Por los días en que el presidente Juan Manuel Santos anunció el
hallazgo del galeón San José circuló en las redes sociales un meme muy
ingenioso, que muestra lo que pasa cuando “No tienes plata para el posconflicto,
pero te encuentras un tesoro legendario hundido en el mar”. (Ver meme).
No sabemos todavía si el país podrá disponer de ese dineral, que los
medios calculan entre 5.000 y 10.000 millones de dólares, pero bien vale la
pena ilusionarse, sobre todo considerando una frase de Winston Churchill según
la cual “soy optimista porque no tiene sentido ser otra cosa”.
En su columna del domingo pasado el escritor Héctor Abad Faciolince
establece una diferencia puntual entre tesoro y patrimonio, y concluye que el
galeón San José entra en la segunda categoría, motivo por el cual “debería
hacerse un museo del galeón San José que incluya hasta su último clavo, con una
exposición itinerante que recorra el antiguo virreinato del Perú, Panamá (…) y
el antiguo reino de España”. (Ver
columna).
Según Abad “los negociantes del Congreso no dejaron firmar la
Convención de la Unesco sobre patrimonio sumergido y luego hicieron una mala
ley para partirse la marrana de los tesoros y para tratar los galeones como si
fueran petróleo que se reparte entre el explorador y el Estado”. Si no me
equivoco el escritor hace referencia a la Ley 1675 de 2013, la cual como hecho
llamativo tuvo de ponente al gobernador electo de Santander, Didier Tavera, de cuando
era representante a la Cámara. En el articulado de esa ley se establecen “las
condiciones para proteger, visibilizar y recuperar el Patrimonio Cultural
Sumergido (…), así como para ejercer soberanía y generar conocimiento
científico sobre el mismo”.
Aquí presento una divergencia con el apreciado escritor, pues si bien
es cierto que en un planeta de ángeles y serafines ese “tesoro” –que también lo
es- debería ser patrimonio universal y por tanto ninguna de sus piezas podría ser
objeto de venta o trueque, Colombia vive un caso particular: está ad portas de
dejar atrás una prolongada guerra sangrienta y fratricida, y esto requiere no
solo del apoyo de las naciones civilizadas sino de ingentes cantidades de
dinero para sembrar en lo económico las bases de una reconciliación nacional
duradera. Y en tal dirección lo pragmático indica que no se puede desaprovechar
ese ‘dinerillo’ extra.
Es por ello que me acojo a la tesis según la cual si un doblón de oro
acuñado en el Perú está repetido, una sola moneda es patrimonio y las demás
copias se pueden vender. Lo importante es que se establezca un estricto control
sobre el manejo de esos recursos ‘monetarios’, y así se contribuya a despejar
los temores que el columnista avizora, en cuanto a la eventualidad de que haya
una repartija entre “el Estado insaciable y sus asociados en el hallazgo del
“tesoro”.
Lo que se requiere en últimas para salir de toda duda, es que sea el
propio Presidente de los colombianos quien manifieste ante el ‘concierto de las
naciones’ que los recursos provenientes de ese tesoro (los cuales por ley
expedida antes de su hallazgo ya forman parte del patrimonio nacional) serán el
‘capital semilla’ para afianzar la paz, en términos de financiar proyectos
orientados a la consolidación de ese propósito, frente al cual el presidente
cuenta con los dientes requeridos y solo se requiere la voluntad política para
que siga traicionando a su propia clase.
En otras palabras, para que piense en que si no la pudieron hacer las
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), él sí tiene en sus manos
las riendas del Estado para sacar adelante una revolución social de corte
liberal como la Revolución en Marcha de Alfonso López Pumarejo (1934-38), la
cual se movió en un mundo de extrañas paradojas: el ascenso de las reformas
populares en coincidencia con el ascenso del fascismo italiano, el falangismo
español y el nazismo alemán que tantas simpatías despertaban en el entonces
jefe máximo del Partido Conservador, Laureano Gómez, quien declaró una política
de no colaboración con el gobierno de López Pumarejo.
Hoy se vive una situación similar, con unas despiadadas fuerzas reaccionarias
también de corte fascista encabezadas por el senador Álvaro Uribe, quien ha
cambiado la no colaboración por una sistemática obstrucción, con el agravante
de que tiene confundida a gran parte de la población y trae el propósito de
atravesarse como vaca muerta en medio de la autopista del posconflicto, contrario
hasta la conspiración –como siempre- al anhelo nacional de una paz sólida y
duradera.
Por estos días de Navidad en que la gente se encomienda al Divino Niño
de Belén, yo propondría que nos encomendáramos a algo más real y tangible, por
ejemplo al tesoro del galeón que porta el mismo nombre del padre putativo de
ese niño. Y que convirtiéramos el San José en la embarcación insignia del propósito
nacional de reconciliación que arrancará con la firma de los acuerdos, y que
rodeemos al ‘capitán’ Juan Manuel Santos para que conduzca la nave a buen
puerto en medio de la tormenta desatada por los que ya sabemos, y que todo el
mundo entienda que cualquier transacción económica que se haga con ese tesoro
será usado en la constitución de un tesoro aún más valioso, el de la paz.
¿Será mucho pedir, señor Presidente?
DE REMATE: En días pasados el procurador Alejandro Ordóñez anunció que
está
investigando al general Rodolfo Palomino, y a la vez salió en su defensa al
afirmar que la Comisión que anunció el presidente Santos para estudiar lo
ocurrido en la Policía, hace parte de los compromisos que ha asumido el
Gobierno con las FARC. Aquí entre nos, ¿a eso no se le conoce como prevaricar?
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