martes, 7 de junio de 2016

Lo artístico, lo vulgar y lo catártico de un pubis censurado




En un verdadero ring de boxeo verbal se transformó mi muro de Facebook a raíz de la foto que publiqué al día siguiente del happening convocado por el fotógrafo norteamericano Spencer Tunick el domingo 5 de junio en la Plaza de Bolívar de Bogotá, en el que 6.132 personas llegadas de todo el país se desnudaron para sus cámaras.

La foto me la envió una amiga muy pila mientras viajaba por tierra de Bogotá a Bucaramanga, y me pareció un gesto de sutil coquetería cuando se manifestó extrañada de que yo no hubiera asistido al evento, pero creo que me estoy saliendo del tema. (Ver foto).

La imagen en discusión es del fotógrafo colombiano Iván Valencia, quien cubrió el evento para Univisión, y muestra la Plaza de Bolívar abarrotada de gente desnuda, en una proporción de mujeres bastante mayor que de hombres. A un costado de la composición una anciana viringa subida sobre una tabla de madera, como Dios la trajo al mundo, levanta erguido el puño de su mano derecha, en valiente actitud que la enaltece. Detrás se ve a una hermosa joven con una sonrisa de alegría más natural que su tersa piel, y detrás de ambas una tercera mujer ya desenfocada, cuya edad muestra en su cuerpo el promedio de las dos primeras, para completar el cuadro de una belleza estética extraordinaria, superior o al menos comparable con las fotografías de Tunick.

Después de que publiqué la foto un detalle despertó la atención del pintor Freddy Sánchez Caballero, y así lo expresó: “curioso que la abuela esté a la moda con monte de Venus despejado, y las jóvenes no”. Llamativo, ciertamente, pero más llamativa la respuesta que le dio la también pintora Emna Codepi: “La calvicie femenina llega diferente que la masculina”.

Aquí entre nos, sospecho que ese pubis rasurado (o calvo, vaya uno a saber) en una mujer de tan avanzada edad fue el detonante del escándalo para algunos espíritus moralmente pacatos o susceptibles, como el de la señora Vilma Estela Hernández, quien así se expresó: “La falta de pudor y dignidad que cada día se está haciendo más evidente, refleja la triste realidad de la herencia que le está quedando a nuestra descendencia, con el cuento de que esto es arte; esto es una bajeza, esto me da asco”.

En honor a la verdad, si uno se topa con una anciana caminando desnuda por la Séptima el espectáculo puede ser grotesco o vulgar, pero adquiere un valor artístico inocultable en el contexto de un evento promovido por el Museo de Arte Moderno de Bogotá (MAMBO) con este propósito: “Al quitarnos la ropa, todos somos iguales. La invitación es para que nos despojemos por un momento de las etiquetas y hagamos parte de esta obra como ejemplo de una sociedad que si bien tiene diferencias, comparte una visión común: la búsqueda de un mejor futuro para el país. Si el pasado nos dividió, que el futuro nos una”. (Ver convocatoria).

Sea como fuere, Colombia entera fue testigo de una catarsis colectiva, liberadora desde lo estético, como se vio en la mayoría de asistentes que le sonreían impúdicos al sol, a las cámaras y a los transeúntes sin el menor tapujo. Y fue por ello que el comentario de doña Vilma provocó la airada reacción de damas y caballeros de otras latitudes, como ocurrió con la muy paisa Luz Marina Arango, quien así le respondió: “No muestre sus partes íntimas si le parece tan indignante, pero no ofenda a los que lo hacen. Decir que le producen asco es ofensivo”.

Hubo además el Mauricio Prieto que desde el lado humorístico invitó a que “Vilma, no seas tan Picapiedra”, o la Juanita Granados que la acusó de tener “una mente obtusa, ignorante y reprimida”, o la Julia María Rodríguez  que le respondió con la misma moneda de la intolerancia (“es usted la que apesta con su comentario”), hasta el Gustavo Galvis que en gesto compasivo pidió que “¡por favor, no le den más palo a la pobre Vilma!

El lado quizá más positivo del evento fue el debate generado en redes sociales, hasta un nivel en el que muchas personas de espíritu mojigato terminaron entendiendo que el cuerpo humano puede exhibirse con total naturalidad sin que ello pueda considerarse inmoral, pecaminoso o pervertido. Es factible por tanto que doña Vilma haya salido golpeada del maremágnum de rechazo que ella misma provocó, aunque con la lección aprendida.

Pero está además el significado político, pues el artista convocó e hizo desnudar a más de 6.000 colombianos en el mismo lugar donde hoy confluyen la Presidencia de la República, el Congreso Nacional, la Alcaldía Mayor de Bogotá, el ministerio de Relaciones Exteriores, la Casa Museo del 20 de Julio y la Catedral Primada. Y donde ocurrieron entre el 6 y el 7 de noviembre de 1985 las salvajes toma y retoma del Palacio de Justicia por parte del M-19 y el Ejército Nacional, en ese orden.

Cuando uno se quita la ropa, no tiene ya nada que ocultar. Hay entonces un último significado simbólico en el hecho de que Colombia está en la antesala de la paz, y el único modo de consolidar una verdadera reconciliación nacional es teniendo acceso a la verdad desnuda. En este terreno son muchos los que le temen a esa desnudez, por supuesto, porque saben que la paz los aniquila.

DE REMATE: Al cierre de esta columna descubro que Facebook eliminó la foto de mi muro, me impuso una sanción de 24 horas y anunció que si lo vuelvo a hacer, bloquea la cuenta de forma permanente. Ni siquiera puedo hacer uso del Messenger. ¡Recáspita!

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