martes, 30 de junio de 2015

Falsos positivos: todos los caminos conducen a Uribe



Todas las mañanas recibo en mi correo la columna de Gustavo Álvarez Gardeazábal conocida como El Jodario, y la del jueves 25 de junio se tituló “Si algo es verdad, ¡apague y vámonos!”. Entre varias preguntas que allí formulaba, una llamó mi atención: “¿Será verdad, como dice HRW, que existe un grupo crecido de generales de la República involucrados en el fatídico programa de falsos positivos, y que entre ellos está el actual comandante del Ejército?”. Carcomido por la curiosidad, le pregunté: “¿Qué pasaría si en efecto el comandante del Ejército estuviera involucrado en falsos positivos?”. Y esto me contestó: “Que el Ejército se puede quedar sin generales”.

Tiene razón de sobra el escritor valluno en su preocupación, por lo que implica para la vida institucional de la Nación que la Fiscalía esté adelantando investigaciones contra 16 generales del Ejército activos y retirados, según contó la muy seria entidad norteamericana vigilante de los Derechos Humanos, Human Rights Watch (HRW), en informe titulado El rol de los altos mandos en falsos positivos. Aún más preocupante es saber que estarían involucrados el actual comandante general de las Fuerzas Militares, general Juan Pablo Rodríguez Barragán, y su homólogo en la comandancia del Ejército, general Jaime Lasprilla. (Informe de HRW aquí). Las acusaciones contra el general Rodríguez Barragán provienen en parte del coronel (r) Robinson González del Río, quien afirma que aquel participó en la falsificación de situaciones de combate y “contrató a un investigador policial para que hiciera la acomodación en la escena”.

Son acusaciones de extrema gravedad, y fueron el motivo por el cual el presidente Juan Manuel Santos y el procurador Alejandro Ordóñez coincidieron en descalificar airados dicho informe, el primero pidiendo “que no nos vengan a manchar la institución" y el segundo exigiendo del Estado –en lugar de condenar los falsos positivos- “una condena fuerte a esas conclusiones (de HRW), por ligeras y envenenadas”. Esto último podría oscilar entre una imprudencia verbal o una abierta complicidad con prácticas criminales, pues Ordóñez es precisamente el juez disciplinario de las Fuerzas Armadas y debería saber que una sentencia del Tribunal Superior de Cundinamarca por las víctimas de Soacha elevó ese caso a delito de lesa humanidad, al considerar que fue parte de “un plan criminal sistemático y generalizado” contra la población civil.

Pero el colmo de la infamia no está ahí, sino en este trino que publicó el expresidente Álvaro Uribe: “En reunión con las madres de Soacha varias me expresaron que sus hijos estaban infortunadamente involucrados en actividades ilegales, lo cual no excusa asesinatos, pero la hipótesis no fue examinada por la justicia”. (Ver trino

¿Será posible mayor re-victimización? Aquí convierte en criminales a las víctimas y en cómplices a sus madres, al mostrarlas como conocedoras de supuestas conductas delictivas de los hijos que les mataron. ¿Habrá alguna madre de Soacha que confiese que le contó a Uribe de supuestas actividades criminales de su hijo antes de caer asesinado a manos del Ejército? No creo. Además, si eso le hubieran dicho lo habría publicitado con bombos y tuiterazos ese mismo día. Pero es la primera vez que lo menciona, porque es hoy cuando en su defensa se agarra hasta de un clavo ardiendo.

El meollo de la infamia reside en que pretende descargar la culpa sobre las víctimas para justificar esos crímenes de lesa humanidad, pero no ante la opinión pública sino ante sus mismos autores, en tácito reconocimiento de que supo lo que allí ocurría y de que las instrucciones que se impartieron con tal propósito tenían legitimidad.

Hay entre esos 16 generales uno cuyo nombre brilla con luz propia, Mario Montoya Uribe, quien era el comandante del Ejército cuando se destaparon los falsos positivos (que precipitaron su salida), y es el mismo de quien HRW dice que “al menos 44 presuntas ejecuciones extrajudiciales perpetradas por soldados de la Cuarta Brigada se dieron durante el período en el cual el general Montoya estuvo al mando.” A él también lo señala el coronel González del Río al revelar que fue el ‘cerebro’ de las ejecuciones extrajudiciales, y a los comandantes de las zonas a su cargo les decía: “Yo no quiero regueros de sangre. Quiero ríos de sangre. Quiero resultados”. (Ver confesión).

