Hay dos fuertes aspirantes a la presidencia que asumen la reconciliación
como el eje central de sus campañas. Según Humberto
de la Calle “el tema no es terminar la guerra militar ni implantar una paz
de contenido social, el tema central es la reconciliación entre los
colombianos”. Y según Sergio
Fajardo “reconciliación, lucha contra la corrupción y educación son los
tres pilares para construir la paz”.
Buena noticia para los colombianos esta coincidencia, en parte porque
Fajardo va de primero en las encuestas y en parte porque De la Calle ha
manifestado su disposición a hacer alianza con los Ni Ni (ni Santos ni Uribe).
Fue por ello que este último vio como “un suicidio” que la escogencia del
candidato del Partido Liberal se aplazara hasta marzo de 2018, pues se
recortaba el tiempo para una eventual coalición con las fuerzas que coinciden
en la defensa de la paz y la lucha contra la corrupción.
Esta identidad en el punto de mira marca la pauta por el sendero
adecuado, el de desarmar los corazones y acercar a los adversarios, sea para el
saludo de manos o para el abrazo catártico.
La batalla por la reconciliación es la única que puede desarmar el
plan macabro que se adelanta para echar atrás la columna vertebral del proceso
de paz, llamada Jurisdicción Especial de Paz (JEP). Sus portaestandartes son
Álvaro Uribe por el Centro Democrático, Germán Vargas Lleras por Cambio
Radical, Alejandro Ordóñez y Marta Lucía Ramírez por el conservatismo no
‘enmermelado’, y Juan Carlos Pinzón por Juan Carlos Pinzón, porque ni partido
tiene.
Como dije en columna
anterior, Vargas actúa en representación de los empresarios que en
condición de ´terceros’ pudieran comparecer ante la JEP, mientras que Uribe lo
hace como máximo comandante de esas fuerzas oscuras cuyos más escabrosos
crímenes podrían saltar a la luz pública en los juicios que adelante dicho
tribunal de justicia transicional a los militares y demás autores de delitos
relacionados con el conflicto armado (verbi gratia paramilitarismo). Ellos han comenzado
a hacer fila india para contar lo que saben a cambio de una pena simbólica y un
perdón reparador, y en solo militares van más de 2.000.
Ya Uribe perdió un alfil cuando su exministro Diego Palacio acudió a
la JEP alegando que todo lo que hizo fue para consolidar el gobierno con el que
su jefe enfrentaba a la subversión (reconocimiento tácito de culpa), y perdió además
una torre en el Rito Alejo del Río que por la misma vía pretende expiar sus
culpas, y quizá no resulte osado vislumbrar el día en que se diera el jaque
mate.
Sea como fuere, casos como los del exministro Palacio o el general Del
Río muestran precisamente el papel benéfico de la JEP y su entronque con la
reconciliación, pues bastará el reconocimiento o la confesión de unos delitos
para que el Estado cese su acción sobre ellos.
Tan preocupados están en la caverna que hasta hubo un trino del
abogado Iván Cancino, uribista de pura sangre, alertando sobre el peligro: “Espero
estén conscientes en el Centro Democrático el daño que haría que Diego Palacio
fuera admitido en la JEP”. (Ver trino).
El temor del senador Álvaro Uribe Vélez y la gente que le acompaña en
su lucha por aplastar a la JEP reside ahí, en que deben evitar el conocimiento –y
el reconocimiento- de esas y muchas otras verdades. Y para impedirlo están
dispuestos a desbarrancar el país, si fuera necesario en el abismo de un nuevo
conflicto, recurriendo llegado el caso a medidas desesperadas como atentar
contra uno de los suyos (ya lo han hecho), todo en función de no permitir que se destape la identidad de esos
dedos cuyas ramificaciones conforman el aparato organizado de poder que en
Colombia se ha conocido desde tiempo atrás como la mano negra.
La reconciliación solo obra como bálsamo reparador cuando parte de
haber llegado a la verdad. Es una fórmula que incluso le conviene a Santiago
Uribe, candidato ideal para presentarse a la JEP porque su expediente rebosa en
testimonios y pruebas de crímenes como homicidios, torturas y desapariciones,
en su mayoría relacionados con el conflicto armado cuyo fin se propuso lograr su
hermano Álvaro por la vía de una victoria militar que nunca llegó pero sí sembró
por todas las brigadas del Ejército el reguero
de cadáveres que dejaron los ‘falsos positivos’, eufemístico nombre dado a
las ejecuciones extrajudiciales de miles de jóvenes que mataron porque no
estaban recogiendo café y cuyos cuerpos mostró el régimen de la Seguridad
Democrática como guerrilleros caídos en combate.
La reconciliación pasa por reconocer
esas verdades, duélale a quien le duela; e identificar a los autores de
tantos crímenes de lesa humanidad es el requisito sine qua non para el perdón colectivo. Además, es ser conscientes
de que no es lo MEJOR VARGAS LLERAS sino
parte de lo PEOR, y que LO MEJOR es reconciliarnos.
Así como Álvaro Uribe se hizo elegir repitiendo hasta el cansancio el estribillo
‘trabajar, trabajar y trabajar’, al candidato que resulte escogido de la
alianza que se avecina le corresponde entonces ponerse en la onda del
‘reconciliar, reconciliar y reconciliar’.
DE REMATE: No soy miembro del Partido Liberal ni lo he sido de ningún
partido, aunque sí soy de pensamiento liberal –o mejor, librepensador- y el 19
de noviembre votaré para que elijan a Humberto de la Calle como el candidato de
ese partido. Juan Fernando Cristo es una opción valiosa a futuro, muy por
encima del imberbe Juan Manuel Galán y de la insufrible Viviane Morales, pero
un triunfo suyo en la consulta restaría en lugar de sumar hacia la legítima
aspiración del liberalismo por reconquistar la Presidencia de Colombia, tras 24
años de abstinencia.
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