego de la supuesta desmovilización pactada en Ralito, ha vuelto con más bríos y llena otra vez de dolor y masacres vastos territorios de la geografía nacional.

Colombia está envuelta en el mismo engaño de hace veinte años, cuando eligió al sátrapa para salir del engaño en que cayó Andrés Pastrana al sentarse a conversar con las Farc, luego de darles un territorio del tamaño de Suiza. Y estas, fortalecidas militarmente, en lugar de aprovechar para hacer política cayeron en salvajadas como la de secuestrar civiles inocentes. Y así le abrieron la puerta al monstruo.

(Breve paréntesis para reiterar que Colombia hoy estaría mejor si en 1998 en lugar de Pastrana el elegido hubiera sido Horacio Serpa, ídem si hubiera sido este y no Uribe, a quien enfrentó en 2002 y 2006).

Colombia está envuelta en ese mismo engaño, decía, pero lo peor de todo es que esto se va a poner mucho peor… y nadie parece advertirlo. Nada en este gobierno delirante brinda garantías y menos confianza hacia 2022, comenzando por un Presidente de la República que por primera vez en la historia de Colombia tiene jefe, y continuando con un comandante del Ejército Nacional que el día de la muerte de alias Popeye -lugarteniente del más grande asesino que parió este país de mierda- le envía sentidas condolencias a su familia.

Y ni el jefe de este ni el jefe de su jefe se inmutan, y el hombre permanece en su puesto, indolentes ante la bofetada que dicha condolencia significó sobre las miles de víctimas del narcotraficante Pablo Escobar, cuyo helicóptero prestó para recoger al papá de Uribe el día que lo mataron y con quien siempre mantuvo una estrecha cercanía, tan cercana como la que también sostenía con sus parientes los Ochoa Vásquez, tan narcos como Escobar.

Estamos en las peores manos, sometidos al más grande y ominoso engaño del que se tenga memoria. Y lo más preocupante, reitero, es que nadie parece advertir que nos hallamos al borde de un abismo al que hemos sido arrastrados por el poderío burocrático, político, empresarial, mediático y militar de un Álvaro Uribe Vélez que, pese a ser sujeto sub judice, hoy funge como comandante en Jefe de las fuerzas oscuras que lo acompañan y parece dispuesto a hacer que Colombia dé un paso al frente… del abismo. Lo que sea, con tal de salvar su propio pellejo.

Mejor dicho, es tanto lo que esas fuerzas oscuras -y esos políticos corruptos y esos periodistas arrodillados- perderían entregando el poder en unas elecciones limpias dentro de dos años, que la única conclusión previsible es que tratarán de quedarse ahí, pase lo que pase. ¿Cómo? Pues a las malas, con el único recurso que tienen a la mano: el recurso de los dictadores.

Iba a titular “ojo a las elecciones del 2022”, pero entenderán el pesimismo. No sabemos todavía si el capo di tutti capi las permita. En otras palabras, no nos llamemos a engaños: algo se traen entre manos.

Post Scriptum: Hablando de engaños, en calidad de autor de Los secretos del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado he seguido con ojo avizor y espíritu desapasionado los sucesos posteriores al día en que las Farc se adjudicaron el crimen, en busca de la prueba reina de su aseveración. Y no la he hallado. De las ocho horas que duró la audiencia de Julián Gallo -alias ‘Antonio Lozada’-, no apareció la aguja en medio de tan extenso pajar. De otro lado, ningún lector ni autoridad civil o militar ha dicho sobre el contenido de mi libro “usted se equivocó en esto” o “es falso aquello”. Así las cosas, me sostengo en que los autores del magnicidio fueron militares golpistas (las pruebas que allí aporto no han sido desmentidas) y anuncio una edición mejorada, producto de una nueva investigación periodística, ahora en torno a la autoincriminación de las Farc.


martes, 2 de marzo de 2021

El periodismo, ¿para qué?

 


Tomado de El Espectador 

Uno de los hombres más lúcidos e inteligentes que ha tenido Colombia, Darío Echandía, se hizo un día la pregunta clave en política: el poder, ¿para qué?

Echandía se había erigido en la conciencia crítica -moral y jurídica- del país y del liberalismo al que pertenecía, e iba a ser el líder que retomaría las banderas de Jorge Eliécer Gaitán tras su asesinato el 9 de abril de 1948. Al año siguiente anunció su candidatura a la presidencia, pero renunció a esta alegando falta de garantías después de un atentado contra él mismo en el que murió su hermano Vicente Echandía, con lo cual se produjo el triunfo del conservador Laureano Gómez, sin contendor.

Esa misma tarea de conciencia crítica es la que se supone hoy debe cumplir el periodismo, vigilante de la buena marcha del país tanto para apoyar las buenas obras de gobernantes o de particulares, como para señalar (destapar, denunciar, acusar, investigar) a los corruptos y poner el dedo en la llaga cuando se haga necesario.