Un aspecto del informe de José Miguel Vivanco que no se puede soslayar, es cuando se refiere al conocimiento que debió tener ese copioso grupo de generales sobre lo que ocurría. En caso contrario sería como si hubieran nadado en una piscina sin mojarse, en consideración a que fueron “ejecuciones extrajudiciales aparentemente generalizadas y sistemáticas cometidas por soldados de casi la totalidad de las brigadas en cada división de Colombia”.

El punto a dilucidar es de dónde partieron las instrucciones para la puesta en marcha de semejante máquina de asesinatos en masa por toda la geografía nacional, si del comandante del Ejército o de su jefe directo, el presidente Uribe. Es en este contexto donde se articula la directiva 29 de 2005 expedida por el entonces ministro de Defensa Camilo Ospina, la cual ofrecía $3’815.000 por guerrillero abatido y según Ramiro Bejarano (Tragedia que no cesa) “sirvió de base para que se montara esa tenebrosa operación de ejecuciones extrajudiciales”.

De todo lo anterior surge un nuevo interrogante: entre esos generales comandantes de brigada o de zona que ordenaron o supieron del asesinato de jóvenes para hacerlos pasar como bajas guerrilleras, ¿cuántos lo hacían convencidos de que actuaban “por el bien de la Patria” y cuántos eran conscientes de que se trataba de una práctica criminal, pero callaban, porque estaban obligados a la obediencia y al cumplimiento de esas órdenes?

Bastará con que a uno solo de estos últimos su conciencia de hombre íntegro, decente y correcto lo impulse a contar de dónde llegaron las órdenes, para que se haya salvado la dignidad de nuestro glorioso Ejército Nacional y no tengamos que decir ‘apague y vámonos’.

DE REMATE: Al cierre de esta columna encuentro tres referidas al mismo tema: una de María Elvira Bonilla (¡Que hablen los generales!) donde cuenta que “los cuatro generales más comprometidos ya fueron llamados a interrogatorio. Ojalá empiecen a hablar”. Otra de Antonio Caballero (Tres mil cadáveres) donde le responde al presidente Santos que “están manchados (los generales) porque se mancharon ellos, no porque alguien se haya dado cuenta". Y una de Hernando Gómez Buendía (El infierno en Colombia) en la que dice: "El acto necesitó demasiados cómplices para ser un secreto y fue repetido demasiadas veces para tratarse de manzanas podridas o de casos aislados". Conclusión, crece la audiencia de columnistas indignados por semejante vergüenza nacional. Ahora falta que la indignación se contagie a los editores y dueños de los medios donde escriben esos columnistas que solo llegan a una élite ilustrada.

martes, 23 de junio de 2015

¿Por qué Dios juega a las escondidas?




Si hay una pieza coral que se siente como alabanza beatífica o invocación directa al Creador, es el Aleluya de George Friedrich Haendel. Es tal su majestuosidad que, si nos disculpan el atrevimiento, podría entenderse como un desaire celestial que no se manifieste ante los intérpretes, en gesto de amable reciprocidad con semejante homenaje a su grandeza.

Este ha sido en parte el motivo por el cual pasé de una infancia en la que Dios ocupaba la totalidad de mi existencia (alguien me dijo “Dios vigila hasta tus pensamientos” y eso fue suficiente), a un escepticismo que con el paso de los años vine a entender como la saludable postura del agnóstico, o sea la de quien está más cerca del ateísmo que de una fe religiosa pero se niega a creer que no exista un creador o arquitecto del maravilloso universo que nos rodea.

Me niego a creer, digo, pero termino por creerle a la ciencia cuando se manifiesta –esta sí- para afirmar que hasta ahora no se conoce una sola prueba verificable de la ‘presencia’ de Dios en el planeta que habitamos. No por ello dejo de asignarle un campito a la eventualidad de que en efecto exista pero le guste jugar a las escondidas, pues con solo pensarlo se abre una rendija a la esperanza de que un día nos muramos y… bueno, ustedes entienden: que una divinidad no inteligible a nuestros sentidos terrenales nos reciba al otro lado, algo por el estilo.

Sea como fuere, lo que hoy me acerca al agnosticismo es el hecho de que Dios desde el principio de los tiempos hubiera decidido permanecer oculto, excepto algunas eventuales apariciones de las que no existe registro visual, fonográfico o arqueológico diferente a las versiones de quienes afirmaron haber recibido su visita.

