lunes, 30 de enero de 2017

Esa maldita pared


Es desde todo punto de vista inaudito que Donald Trump haya conquistado la presidencia de Estados Unidos agitando la promesa de construir un muro que aísle a su país del vecino México. Más que inaudito es cosa de locos, sobre todo porque su construcción del Pacífico al Atlántico es tarea colosal, inútil e ilusoria, como se verá más adelante.

En esto Trump recuerda a Goyeneche, desquiciado personaje bogotano de los años 60 al que los estudiantes de la Nacional adoptaron como su ‘mascota’ política, quien en su delirio creativo proponía cosas como ponerle marquesina a Bogotá para protegerla de las inundaciones, o pavimentar el río Magdalena para convertirlo en una autopista, o construir todas las carreteras en bajada para ahorrar combustible. Si comparamos sus promesas de campaña con la delirante construcción del muro fronterizo, la única diferencia real entre ambos estaría en que a Goyeneche nunca lo eligieron Presidente de Colombia.

Tiene la misma significación histórica el momento en que a alguien se le ocurre atravesarle un muro infame a su país para impedir a la brava la entrada de mexicanos, como 15 años atrás lo tuvo la destrucción de las Torres Gemelas a manos de un grupo de musulmanes fanáticos que ofrendaron sus vidas a Mahoma haciendo estrellar contra ellas dos aviones repletos de ‘infieles’.

En la misma dimensión mental de un yihadista, Trump encarna el pensamiento del fanático que cree que solo él tiene la razón y que quien no obre o piense igual merece ser pisoteado o humillado, y eso lo hace aún más peligroso. Es cuando uno se pregunta –aterrado- si será que la otrora ejemplar democracia norteamericana posee los suficientes controles para evitar que un maniático de ese caletre administre el poder en función de satisfacer su personal egolatría, como un niño con su juguete preferido. Aquí salta de nuevo como liebre la comparación con el nacionalsocialismo, sólo que ahora se tendría que hablar de ‘nacionalcapitalismo’, personificado ya no en el hombre del bigotito cuadrado sino en el del alocado copete rubio.

No soy partidario del atentado personal, así más de uno piense que Trump lo está propiciando o que el bienestar de EE UU lo merece, pero abrigo la esperanza de que le ocurra como al brevísimo presidente de Ecuador Abdalá Bucaram, quien reunía el mismo perfil psicológico (histriónico, ególatra) y gobernó a su país del 10 de agosto de 1996 al 6 de febrero de 1997, escasos seis meses, hasta el día en que el Congreso lo destituyó aludiendo "incapacidad mental para gobernar".

En EE UU suena todavía estrambótico decir que su presidente es Donald Trump, pues se  requiere estar zafado de sus cabales para persistir en la terquedad de enmallar o fortificar 2.150 de los 3.200 kilómetros de frontera que separan a Estados Unidos de México, de los cuales 1.050 ya presentan algún tipo de barrera que impide el paso de personas o vehículos (mas no de túneles…).

Solo en costos la construcción de apenas 660 kilómetros de barrera costaría unos 11.400 millones de dólares, según estimativo del WOLA, Washington Office on Latin America. Sea como fuere, el meollo no está ahí sino en que el desplazamiento de paneles prefabricados de concreto y reforzados con barras de acero presenta un desafío logístico insuperable: se requieren vías pavimentadas por zonas agrestes y centenares de estaciones en medio de la más variada geografía para moldear el concreto, sin mencionar la contratación de un ejército de trabajadores quizá superior al que se requirió para la construcción de las pirámides de Egipto y solo equiparable a la Muralla China, construida durante centenares de años y con millones de pérdidas humanas, por fatiga o cansancio. (Y ni modo de preguntar si también por tedio).

Al margen de cómo reaccionarán los norteamericanos cuando se estrellen de frente con la inutilidad de tan absurdo proyecto, hasta ahora Trump ha contado a favor con que el presidente Enrique Peña Nieto (EPN) respondió a su bofetada poniendo la otra mejilla. Ello ha contribuido a hacer aún más deshonrosa la ofensa al pueblo mexicano, comenzando por la impresentable invitación al Palacio de Los Pinos en agosto del año pasado, pasando por la afanada extradición del ‘Chapo’ Guzmán para tratar de complacer al nuevo amo, y rematando con el portazo en la nariz que recibió EPN cuando anunció visita a su agresor y este le respondió con un simple trino: "Si México no quiere pagar el muy necesitado muro, mejor que cancele su próxima visita". (Ver trino).

Sin caer en el incómodo harakiri al que acude un guerrero samurái cuando rompe su código de honor, si yo fuera el presidente de México actuaría con la dignidad que corresponde y rompería relaciones, no propiamente con Estados Unidos sino con su Presidente, hasta el día que lo destituya el Congreso o decida echar atrás la construcción de ‘esa maldita pared’, para decirlo en modo boricua.

Es cierto que romper relaciones sería como meter a todos los mexicanos en huelga de hambre y en lo económico traería consecuencias insospechadas, pero tan drástica decisión contaría con el apoyo de la mayoría numérica que votó por Hillary Clinton (2’865.075 votos más que Trump) y de la mayoría de países que componen las Naciones Unidas –quizá con la solitaria excepción de Israel- y la presión internacional forzaría a una recomposición de las relaciones entre México y Estados Unidos, de las que no se puede esperar nada peor… porque peor no pueden estar.

Hasta el sentido común pareciera advertir que el rompimiento de relaciones es la vía más firme, consecuente y digna –diríase incluso obligada- para rescatar el orgullo herido de una nación soberana. A no ser, claro está, que México prefiera seguir soportando las humillaciones que faltan.

¿Tienen los mexicanos parte de culpa en lo que hoy les pasa? Pos pa’ qué les digo que no si sí… si eligen de Presidente a un caribonito que cuando le preguntan por los tres libros que marcaron su vida solo acierta a mencionar la Biblia, se equivoca cuando le adjudica a Enrique Krauze la autoría de ‘La Silla del Águila’ (de Carlos Fuentes) y no logra completar el tercero... (Ver video).

DE REMATE: Craso error cometería Simón Gaviria si acepta ser la fórmula a Vice de Germán Vargas. A eso se le conoce como recibir el abrazo del oso. Razón tiene Rodrigo Llano cuando dice que se le ve desesperado, pues le ha ofrecido también la vicepresidencia a Iván Duque y Lucho Garzón, y nadie acepta. ¿Candidatura en barrena? Averígüelo Vargas.

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