Comencemos por decir que ‘Daniel Samper Pizano se deja de vainas’ es un
libro de obligada lectura para cualquier periodista que quiera estar bien
informado sobre la realidad nacional de los últimos 50 años, y en tal medida lo
recomendaría como texto de estudio en las facultades de Comunicación.
Hay que llegar hasta la última página –la 253- para saber que la idea fue
de su colega Fernando Quiroz, quien le habló de hacer una larga entrevista en
forma de libro con motivo de su retiro del periodismo, tras medio siglo de
trabajo. Cuenta Samper Pizano que al principio se negó con un tajante “burro no
come burro”, pero cuando Quiroz notó que su resistencia inicial vacilaba,
“acudió a la más innoble de las armas: la afición común por un equipo de
fútbol”.
Al margen de si cedió a tan indebida presión o si se moría de ganas
por contar tantas cosas con tal deleite, el lector advierte que el título del
libro no corresponde del todo a su contenido, pues en lugar de dejarse de
vainas lo que hace el escritor, humorista, vallenatólogo, libretista,
compositor, poeta, fanático del Santa Fe, periodista y confidente de damas en
sus ratos libres, es repartir vainazos a diestra y siniestra.
Los vainazos comienzan con el presidente Juan Manuel Santos, a quien
define como especialista en traiciones y “si uno quiere ser benévolo, puede
decir que es un tipo pragmático. Si es malévolo, hay que reconocer que es
bastante cínico”. Para equilibrar las cargas, en referencia al manejo del tema
ambiental dice de Álvaro Uribe que “es una de las plagas más dañinas que ha
tenido que soportar la naturaleza colombiana. Después de una línea muy decorosa
de ministros del medio ambiente, el nombró a una experta en venta de
cosméticos”.
Y cuando habla de su frustrada experiencia como socio de la revista
Cambio 16, suelta una dura pulla contra su colega Patricia Lara, quien según DSP
“resultó más interesada en controlar las noticias que en velar por el flujo de
caja y al final boicoteó el trabajo que hacía Darío Restrepo, que era el
director, y le hizo la vida imposible”. Y para no dejar duda de su molestia al
respecto, más adelante afirma que “tuvimos menos lealtad y menos inteligencia
dentro de Cambio 16 que afuera”.
De los vainazos no se salva ni el mismísimo Dios, pues de este dice: “me
aterra que un ser supuestamente superior permita las injusticias que asuelan al
planeta”. Tampoco se queda por fuera la Iglesia Católica, la cual “cada vez que
(…) ha intervenido en Colombia en asuntos terrenales ha sido para causas
funestas, como su apoyo a la violencia conservadora. La historia de Colombia
está llena de poderes nefastos, y uno de ellos ha sido el de la Iglesia”.
Pero hay un capítulo en el que sí se deja de vainas y vainazos, y es el
que justifica esta columna, cuando de manera impúdica toca el tema de su propia
sexualidad para confesar que tiene vocación de ‘aspirino’, en lo que constituye
una auténtica revelación para los anales del periodismo erótico nacional. Allí
comienza por reconocer que se desempeña muy bien como “acompañante de señoras”,
y para explicar de qué se trata se vale de una metáfora donde “hay aves que cacarean
mucho y no ponen huevos; hay otras que ponen huevos y se quedan calladas, y las
hay que simplemente acompañan”; que es donde se ubica él, y es donde el lector
hace un esfuerzo altruista para creerle.
Es también ahí cuando el entrevistado llega al clímax de sus
infidencias y se derrama en una prosa reveladora de los escarceos que –es de
colegir- forman parte de la vida íntima de las señoras bogotanas, mediante un
párrafo que pareciera el resultado de una penetrante investigación periodística
(pág. 144) y que nos vemos obligados a transcribir para no dejar espacio a
morbosos malentendidos: “Normalmente, las mujeres tienen a su marido; en
algunos casos también tienen un amante, figura de corte literario, que es
semioficial y se suele citar en las biografías. Luego está el tinieblo, un tipo
que conocen muy pocas personas, si acaso un par de amigas íntimas, que aparece
en circunstancias reservadas y es un individuo muy cariñoso y con un buen
desempeño en la cama. Las señoras se encuentran con el tinieblo en la casa de
una amiga o se ponen cita en un hotel. Aparte del tinieblo puede estar el
trueno, sujeto rudo y maleducado, posiblemente electricista de Codensa o
conductor de Transmilenio. Puede ser violento pero, eso sí, es un mago en
materia sexual (…). Suele ser exactamente lo contrario de lo que es la señora:
a una dama muy fina a lo mejor le parece extraordinario un cotero de Corabastos
muy joven, muy peludo y poco aseado, que siempre le pide plata porque es un
mantenido sexual. Se encuentran en la pieza que él comparte con algún amigo en
un barrio peligroso, y el trueno la deja exhausta durante un mes”.
Es aquí donde DSP hace una última clasificación, que lo cobija con una
manta eróticamente correcta –y discreta- donde aparece como el aspirino que dice
ser, o sea el confidente de la señora, no el peluquero confidente sino “un tipo
que tiene las hormonas donde hay que tenerlas pero al que le han dado una hormona
adicional, la de la resignación, para entender que él no será nunca amante,
tinieblo, trueno ni nada que le implique acceso acrobático a la señora”.
Al margen de la duda que asalta en torno a si estará protegiendo su
verdadera intimidad (y él mismo le aclara al periodista que “eso no le
corresponde averiguarlo a usted sino a las señoras”), se puede advertir cierto
tono de autoflagelación cuando recuerda que desde hace muchos años él preside
Unmapol, Unión Nacional de Malos Polvos, y que ha sido varias veces reelegido,
“nunca reerecto”. Es más, llega incluso hasta el más aberrante masoquismo al
contar que su esposa Pilar ya tiene su epitafio: “Por fin buen polvo”.
Son otras las revelaciones del mismo corte que hace DSP en un libro
donde el personaje avasalla al entrevistador, pero hay que dejar cierto margen
a la curiosidad para que tenga más lectores, aunque haciendo claridad en que no
se ha pactado con este columnista ninguna comisión
sobre ventas, al menos no inferior al 10 por ciento. Sea como fuere, en lo
que atañe a esos escarceos erótico-libidinosos no puedo retirarme sin hacer
también una evocación, relacionada con algo que le escuché a otro bogotanísimo
amigo en un coctel después del tercer lamparazo: “A toda mujer bonita que
conozcas, tienes que buscar el modo de pedírselo. Es norma de cortesía bogotana.
Así ella te diga que no, agradece que la hayas tenido en cuenta”.
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