Es desde todo punto de vista inaudito que Donald Trump haya
conquistado la presidencia de Estados Unidos agitando la promesa de construir
un muro que aísle a su país del vecino México. Más que inaudito es cosa de
locos, sobre todo porque su construcción del Pacífico al Atlántico es tarea colosal, inútil e ilusoria, como
se verá más adelante.
En esto Trump recuerda a Goyeneche, desquiciado personaje bogotano de
los años 60 al que los estudiantes de la Nacional adoptaron como su ‘mascota’
política, quien en su delirio creativo proponía cosas como ponerle marquesina a
Bogotá para protegerla de las inundaciones, o pavimentar el río Magdalena para
convertirlo en una autopista, o construir todas las carreteras en bajada para
ahorrar combustible. Si comparamos sus promesas de campaña con la delirante construcción
del muro fronterizo, la única diferencia real entre ambos estaría en que a Goyeneche
nunca lo eligieron Presidente de Colombia.
Tiene la misma significación histórica el momento en que a alguien se
le ocurre atravesarle un muro infame a su país para impedir a la brava la
entrada de mexicanos, como 15 años atrás lo tuvo la destrucción de las Torres
Gemelas a manos de un grupo de musulmanes fanáticos que ofrendaron sus vidas a
Mahoma haciendo estrellar contra ellas dos aviones repletos de ‘infieles’.
En la misma dimensión mental de un yihadista, Trump encarna el
pensamiento del fanático que cree que solo él tiene la razón y que quien no
obre o piense igual merece ser pisoteado o humillado, y eso lo hace aún más
peligroso. Es cuando uno se pregunta –aterrado- si será que la otrora ejemplar
democracia norteamericana posee los suficientes controles para evitar que un
maniático de ese caletre administre el poder en función de satisfacer su personal
egolatría, como un niño con su juguete preferido. Aquí salta de nuevo como
liebre la comparación con el nacionalsocialismo, sólo que ahora se tendría que
hablar de ‘nacionalcapitalismo’, personificado ya no en el hombre del bigotito cuadrado
sino en el del alocado copete rubio.
No soy partidario del atentado personal, así más de uno piense que
Trump lo está propiciando o que el bienestar de EE UU lo merece, pero abrigo la
esperanza de que le ocurra como al brevísimo presidente de Ecuador Abdalá
Bucaram, quien reunía el mismo perfil psicológico (histriónico, ególatra) y gobernó
a su país del 10 de agosto de 1996 al 6 de febrero de 1997, escasos seis meses,
hasta el día en que el Congreso lo destituyó aludiendo "incapacidad mental
para gobernar".
En EE UU suena todavía estrambótico decir que su presidente es Donald
Trump, pues se requiere estar zafado de
sus cabales para persistir en la terquedad de enmallar o fortificar 2.150 de
los 3.200 kilómetros de frontera que separan a Estados Unidos de México, de los
cuales 1.050 ya presentan algún tipo de barrera que impide el paso de personas
o vehículos (mas no de túneles…).
Solo en costos la construcción de apenas 660 kilómetros de barrera
costaría unos 11.400 millones de dólares, según estimativo del WOLA, Washington
Office on Latin America. Sea como fuere, el meollo no está ahí sino en que el
desplazamiento de paneles prefabricados de concreto y reforzados con barras de
acero presenta un desafío logístico insuperable: se requieren vías pavimentadas
por zonas agrestes y centenares de estaciones en medio de la más variada
geografía para moldear el concreto, sin mencionar la contratación de un
ejército de trabajadores quizá superior al que se requirió para la construcción
de las pirámides de Egipto y solo equiparable a la Muralla China, construida durante
centenares de años y con millones de pérdidas humanas, por fatiga o cansancio. (Y
ni modo de preguntar si también por tedio).
Al margen de cómo reaccionarán los norteamericanos cuando se estrellen
de frente con la inutilidad de tan absurdo proyecto, hasta ahora Trump ha
contado a favor con que el presidente Enrique Peña Nieto (EPN) respondió a su
bofetada poniendo la otra mejilla. Ello ha contribuido a hacer aún más deshonrosa
la ofensa al pueblo mexicano, comenzando por la impresentable invitación al
Palacio de Los Pinos en agosto del año pasado, pasando por la afanada
extradición del ‘Chapo’ Guzmán para tratar de complacer al nuevo amo, y
rematando con el portazo en la nariz que recibió EPN cuando anunció visita a su
agresor y este le respondió con un simple trino: "Si México no quiere
pagar el muy necesitado muro, mejor que cancele su próxima visita". (Ver
trino).
Sin caer en el incómodo harakiri al que acude un guerrero samurái
cuando rompe su código de honor, si yo fuera el presidente de México actuaría con
la dignidad que corresponde y rompería relaciones, no propiamente con Estados
Unidos sino con su Presidente, hasta el día que lo destituya el Congreso o decida
echar atrás la construcción de ‘esa maldita pared’, para decirlo en modo boricua.
Es cierto que romper relaciones sería como meter a todos los mexicanos
en huelga de hambre y en lo económico traería consecuencias insospechadas, pero
tan drástica decisión contaría con el apoyo de la mayoría numérica que votó por
Hillary Clinton (2’865.075 votos más que Trump) y de la mayoría de países que
componen las Naciones Unidas –quizá con la solitaria excepción de Israel- y la
presión internacional forzaría a una recomposición de las relaciones entre
México y Estados Unidos, de las que no se puede esperar nada peor… porque peor
no pueden estar.
Hasta el sentido común pareciera advertir que el rompimiento de
relaciones es la vía más firme, consecuente y digna –diríase incluso obligada- para
rescatar el orgullo herido de una nación soberana. A no ser, claro está, que México prefiera seguir soportando las
humillaciones que faltan.
¿Tienen los mexicanos parte de culpa en lo que hoy les pasa?
Pos pa’ qué les digo que no si sí… si eligen de Presidente a un caribonito que cuando
le preguntan por los tres libros que marcaron su vida solo acierta a mencionar
la Biblia, se equivoca cuando le adjudica a Enrique Krauze la autoría de ‘La
Silla del Águila’ (de Carlos Fuentes) y no logra completar el tercero... (Ver video).
DE REMATE: Craso error cometería Simón Gaviria si acepta ser la
fórmula a Vice de Germán Vargas. A eso se le conoce como recibir el abrazo del
oso. Razón tiene Rodrigo
Llano cuando dice que se le ve desesperado, pues le ha ofrecido también la
vicepresidencia a Iván Duque y Lucho Garzón, y nadie acepta. ¿Candidatura en
barrena? Averígüelo Vargas.
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