El pasado 31 de octubre se
cumplió un año del fallecimiento de Horacio Serpa Uribe. Unas semanas atrás, en
consideración a que la efeméride coincide con el día del Halloween, como
paisano y como amigo suyo decidí tomarlo con buen humor y dejarme el bigote
para rendirle un homenaje, disfrazándome de quien fue mi amigo, maestro y consejero.
(Ver foto).
Pero el asunto va más allá,
porque el reconocimiento se convierte en confesión personal. Conocí a Horacio
Serpa el 2 de enero de 2009, siendo él gobernador de Santander y yo un
periodista que le hizo una entrevista para El Espectador. Entrevista que
ya no figura en el archivo digital de este diario, pero que publiqué en mi blog
y puede
verse en este enlace.
La confesión reside en que esa
entrevista tuvo un significado especial, porque le dio un nuevo rumbo a mi vida.
Después de su publicación, Serpa me dijo: “usted me hizo quedar más inteligente
de lo que soy”. Pero no porque yo hubiera escrito cosas que él no dijo, sino porque
la edición que hice lo mostró con la capacidad de síntesis que proporciona el editor
cuando cumple a cabalidad su tarea.
Tanto le gustó la entrevista, que
me ofreció vincularme a su gobernación como “editor de publicaciones y
contenidos”. Y acepté, y esto me salvó la vida.
Me explico: para la fecha en
cuestión yo había tocado fondo, tanto en mi profesión como en mi vida personal,
pues venía de padecer la quiebra del periódico que durante ocho años tuve en
Bogotá, El Sábado Cedritos. Encima, cargaba el corazón destrozado por la
separación de mi pareja. Lo uno producto de lo otro.
La quiebra obedeció en parte a
que durante la campaña a la alcaldía de Bogotá del 2007 publiqué en El
Tiempo una columna titulada “Polo, palo y pola”, donde conté cómo, con motivo de la
celebración de los 90 años del Country Club, sus encopetados socios le expresaron al candidato del izquierdista
partido Polo Democrático, Samuel Moreno Rojas, la intención de darle los votos
del barrio La Carolina si reversaba un proyecto que de años atrás traía Enrique
Peñalosa, su contendor electoral, para sacar de allí al club y permitir que la
carrera 15 siguiera su camino hacia el norte.
El asunto fue que Moreno se hizo a la
alcaldía, y no solo cumplió lo pactado con el Country Club, sino que, en
retaliación por la columna citada, dio la orden de cancelar toda orden de
publicidad para mi periódico. Por esos mismos días El Tiempo quiso enfrentar
la competencia que representaba la gran cantidad de periódicos sectoriales que
crecieron y se fortalecieron durante la alcaldía de Lucho Garzón, y sacó ZONA.
El resultado fue que mientras el alcalde Moreno me quitaba la publicidad
oficial, El Tiempo nos quitaba la comercial.
Y quebré, y me vi obligado a irme a vivir a Santander, arrimado a la
casa de un pariente mío. Y allí tomé una decisión drástica, fatal, definitiva:
si pasado un tiempo no lograba superar la crisis y seguía viviendo en condición
de arrimado, diría “chao vida, hasta aquí llegamos”.
En otras palabras, si no se me hubiera ocurrido solicitarle esa
entrevista a Horacio Serpa, tal vez no estaría aquí contando el cuento. Fue gracias
a ese suceso que las cosas comenzaron a cambiar, pero no porque yo representara
una cuota política o fuera a conseguirle votos, sino porque hubo un
reconocimiento a un trabajo profesional.
Terminada su gobernación, Serpa me llamó a trabajar como editor general
de Ola Política, de donde me retiré el día de 2013 que decidió lanzarse
al Senado, en parte porque -como le expliqué- lo mío no era la propaganda sino
el periodismo político, y en parte hastiado del “comité del aplauso” que le
rodeaba.
Pero la gratitud y la lealtad seguían firmes. Y un día de 2014 le pedí
una entrevista para que respondiera a una dura acusación que le hizo María
Isabel Rueda en Semana (de la que yo también era columnista), pero él
tenía la idea de algo más elaborado, que pusiera en su sitio el libro ¿Por
qué lo mataron?, de Enrique Gómez Hurtado. Así surgió la idea de escribir Objetivo: hundir a Serpa, un libro-entrevista donde no quedó tema por abordar, y en cuyo
lanzamiento Serpa afirmó que “el autor me entrevistó con un bisturí en la
mano”. Pero no fue culpa mía sino suya, porque antes de comenzar me dijo “no
tengo nada que ocultar, respondo lo que sea, vaya busque a mis enemigos y
detractores y pregúnteles qué me quieren preguntar”. Y eso hice.
Parte del “interrogatorio” incluyó, por supuesto, el Proceso 8.000. Es
importante traerlo a colación porque fue el suceso que se le atravesó a Serpa en
su justa aspiración a la presidencia, sin que se hubiera mostrado una sola
“prueba reina” de que supiera que parte de la plata de la campaña para la
segunda vuelta provenía del Cartel de Cali.
En todo caso, si de justicia se ha de hablar, en días pasados los mismos
Rodríguez Orejuela aportantes de ese dinero acusaron al expresidente Andrés
Pastrana de haber sido chantajeados por él: la supuesta “prueba reina” que este
exhibió ante la Comisión de la Verdad -y que tuvo guardada durante veinte años-
para demostrar que Ernesto Samper sí habría sabido del ingreso de esos dineros,
fue redactada por los narcos en los términos que el entonces presidente quería,
bajo la amenaza de extraditarlos si no le cumplían. (Ver artículo).
Pero a donde voy es a lo que dijeron sobre el tres veces candidato
presidencial. El médico Santiago Rojas -quien sigue sin dar la cara- les habría
dicho que “la única solución que el presidente ve posible es que ustedes
escriban una carta contando cómo fue el apoyo a la campaña de Samper,
involucrando también a Serpa. Nos miramos Miguel y yo y casi le contestamos al
mismo tiempo al doctor Rojas, no podemos hacer eso, al doctor Serpa nunca le
hemos dado un peso”.
Ningún político está exento de errores, por ejemplo, el de rodearse de
eventuales malandrines. Pero el día que se quiera hacer justicia histórica, se
debe escribir en mármol que a Colombia le habría ido mucho mejor si el
presidente de la República hubiera sido Horacio Serpa y no el bobalicón presentador
de TV Andrés Pastrana, e igual si en lugar de los ochos nefastos años del
sátrapa Álvaro Uribe hubiera estado al frente de los destinos nacionales el
dirigente liberal santandereano.
Post Scriptum: Era
yo más cercano al papá que hoy a su hijo, pero se percibe intención de
confundir en una columna dominical de Vanguardia donde su autor asume como verdad una noticia
falsa que circuló en redes sobre un supuesto artículo de Horacio José Serpa elogiando
a Álvaro Uribe. El editor de opinión de todo medio tiene la responsabilidad de
evitar que los columnistas digan mentiras evidentes, fácilmente refutables y
con el aparente propósito de ocasionar un daño político.
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