Bien interesante la entrevista que la semana pasada le concedió a W
Radio el ex embajador de Estados Unidos en Colombia, Myles Frechette, tanto por
lo que dijo como por lo que dejó entrever en lo que no dijo.
Interesante también que hubiera sido María Isabel Rueda a quien Julio Sánchez
Cristo le concedió el honor del primer lance en la entrevista, situación que
aprovechó para preguntar algo cuya respuesta descalificaba a Ernesto Samper
como presidente de Unasur, pero apenas Frechette comenzó a hablar de su
hipótesis sobre los verdaderos asesinos de Álvaro Gómez Hurtado, la señora Rueda
desapareció de la escena como si se la hubiera tragado la tierra… (Ver
entrevista).
Lo llamativo está precisamente ahí, en que resulta del todo pertinente
saber qué estará pensando María Isabel sobre esto que dijo el entrevistado: “no
imagino por qué el presidente Samper y Horacio Serpa hubieran querido matar al
señor Gómez Hurtado. Es que no me suena, no es lógico”.
Lo que sí imagina Frechette es que “gente de derecha en algún momento
decidieron (sic) hacer un golpe, y le preguntaron a Álvaro Gómez como una
persona de gran eminencia, que si él podría encabezar ese golpe. Yo imagino que
él como persona muy inteligente y constitucionalista hubiera dicho ‘miren,
déjenme pensarlo’. Yo creo que él lo pensó, y lo rechazó. En ese momento los
conspiradores decidieron matarlo, porque ellos sabían que en algún momento,
según las circunstancias, él podía delatarlos”.
En esa entrevista faltó también que María Isabel le hubiera preguntado
a Frechette qué pensaba de la declaración de Hernando Gómez Bustamante, alias
‘Rasguño’, según la cual Samper y Serpa mandaron una razón a unos mafiosos del
Valle para que mataran al dirigente conservador. Ella era la indicada para preguntarle
eso al embajador, porque es quien más divulga a los cuatro vientos la versión
de ‘Rasguño’, pese a que ocho años atrás (4 de agosto de 2007), basada en esa
misma declaración escribió una columna para Semana donde dijo esto: “siempre he
creído en la teoría de que un crimen de Estado acabó con la vida de Álvaro
Gómez, entendiendo por ello la posibilidad de que miembros de las Fuerzas
Armadas, aliados muy probablemente con el narcotráfico del Valle, sin
conocimiento de Samper, hubieran planeado y efectuado el magnicidio”. (Ver
columna).
Es muy extraño que la Rueda hubiera dado ese giro de 180 grados
tomando en ambos casos como base la misma declaración de un mafioso, y más
extraño aún es que ella siga empecinada en negarse a aclarar tan protuberante
contradicción (lo cual por cierto provocó
mi salida de Semana), pero el récord de la extrañeza lo batió cuando no se
atrevió a preguntarle a Frechette por la credibilidad de la versión de ‘Rasguño’
que ella tanto pregona. Y si no lo hizo no fue por distraída sino porque la respuesta
habría puesto en evidencia la falsedad de su acusación contra Samper y Serpa,
que ella utiliza con el doble propósito de causar daño político a dos
dirigentes liberales y a la vez distraer la atención sobre los verdaderos
asesinos de Álvaro Gómez. Sea como fuere, si hoy algo queda claro es que ella
representa la vanguardia
periodística de las ideas conservadoras en Colombia.
En la entrevista citada Frechette relató el ambiente altamente
conspirativo que se respiraba antes y después de ese crimen: “en agosto del 95
(tres meses antes del homicidio) se me acercó mucha gente, algunos muy
prestantes, para preguntarme cuál sería la reacción de EE UU si hubiera un
golpe de Estado contra Samper. Yo les dije a todos (…) olvídense, ya no hacemos
golpes de Estado. (…) Incluso uno me
dijo: ¿y usted no quiere chequear con Washington?”. Al margen de la curiosidad
de saber quién fue ese “uno” que tanto
interés tenía en chequear con los de arriba, resulta bien llamativo observar
que el único militar que mencionó con nombre propio fue el general Harold
Bedoya, de quien recordó con precisión de mes y año una edición de Semana
titulada Ruido de sables: “¿Y quién estaba en la tapa? El general Bedoya”, dijo
Frechette.
La entrevista al embajador fue a raíz del lanzamiento del libro ‘Frechette
se confiesa’, de Gerardo Reyes, de cuyo contenido el entrevistado confiesa que
“no cuento todo, porque hay secretos de Estado que no los voy a contar”. Es
aquí donde cobra validez lo que Frechette pudo haber ‘deslizado’ sin ser
infidente ni generar un conflicto diplomático, y en este contexto cobra
relevancia otro libro relacionado con el mismo tema: ‘Memoria de un golpe’,
escrito por el ultraconservador Pablo Victoria, quien se atreve a hablar no de
una sino de dos conspiraciones golpistas, una encabezada por el entonces
comandante de las Fuerzas Armadas, general Camilo Zúñiga (oh sorpresa, pues
siempre se le creyó leal a Samper) y otra por el comandante del Ejército,
Harold Bedoya, quien se sublevó a la orden que le dio el presidente de pedir la
baja, por lo que debió ser retirado mediante decreto el 24 de julio de 1997.
Lo anterior conduce a pensar que María Isabel Rueda se halla en el
lugar equivocado cuando persiste en darle validez a la declaración trasnochada
de un mafioso que sustenta su dicho en tres sujetos de su misma calaña y, vaya
coincidencia, todos muertos: Efraín Hernández, alias ‘don Efra’; Orlando Henao,
alias ‘El hombre del overol’; y el coronel de la Policía Danilo González,
ajusticiado por los narcos a los que sirvió. Pero el punto no está ahí, sino en
que ahora más que nunca está obligada a decir qué piensa de la afirmación de Myles
Frechette según la cual a Gómez Hurtado lo asesinó esa “gente de derecha” tan
cercana a los afectos políticos de la señora Rueda.
Soy partidario incluso de que si persiste en callar se le debería
exigir desde lo ético su renuncia al periodismo (y su regreso a la política), pues
con su incriminatorio silencio deshonra una profesión cuya más sagrada misión
es bien clara: la búsqueda implacable y desinteresada de la verdad.
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