Es el caso de Moisés, por ejemplo: él llegó un día a su aldea a contar que mientras apacentaba las ovejas de su suegro Jetro se prendió en llamas una zarza y desde allí le habló el Señor, quien le habría dicho: “he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto y he escuchado su clamor, pues estoy consciente de sus sufrimientos. Así que he descendido para librarlos de los egipcios, y para sacarlos de aquella tierra a una tierra que mana leche y miel” (Éxodo 3:3-17).

La gente le creyó a Moisés, tuvo fe en sus palabras y a los ojos de todos se convirtió en el representante de Dios sobre la Tierra, y arropado en su condición de líder descubrió que eso era bueno, porque le daba poder sobre los demás hombres (y mujeres), pero a la vez le significaba una enorme responsabilidad. Y he aquí que nació la política, directamente emparentada con la religión: en ese punto de la historia del pueblo hebreo, la personificación de Jehová en una llama ayudaba a los judíos a calmar una angustia, a paliar una urgente necesidad de supervivencia.

Moisés aparecía como mensajero de la divinidad para infundirle moral a la tropa, digamos. Se valió de ese clamor para asumir como propia la lucha de su gente, y eso fue lo adecuado a la coyuntura que atravesaban. Ahí el relato bíblico nos muestra a un hombre con una visión política de auténtico líder, que se vale de un sentimiento religioso (la fe en algo que los salvará) para conducir un legítimo anhelo de liberación de su pueblo.

Pero también es legítimo preguntarse: ¿y si en lugar de aparecérsele a uno solito, el Señor se les hubiera aparecido a todos como general al frente de sus batallones o hubiera aplastado en un santiamén al Faraón opresor mandándole por ejemplo una sobrecarga eléctrica en un rayo para que pareciera accidente, en lugar de haber permitido que padecieran tantas penurias desde el momento de la zarza en llamas, pasando por las siete plagas, hasta cuando por fin lograron abandonar a Egipto en busca de la Tierra Prometida?

Y si era y sigue siendo su pueblo elegido, ¿por qué el asunto permanece sin solución a la vista y esos mismos hijos de Israel que fueron oprimidos por el Faraón aparecen ahora invadiendo y oprimiendo a Palestina? ¿Por qué en lugar de dejar que se maten entre judíos y palestinos, Dios –el que sea- no aporta alguna solución salomónica que traiga el milagro de la paz a tan convulsionada región? ¿Quién o qué se lo impide? ¿Y cuál sería la dificultad en aportar los “ríos de leche y miel” prometidos, no para unos cuantos sino para todos?

Desde el principio de la humanidad hay algo que no funciona, pues no se cansan de decir que “Dios todo lo puede”, pero basta con mirar el mundo actual desde una óptica desprevenida de cualquier prejuicio religioso para comprobar con ojos atónitos que, sin ánimo de ofender, es muy poco lo que puede. ¿Por qué Jesucristo resucitó a Lázaro y le devolvió la visión al ciego, pero nos dejó la dolorosa muerte y no desterró para siempre la ceguera, la locura, la migraña o el Alzheimer? ¿Por qué las mujeres son seres inferiores en todas las religiones y en ninguna ocupan puestos de jerarquía? ¿Será acaso porque los guerreros siempre han sido los hombres y resuelven las cosas entre ellos, así que crean los dioses a su imagen y semejanza?

Y la pregunta que desde niño me desvela: ¿por qué Dios no se aparece en vivo y en directo al planeta entero y resuelve de una vez por todas quién es el único y verdadero, si el Yahvé de los Judíos o el Jesucristo de los Cristianos o el Mahoma de los musulmanes o el Brahman de los hindúes o el Zeus de los griegos o el Júpiter de los romanos (“padre de dioses y de hombres”) o el Quetzalcóatl de los toltecas?

¿Por qué Dios no se cansa de jugar a las escondidas con esta humanidad agobiada y doliente, y resuelve de un plumazo el misterio manifestándose en cuerpo y alma, con lo que tenga puesto para ese día? ¿Cuál es el bendito propósito de permanecer eternamente clandestino, alimentando así las sospechas de quienes afirman que su silencio sepulcral es la prueba reina de que nunca ha existido? ¿Hasta cuándo piensa tenernos en semejante incertidumbre, ah?

