Cuando Iván Duque era joven
y liberal, la tenía clara: “Uribe nunca respaldó con fuerza la candidatura de
Serpa, y lo que es peor, creo que nunca se podrán identificar
ideológicamente, en tanto que Serpa es un hombre empeñado en la paz, y
Uribe es identificado como un escudero de las Convivir, es decir, con una
expresión clara de la extrema derecha colombiana, que concibe la paz únicamente
como el resultado de una victoria militar sobre los alzados en armas”.
Eso escribió Duque en columna para el semanario Tolima 7 Días de El Tiempo en
julio de 1998, unos días después de la derrota sufrida por Horacio Serpa,
candidato a la presidencia por el Partido Liberal… al que Duque pertenecía. Se
trata de un análisis de las circunstancias que desde Antioquia contribuyeron al
triunfo de Andrés Pastrana, entre las cuales menciona que “la traída de Álvaro
Uribe fue un error craso”, porque “fue oportunista y solo participó cuando vio
la posibilidad de una victoria liberal”. Y remata con esta perla: “A Uribe
Vélez en este momento lo único que le preocupa es organizar su campaña para el
2002, y de pronto por eso poco le importa la derrota del partido. Ya nos quedó
claro que Uribe no es profeta en su propia tierra”.
Podría pensarse que se
trató de un devaneo izquierdista, producto de su juventud (tenía 22 años), pero
muchos pronunciamientos posteriores confirman que Duque siguió mostrando ideas
liberales, hasta el día en que fue reclutado por Uribe a sus filas. De
pensamiento liberal era cuando en su cuenta de Twitter dijo el 27 de julio de
2011 que “el derecho a la igualdad no es relativo, las parejas homosexuales
deben poder unirse formalmente ante un notario”. En la misma línea ideológica,
el 12 de mayo de 2012 le enviaba “Felicitaciones al presidente Obama por apoyar
el matrimonio entre las parejas del mismo sexo. Gran paso en materia de
derechos civiles”. (Ver
trino). Y en 2009,
último año del gobierno de Uribe, escribía este trino: "De acuerdo con
descriminalizar consumo (No cárcel). Es más efectivo (Portugal) imponer
sanciones administrativas". (Ver noticia).
Según el analista Andrés
Calle Noreña, la presidencia de la República para Duque fue “el premio al
colombiano trepador y advenedizo, que sabe acomodarse, como gusano de guayaba”.
(Ver trino). En la columna de Duque de 1998 que aquí cito,
respecto a Uribe y Serpa decía, repito: “nunca se podrán identificar
ideológicamente”. Efectivamente así ocurrió, cada uno en su propia orilla, excepto
Iván Duque, quien demostró que sí es posible dar una voltereta ideológica de
180 grados para identificarse plenamente, hasta la abyección ideológica, con su
otrora antagonista.
¿A cambio de qué? Del
ofrecimiento -a modo de cuota inicial- de una curul en el Senado, cuando
todavía se desempeñaba como representante del gobierno de Juan Manuel Santos en
el BID. Esto lo hizo correr presuroso a afiliarse al Centro Democrático,
avizorando -exultante y gozoso- el premio mayor que lo esperaba como resultado
de su traición a las ideas liberales: la Presidencia de la República. A cambio
de tan importante e inmerecida distinción, Duque se olvidó de las diferencias
que tenía con Uribe y lo aceptó como su ‘sugar daddy’ político: “lo que tú
quieras, papacito, no importa si me haces duro o pasito”. (La cita es
inventada, solo metáfora).
Un año después de haberse
posesionado, un informe especial de Semana titulado “Año de aprendizaje”, acomodaticio
a más no poder, muestra por qué hoy la aprobación del subpresidente Duque no
supera el 30 por ciento: porque “llegó después de haber estado 13 años en el
exterior en cargos secundarios y con tres años en el Senado como única
experiencia”. El solo título daría para pensar que ven a Duque como un
practicante del Sena (¿acaso un presidente llega a aprender…?), y en él traicionan
-a su vez- los postulados de un periodismo serio y objetivo, pues caen en una
melosa complacencia con el uribismo que deja ver a las claras por qué esa
revista intentó desembarazarse de un columnista como Daniel Coronell, antítesis
de la Vicky Dávila emparentada con el clan Gnecco que cada semana escribe en
tinta de su propia bilis. (Ver informe).
Según Semana, “al contrario
de lo que algunos creían, Duque no llegó al poder a volver trizas los acuerdos
de paz”. ¿Cómo así, entonces las seis objeciones a la ley estatutaria de la JEP
que a pedido de su jefe presentó al Congreso, no tenían ese propósito? Y el
proyecto que acaba de anunciar el Centro Democrático para crearles a los
militares una sala especial de juzgamiento, ¿no responde al mismo objetivo de
desarticular dicho tribunal de justicia transicional?
Es una suerte que existan periodistas
lúcidas como María Jimena Duzán, quien el mismo domingo 4 de agosto hizo su
propio balance del desgobierno que vivimos, en columna titulada “El
presidente que no sabe quién es”, donde concluye: “En su primer año en el
poder, Duque nos ha demostrado que no sabe gobernar sino bajo la sombra de
Uribe, y que su verdadero Plan de Desarrollo es el Twitter de su presidente
eterno. Para donde apunte el expresidente, él va a su sombra”. (Ver columna).
Esto es tan cierto, que su
aberrante grado de sumisión al ‘sugar daddy’ le alcanza hasta para justificar
las tretas de ciertos áulicos del círculo más íntimo de su amo: como cuando
Ernesto Macias se valió de una “jugadita” en la instalación del Congreso para
sacarlo del recinto antes de que Jorge Robledo hablara, y a Duque le
preguntaron qué opinaba de semejante artimaña de rufián de esquina, y respondió
que “yo no le daría a eso mucha importancia”. Cómo así, ¿todo un presidente de
la República impedido para desaprobar el atropello de un congresista contra la
oposición?
Mejor dicho, ¿en Casa de
Nariño quién manda a quién? ¿Quién es el dominante y quién el dominado, ah?
DE REMATE: La vicepresidenta
Marta Lucía Ramírez viajó el pasado 28 de julio a El Socorro (Santander) a
conmemorar los 200 años del fusilamiento de Antonia Santos y allá afirmó que
dicho suceso “generó la rebeldía de los comuneros que impulsó a los
santandereanos a enfrentarse en la batalla de Pienta”. (Ver noticia) Se le debe recordar a la despistada
funcionaria que quien encendió la chispa de la efímera Revolución de los
Comuneros fue Manuela Beltrán, 38 años atrás. A Antonia y a su hermano Fernando
-ambos parientes lejanos de Juan Manuel Santos- se les recordaba era como guerrilleros,
no como comuneros, pues comandaban respectivamente las guerrillas de Coromoro y
Cincelada contra la dominación española. Son cosas que la historia oficial
prefiere mantener ocultas…
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