Del mismo modo que hace diez años el industrial Fabio Echeverri Correa
descubrió el ‘articulito’ que se requería derogar para que Álvaro Uribe fuera
presidente de Colombia por segunda vez, la última columna de Daniel
Coronell podría estar aportando el ‘correíto’ que el país necesitaba para
descubrir el verdadero rostro del expresidente y hoy senador Álvaro Uribe Vélez.
Digo ‘correíto’ porque las fuerzas oscuras que bajo cuerda gobiernan
este país tratarán de minimizarlo, y corresponde a la misma estrategia implementada
cuando a algo tan espantoso como el asesinato de miles de jóvenes para hacerlos
pasar como bajas propinadas a la guerrilla, lograron darle el azucarado nombre
de ‘falsos positivos’. Con eso, le quitaron los ríos de sangre que hubo de por
medio.
La importancia del documento que aporta Coronell es que proviene de
una fuente norteamericana 100 por ciento confiable, y en esa medida no deja
dudas sobre las nefastas tramas que se urdieron en el gobierno de un sujeto de
quien hasta el propio Barack Obama desconfiaba, al evidenciar las perversas
entretelas del poder subterráneo que manejaba.
El único problema de la referida columna de Daniel Coronell es que al
titularla El
‘e-mail’ de Hillary haría pensar que se trata de algo pequeño, cuando en
realidad se está ante un documento altamente explosivo, que si hubiera sido
revelado no en Colombia sino en cualquier país donde impere la ley, su
principal implicado estaría no sé si en la cárcel pero sí siendo juzgado, pues aporta
meridiana claridad sobre la información secreta que el gobierno norteamericano conocía
sobre las prácticas aviesas y criminales de Uribe Vélez en sus ocho años de
gobierno.
Estamos hablando de una serie de correos enviada al Departamento de
Estado por el entonces embajador de Estados Unidos en Colombia, William
Brownfield. En uno de ellos insta a la secretaria de Estado, Hillary Clinton, a
que sea prudente en los elogios a Álvaro Uribe y más bien le recuerde en su
reunión con él la necesidad de investigar los falsos positivos, la corrupción
en el DAS que efectuaba las chuzadas y la parapolítica que incluía a aliados,
funcionarios y a un familiar del presidente.
Lo llamativo de ese ‘correíto’ es que acoge como ciertas las mismas
acusaciones que magistrados, periodistas independientes y políticos opositores
le hacían a Uribe, y por las que estos recibían como respuesta ser tildados de
amigos o patrocinadores del terrorismo. Pero no las acoge porque Brownfield opinara
que quizá esos opositores tendrían razón, sino porque recibía de sus fuentes
información de primera mano que le hacía constatar cosas como estas: “las
fuerzas de Seguridad de Colombia habrían asesinado a 1.486 civiles durante los
primeros seis años de la presidencia de Álvaro Uribe”; “el DAS fue puesto al
servicio de líderes paramilitares y narcotraficantes para espiar e intimidar a
magistrados de la Corte Suprema, políticos opositores, periodistas y defensores
de derechos humanos”; “las escuchas telefónicas, los seguimientos y la guerra
política vinieron del más alto nivel de la Presidencia”. Etcétera. (Y el ominoso
etcétera puede ser consultado en la página del Departamento de Estado, www.state.gov).
Aquí no se trata de repetir la columna de Daniel Coronell sino de
hacer ver que no era cualquier pintado en la pared sino el embajador de Estados
Unidos –conocedor como ningún otro del país donde ejercía su labor diplomática-
quien le advertía a la señora Clinton antes de su viaje a Colombia sobre la
‘fichita’ con la que habría de tratar, y es reflejo de las serias
preocupaciones que abrigaba el Departamento de Estado por los abusos de todo
tipo cometidos en el gobierno de Uribe.
En coincidencia con tan demoledora revelación se conoció una noticia
de similar importancia, como fue la renuncia
de Otto Pérez a la presidencia de Guatemala y su posterior confinamiento a
prisión por un delito de corrupción que, comparado con los crímenes de toda
laya que le endilgan a Álvaro Uribe, no pasaría de ser una infracción leve a
las buenas costumbres. Y todo gracias a una investigación realizada por el
mismo que siendo en Colombia magistrado auxiliar de la Corte Suprema, adelantó
una investigación sobre la parapolítica que lo puso en el ojo de la persecución
del entonces presidente Uribe, porque involucró a su primo Mario. El nombre de
grata recordación de este investigador es Iván Velásquez, convertido en héroe de la jornada por los mismos
guatemaltecos en ingeniosos memes.
¿Cómo es posible que mientras en Guatemala el presidente de ese país
termina acusado, defenestrado y enviado a prisión gracias a una investigación adelantada
por Iván Velásquez, en Colombia el presidente que lo persiguió por haberse
metido con su primo y que está acusado incluso de haber propiciado crímenes de
lesa humanidad como los ‘falsos positivos’, aún conserve niveles de popularidad
superiores al 50 por ciento, pese a las muy graves cosas que de él sabía hasta el
mismísimo presidente de Estados Unidos, Barack Obama?
En busca de una explicación a tan absurda paradoja, llega a la memoria
lo que Franklin Delano Roosevelt decía de Anastasio Somoza, dictador de
Nicaragua: «Es posible que Somoza sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de
puta».
DE REMATE: Tan sorprendente como la revelación de ese ‘correíto’ es la
poca repercusión que la noticia tuvo en los medios nacionales. Lo mismo ocurrió
con la también explosiva y extensa declaración
de alias don Berna a la Fiscalía revelada por Caracol Radio este lunes 7 de
septiembre, donde de nuevo aparece Uribe rodeado de gente de la peor calaña.
Pero todo indica que estamos frente a un hombre milagroso, porque se ha bañado
en las piscinas de la mafia, del narcotráfico (el número 82, según The National Security Archive),
de la parapolítica, de las chuzadas del DAS y de los falsos positivos pero… ¡no
se moja!
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