DE REMATE: Para acabar de atizar la hoguera, al cierre de esta columna se ha sabido que según la viceministra de Exteriores de Israel, Tzipi Hotovely, "toda la tierra del Mediterráneo hasta el río Jordán es nuestra, porque nos la dio el creador". ¿Cuándo comenzó la involución de humano a pitecántropo, que nos cogió desprevenidos?

martes, 16 de junio de 2015

Acabarán hasta con el nido de la perra




En 1977 daba mis primeros pasos en el periodismo y fui enviado a cubrir para la revista Alternativa una huelga de los trabajadores de Indupalma, en momentos en que su gerente, Hugo Ferreira Neira, permanecía secuestrado por el M-19. Llegué a Bucaramanga, donde me recibieron Andrés Almarales, presidente de UTRASAN, y el médico Carlos Toledo Plata, ambos vinculados a la ANAPO del general Gustavo Rojas Pinilla. Ellos me trasladaron hasta la sede de la empresa, en cercanías de San Alberto (Cesar).

Almarales y Toledo eran miembros del M-19 desde la clandestinidad, pero yo no lo sabía. Ambos ofrecían un llamativo contraste, pues mientras el galeno era de temperamento sereno y palabras medidas, el dirigente sindical destilaba un odio de clases incontenible y se expresaba con frases cargadas de altisonante bilis, como la que le escuché y hube de recordar el 6 de noviembre de 1985, cuando supe que él comandaba la toma del Palacio de Justicia en Bogotá: “¡Hay que darle a la burguesía por el culo!”.

Ese mismo odio de clases se le ve a la cúpula de las FARC, a raíz de las derrotas militares que han sufrido y tras el levantamiento de su cese unilateral del fuego. Ahora se han venido con todo, pero no con acciones de combate sino mediante ataques contra la infraestructura energética y petrolera o con atentados cobardes desde un matorral, como el más reciente contra el comandante de Policía de Ipiales, coronel Alfredo Ruiz Clavijo, y el patrullero Juan David Marmolejo, a quienes según Medicina Legal remataron con tiros de gracia en el rostro. Y no contentos con lo anterior, asesinaron también a un civil que cometió el error de pasar en moto por el lugar equivocado a la hora menos indicada.

Traje a colación la toma del Palacio de Justicia porque en aquella ocasión actuaron llevados por la desesperación, impelidos por la urgencia de hacer demostraciones de fuerza para emparejar las acciones. Entre los años 84 y 85 el Ejército se opuso de manera abierta a los diálogos de paz que el gobierno de Belisario Betancur adelantaba con M-19, y realizó ataques contra los lugares donde esa guerrilla se había concentrado. En respuesta ese grupo intentó secuestrar al comandante del Ejército, general Rafael Samudio, y 15 días después lograron colarse al Palacio de Justicia (o los estaban esperando…) con la delirante pretensión de hacerle un juicio al Presidente de la República, sin calcular que habían encendido en el estamento militar la ‘ira e intenso dolor’ que les dio justificación para la retoma salvaje durante la cual arrasaron hasta con el nido de la perra, sin compasión alguna con los magistrados de la Corte Suprema y demás civiles que quedaron atrapados entre el fuego cruzado o en condición de rehenes.

Hoy las FARC están empeñadas en demostrar que no conocen la historia, pues con sus medidas desesperadas de retaliación (ojo por ojo) parecen condenadas a repetirla. La posibilidad de lograr una paz concertada pende de un hilo cada vez más delgado, en un pulso demencial donde se ve a los dos bandos tirando cada uno con ímpetu desde su lado, como si quisieran reventarlo.

La arremetida de la guerrilla tiene el propósito de forzar al gobierno a aceptar un cese bilateral del fuego, pero están buscando el ahogado río arriba. El modo en que afectan a la población civil y al medio ambiente es cuchillo para su propio pescuezo, pues aumenta su desprestigio mientras son empujados por ‘el enemigo’ a actuar a la medida de sus expectativas. Hay una bestia sedienta de sangre, y las FARC parecen los borregos dispuestos en su orgullo guerrero a satisfacer el pedido.

El día que el presidente Juan Manuel Santos se vea obligado a ordenarles a sus negociadores que se levanten de la mesa y retornen a Colombia, los amigos de la guerra no cabrán de la dicha, pues se les habrán salvado los enormes beneficios –económicos y políticos- que obtienen con la confrontación armada.

