En diciembre de 2008, en vísperas de la primera posesión del
presidente de Estados Unidos, escribí para El Tiempo una columna titulada
“Obama, legalízala”. Así, sin signos de admiración y entre comillas.
El título lo tomé de un capítulo de Los Simpson que muestra a Lisa
como la presidente de Estados Unidos y a su hermano Bart convertido en un vago
de siete suelas que le ayuda a resolver un problema con unos países acreedores,
mientras Homero (el padre de Bart y Lisa, para los ignorantes en la materia)
despedaza con una pica los pisos y jardines de la Casa Blanca en busca del
tesoro de Lincoln. Cuando Lisa le pregunta a su hermano cómo retribuirle el
favor de haberle espantado esas culebras, Bart le dice: "legalízala".
A lo que ella responde: "dalo por hecho".
Aquí entre nos, pareciera como si al llegar a la presidencia Barack
Obama hubiera decidido cumplirle la promesa a Bart Simpson, porque es evidente
que desde la fecha de su posesión hasta hoy el mundo viene dando pasos de
gigante hacia su plena legalización, tanto en la producción como en el consumo.
El paso que comenzó a abrir las compuertas lo dieron los Estados de Washington
y Colorado, que en noviembre pasado votaron a favor de legalizar totalmente la
marihuana, mientras en la parte sur del continente Uruguay fue el primer país
latinoamericano que tuvo la osadía de seguir el ejemplo, faltando allí tan solo
la ratificación de un Senado mayoritariamente oficialista.
Esto es algo que se estaba demorando, y a Colombia le corresponde
ahora dar el siguiente paso si no quiere que de nuevo la cojan con los
pantalones abajo, como le ha venido ocurriendo frente a la Guerra contra las
Drogas iniciada por Richard Nixon hace un poco más de 40 años: que se queda
siempre con los dolorosos y, para colmo del masoquismo, desprecia los gozosos.
En otras palabras, que se lo vienen metiendo sin vaselina (con el perdón del señor
Procurador).
Y es por eso que ahora el título de esta columna aparece con signos de
admiración. Porque quedarse con los gozosos o al menos con parte de estos significaría
que Santos reconozca que la guerra en mención fue un rotundo fracaso, como en su
momento lo fue la prohibición del alcohol o Ley Seca en EEUU, en reiterada
constatación de que el fruto prohibido es el más gustado. Y que en consonancia
con la tendencia mundial se dé la pela de proponerle al Congreso una
legislación que siga el ejemplo de Pepe Mujica, cuya mayor virtud como
mandatario es que le viene aplicando sentido común al ejercicio de la política.
Precisamente el sentido común nos indica que hoy en Estados Unidos el
valor anual de la cosecha de marihuana totaliza unos 36.000 millones de
dólares, es decir 84 billones de pesos colombianos, más de ocho veces el valor
de la producción agraria de Colombia, lo cual la ha convertido en el cultivo de
mayor valor en el país del norte, ¡por encima del maíz!
Según artículo de Semana.com, “es cuestión de tiempo para que en la mayoría de los 50 Estados se pueda comprar con un certificado médico, y es una realidad que el 81 por ciento de los estadounidenses apoya el cannabis medicinal y el 52 por ciento la legalización total”. Esto demuestra que allá se viene afianzando una cultura permisiva, a la par con una producción cada vez más intensiva, que va a hacer que cuando por fin sea legalizada en todo el planeta, sólo ellos estén en condiciones de proveer la demanda mundial.
Según artículo de Semana.com, “es cuestión de tiempo para que en la mayoría de los 50 Estados se pueda comprar con un certificado médico, y es una realidad que el 81 por ciento de los estadounidenses apoya el cannabis medicinal y el 52 por ciento la legalización total”. Esto demuestra que allá se viene afianzando una cultura permisiva, a la par con una producción cada vez más intensiva, que va a hacer que cuando por fin sea legalizada en todo el planeta, sólo ellos estén en condiciones de proveer la demanda mundial.
La cordial invitación a Colombia es entonces para que se suba los
pantalones, se apriete el cinturón y no se quede por fuera de un negocio del
que ya un personaje como Vicente Fox, expresidente de México, dijo que cuando
sea legal “seré productor de marihuana para que la droga esté en manos de
nosotros, que ayude a la economía del país y no solamente al Chapo Guzmán”.
En momentos en que el grano del café viene perdiendo puntos por la
sobreoferta mundial, la hoja de la marihuana podría representar una excelente
alternativa para sustituir e intensificar su cultivo, respecto del cual no
sobra advertir que Colombia tiene una especie de ‘primogenitura’ que debería
hacer respetar, pero no invocando razones sino aprovechando el know how y la buena fama que acompaña la
calidad de nuestra hierba, para insertarse en el mercado mundial con un
producto en el que, sin duda, podríamos ser altamente competitivos.
Al margen de las cuestiones económicas estarían los impedimentos
morales, donde el primero dice que la marihuana es peligrosa porque su consumo
conduce a otras drogas más adictivas, y que legalizarla significaría entonces
provocar un tsunami de vicio y perdición mundiales. Es un argumento en
apariencia difícil de rebatir, pero baladí en el fondo, porque lo que en
realidad hace peligrosa a una sustancia no son sus efectos sino su prohibición, como nos lo viene diciendo Antonio Caballero, casi hasta el cansancio..
Lo que hoy le urge al mundo no es satanizar una hierba que si se
la compara con el alcohol o con la nicotina es relativamente inocua, sino acabar
esta guerra absurda y delirante, centrada en la prohibición al consumo de
determinadas sustancias, contrario a lo que percibe el sentido común: que es un
imposible ético-jurídico y un atentado contra la autonomía individual
prohibirle a un ciudadano en uso de sus facultades racionales que se intoxique,
o se emborrache, o estrelle su cabeza contra las paredes o, llegado a un
extremo, se suicide.
Es cierto que no se debe dejar un veneno al alcance de un niño, pero
cuando ese niño se convierta en joven o adulto el frasco seguirá en la parte
más alta de la alacena, y para entonces ya podrá alcanzarlo pero sabrá por qué
no debe ingerir esa sustancia, de modo que si lo hace será porque tiene algún
instinto autodestructivo o porque no recibió la educación (tradúzcase valores)
y la información adecuada. Para decirlo en cristiano, una cosa es que un sujeto
experimente –como lo viene haciendo la humanidad desde el principio de los
tiempos- y otra que se exceda en la experimentación hasta el punto de hacerse
daño; esto último tampoco es aconsejable con la ingestión exagerada de
guayabas, que puede producir diarrea, o con la de cocaína, que puede producir
la muerte. Ahora bien, en este contexto hay un dato revelador, y que por cierto
lo encontré en el libro ‘Drogas, prohibición o legalización’, de Ernesto Samper
Pizano: “Nadie se ha muerto de una sobredosis de marihuana”.
¿Podría esto acaso significar que el doctor Samper…? Bueno,
averiguarlo no es precisamente el motivo de esta columna. El único propósito
era avisarle al presidente Juan Manuel Santos que no lo vaya a dejar la
locomotora de la legalización, por andar por ahí distraído en la estación de
“¿cómo hago para quedar bien con todo el mundo?”
@Jorgomezpinilla
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