Si algo le debe estar doliendo en lo más profundo de su ser a Álvaro
Uribe es que haya sido Juan Manuel Santos quien ‘acabó’ con las FARC y no él, sobre
todo porque el modo que tenía en mente para acabarlas era muy diferente al que
logró imponer el actual mandatario.
Desde la tarde de septiembre de 2012 en que Santos anunció el inicio
de conversaciones con las FARC, Uribe y sus corifeos del Centro Democrático no
han dejado de vociferar a los cuatro vientos que el exministro de Defensa de la
Seguridad Democrática traicionó la causa para la cual fue elegido. Eso es
cierto hasta la mitad: los votos que en 2010 lo hicieron presidente sí le
pertenecían en inmensa mayoría a Uribe, pero esa desventaja en su
gobernabilidad se revirtió cuando cuatro años después fue reelegido con votos
propios, enfrentado a los votos del candidato de Uribe que lo iba derrotando en
la primera vuelta, Óscar Iván Zuluaga.
Una acusación de traidor es palabra con sabor a INRI. Tal vez previendo
que habrían de utilizarla, el mismo presidente Santos le dijo a Patricia Lara en
entrevista del 31 de diciembre de 2010 que al terminar su gobierno lo llamarían
“traidor de su clase”, como a Franklin Delano Roosevelt. Traidor no bajo la lente
acusadora de Uribe, sino en la circunstancia del aristócrata y millonario que
adelanta reformas sociales o económicas cercanas más a un ideario ideológico de
izquierda que de derecha (Ver
entrevista).
Este no es el caso de Juan Manuel Santos, por supuesto, quien ha
aplicado un modelo económico neoliberal donde la venta de Isagén brilla con luz
propia (venta que ya había intentado Zuluaga como ministro de Hacienda de
Uribe), sin desconocer iniciativas de
corte liberal y progresista como las leyes de Víctimas y de Restitución de
Tierras impulsadas por Juan Fernando Cristo, la última de las cuales tiene
unidos contra el gobierno al procurador Alejandro Ordóñez y al todavía
presidente de Fedegán, José Félix Lafaurie, en férrea alianza con los
despojadores de tierras.
Según Martha Ruiz, Consejera editorial de Semana, el presidente Santos
“es un liberal pragmático, ortodoxo, racional y, sobre todo, institucionalista.
Pero de ahí a ser un reformista en toda la extensión de la palabra, hay mucho
trecho” (Ver
columna). Eso es cierto, sin desconocer que la demoledora oposición del
uribismo lanzó a Santos en brazos de la izquierda, quien supo agradecer el
apoyo con sendos ministerios para el Polo y Alianza Verde, y ello impide apreciar
que las descargas cerradas de Uribe contra el gobierno son ‘fuego amigo’, pues
en lo económico son tan neoliberales este como su hábil sucesor.
Ahora bien, lo que no se puede soslayar es que Juan Manuel Santos sí
fue, es y seguirá siendo un traidor de su clase por el solo hecho de haber
llevado a buen puerto el proceso de paz. Una inmensa mayoría del empresariado
nacional era partidaria de las tesis uribistas, por una sencilla razón: porque a
cualquier poderoso industrial o banquero colombiano, sea el que fuere, le
produce salpullido la sola idea de tener que saludar de mano un día de estos a Rodrigo
Londoño Echeverri (antes conocido como Timochenko) en su calidad de senador del
Frente Amplio para la Reconstrucción de Colombia - Esperanza de Paz (FARC-EP), nombre
que al parecer pretenden usar como partido político.
Pero no es eso a lo que más le temen, sino al tribunal de justicia que
se acordó en La Habana, definido como Jurisdicción Especial de la Paz (JEP), el
cual tendrá como objetivo “investigar, esclarecer, perseguir, juzgar y
sancionar las graves violaciones a los derechos humanos y las graves
infracciones al Derecho Internacional Humanitario (DIH) que tuvieron lugar en
el contexto y en razón del conflicto armado”. Un tribunal de similares
características funcionó en Sudáfrica por iniciativa de Nelson Mandela durante
las negociaciones de paz, y condujo a la más importante catarsis para esa
nación, la del esclarecimiento de la verdad a todo nivel.