Ese día el país se unirá en un solo clamor para exigir que “¡acaben con todo lo que huela a guerrilla!”, Santos pasará a ocupar el mismo lugar deshonroso de un Belisario Betancur o un Andrés Pastrana (otro que tampoco pudo), y el próximo presidente de Colombia será impuesto una vez más por la imbecilidad de las FARC y las promesas recargadas de venganza de Álvaro Uribe.

Si las cosas siguen así, sobre los escombros físicos y morales del que fuera un bello país pero atravesado en enésima ocasión por la brutalidad de dos fieras enfrentadas a muerte, habremos de recordar al comediante Hebert Castro cuando recitaba su estribillo: “Se les dijooooo, se les advirtióoooooo, se les recomendóooooo, pero no hicieron casoooo…”

Y será tarde para el arrepentimiento, porque habrán arrasado de nuevo hasta con el nido de la perra.

De remate: Los señores de las FARC deberían poner en práctica esta idea que proponen las señoras Tola y Maruja: "Ustedes ganarían simpatía, o por lo menos respeto, si nos mandan a sus compatriotas una foto parados junto al carrotanque o al pie de la torre y con esta leyenda: Pudimos hacerlo, pero queremos la paz".

martes, 9 de junio de 2015

Un mafioso con carisma mediático


Hay cosas que en el mundo del periodismo producen escozor y ante las cuales es imposible permanecer callado, como se ha podido observar en esta columna. En el caso que hoy nos ocupa, las antenitas de vinilo se encienden en opción Alerta al ver en la edición dominical de El Espectador una entrevista al hijo y sobrino de los hermanos Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela, y queda la impresión de haber leído no un artículo periodístico serio sino un publirreportaje para promocionar el libro “No elegí ser el hijo del cartel”, de William Rodríguez Abadía, publicado por Editorial Planeta. (Ver entrevista).

Lo de promocionar un libro es lo de menos, la empresa editorial está en su derecho. El conflicto ético se presenta es cuando se sabe que el “personaje” en cuestión fue un temido narcotraficante que heredó a conciencia una buena parte del poder económico e intimidatorio que manejaba el Cartel de Cali. Pero hasta eso se inscribe dentro de lo previsible, si no fuera porque está de por medio la catadura moral de un individuo que se convirtió en Judas de su propia familia y en tal condición –según fuente norteamericana oficial- en marzo de 2006 declaró  contra su papá y su tío ante un juez de Miami para obtener rebaja de la pena, frente a unos delitos de los que fue coautor y cómplice: “es muy difícil para mí, su señoría –dijo- porque se trata de mi padre y mi tío, pero acepto cooperar”.

Hablo de publirreportaje porque la foto que ocupa todo el espacio visual muestra a un William Rodríguez frente a un lago plácido, con gafas de profesor universitario y una mirada de filántropo que transmite la sensación de que ese hombre no mata ni una mosca, y porque las preguntas fueron en extremo complacientes, como si el periodista quisiera quedar bien con el entrevistado.

Es cuando a uno se le ocurre averiguar en Google por el entrevistador, de nombre Fabio Posada Rivera, y se descubre que es caleño –vaya coincidencia- y además es el Jefe de Investigación del periódico El País (caleño), lo cual tampoco tendría mayor trascendencia si no fuera porque entre sus entrevistas anteriores aparece una hecha al contralor de Cali, Gilberto Zapata, donde de entrada lo presenta como “un hombre de armas tomar cuando se trata de combatir la corrupción”, o sea que se le nota ahí también su interés en agradar al personaje antes que en cumplir con lo que ordena todo manual de redacción periodística cuando de entrevistas se trata: “mantener distancia crítica con el entrevistado”.

Es por eso que la entrevista a Rodríguez Abadía suscita tal desconfianza: porque en lugar de distancia crítica se percibe cercanía amigable, la del que no se atreve a preguntar por ejemplo qué se siente haber traicionado al papá y al tío a cambio de un tiempo más reducido en la cárcel, sino que desliza el tema de este modo: “En 2006, una vez decide confesar y negociar con la justicia, pensó que su padre y su tío jamás lo perdonarían”. Y la respuesta de Rodríguez deja ver un alto grado de cinismo: “El único perdón que he buscado ha sido el de Dios (…). Con mi tío no tengo ninguna comunicación, no sé de su vida. Con mi padre me reuní en dos ocasiones, hablamos sobre muchas cosas, pero nunca nos vamos a poner de acuerdo”. En otras palabras, él mismo reconoce que no le han perdonado su traición, pero no se arrepiente de haber sido el Judas de la familia.

