Cuenta la fábula infantil de un
gato que tenía aterrorizados a “unos ratoncitos que habitaban la cocina de una
casa”, hasta que uno de ellos tuvo la brillante idea de ponerle un cascabel al temible
felino para que, cuando se moviera, el sonido les avisara y se pusieran a
salvo. Pero vino la pregunta que les frustró el plan: ¿quién le pone el
cascabel al gato?
Algo parecido siente hoy gran
parte de los colombianos frente al comandante del Ejército, el general Eduardo
Zapateiro, quien al comienzo de lo que sin duda fue -y no ha dejado de ser- una
insurrección
popular nacional, prometió que si en 24 horas no solucionaba los problemas
de orden público que se presentaban en Cali, renunciaba a su cargo.
Contrario a lo que de él se
esperaba, ocurrió exactamente lo contrario: convirtió no a Cali sino a todo el
Valle del Cauca en una verdadera ratonera, donde pareciera que los mismos
organismos de seguridad del Estado han desatado una máquina de muerte y
destrucción que incluye ahora a civiles disparando impunemente contra
manifestantes en compañía de personal uniformado, llámense policías o soldados.
Podría pensarse que a Zapateiro
la tarea le quedó grande y por tanto deberían ir pensando en cambiarlo, pero no
se descarta que las cosas más bien les estén saliendo a carta cabal, en
cumplimiento de la hipótesis que plantea Freddy Sánchez Caballero en columna para El
Unicornio: “al gobierno le conviene mantener este estado de caos. Es donde
mejor se siente”.
Todo por estos días es caos y
confusión, pero se debe afinar la perspectiva si no queremos contribuir al
caos. Es conveniente entonces poner la mirada sobre el ejecutor de lo que está
pasando en lo militar y policial, a nivel nacional. Y los hechos vienen
demostrando en forma fehaciente que Zapateiro es la persona menos indicada para
la tarea de pacificación que se le encomendó, más cuando se hace evidente que
él y ciertas fuerzas oscuras -desatadas en las calles, reitero- están haciendo
exactamente lo contrario.
Es la hora entonces de recodar
con qué clase de ser “humano” estamos tratando, y en este sentido no les puede
quedar en el olvido a las víctimas del más grande asesino de Colombia, Pablo
Escobar, que cuando murió alias Popeye este fue su mensaje de condolencia para
la familia del sicario, en lo que constituyó un acto de revictimización y una
bofetada para la nación entera: “Lamentamos mucho la partida de 'Popeye', somos
seres humanos, colombianos". Y lo hizo como comandante del Ejército, con
su uniforme puesto, no a título personal. Y Duque ni lo tocó, porque tiene
claro que meterse con él es como rebelársele a su presidente eterno.
Es hora además de tomar conciencia:
no puede ser que estemos en las peores manos y sepamos dónde están esas manos y
qué es lo que están haciendo para acabar de armar el tierrero más tenaz, como durante
los días del horror en que Escobar tenía al país entero arrodillado, y aquí no
pase nada.
Es absurdo, por ejemplo, que sigamos
impasibles ante un hecho tan aberrante como que una avioneta sale de un hangar
de la sede de la Policía Antinarcóticos en Guaymaral y cae en Providencia
cargada con media tonelada de cocaína (gracias a un policía honesto), pero nadie
sale a reclamar el triunfo en la lucha contra el narcotráfico, ni el
subpresidente Duque ni su jefe ni el fiscal general ni ningún oficial de la
Policía o el Ejército, nadie, todos como “narcotizados”. Y justo unos días
después se cae por accidente un helicóptero donde perecen cuatro policías de
antinarcóticos, y uno prefiere no hilar delgado.
Desde niño he escuchado decir que
no hay nada más sagrado que el honor de un militar, entendido el honor -para
todas las categorías- como la cualidad moral que nos impulsa a realizar el más
estricto cumplimiento de nuestros deberes ante los semejantes y ante nosotros
mismos.
Si de honor vamos a hablar, forma
parte más bien del deshonor que Zapateiro haya prometido quedarse “hasta
que estabilice Cali y Valle del Cauca”, pero hoy la desestabilización de
esa región entrega ya una cifra superior a los 40 muertos y casi cien
desaparecidos. Como bien lo recordó Julio César Londoño en sarcástica columna,
“Zapateiro amenaza con poner orden en 24 horas o renunciar (48 horas después
renunció a renunciar y al orden), los vándalos incendian las ciudades, un
helicóptero abre fuego sobre Buga”. (Ver
columna).
Estamos hablando además de quien hasta
hoy sigue siendo el único sospechoso de la desaparición hace 25 años del padre del
futbolista Juan Fernando Quintero, cuando se desempeñaba como capitán en Carepa
(Antioquia) y luego de haber tenido un altercado con el soldado raso Jaime
Quintero lo mandó a Medellín en un bus municipal, y nunca más se supo de él. (Ver
noticia). Y está vinculado a la ejecución de falsos positivos, de los
cuales se recuerda cuando se desempeñaba como comandante de la V Brigada y fue
asesinado el vicepresidente de la Junta de Acción Comunal de Alto Limón (Bolívar),
al que él mismo presentó como guerrillero del ELN pero al momento de su muerte
no se le encontró ningún material subversivo. (Ver noticia).
Para acabar de completar su
perfil ‘beligerante’, es el mismísimo comandante del Ejército quien desde tan
alta majestad decide casar pelea con un pinche caricaturista y le manda a
Matador sendos mensajes, uno amenazante (“su morbosidad periodística y dañina
la dejo en manos de Dios”) y otro insultante (“no sea tan miserable”),
y el destinatario solo viene a saber quién era el remitente cuando un año
después Anonymous hackea la cuenta de Zapateiro y se descubre la trama oculta.
(Ver
mensajes).
Unos días después Zapateiro le
contestó a Matador: “Quiero recordarle que ese mensaje hace parte de varios
que hemos cruzado a través de WhatsApp, con pleno conocimiento suyo de con
quién estaba hablando”. En otras palabras, lo tildó de mentiroso.
No se trata de presentar aquí un
memorial de agravios contra dicho oficial, pero sí juzgamos pertinente armar un
perfil periodístico con algunas de sus más conocidas ‘hazañas’, con el único
propósito de demostrar que no es la persona más indicada para asumir las
responsabilidades que con la nación implican el ejercicio de tan honorable
cargo.
El problema de fondo, de todos
modos, es que al parecer no existe gobernante ni autoridad ni medio de comunicación
ni persona influyente que se atreva a ponerle el cascabel a semejante gato
salvaje.
Post Scriptum: Lo dije en columna anterior y lo sostengo: Están dedicados a desmoronar la institucionalidad desde adentro, propiciando una situación de caos que justifique la adopción de medidas radicales. Le han dado más bala al pueblo en un mes que al Clan del Golfo en veinte años.
1 comentario:
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