Dicen que quien no ha perdido la capacidad del asombro sigue dándole
sentido a su existencia. Esto lo confirmé con la película La Vida de Pi, del director
taiwanés Ang Lee, que meses atrás me había recomendado una hija y pude ver hace
unos días en un bus de Copetrán de dos pisos, en pantalla adherida al espaldar
del asiento delantero, como en algunos aviones de Avianca.
La película en España se titula “una aventura extraordinaria”. Y lo es,
doy fe de ello. Tanto en su alucinante riqueza visual como en la narración de
una odisea que parece traída de los cabellos, pero a la que usted le cree
porque la precede cierta lógica: tras el naufragio del barco japonés que
transporta un zoológico coinciden en un bote salvavidas una cebra malherida, un
tigre de bengala, una hiena, un orangután y un joven de nombre Pi que profesa
tres religiones: el hinduismo, el catolicismo y el islamismo.
Dije odisea porque se emparenta tanto con el drama que vivió Ulises enfrentado
a la furia de los dioses mientras intentaba regresar a los brazos de su amada
Penélope, como con la leyenda del Arca de Noé, repleta de animales tras el
diluvio universal decretado por Yahvé. En este sentido la historia está
atravesada cual hilo de Ariadna por un trasunto religioso (creer… o no creer),
con un final desconcertante pero creíble porque el mismo Pi que te acaba de
contar tan asombrosa historia luego te sale con que todo eso a lo que lo que le
diste tanta credibilidad… podría no ser cierto.
Es difícil para quien no ha visto la película entender de qué hablo. Motivo
por el cual bastaría con verla, por ejemplo en
este enlace, y retomar la lectura. Aquí hilamos con dos empleados de la
empresa aseguradora del barco que se hundió, quienes luego del rescate le
explican con creces a Pi que sus superiores no les van a aceptar la historia de
un joven que permaneció 227 días a la deriva en compañía de un tigre de bengala
y llegó a una isla carnívora que no aparece en los mapas, donde al abrir una
fruta halló en su interior el diente de un humano, etc. “Queremos una historia
que no nos haga ver como tontos, en la que no haya cosas que jamás se han
visto”, le dicen a Pi.
Es entonces cuando Pi accede a contarles una historia más creíble, e
‘inventa’ que en ese bote iban cuatro sobrevivientes: Pi, su madre, el cocinero
del barco (actuado por Gerard Depardieu) y un budista malherido que solo comía arroz con gravy. Según Pi el
cocinero usó al budista como carnada para pescar e incluso comió de su carne, y
esto enfureció tanto a la madre que lo atacó, pero este la mató con un
cuchillo, y con ese mismo cuchillo Pi pudo matar al cocinero al día siguiente.
Desde el comienzo de la película Pi le habla a un escritor canadiense
que se interesó en la historia de su naufragio, y es este quien le advierte al
protagonista que la cebra malherida podría representar al budista con la pierna
rota, la hiena al cocinero, el orangután a la madre y el tigre de bengala… a
Pi, por supuesto. Y le hace ver además que “nadie puede probar cuál de las dos
historias es cierta”, pero “la única coincidencia es que en ambas su familia
muere y usted sufre”.
Pi le pregunta al escritor con mirada capciosa –digna de toda
sospecha- cuál de las dos historias prefiere, y este así se expresa: “La del
tigre. Es la mejor historia”. Y Pi le responde: “Gracias. Lo mismo sucede con
Dios”.
Gabriel García Márquez decía que todo escritor tiene la obligación de
competir con Dios, dando a entender que se trata de competir con La Biblia, el
libro más leído. ¿Y cómo compites con Dios? Escribiendo de un modo que sin
importar lo fantasiosa, absurda, increíble, delirante, asombrosa o
extraordinaria que haya sido tu vida o tu historia, te la crean. Real o
ficticia, a nadie le importa. Lo importante es que te la crean, como viene
ocurriendo con “la palabra de Dios” desde siglos atrás y como ocurre con La
vida de Pi en los primeros siete cuartos de hora de los 127 minutos que dura la
película. Después, la historia aterriza en la más cruda realidad.
Nuestro Nobel Gabo fue consciente de esto al leer La metamorfosis de
Kafka y descubrir que estaba permitido contar que un día Gregorio Samsa
despertó convertido en un escarabajo gigante. En la misma tónica, al final de
la película, cuando ya el bus de Copetrán atravesaba Piedecuesta rumbo a
Bucaramanga, tuve la impresión de haber sido poseído por una especie de epifanía
o revelación mística, mitad literaria mitad religiosa, que advertía sobre la
posibilidad de contar la historia de tu vida como esa aventura extraordinaria que
hasta hoy has vivido.
Y sin salirte de la verdad, por supuesto…
DE REMATE: La vida de Pi está basada en la novela homónima de Yann
Martel. Al echar un vistazo a una copia del informe de los funcionarios nipones,
el escritor canadiense encuentra un apunte referido a "la notable hazaña
de sobrevivir 227 días acompañado por un tigre". Esto significa que hasta los
agentes del seguro prefirieron esa historia. Si preguntaran yo cuál prefiero,
mi respuesta está en lo que le dijo el padre de Pi a su hijo durante un
almuerzo familiar: “Si crees en lo que dicen tres religiones, significa que no
crees en nada. La religión es oscuridad. No dejes que esas historias trastornen
tu mente”.
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