¿Qué se puede esperar de un individuo que es capaz de vender a su propio padre? Pues lo que se puede esperar, es lo que hoy ocurre: que el hombre adelanta una muy bien calculada campaña de mercadeo y relaciones públicas que comprende en primer lugar la promoción comercial de su libro, en segundo lugar el lavado de su anterior imagen de mafioso, y en tercer lugar echarles más agua sucia de la que ya tienen a los que ya sabemos. Y para ello cuenta con el beneplácito de medios que al parecer se están dejando utilizar por quienes estarían actuando detrás de él con un propósito político nítidamente percibido, orientado a tergiversar la historia.

Esta columna pretende alertar entonces sobre un sujeto que gracias a su cara de niño bueno ha logrado colarse en las portadas y en los titulares de importantes medios impresos o audiovisuales, pero que en realidad es un títere de fuerzas oscuras que lo utilizan –como ya lo hicieron con alias ‘Rasguño’- para decir lo que les sirve, particularmente sobre el Proceso 8.000, en torno al cual suelta mentiras imposibles de demostrar mezcladas con verdades a medias para confundir a la concurrencia, con base en el libreto que le han dictado.

¿Por qué tuvo que esperar 20 años para “revelar” cosas que no se pueden comprobar, y que si fueran verdad las habría comunicado mucho tiempo antes? Elemental, mi querido Watson: porque hoy –no ayer- responde a un entramado político oscuro y reaccionario que lo utiliza para su conveniencia.

DE REMATE: Noticias Uno mostró un caso en que Orieta Daza le propone a la congresista María Fernanda Cabal que Jorge Pretelt contrate a un periodista porque “si no, a punta de mentiras lo muelen”. En este caso el magistrado está en su derecho de asesorarse de un comunicador que le ayude a divulgar ante los medios sus argumentos de defensa, pues lo cobija la presunción de inocencia. Cosa diferente es que un exconvicto contrate periodistas o reciba apoyo de importantes medios para lavar su imagen y hacerles sonoro eco a “revelaciones” imposibles de probar.


viernes, 5 de junio de 2015

“Don Julito, ¿o sea que entre periodistas no se deben pisar las mangueras?"


"Esa es, dice Jorge Gómez Pinilla en El Espectador, la teoría que “inventó” Julio Sánchez Cristo, que descalifica crítica entre periodistas". Tomado de Pulzo.com.


martes, 2 de junio de 2015

Julio Sánchez Cristo y las vacas sagradas del periodismo




Es inmensa la admiración que conservo por Julio Sánchez Cristo pese a que luego de mi salida de Semana.com, provocada por María Isabel Rueda, le brindó a ella en La W un ‘silencioso’ apoyo consistente en que cortaba a todo oyente que por esos días llamaba a referirse al tema. Esto lo entendí como un gesto de solidaridad con su amiga y compañera de trabajo, bajo el entendido de que ella está en su derecho de tener amigos que la quieran con un cariño auténtico y protector, del mismo modo que lo estuvo Felipe López al retirarme la columna, sin que me haya parecido censura. Como dijo Pascal, “razones tiene el corazón que la razón no entiende”.

Pero ahora resulta que nuestro muy apreciado ‘don Julito’ se ha inventado una teoría consistente en que entre periodistas no se pisan las mangueras, como si fuéramos bomberos y no profesionales de la comunicación, sin limitante alguno en la escogencia de temas. Con motivo de la columna de León Valencia en Semana, titulada Claudia Gurisatti y RCN, el lunes 1 de junio entrevistó a primera hora a la directora de Noticias de ese canal y le manifestó su entusiasta solidaridad con estas palabras: “resulta muy extraño que los periodistas se vuelvan jueces de otros periodistas. El único juez que tiene un periodista es su oyente, su televidente, su lector”.

¿Cómo así? ¿O sea –pregunto- que a un periodista no se le debe permitir criticar a sus colegas, pero sí se debe permitir que María Isabel Rueda traspase los linderos de lo penal y desde su tribuna de opinión acuse con total impunidad a un expresidente de la República de haber ordenado un asesinato, basada en la declaración de un mafioso al que la revista Semana considera que “¡Está loco!”? (Ver artículo en mención).

