Lo que hizo el presidente Nicolás Maduro al ordenar la expulsión de
colombianos humildes, es cosa de gente miserable. Semejante deportación masiva
viola de manera flagrante el Derecho Internacional Humanitario, pero ante todo
es una humillación adrede, no solo para los deportados sino para Colombia
entera. Su propósito fue provocar una reacción similar del país ‘hermano’ (por
ejemplo, la ruptura de relaciones), de modo que fuera posible convocar la voluntad
nacional de los venezolanos en torno a un enemigo común y así distraer la
atención sobre las graves dificultades que afronta la economía de ese país tras
la caída en picada del precio del petróleo.
También es cosa de miserables lo que hizo el expresidente Álvaro Uribe
al viajar raudo a la frontera a alborotar el avispero, megáfono en mano, como
hiena que acude a saciar su hambre al olor de la carroña. El propósito que
perseguía es puramente político, y lo consiguió colinchado en la torpeza política
de Maduro, quien se ha dedicado a magnificarlo con su paranoide obsesión de señalarlo
culpable de todo lo malo que pasa en Venezuela.
Anida miseria en su alma el que se aprovecha del dolor ajeno para
repartir mercados que espera traducir en votos hacia su causa, en medio de una
coyuntura que pinta desfavorable para sus candidatos a gobernaciones y
alcaldías. Es el mismo talante miserable del que publica fotos de policías
muertos en su cuenta de Twitter para hundir el dedo en la llaga del dolor
patrio, con la mira puesta en perjudicar la imagen del presidente Santos en su
búsqueda de la reconciliación entre los colombianos.
Imaginemos no más si a todos los partidos les hubiera dado por hacer
lo mismo que Uribe, y hubieran montado tarima en Cúcuta o alrededores para
arengar a la población, o para repartir mercados, o para lo que fuera. Lástima
que no lo hicieron, pues habría bastado con que otro dirigente político acudiera
a la misma fórmula para haber despertado la indignación de los expulsados, al
sentirse utilizados con propósito electorero. Pero al haber sido Uribe el que
aprovechó el ‘papayazo’ que le dio Maduro, quedó la impresión de que fue el
único que se compadeció de la desgracia de sus compatriotas. Porque genio de la
propaganda, eso sí es. Solo que dañino, maligno, perverso, sinuoso, cínico y
avieso.
Hay una tercera clase de miserables, y es la de los medios de
comunicación que se regodean en el drama humano de las deportaciones con un
objetivo también político: despertar odio hacia el régimen de Maduro. No se
trata de defender lo indefensable, pero la semana pasada fue tal la saña de los
noticieros de RCN y Caracol en mostrar imágenes del sufrimiento y la tragedia
humana provocada por el déspota tropical, que llegó un momento en que tocaba
apagar el televisor al mediodía para poder almorzar sin náuseas.
Una cosa es informar, otra cosa es vender miseria, revolcar aquí
también el dedo en la llaga, editorializar con un manejo sesgado de la noticia,
casi con la intención de provocar el llanto. Como dijera Gladys
Peñuela-Kudo en Las 2 Orillas, “qué manera tan maniquea, superficial e
irresponsable de azuzar a la opinión pública ante un hecho que debería tener un
manejo más serio y eficiente”.
En medio de semejante barahúnda hay una cuarta clase de miserables, pero
es la de los miserables buenos, representados en lo literario por el Jean
Valjean de Víctor Hugo, y hace referencia a aquellos seres indefensos que se
vieron lanzados a una vida de miseria por cuenta de una decisión política ajena
a sus voluntades. Esos son los miserables que despiertan nuestra compasión y
solidaridad, porque son utilizados con calculada frialdad por los miserables ya
descritos.
DE REMATE: Al cierre de esta columna se reporta la aparición de una valla
de Pacho Santos donde con un oportunismo ramplón –línea uribista 100 por
ciento- dice que “Con su voto este 25 de octubre le vamos a tapar la boca a
Maduro”. Aquí ya no se trata de un miserable sino de un badulaque que cree que
su candidatura es a la Presidencia de la República, pues solo en condición de
presidente podría taparle la boca a Maduro. El lado tragicómico de tan
‘brillante’ iniciativa reside en que si no sale elegido alcalde, significará
que los votantes le taparon la boca al muy folclórico Pachito. Mejor dicho,
cualquier parecido con Goyeneche
no es simple coincidencia.
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