martes, 22 de septiembre de 2015

Objetivo: hundir a Serpa




Hoy he querido abusar de la confianza que me brindan El Espectador y su ilustre director, don Fidel Cano, para anunciar un libro de mi autoría que será lanzado la semana entrante en la Sociedad Económica de Amigos del País, titulado ‘Objetivo: hundir a Serpa’. La empresa que lo patrocina es Ícono Editorial, dirigida con eficiencia por Gustavo Mauricio García, veterano editor. El prólogo es de León Valencia y en la investigación periodística fue valiosa la colaboración de Lucho Celis, hoy vinculado a Las 2 Orillas, aportando luces para la solución del conflicto armado.

El libro es una entrevista periodística de largo aliento a Horacio Serpa Uribe. Su origen se ubica en noviembre de 2014, cuando con motivo de un nuevo aniversario del asesinato del dirigente conservador Álvaro Gómez Hurtado arreció una dura campaña mediática contra Ernesto Samper y Horacio Serpa, en la que confluyeron las periodistas María Elvira Arango con Los Informantes de Caracol, Vicky Dávila con La FM de RCN y María Isabel Rueda desde sus trincheras en El Tiempo y La W.

Por eso días le propuse a Horacio Serpa que me concediera una entrevista para Semana.com –donde el suscrito escribía una columna semanal desde enero de 2010- en la que diera respuesta a las acusaciones que desde esos medios le llovían en cerrada descarga. Serpa no aceptó y a cambio me propuso una entrevista, sí, pero en forma de libro, donde me autorizaba para que yo fuera en busca de sus enemigos políticos o detractores y les invitara a formular todas las preguntas que quisieran sobre el proceso 8.000 o sobre el asesinato de Álvaro Gómez, y él se comprometía a no dejar ningún interrogante sin resolver.

Ahí fui yo quien no aceptó, pues me parecía que un libro girando exclusivamente en torno al gobierno de Ernesto Samper podría tornarse monotemático. Lo que sí hice a continuación fue escribir una columna, titulada María Isabel Rueda y su fábrica de ‘mala leche’, donde dije que la columnista “se está convirtiendo a pasos agigantados en la ‘Negra Candela’ de la política”, y para respaldar mi afirmación mostré los métodos de los que ella se vale para tratar de hundir a los que están en la otra orilla de su muy conservadora visión de la política.

Ni corta ni perezosa, la señora Rueda en lugar de responder una pregunta pertinente que allí le formulé, corrió a quejarse con el dueño de Semana, don Felipe López Caballero, porque supuestamente yo la había insultado, y este hizo valer su muy respetable amistad con la quejosa y procedió a retirar mi columna como quien retira una mota de su fino suéter escocés.

Yo había pensado dejar las cosas de ese tamaño, básicamente para no cerrarme puertas en Semana, pero cambié de idea cuando un colega me dijo: “es que a usted no lo echó Felipe López; a usted lo echó María Isabel Rueda”. Ahí comprendí que guardar silencio encerraba una actitud pusilánime, porque suponía reconocer una culpa que no tenía. Así que acepté la amable invitación del portal Las 2 Orillas para contar lo que me había pasado, y fui el primer sorprendido con el tsunami de solidaridad que se despertó en las redes sociales, y en Twitter recibí trinos públicos de apoyo de gente vinculada a Semana, como el editor de Cultura, Eduardo Arias, o los columnistas Daniel Coronell (…”les hará falta a muchos lectores, entre ellos a mí”) y Martha Ruiz (“Semana debería recapacitar”).

En medio de esa batahola mediática me pareció tentadora la idea del libro que proponía Horacio Serpa, porque era la oportunidad para exponer en más detalle mis diferencias políticas y conceptuales con ciertas vacas sagradas del periodismo. Solo que le sugerí al dirigente liberal abordarlo como un amplio reportaje de intención biográfica, donde el punto de partida fueran sus respuestas –hasta agotar existencias- en torno a lo de Álvaro Gómez y el proceso 8.000, pero agregando el recuento de su vida y su carrera política, e incluyendo por supuesto a Santander y Barrancabermeja, en procura de ‘atender’ todas las acusaciones o los cuestionamientos de sus adversarios por aquí, por allá y por acullá. Y en eso nos pusimos de acuerdo.

Habrá quienes lleguen a pensar que el propósito del libro es “hundir a Serpa”, pero eso no es culpa mía sino del personaje, porque fue suya la idea de nutrirme de información suministrada por sus propios enemigos y opositores. En esa tónica el lector será testigo de que fui implacable con el entrevistado, a tal punto que en ocasiones quise ponerme en el papel de quien lo asume culpable. Pero lo hice en acatamiento a su ordenanza, y temo por ello que alguien se pueda formar la impresión de estar frente a una entrevista sin contemplaciones.

Sea como fuere, en ningún momento se le escuchó decir a Serpa “siguiente pregunta”, o cosa por el estilo.

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