Hablando de extrañezas, el día de la entrevista citada los oyentes extrañaron lo que habría podido ser un animado debate entre Gurisatti y Valencia –como acostumbra hacer La W en otros casos- para que estos se hubieran formado su propio concepto. Si no lo hizo así fue porque en legítimo gesto de nobleza con su amiga quiso defenderla de “los ataques que ha recibido”, pero es aquí donde comienza mi amable divergencia con el periodista radial, pues de ningún modo se puede concebir como ataque lo que en la columna de León fue un respetuoso análisis del sesgo marcadamente político y agitacional que ha tomado Noticias RCN desde que Claudia Gurisatti asumió su dirección.

Ocultar esta verdad es lo mismo que pretender tapar el sol con un dedo. Se trata de una situación desde todo punto de vista anómala, y da origen a un debate que no se puede soslayar. De por medio está la responsabilidad que toda empresa periodística y todo comunicador tienen en el manejo de la información, más cuando esta llega a millones de televidentes. En este contexto Valencia puso el dedo en la llaga cuando advirtió que “con solo dos grandes canales de televisión abierta (…), si en uno de ellos quien orienta la información declara su intención de poner el medio a favor de una causa política, el panorama se torna totalmente oscuro”. Y esta situación la consideró “grave”.

Como dije en reciente columna, en el servicio informativo del canal RCN “se percibe una total coincidencia política e ideológica con las tesis de Álvaro Uribe, que los dibuja unidos en difundir a los cuatro vientos la sensación de que nunca antes habíamos estado peor”. Esto es precisamente lo que se quiere ocultar, y es aquí donde el debate debe darse, disgústele a quien le disguste.


Para tratar de hacer creer que dicho enfoque tendencioso no existe, Gurisatti mencionó en la entrevista que también ha acudido a fuentes del gobierno (entre esos mencionó al Ejército) o ha informado sobre temas como el avance del desminado, de reciente ocurrencia. Pero esto se contrapone con el hecho de que, por ejemplo, cuando la noticia de apertura fue el anuncio del levantamiento del cese al fuego unilateral por parte de las FARC, las cuatro primeras declaraciones que en su orden presentaron fueron las del expresidente Álvaro Uribe (quien pidió “concentración” en un área, como si se hubieran rendido), el senador uribista Alfredo Rangel, el procurador Alejandro Ordóñez y la excandidata a la presidencia por el Partido Conservador, Martha Lucía Ramírez.

El día que ese debate se dé sin censura ni cortapisas, habría que preguntarse si en Colombia hay vacas sagradas del periodismo a las que no se les puede tocar, pero sobre todo cómo es que periodistas que cargan con la responsabilidad de un inmenso poder mediático no pueden ser objeto de crítica o de análisis, como si por haber alcanzado tan altas cumbres de fama o de prestigio quedaran exentos del escrutinio público. Muy por el contrario, estos son los que hasta en su vida privada deben dar el mejor ejemplo, como si fueran los sacerdotes de la tribu a quienes se les encomienda la preservación de un fuego sagrado, el de la información responsable.

En la entrevista citada Gurisatti contraatacó diciendo que Valencia “insinúa que puede haber riesgo para la empresa dueña de RCN”, y entendió eso como “una nueva modalidad de censura”. Puedo estar equivocado, pero me parece que el columnista advertía más bien sobre el riesgo que para la Organización Ardila Lulle habría en el menoscabo de su credibilidad, con eventuales efectos en el mercadeo de sus productos o en la contratación de la pauta publicitaria.

Según Sánchez Cristo “una periodista con esa hoja de vida es libre de decir y expresar lo que quiera”. Ahí estamos de nuevo en desacuerdo. La propia Gurisatti demostró hasta la saciedad que llegó a la dirección de Noticias RCN con bitácora política propia, y en tal medida está al servicio de quienes quieren que el uribismo –o sea la extrema derecha- retome el poder e imponga sus propias condiciones. Esto es algo que el país no puede permitir, a no ser que logren imponer esas condiciones por la vía de las urnas, no por la fuerza de sus ‘armas’ mediáticas.

DE REMATE: En torno a la colaboración que hoy le presta María del Pilar Hurtado a la Fiscalía, un trino reciente del expresidente Álvaro Uribe sugiere que este presiente pasos de animal grande: “comprobé la tortura, sutil y camuflada con halagos, a la cual fue sometida en cautiverio de la Fiscalía”. Puesto que no podrá acusarla de loca (como sí hizo con Yidis), parece estar abonando el terreno para alegar tortura psicológica cuando la exdirectora del DAS comience a ‘cantar’.