Hace unos días el escritor
Santiago Gamboa escribió una columna titulada Petro, Fajardo, De la Calle:
¡Únanse!, inspirado quizás en una frase de combate de Mayo del 68: Seamos
realistas, pidamos lo imposible. Si de realismo hemos de hablar, podría
pensarse que el camino hacia el infierno está empedrado de buenas intenciones, pues
tratar de juntar a Gustavo Petro y Sergio Fajardo sería como tratar de mezclar agua
con aceite, o sea algo en apariencia contrario a la lógica.
La buena intención de
Gamboa reside en proponer que durante la marcha de mañana “en primera fila
deberían estar de la mano los tres políticos más relevantes del antiuribismo:
Petro, Fajardo y De la Calle”. (Ver columna).
Que conste, la misma
fórmula de unión propuse dos meses antes de la primera vuelta electoral de
2018, en columna titulada Petro, Fajardo, De la Calle: ¡salven
ustedes la Patria!,
en estos términos: “si el trío —no el dueto— compuesto por Gustavo Petro,
Sergio Fajardo y Humberto de la Calle lograran afinar sus voces y ponerse de
acuerdo para cantar en coro la misma melodía, lograrían en primera vuelta lo
mismo que acaba de hacer Iván Duque con Marta Lucía: arrollar”. (Ver columna).
En referencia a la columna
de Gamboa no discutiremos si Humberto de la Calle cabe en la definición de
antiuribista (yo diría que sí), mientras que el mismo Fajardo pregona a los
cuatro vientos que no es “uribista ni antiuribista”. Pero sí se le abona al
escritor residente en Europa que en función del paro nacional de mañana haya pensado
con el deseo, al imaginar a los tres muy cogidos de la mano.
En torno a Fajardo se debe
brindar claridad en que él es paisa y sabe que sin una buena parte de los votos
uribistas (al menos de los uribistas antioqueños) nunca podrá conquistar la
presidencia. De otro lado, su declaración en la pasada campaña a favor de
aumentar la edad para pensionarse lo ubica alineado en lo económico con el
Grupo Empresarial Antioqueño (GEA), o sea proclive a los intereses de la
derecha. (Ver declaración).
El mismo día que salió
publicada la columna de Gamboa la compartí en mi cuenta de Twitter entrecomillando
la frase que cité en el segundo párrafo de esta, sin mencionar a su autor, y
válgame Dios: me llovieron rayos y centellas por doquier, lo cual pone en
evidencia que la gente ya no lee columnas, se queda con el titular. (Ver trino). De los 198 comentarios que recibí, la inmensa
mayoría, más de 150, asumieron que había sido yo el autor de esa frase y en tal
medida me atacaron o atacaron a Fajardo, por considerarlo a él más cercano al
uribismo que al loable -aunque ingenuo- intento de unir a la centro-izquierda por
parte de Santiago Gamboa, autor de Perder es cuestión de método, excelente
novela pertinente a la ocasión.
Pensando más bien en
aterrizar con sentido pragmático a la cada día más dolorosa realidad que nos
circunda, y tratando de impedir que se apague el tenue brillo de la luz que
pareciera llegar del final del túnel, habría que buscar que esa fórmula de
unidad fuera viable en el terreno de la lógica. ¿Fajardo y Petro caminando
sonrientes por una calle de Bogotá -o de Medellín- tomados de la mano…?
Ciertamente, eso era pedirle peras al olmo.
Pero, ¿qué pasaría si en
lugar del Sergio Fajardo que con sus constantes desatinos todo lo entorpece (en
días pasados dijo que hay niños que ingresan a la guerrilla “por voluntad propia”), convocamos a un Jorge Robledo de la
misma tendencia, a ver si la conjunción de tres corrientes diferentes aunque
afines a la centro-izquierda se transforma de trío inadmisible a triángulo
equilátero?
Si lo vemos en términos de
correlación de fuerzas, Claudia López, Robledo y De la Calle se unieron en
torno a la alcaldía de Bogotá y al final de la jornada fueron los triunfadores,
mientras que Petro resultó perdedor cuando -en honor a la verdad- intentó
dañarle el caminado a la candidatura de Claudia, a sabiendas de que si ganaba Carlos
Fernando Galán se vería fortalecido en su búsqueda de la presidencia, por
simple contraste. Y son acertados los reproches que le lanzó Angélica Lozano a
su excoequipero cuando durante una sesión de la Comisión I del Senado le dijo
en la cara: “Lo que usted hizo contra Claudia no lo hicieron ni siquiera los
homofóbicos, ni Uribe, ni Peñalosa, ni Vargas Lleras, de quienes uno podría
esperar lo peores ataques. Pero no, la más fiera oposición contra Claudia la
hizo usted, usted, Gustavo”. (Ver monumental regaño).
A esta altura del relato no
sobra contar que apoyé a Claudia López en su aspiración hasta el día que levantó
el brazo de Fajardo para proclamarlo “presidente de Colombia 2022”, y lo sigo
considerando un desatino. Aunque no es el tema que nos ocupa.
Nos ocupa, eso sí, la
búsqueda de la unidad. Ya entrados en dichos menesteres, es de caballeros
reconocer que durante la segunda vuelta presidencial Claudia se distanció de la
preferencia de Robledo y de la Calle por el voto en blanco y le brindó su apoyo
a Petro, y en parte Petro se equivocó al lanzar a Hollmann Morris, y en parte
ella la embarró en lo que ya se dijo.
Ahora bien, sigo pensando
que es Fajardo y no Petro el verdadero elemento tóxico frente a una eventual
coalición de fuerzas de la centro-izquierda hacia 2002. ¿Qué tal entonces si
Petro, Robledo y De la Calle decidieran desembarazarse del lastre paisa y
emprendieran los tres un viaje juntos hacia la verdadera transformación de Colombia,
y en aras de la unidad se desembarazaran a su vez del apetito individual de ser
presidentes y pensaran en impulsar a un Antonio Navarro (a quien le cabe el
país en la cabeza y reúne todos los méritos), o a un Camilo Romero cada vez
mejor posicionado…?
¡El único paisa con sobrado
futuro político se llama Daniel Quintero y a él por supuesto habrá que llamar más adelante
con el mismo propósito de transformación social!
DE REMATE: Si el mayor
desacierto de Juan Manuel Santos fue convocar al plebiscito de 2016 (como
reconoció en entrevista
para El Unicornio), su mayor acierto fue haber nombrado a Humberto de la
Calle como jefe negociador ante las retrecheras Farc. Cualquiera otro hubiera
tirado la toalla a los pocos meses, pues no reunía el talante de estadista ni
la paciencia ni la ecuanimidad requeridas para entender que se trataba de un
“diálogo entre enemigos”.
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