El refrán según el cual “la procesión va por dentro” significa que cuando uno tiene problemas, los debe afrontar con resiliencia, entendida como la capacidad que tiene una persona para superar circunstancias difíciles o traumáticas.
Si la expresión tenía sentido
antes del COVID, cuando este llegó y obligó a la gente a encerrarse en sus
casas como presos domiciliarios, todos teníamos motivos de sobra para andar de
quejosos. Pero callábamos, porque el que se quejaba aparecía como el débil del
paseo.
Sea como fuere, si la vida de un
escritor se reduce a contar historias, hoy quiero contar la mía.
La cuarentena comenzó el lunes 23
de marzo de 2020, justo el día previsto para el lanzamiento de Los
secretos del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado. En entrevista
que sostuve el viernes anterior con la W Radio, Julio Sánchez Cristo lo definió
como “el
libro del momento”. Lamentablemente, tan decisiva contribución a aclarar el
magnicidio quedó embodegado en las librerías del país.
Esto obligaba a la gente a la
compra virtual del libro, y a las editoriales a promocionarlo por esta vía. Y se
hizo la tarea, a la que contribuyeron personas valiosas como Matador, Lucho
Garzón, Ariel Ávila o Ramón Jimeno. Así, en el curso del encierro se vendió la
primera edición. A cuentagotas, pero se vendió.
Ahora bien, por los primeros días
de octubre estábamos preparando una segunda edición, que coincidiría con el
regreso de la gente a las calles… cuando salen los ex-Farc a “confesar” que
ellos habían matado a Gómez Hurtado; y el desmovilizado Julián Gallo en persona,
alias ‘Antonio Lozada’, dijo que él se había encargado de esa vuelta y que la
orden la había recibido del ‘Mono Jojoy’ (muerto), y la habían ejecutado cuatro
comandos de la Red Urbana Antonio Nariño (muertos).
Para no desviar la atención, aquí
se pueden documentar al respecto: ver
columna.
Adonde voy es a que, si no se
hubiera atravesado la cuarentena, durante el tiempo que esta duró se habrían
podido vender al menos tres ediciones del libro, gracias a lo atractivo del
tema y al libre acceso físico de los lectores a las librerías. Y si luego no se
hubieran atravesado las Farc con su autoinculpación sin ninguna prueba material,
otro ‘gallo’ habría cantado para el libro. Conclusión, somos esclavos del azar
y este define todas las circunstancias, a favor o en contra.
Hablando precisamente de lo
azaroso que es vivir, este mismo albur aleatorio me llevó a conocer a un
empresario santandereano de izquierda, rara avis, a quien con el paso
del tiempo y de la amistad le solicité su apoyo para la creación de un portal web
de integración regional, que fomentara el sentido de pertenencia regional y
afianzara valores autóctonos. Pero él me salió con que yo para qué me ponía a
escribir solo para un círculo reducido de “pingos” -así lo dijo-, si como
periodista de reconocimiento nacional podía pensar en un medio de cubrimiento
universal, que incluyera tanto a Colombia como a Santander.
Y así nació
El Unicornio, que se sostuvo gracias al apoyo del generoso paisano desde su
lanzamiento el domingo 5 de octubre de 2019, hasta el aciago jueves 11 de
febrero de 2021 en que el COVID se llevó a nuestro mecenas y nos dejó
huérfanos. De nuevo, el azar se atravesaba.
Desde ese día los lectores de El
Unicornio se han visto importunados por más de una Vaki, pero fue la salida
que tuvimos ante la ausencia del “proyecto de empresa” que mi buen amigo el
exalcalde Lucho Garzón nos aconsejó y que todavía no he sabido acatar, quizá
por falta de experiencia en el competido mundo del mercadeo o los negocios
corporativos.
Pero sí me precio de ser un tipo
creativo, circunstancia sin la cual el suscrito no habría logrado sobrevivir, sobre
todo en un mundo donde hasta el mejor amigo bogotano, carcomido de la envidia
frente al provinciano, estaba atento al momento en que pudiera clavarte un
puñal por la espalda.
Mi urgencia como escritor hoy se
centra en mostrar una obra literaria antes del inaplazable óbito, y en tal
tarea se pergeñan trazos. Pero a toda hora se atraviesa lo prioritario, o sea la
supervivencia económica. Es entonces cuando el periodista y persona natural que
se desempeña como independiente debe acudir a la creatividad como fuente de sus
ingresos, tanto para llenar la nevera como para pagar el proyecto periodístico donde
ha puesto todas sus complacencias.
En el terreno de lo creativo, precisamente,
en días pasados le propuse al director de un importante medio la realización de
un evento ligado a la coyuntura nacional. Y tanto le gustó que, desde una
perspectiva más visionaria, lo concibió como algo de carácter internacional.
Esto me llenó de profunda
emoción, porque vislumbraba que la realización anual de dicho evento se
constituiría en tabla de salvación para El Unicornio, como proyecto
empresarial y como portal de periodismo independiente.
Pero fue cuando me dejé
traicionar por la inteligencia emocional y, llevado por la agitación, compartí
un documento inicial de trabajo con alguien que había previsto como idóneo para
encargarse de la logística, por su vasta experiencia en la producción de
eventos. Y cuál no sería mi sorpresa cuando días después esa persona estaba
dando pasos de animal grande para apoderarse del proyecto, hacia el objetivo de
ofrecerme más adelante una “participación mediante acta a perpetuidad”. El
intento de usurpación de mi idea original comenzó con la compra anticipada de
un dominio, convencido tal vez el usurpador de que la necesidad que yo mostraba
y los contactos financieros que él tenía, serían suficientes para que le
aceptara recibir tan solo una chichigua del negocio.
Cuando le conté a un colega de tan
abusiva circunstancia, este con su habitual ingenio aseguró que “el tipo
pretende apoderarse de su casa y en gesto de generosidad ofrecerle a
usted una habitación para que viva ahí”.
Hoy estoy en la tarea de enmendar
esta y otra embarrada que, quizá llevado por la ansiedad, alcancé a cometer. Es
por ello que acudo a la comprensión y la posible empatía -no solo del lector
sino de los hasta ahora involucrados en el mentado festival internacional en
ciernes- para que se entienda por qué dije desde el título que “hoy la
procesión va por fuera”.
Porque, llevados por una
conmoción pasajera, a veces cometemos errores que luego tratamos de enmendar.
¿Cómo? Gracias a otra circunstancia del azar que aquí pretendo tornar
favorable, como es la de contar con esta tribuna en El Espectador para
expresar un mea culpa.
Y “el que tenga oídos para
entender, que entienda”.
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