Si de algo ha servido el libro de Enrique Santos Calderón donde hace una depurada selección de
artículos de la extinta revista Alternativa, es para darnos patética cuenta
de que Colombia sigue estancada en las miasmas de su propia hipocresía, atada a
prejuicios religiosos y a preceptos conservaduristas que le impiden ponerse a
tono con la modernidad.
Para alegría del suscrito,
encuentro en ese libro dos artículos míos, uno sobre el drama de las mujeres
que se veían obligadas a abortar (Una tragedia clandestina, pág. 331) y otro
sobre un tema que desde esos días de 1977 ya se comenzaba a ventilar: ¿Legalizar
la hierba? (pág. 365).
Ahora bien, para tristeza
del suscrito, sorprende hasta el escándalo constatar que casi 50 años después
permanecemos atascados en la misma discusión inútil, como si la historia se negara
a avanzar, en vívido recuerdo del segundo Concilio Vaticano de Nicea (13 de
octubre de 787) convocado porque en el primero (25 de julio de 325) la Iglesia no
había podido resolver un enigma de marca mayor: si el sexo de los ángeles era
masculino o femenino.
De sexo hay que hablar
cuando se toca el tema del aborto, frente al cual se sigue desconociendo la más
absoluta e incuestionable verdad: tan sagrado e íntimo es el cuerpo de una
mujer, que solo ella puede decidir con plena libertad lo que quiere hacer con
él. Todo lo que ocurra en su superficie o en su interior es sagrada decisión de
ella, desde follar o masturbarse o abortar o cuidar con infinito amor su
vientre para proteger el hijo anhelado que viene en camino. Ahí nadie ajeno a
ella puede intervenir... ¡y menos legislar!
Si me corto un brazo o
agarro mi cabeza contra las paredes, o en busca de experimentar nuevos estados
de conciencia me trabo con marihuana o me inyecto heroína o consumo alcohol
hasta el delirio (o hasta la sobredosis letal), es un asunto inherente a la
plena, soberana y también sagrada autonomía del individuo, llámese hombre o
mujer. ¿Por qué no existe ninguna legislación sobre el cuerpo del hombre, pero
sí sobre el de las mujeres en el tema del aborto, restringiéndoles así la
libertad de hacer lo que les venga en gana con su propia humanidad agobiada y
doliente… o gozosa y sonriente?
Dicen los (y las) provida
que la vida se debe defender desde el momento mismo de la unión entre el esperma
y el óvulo, o sea que no lo definen como un embrión carente de conciencia sino
ya como “un ser humano”. La pregunta pertinente que se hacía una amiga mía -feminista
de las simpáticas, no de las odiosas- es ¿por qué no protegen también al
potencial ser humano presente en cada espermatozoide y en tal medida establecen
como sagrada prohibición la masturbación masculina? ¿Acaso en cada eyaculación
infecunda no se está condenando a muerte -o sea “asesinando”- a miles de
criaturitas a las que no se les permitió nacer por cuenta de “un placer
egoísta”?
El artículo de Alternativa
sobre el aborto contaba de la situación que cuatro décadas atrás vivían las
mujeres -sobre todo las pobres- que viéndose obligadas a abortar y ante la
prohibición debían acudir a verdaderos antros que no contaban con los
instrumentos ni la higiene adecuada, de modo que al drama personal del silencio
(ante familiares y amigos) debían sumar las consecuencias para su salud, que
iban desde la perforación del útero hasta la septicemia.
¿Algo ha cambiado para las
mujeres de escasos recursos desde entonces? El único cambio es que hoy existen
tres causales para el aborto terapéutico (si el feto es producto de violación o
pone en riesgo la vida de la madre o viene con malformación), pero ahora eso
también lo quieren tumbar y regresar al país un siglo atrás, y asistimos así al
reencauche político de un Álvaro Uribe que se declara defensor de la vida el
mismo día que define como “héroe de la patria” al genocida general Mario
Montoya, instrumentador de los casi 5.000 asesinatos en jóvenes (y niños, según noticia reciente) ocurridos sobre persona protegida y conocidos
con el eufemístico nombre de falsos positivos.
De otro lado, el artículo en
Alternativa sobre la legalización de la hierba mostraba cómo para esos
días ya había personas que le abrían las puertas a la sensatez, entre ellas
-atérrense- un Álvaro Gómez Hurtado que en editorial del muy conservador El
Siglo afirmaba esto: “hace un tiempo esta propuesta parecía un exabrupto.
Hoy ya no lo es, aunque su discusión sigue envuelta en multitud de precauciones
mojigatas”. (Pág. 365).
¿Sería acaso que Gómez
Hurtado por esos días llegó a probar la marihuana y descubrió que era más
placentera que dañina? Averígüelo Vargas…
Lo llamativo de todos modos
es comprobar atónitos, súpitos y estupefactos que en asuntos de legalización
-llámese marihuana o aborto- seguimos atados por el cuello a la noria de un
absurdo prohibicionismo. Mientras en países como Canadá, Estados Unidos,
Uruguay o Chile (para mencionar solo americanos) la marihuana se vende libremente
en tiendas y en la Unión Europea el aborto es libre, por la más obvia de todas
las razones: porque toda mujer debe ser libre de hacer con su cuerpo lo que su
conciencia le dicte y le plazca.
Mientras tanto, en lo
referente a Colombia, ¿cuánto tiempo más en años o décadas tardaremos en dejar
atrás tanta mojigata hipocresía y adquirir cordura?
DE REMATE: Durante el
pasado Hay Festival Juan Manuel Santos dijo una verdad de Perogrullo: que el problema de las drogas solo se
solucionará cuando el Estado regule su venta.
Y recordó lo que dijo Churchill cuando pidió un trago de whisky en
EE.UU. y le dijeron “eso aquí está prohibido”.
Y Churchill les respondió: “qué país más extraño este, esas ganancias
tan fabulosas que produce la venta del licor, se las dan a las mafias. En mi
país se las damos al fisco”. Y ahora que me acuerdo, por allá en 2013 escribí
para Semana algo titulado Santos, ¡legalízala! Pero no escucharon…
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