Hubo un tiempo no lejano cuando el periodismo en Colombia cumplía con sobradas creces esa misión, que se resume en encontrar la verdad, en impedir que los malos del paseo se salgan con la suya. Fue en tal dirección que una investigación periodística de la extinta revista Cambio impidió que Andrés Felipe Arias lograra el cometido que sí pudo coronar el inexperto y maleable Iván Duque: llegar a la presidencia de la mano de su astuto tutor, Álvaro Uribe Vélez.

Fueron a su vez sesudos informes de Noticias Uno y sustentadas columnas de Daniel Coronell en seguimiento del proceso que el mismo Uribe le montó al senador Iván Cepeda, los que contribuyeron a que la Corte Suprema le volteara al expresidente el papel de acusador a acusado, al punto de haberse librado la orden de detención que obligó al reo, ya en prisión hacendataria, a renunciar a su curul de senador para caer en los brazos protectores de un Fiscal General nombrado a pedir de boca del imputado.

En días recientes tuvo resonancia un caso similar, el del hoy también sub judice Eduardo Pulgar, quien imitando la ‘jugadita’ de Uribe renunció al Senado para buscar la cálida protección de una Fiscalía a todas luces uribista, después de que su abogado hubiera conseguido -alegando más de una diarrea imparable- que el proceso disciplinario que le abrió la procuraduría de Fernando Carrillo llegara a manos de su amiga la nueva procuradora, Margarita Cabello Blanco.

En esta ocasión a Pulgar el tiro le salió por el meñique, porque la Corte Suprema, contrariando jurisprudencia anterior, se quedó con el caso en lugar de remitirlo a la Fiscalía.

Este es el caso más reciente en que el periodismo independiente se ha anotado un éxito. Las pruebas que deja el audio revelado por Coronell (el de las “doscientas barras”) no dejan duda sobre la culpabilidad de tan cuestionado sujeto, y la Corte no hizo sino impedir que la justicia fuera burlada de nuevo si el caso hubiera pasado a la Fiscalía.

Pero me atrevo a pensar que el resonante triunfo de Coronell sobre Pulgar es tan solo la excepción a la regla, pues si algo se percibe de un tiempo para acá en torno al periodismo, es que “algo huele mal en Dinamarca”.

Huele mal, por ejemplo, lo que Cecilia Orozco señala con su dedo índice: un eje mediático que se estaría conformando entre medios como El Tiempo, Semana y RCN, para garantizar “el triunfo electoral de una ultraderecha más violenta y aniquiladora de la que hemos padecido hasta ahora”. (Ver columna).

Lugar destacado aquí se le debe dar al progobiernista Red+Noticias que en Colombia el dueño de Claro, Carlos Slim, obliga a los millones de contratantes de sus servicios a ver en lugar de CNN, Univisión, NTC o Cable Noticias, por los cuales se debe pagar una suma adicional si se les quiere incorporados a la parrilla.

Y pese al aprecio que se le tiene a su director, Juan Roberto Vargas, tampoco es posible dejar por fuera a Noticias Caracol, aunque haciendo claridad en que parece navegar entre dos aguas: mientras su periodista estrella, Juan David Laverde, presenta los fines de semana serias investigaciones sobre corrupción política o una Radiografía de los falsos positivos que pone los pelos de punta, en el noticiero de entresemana discurre un mensaje subliminal repetitivo: “hay motivos para recuperar el optimismo”. Ligado a esta consigna, aparecen con sospechosa frecuencia expresiones como “recuperación de la economía”, “confianza”, reactivación” o “ambiente positivo”.

Podría verse de todos modos como tarea loable que un medio pretenda contribuir a fortalecer la esperanza en medio de una pandemia que ya parece eterna, pero hay un segundo tema sobre el cual Caracol sí debería dar una explicación satisfactoria, porque también huele feo: la posible utilización de los damnificados del huracán Iota en su paso por Providencia, para una campaña de marketing, según denuncia de la periodista Amparo Pontón desde la isla y publicada por ElUnicornio.co. (Ver denuncia).

Lo preocupante en últimas es percibir que entre algunos medios cuyos dueños son poderosos banqueros y empresarios, estaría forjándose una alianza encaminada a evitar a como dé lugar que en las próximas elecciones gane alguien que pueda poner en riesgo sus intereses o inversiones.

Y es entonces cuando uno se pregunta: el periodismo actual, ¿para qué? ¿Para sostener un régimen que corrompe a ciertos medios con gruesas sumas de dinero, o para construir trincheras de resistencia que impidan que todo el periodismo sea definitivamente tomado por la aplanadora mediática uribista?

Dejemos que el lector juzgue y saque sus propias conclusiones.

Post Scriptum: Hoy está tan amenazada la democracia en Colombia, que no existe ninguna seguridad ni garantía de que dentro de dos años transcurra sin traumatismos la campaña para elegir al nuevo presidente de la República. Algo traman para quedarse. Guarden este remate.