Es pertinente al respecto citar la sentencia que en mayo de 2015
emitió el Tribunal Superior de Justicia y Paz de Medellín con motivo de la
condena al jefe paramilitar Salvatore Mancuso, donde advirtió que “ese capítulo
de los financiadores de los crímenes de los paramilitares aún está abierto; mientras
los desmovilizados que se acogieron a la Ley de Justicia y Paz empiezan a
recuperar su libertad tras pagar su pena alternativa de ocho años, quienes les
entregaron millonarios recursos para garantizar su sostenimiento ni siquiera
han sido investigados”. Y compulsa copias para que se investigue a reconocidos
ganaderos de Córdoba, y pide que se procese a los fiscales que han dejado
dormir en sus despachos esos procesos penales. (Ver
sentencia).
En tal contexto, se entiende con claridad el alcance de esta frase del
senador Uribe en su declaración tras la firma del acuerdo en La Habana: “cualquier
ciudadano queda expuesto al riesgo de tener que aceptar un delito que no
cometió, como condición para no ser condenado a la cárcel”. (Ver
declaración).
Ahí se hace palmaria la verdadera traición de Santos, de la que se
resienten tanto Uribe como todo poderoso ganadero o empresario consciente de
que habrá verdades que acabarán por destaparse. La Jurisdicción de Paz será un
escenario de sinceramiento, catártico, donde no se descarta por ejemplo el general
de la República que decida confesar de quién recibió las órdenes para colaborar
con los grupos paramilitares o para poner en marcha la maquinaria genocida de
los ‘falsos positivos’, o cualquier otra violación sistemática de los Derechos
Humanos como las que por millares hubo durante el oprobioso régimen de la
Seguridad Democrática.
La ‘ira y santo dolor’ de Uribe este 23 de junio fue evidente y es
comprensible, pues le significó ser testigo inerme del primer triunfo político
de las FARC ante el mundo y el país entero, al abrirse las compuertas para que
los dirigentes de ese grupo sean
escuchados sin el calificativo de terroristas, en igualdad de condiciones con
la sociedad civil y con las fuerzas vivas de la nación.
¿Entienden ahora por qué Álvaro Uribe y gran parte del empresariado nacional
ven en Juan Manuel Santos a un traidor de su clase? ¿Y se imaginan la cara destemplada
que pondrán cuando la Academia Sueca le conceda el Premio Nobel de Paz, que
merecido lo tiene?
DE REMATE: Dice el procurador Alejandro Ordóñez que “existen personas
vinculadas a las FARC que han recibido
entrenamiento militar y están en capacidad de planear y ejecutar actos
violentos”, como “terrorismo y masacre de soldados e infantes de marina”. Justo
el día anterior, se había caído un helicóptero con 17 soldados. ¿Qué
coincidencia tan llamativa, no? ¿Será que de aquí en adelante se van a
presentar nuevos “actos violentos”, atribuibles a lo que dice Ordóñez?
CODA: Es obvio que detrás del video
de la joven Lina Quintero contra el proceso de paz que se volvió viral no
solo hay un libreto armado y una maquiavélica edición de alto nivel, sino una
organización política de extrema derecha. "Por el desayuno se va sabiendo
cómo será el almuerzo". Esto es solo el comienzo de la PROPAGANDA NEGRA
que se vendrá contra el proceso de paz y contra el gobierno de Santos.
3 comentarios:
Don Jorge, de nuevo por aquí a comentarle. Es cuasi-clarividente el contenido de su columna. De hecho, Daniel Samper Ospina recién se posesionó Santos (o días antes, no recuerdo muy bien) escribió en una de sus columnas de la revista Semana respecto a los "primeros actos de gobierno de Santos" indicando que uno de ellos era la entrega a la CPI de Uribe. Parece caricatura, parece fantasía, pero es así como muy pocos lo vemos (no sé por qué): Uribe y parte de la clase empresarial y ganadera están untadas de sangre.
Le felicito entonces una vez más por su columna, me encanta leerla y es como si fuera voz mía; de hecho lo comparto mucho en mis redes sociales.
PD: lo del infame Sr. Ordoñez (vergüenza para Santander) es un poco descabellado... no? Es decir, sabemos de lo que es capaz la Mano Negra, pero... sin pruebas...
Muchas gracias por su amable comentario, don Diegof. Las comparto en su totalidad.
Saludos, excelente articulo, Santos se la ha jugado por la paz y eso lo tenemos que agradecer los colombianos. No creo que sea traidor de clase ya que defiende los mismos intereses economicos que sus antecesores, pero es debido reconocerle y hasta aplaudirle lo que hace por la paz de Colombia.
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