Tal vez no hay lugar en el mundo donde la gente se sienta tan orgullosa
como en Santander, y el origen de este carácter se remonta a la Revolución de los
Comuneros, cuando el orgullo herido por la opresión alcabalera de la Corona
Española se convirtió en la chispa que encendió como pólvora el grito de
Independencia.
Hoy sigue siendo un orgullo sano, entendido como ese sentimiento de
satisfacción hacia algo propio o cercano a uno, que se considera meritorio. Es
la definición clásica, pero también se entiende como el respeto que los
santandereanos tenemos de nosotros y de nuestro entorno, y en tal medida se
relaciona con la valoración que se le da a un sello de autenticidad ligado a
unas costumbres propias.
Pero el mundo es cambiante, y la globalización generada por la
Internet viene acompañada de un fenómeno mediante el cual se van borrando las
fronteras culturales e ideológicas entre las naciones y, adentrándonos en
estas, entre las regiones. Nuevas formas de poder emergen sobre un escenario
virtual que todo lo trastoca, con consecuencias hasta el momento impredecibles
en cuanto a si serán positivas o negativas para la buena marcha del planeta.
Es en Internet donde comienza a darse la verdadera educación de las
masas (más que en las aulas, más que en el nicho familiar) y ello exige un
nuevo aprendizaje de la realidad. En lo político, la manifestación más evidente
de este fenómeno se dio con la reciente puja electoral entre Hillary Clinton y
Donald Trump, cuando el presidente de una nación rival al otro lado del globo logró
influir hasta el punto de imponer al candidato de sus preferencias, como lo
comprobaron las agencias de inteligencia
estadounidenses, arrojando así un manto de duda sobre la legitimidad del
resultado final. (Ver
noticia).
En lo cultural, al modo de ese Gran Hermano que avizoró George Orwell
en 1984, la red moldea en niños y jóvenes una mentalidad permeable a contenidos
de fácil consumo, afines a esquemas de pensamiento individualistas y acríticos,
alterando con ello desde las relaciones familiares hasta expresiones autóctonas
como el folclor o la gastronomía, que son reemplazadas por la estandarización
de gustos impuestos desde otras metrópolis.
Para decirlo en cristiano, Internet está provocando una transformación
de dimensiones insospechables, a un ritmo endiablado. Y esto obliga, desde lo
raizal, a adoptar medidas que permitan ir al rescate de nuestra identidad.
Santander es de una riqueza cultural tan variada, tan digna de
preservarse, que no se podría entender que a la vuelta de unos años ya no haya
un lugar donde aún se interprete la guabina o el torbellino de un campesino embejucado, o
se improvisen coplas al calor de un tiple bien temperado, o los habitantes del
pueblo colonial que los vio nacer se preocupen al menos por mantener sus calles
aseadas, como si fuera la sala de su casa.
En alguna columna
anterior expresamos nuestro asombro por el estado de suciedad y abandono que
muestra un municipio turístico –Monumento Nacional- como Girón, y basta caminar
sobre el atrio de su basílica una tarde de domingo para saber de qué hablamos. Hoy
es ejemplo vivo de la transformación acelerada de las costumbres que vivimos,
al observar atónitos a una población que ya no parece sentirse orgullosa de sus
encantos
arquitectónicos, pues por sus calles y lugares más emblemáticos pululan las
basuras y el desaseo. En llamativo contraste, en un pueblo como Betulia la
gente sabe que los martes y viernes el camión de la basura solo recoge desechos
orgánicos, y los miércoles todo lo reciclable. Y muy cerquita de este, en
Zapatoca, sus habitantes conservan el pueblo como si fuera una tacita de té.
Fue ante el avasallamiento de la nueva realidad que un grupo de ‘pingos’
decidimos acometer esta iniciativa periodística regional, orientada a exaltar
el orgullo de ser santandereano mediante una página web con ese mismo nombre: Orgullosantandereano.com.
Tolstoi decía “si quieres ser universal, describe tu aldea”. Si estamos
convencido de que la tierra donde nacimos reúne suficientes atractivos para ser
promocionados –y preservados- ante el resto del mundo, y si descubrimos además que
todos los días hay noticias en las que algún santandereano brilla con luz
propia, es entonces cuando este proyecto se convierte en una bonita tarea que
se acoge con entusiasmo y espíritu emprendedor, hacia la meta altruista de
exaltación de una región y de un colectivo humano.
La página está en construcción y ha comenzado a ser expuesta en
diversos escenarios, con gran acogida. La prisa en exponerla radica en que
podamos comenzar a recibir comentarios, aportes o críticas implacables, con la
seguridad de que serán acogidas con espíritu autocrítico y el deseo permanente
de mejorar, tanto en imagen como en el servicio informativo que se pretende
prestar.
La socialización de Orgullosantandereano.com
desde esta columna cuenta con la amable aprobación del director de El Espectador, don Fidel Cano, a quien
le informé con anticipación de mi deseo de compartir la iniciativa, la cual de
todos modos no es privada sino el punto de partida para un proyecto que
pretende aglutinar voluntades alrededor del portal y de la Fundación Orgullo
Santandereano. Sin ánimo de lucro, estamos invitando a prestantes figuras de
nuestro departamento a que se vinculen con sus luces o sus aportes.
En resumidas cuentas, se trata de fomentar la integración y el sentido
de pertenencia a la tierra que vio crecer la semilla de la ‘ventolera’ engendrada
en la Revolución de Los Comuneros.
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