domingo, 19 de diciembre de 2010

Alfonso Cano, vivo o muerto



Un suceso periodístico digno de mención fue una columna de Luis Eduardo Celis publicada en Semana.com, con un título más que provocador: “Eliminar a Alfonso Cano sería un grave error”. El viernes 17 de diciembre estuvo todo el día en el primer lugar como la más comentada (e insultada, por supuesto) y al día siguiente se mantuvo en el segundo, hasta que llegó el domingo y los columnistas de planta acapararon la atención.

http://www.semana.com/noticias-opinion/alfonso-cano-vivo-muerto/149241.aspx

La columna citada es además premonitoria, pues conduce a pensar que debe haber en marcha alguna gran operación rastrillo o cerco militar o lo que sea, que apuntaría a cobrar la cabeza del máximo jefe de las FARC; de modo que la citada columna sería un llamado para que, en la medida de lo posible, se le respete su vida. No se puede olvidar que Celis pertenece a la Corporación Arco Iris, la entidad no gubernamental mejor informada sobre el conflicto armado, y que ésta tiene entre sus objetivos contribuir al fortalecimiento de la paz. Es por eso que el título en cuestión podría entenderse como una serena advertencia al Estado, sí, pero a la vez como el ofrecimiento de una eventual intermediación, que se expresaría en extender una rama de olivo.


El problema –si es que es problema- es que en un ambiente de marcada polarización como el que todavía subsiste, al autor de ese texto decenas de personas lo acusaron de escribirlo desde el lado de la guerrilla, cuando en realidad fue escrito desde el lado de la paz, si se le mira con ojos no contaminados de ideología. Pero haber puesto a Nelson Mandela (quien padeció un prolongado cautiverio) en un predicamento similar al que hoy vive Cano (sometido al acoso obsesivo de la tropa) fue la piedra del escándalo, y lo que dio lugar a los más virulentos comentarios, donde no faltó incluso el que se preguntara “si muere el Sr. Saenz (alias Cano), ¿cómo se ganaría la vida el Sr. Celis?”


Lo que de ningún modo se puede negar es que la caída de Alfonso Cano –vivo o muerto- sería el más grande triunfo militar para el gobierno de Juan Manuel Santos, y dejaría a las FARC en un estado de desmoralización tal que podría conducirlas a su aniquilación como organización armada, aunque del modo que acertadamente lo vislumbra el vituperado columnista, o sea mediante la atomización de sus filas en pequeños y numerosos grupos armados dedicados a su propia subsistencia. En este contexto, el llamado que hace Celis es a conservar a Cano como futuro interlocutor de una paz negociada, en su condición de líder supremo de ese proyecto político subversivo.


Ahora bien, la principal dificultad para atender el llamado de Celis es que a esta altura del partido no hay cómo pedirles a las bombas que caigan en el campamento de Alfonso Cano, sí, pero no encima de él sino a un ladito, pues el Gobierno lo quiere vivo para preservarlo como futuro interlocutor en un diálogo hipotético. Se trata entonces de un llamado algo tardío, pues así Celis lograra convencer a Santos y éste ordenara que le trajeran vivo a Cano, ya en el terreno de las operaciones es una orden casi imposible de cumplir, pues se está es en guerra y allí la lucha es a muerte, sin contemplaciones.


Es aquí donde se hace obligatorio hablar de una correlación de fuerzas en la que las FARC llevan por ahora, y quizá para siempre, las de perder. Hubo un momento en que llevaron la delantera (por no decir las de ganar), durante los diálogos del Caguán, pero desaprovecharon la oportunidad dorada y engendraron en hegeliana dialéctica la semilla de su propia destrucción.


En este contexto, antes de entrar a considerar si sería o no un error eliminar a Alfonso Cano, el nodo del análisis debe ubicarse es en los errores tácticos y estratégicos que cometieron las FARC en la última década, porque que son en últimas esos errores los que tienen a su Comandante en jefe pagando escondederos a peso, como reza el refrán popular.


Se entiende de todos modos que haya sectores interesados en contribuir a salvarle la vida a Guillermo León Sáenz Vargas, su nombre de pila, en tratándose de un líder guerrillero exógeno desde su raíz a la original organización campesina armada, con una sólida formación académica –a diferencia de los otros ‘duros’-, perteneciente a una familia de clase media alta bogotana, hijo de una pedagoga y un agrónomo conservador laureanista, que bautizó a su hijo como Guillermo León en homenaje al ex Presidente Valencia, y se destacó desde muy joven por su interés intelectual y su obsesión por los libros de historia y política.


Visto desde la contraparte –que parece anunciar con claros clarines la inminencia de una nueva victoria militar-, lo que debe preguntarse Cano a sus 62 años es si no desmovilizarse a tiempo (mediante un enfático pronunciamiento a favor de la paz que incluyera por ejemplo la liberación de todos los secuestrados) pudiera constituirse en su más grave error. La realidad tozuda le indica que hoy su organización está debilitada como nunca antes lo estuvo, que el país entero le da la espalda a la lucha armada y que tiene detrás suyo a todo un ejército ávido de darle cacería, o más bien, de darle muerte.


En medio de tan azaroso trance, el balón está en el campo de Guillermo León Sáenz, alias Alfonso Cano: o lo patea y continúa la confrontación (y de paso se inmola por la causa), o lo toma entre sus manos y se acaba el juego.