24 de junio de 1956: el liberal Alberto Lleras Camargo y el conservador
Laureano Gómez firman en la ciudad española del mismo nombre el Pacto de
Benidorm, en representación de sus partidos, mediante el cual acuerdan
repartirse el poder y la burocracia (o sea todos los puestos del Estado) en
forma alternada, cada cuatro años.
A continuación provocan la salida del poder del general Gustavo Rojas
Pinilla y un año después (20 de julio de 1957) firman el Pacto de Sitges, que
da inicio a lo que se conoció como el Frente Nacional, el cual rigió en el país
por dieciséis años y culminó en 1974, con el gobierno del liberal Alfonso López
Michelsen.
El Frente Nacional fue la cuna de la corrupción administrativa que hoy
sigue tan rampante, y su origen es de fácil comprensión: se borraron las
fronteras ideológicas entre ambos partidos, de modo que sin importar a cuál se pertenecía,
bastaba con estar bien relacionado en uno u otro bando (o en ambos) para chupar
de la teta del Estado.
Pero hubo personas que vieron con malos ojos esa repartija y exigieron
ser escuchados. Los sucesivos gobiernos se negaron a esa petición, así que
aquellos al sentirse excluidos de participar en la vida democrática decidieron
tomar las armas, en rebeldía contra lo que consideraban una repartición
amañada e ilegítima del poder.
Tres grupos sobresalieron en más 50 años de lucha armada: las FARC, el
ELN y el M-19. Estos últimos, perseguidos por el Ejército durante el gobierno
de Belisario Betancur (con el que adelantaban conversaciones de paz, vaya
paradoja) buscaron refugio en el monte y desesperados por el acoso cometieron
el más garrafal de todos los errores, la toma del Palacio de Justicia en 1985,
que culminó en la carnicería más salvaje, con unas Fuerzas Militares que aniquilaron lo que encontraron a su paso y dejaron como saldo más de cien muertos y
once desaparecidos. De esta salvaje masacre con armas oficiales ayer se
conmemoraban 32 años.
En el camino de la cruenta lucha armada hubo toda clase de desmanes y
crímenes de lesa humanidad, hasta que finalmente las FARC accedieron a sentarse
a dialogar. Y se firmó un acuerdo de paz, y ahora el ELN intenta hacer lo
mismo.
Hoy vemos casi al borde del escándalo que el máximo comandante de la FARC
(ahora llamada Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común) decide lanzarse a
la Presidencia de Colombia tras haber cometido el craso error de conservar la
misma sigla, en lo que constituye una abierta provocación a la extrema derecha y
una evidente afrenta a sus víctimas.
Es entonces cuando una facción reaccionaria de la clase dirigente que de
tiempo atrás ha saqueado las arcas del Estado, conocida como ‘uribismo’ y
agrupada alrededor del Centro Democrático (que nada tiene de
democrático y menos de centro), decide alzarse en rebeldía contra el acuerdo de
paz y contra la posibilidad de que los exguerrilleros participen en política, y
manifiestan estar dispuestos “a
incendiar el país” con tal de evitarlo.
Así, se advierte que asistimos a lo que el filósofo Friedrich Nietzche
llamó el eterno retorno: “No son sólo los acontecimientos los que se repiten; también
los pensamientos, los sentimientos y las ideas, vez tras vez, atados a una noria
infinita e incansable”. (La
gaya ciencia).
Después de 50 años de lucha la FARC coge ‘del ahogado el sombrero’
porque consiguen una parte mínima de lo que estaban buscando, no el poder sino
una apertura del establecimiento para participar en política (o sea lo mismo
cuya ausencia los llevó a armarse), y es cuando aparece su némesis dispuesta a
desbarrancar el país por el abismo de un nuevo conflicto con tal de impedirlo,
ya no con las armas que botan fuego sino con las de la propaganda negra, quizá
más letales, como lo demostraron por los días del plebiscito que ganaron a punta de sembrar miedo, confusión, mentiras y engaños.
Lo mismo que hizo el Ejército cuando para evitar que el M-19 se
saliera con la suya arrasaron con toda forma de vida que se les atravesó, eso
mismo están dispuestos a hacer en su furia salvaje los que dirigidos por su máximo
comandante quieren atravesarse –no como vaca muerta sino como toro que embiste-
al anhelo de reconciliación nacional. En últimas unos y otros (los de 1985 y
los de ahora) pertenecen al mismo bando ideológico, el de quienes recurren a
todas las formas de lucha imaginables con tal de impedir que las cosas se les
salgan de control.
En el caso que nos ocupa, tratan de evitar que se conozcan las más
escabrosas verdades que habrán de aflorar cuando
comience a operar la Jurisdicción Especial de Paz (JEP), y frente a la cual por
cierto presentan una flagrante contradicción: mientras tratan de hundirla en el
Congreso, alegan que las FARC solo pueden participar en política después de que
esta los juzgue. Como quien dice, ni sí ni no sino todo lo contrario.
Después de que el mismísimo comandante del Ejército informa que no hay
soldados muertos en combate y que el Hospital Militar dejó de recibir heridos (ver
noticia), los uribistas se resisten a creer tanta belleza y en la práctica actúan
como si se hubieran constituido en las Fuerzas Uribistas Reaccionarias de
Colombia (FURC), a las cuales me referí en columna
anterior.
No es cosa de chiste ni un sutil juego de palabras, no señores. Las
remozadas FURC constituyen un serio peligro para la estabilidad de la nación, más
cuando el gobierno de Juan Manuel Santos parece no ser consciente del tamaño y la
fiereza del monstruo que le (nos) corre pierna arriba.
DE REMATE: Esta columna se inspiró en un post compartido en Facebook por Luz Marina Arango y basado en una
idea de Ricardo Ucrós,
según su autor Pame Rosales.
Título de la obra, Trabajo en equipo.
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