El espectro político nacional a la fecha se divide en cuatro bloques: petristas, uribistas, antiuribistas -que incluye a los petristas y la centroderecha- y apolíticos. Estos últimos son los que ejercen mayor influencia sobre las encuestas y acogen tanto a los abstencionistas, o sea los indolentes que nunca votan porque “todos los políticos son corruptos”, como a los que aún no deciden por quién votar.
La franja de los indecisos es aplastante
mayoría, según encuesta
de la firma Dugon: 58 por ciento. Si sumamos a los que votarán en blanco, 14
por ciento, tendremos que las encuestas solo reflejan la preferencia de un reducido
28 por ciento de la población en capacidad de votar.
Ligado a lo anterior, vamos a lo
siguiente: en días recientes ElUnicornio.co publicó una columna del filósofo
barranquillero Jorge Senior, a quien en la arenosa le dicen el Búho y es amigo
personal de Gustavo Petro. La columna se tituló Acuso a Petro de ser
petrista. Solo el título va cargado de ironía, lo demás es una amena reseña
de Una vida, muchas vidas, libro autobiográfico del dirigente del Pacto
Histórico, editado por Planeta. (Ver columna).
Son reflexiones de Senior en
torno al proyecto político de Petro, no exentas de la crítica constructiva que
solo los amigos están en condiciones de hacer, “así le duela”. Lo llamativo es
que, dependiendo de la frase que el lector escoja, puede pensar que la escribió
un refinado antipetrista… o un petrista comprometido hasta las cachas con la Colombia
Humana.
Por ejemplo: “El libro presenta
una serie de erratas que indican que fue publicado con premura, evidenciando un
trabajo de revisión apresurado e insuficiente, similar a lo que suele sucederle
con los trinos”. Y a renglón seguido: “la obra le permite a Petro sacarse
algunos clavos, defenderse de las calumnias que propagan las bodegas
mercenarias uribistas y exponer su manera de pensar”.
En calidad de editor, escogí una
frase crítica para acompañar su publicación en redes, a saber: “El talón de
Aquiles de Gustavo Petro siempre ha sido el aspecto organizativo. Su
negacionismo en este punto vital lo justifica apoyado en las equivocadas tesis
de Toni Negri sobre “las multitudes”, una excusa para no construir
organización".
Yo creía que, ante semejante
vainazo, los lectores petristas y uribistas se iban a volcar a leerla. Craso
error, vine a descubrir que los petristas miran con desprecio todo lo que huele
a crítica contra su admirado líder, mientras a los uribistas menos les interesó,
vaya uno a saber por qué.
Hice entonces una segunda
publicación, pero con una cita positiva: “Petro no fue un ‘comandante
guerrillero’, como dicen los uribistas, sino un militante de base en una
organización no comunista, de talante socialdemócrata, entusiasta del trabajo
de masas y la lucha social".
Increíble, de inmediato la torta
se volteó y en cosa de minutos aparecieron montones de likes, retuits y
comentarios, tanto de petristas con palabras elogiosas para su líder como de
uribistas que pretendían con sus falacias desvirtuar la tesis allí planteada.
Considerando de todos modos que tan
enardecido debate político se da apenas entre el 28 por ciento de los que ya
tienen decidido su voto, estamos ante un futuro electoral todavía incierto.
Sea la ocasión para contar que estoy
leyendo el libro de Petro, y me pareció encontrar en uno de sus capítulos el
germen del motivo por el cual los santandereanos de un tiempo para acá tienen
tan malos gobernantes, como el clan Aguilar, de claro origen narcoparamilitar.
El capítulo se titula La
clandestinidad en Santander (pág. 105) y cuenta de cuando Petro se vino a
vivir a Girón, municipio donde resido: “empecé a establecer contacto con los
militantes del M-19 en la región y, desafortunadamente, la relación no comenzó
con buen pie. No tardé en darme cuenta de que allá el movimiento se había
burocratizado”.
Y descubrió que tenía un rival, ‘el
Tuerto Gil’, dirigente de los maestros del sindicato de Norte de Santander. “Él
se creía el jefe del movimiento en la región. Tenía unas ideas que me
parecieron contrarias a lo que buscábamos. Gil y los suyos no deseaban hacer
una revolución, a diferencia mía. Por eso chocábamos, empecé a tener problemas
con ellos”.
Es interesante la incómoda cercanía
que estableció Petro con el ‘Tuerto Gil’, pues tuve una sensación parecida cuando
me invitaron a un grupo santandereano de Whatsapp con “liberales progresistas”,
cerca de cien, que abandonaban el liberalismo para sumarse al Pacto Histórico.
Y acepté, porque creía estar tratando con gente de pensamiento liberal. Pero la
sorpresa fue mayúscula cuando comencé a ver la pantalla invadida de “bendiciones”,
cadenas de oración, consejos religiosos, programación de la Semana Santa
(“estamos en la semana mayor”, decía uno de ellos), incluso invitaciones a
rezar el rosario.
Cuando manifesté mi extrañeza, se
me informó que debía ser tolerante con las creencias religiosas. Yo repliqué expresando
la incomodidad propia del liberal que cree que religión y política no deben
mezclarse, y que la religiosidad es un asunto tan privado como la práctica del
sexo. Pero no había modo de hacerlos razonar, parecían adictos no al sexo sino
a su apostolado religioso, de mayoritaria línea católica. Y el que se atrevía a
cuestionarlos los estaba ofendiendo, era un “ateo del demonio”.
Fue entonces cuando se me ocurrió
aplicar una terapia de Shock, de esas a las que acuden los psiquiatras ante
casos severos de alienación. Y comencé a dosificarles un metódico apostolado
agnóstico, a sabiendas de que corría el riesgo de ser excluido del grupo. Pero
no importaba. Se trataba de ponerlos a pensar, algo que evita hacer todo
creyente, en consideración a que la fe religiosa no se sustenta en evidencia
diferente a la imperativa necesidad de creer en algo.
Y terminaron por echarme, obvio,
después de que les dejé esta última reflexión: “solo el día que los
santandereanos logren liberarse de la enajenación que les dejó incrustada en
sus mentes la Corona en envase de religión católica, podrán considerarse dignos
herederos de la rebeldía que dio cauce a la revolución de los Comuneros (1781) y
a la Independencia definitiva del yugo español (1819)”.
Post Scriptum: Hace unos
días encontré un editorial
de El Espectador que comenzaba así: "En pocos meses acabaron con lo
poco que quedaba de institucionalidad, sin equilibrio de poderes, con las
fuerzas armadas y de policía bajo su mando directo y órganos de control de
bolsillo". Creí que hablaban de Colombia, pero no. Hablaban de Nicaragua. Están
en lo cierto, aunque no deja de preocupar que allí no alertaron sobre un
fenómeno idéntico en nuestro propio patio.
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