Esta entrevista con Humberto
de la Calle está llena de advertencias sobre el momento actual. Es todo lo que
habría que decir a modo de introducción, invitando a los lectores de El Unicornio a que conozcan -ya al final- lo que piensa sobre
el voto obligatorio.
En medio del
caos que hoy vive Colombia, hay quienes les atribuyen parte de la culpa a los
que promovieron el voto en blanco. Dicen que Sergio Fajardo, Jorge Robledo,
usted y algunos periodistas influyentes contribuyeron a propiciar lo mismo de
lo que hoy tanto se quejan…
Esa es una visión maniquea. En mi caso particular
era claro que no iba a votar por Iván Duque, por todo lo que significaba su
candidatura y la armazón de su movimiento político. Pero igual tenía derecho a
mantener reservas sobre algunas de las posiciones del doctor Petro. En una
democracia uno no se puede poner en la coyuntura de decir “si no va a votar por
A, tiene que votar por B”. Después de haber recibido yo la mayor derrota de la
historia republicana, mi acción era insignificante. Sigo creyendo que hay
opciones desde el centro del espectro político. Petro tiene cosas extraordinariamente
atinadas, en la campaña muchas de ellas las compartimos, tengo incluso la
sensación de que él tomó algunas banderas del Partido Liberal. Eso está bien,
pero en otras uno tiene el derecho a no estar de acuerdo.
¿No cree
usted que si en la primera vuelta perdieron Fajardo y De la Calle, y ganó
Petro, lo correcto habría sido apoyarlo para evitar que ganara Duque, o sea
para impedir el regreso de la bestia?
En mi caso personal, considerando mi derrota en
términos numéricos, cualquier decisión que tomara habría sido insignificante.
Esta discusión entonces se ubica en el terreno del Dr. Fajardo, él tendría que
dar sus explicaciones, yo no soy el llamado a darlas por él. En diciembre de
2017 le hice una invitación para hacer una consulta entre los dos, la negativa
de él me parece que fue un error monumental. Eso pudo haber cambiado el curso
de los acontecimientos.
Solo pregunto: qué habría pasado si usted,
Fajardo y Jorge Robledo hubieran apoyado a Petro. ¿Estaríamos mejor o peor?
Esas son discusiones
especulativas. Tengo un libro que se llama What if y traduce “qué habría
pasado si…”. Que si Hitler no se hubiera aliado con Stalin, que si esto y
aquello. Son discusiones que me recuerdan a un amigo de La Tebaida, muy mal
hablado él, quien cuenta que una perrita salió de su casa y la mató un carro
porque la perrita salió a orinar. Decía que si la perrita no hubiera parado a
mear, estaría viva. Pero está muerta. Me parece hay que pasar esa página.
¿Qué opina
de que Sergio Fajardo se hubiera ido a ver ballenas en la segunda vuelta?
La decisión de Fajardo después de la primera vuelta,
que la hizo pública, era retirarse de la actividad política. Yo le dije que me
parecía un error, y creo que fue el momento en que decidió alejarse. Él tendrá que
dar sus explicaciones, repito, no soy el llamado a darlas. Seguramente sus
seguidores le hicieron ver que con un caudal de votos importante no podía
sustraerse a la discusión política, y allí cambia de ruta. Pero es claro que
eso desconcertó a algunos.
¿Su apoyo a
Claudia López, quien por cierto sí apoyó a Petro en la segunda vuelta,
significa que usted rompió cobijas con el Partido Liberal?
Estoy viendo en el Partido Liberal un camino
difícil, unas alianzas en la eleccion pasada muy contradictorias, por ejemplo
con el Centro Democrático. Yo con entera libertad voté por Claudia, creo que
fue la mejor decisión. Ella va a hacer una buena alcaldía, con muchas
dificultades, me parece algo heroico que someta a un desgaste su capital
político, con la acumulación de problemas que hay.
¿Ve usted posible a mediano o largo plazo la
unificación de la centro - izquierda hacia 2002?
Es necesario unificar fuerzas que conduzcan al
robustecimiento del centro político. En esta línea conviene hacer una consulta
en marzo de 2022, con todos los sectores. No descarto a Petro, así yo haya
votado en blanco. Tiene que haber un espacio donde conversemos todos. Ese puede
ser el camino para frenar la persistencia de las fuerzas de derecha,
contagiadas de un extremismo que trata de instaurar un ambiente autoritario.
En esa
consulta a la que hace referencia, ¿le gustaría estar ahí? ¿Todavía aspira
usted a ser presidente?
En este momento no veo razones para hacerlo. Estoy
reiterado, por fuera de cualquier contienda electoral. Por ahora esperemos, hay
que estar atentos a la dirección de los vientos.
¿Cómo están
sus relaciones con César Gaviria?
Muy bien, en un plano normal. Hablamos no con
frecuencia, pero intercambiamos ideas. Yo le he manifestado diferencias sobre
sus últimas actuaciones políticas, sobre todo en relación con ciertas alianzas
del liberalismo en las pasadas elecciones, siempre dentro de un marco de
respeto.
¿Es decir,
usted sigue perteneciendo al Partido Liberal?
Hoy no estoy en el ejercicio electoral de la
política. Si esto llegase a cambiar, me tocaría tomar una decisión en tal
sentido. Por lo pronto con el Dr. Gaviria no solo tengo interlocución, sino
también un recuerdo que no quiero perder, alrededor de su Gobierno en el 91. Allí
desarrolló una tarea descomunal en materia de modernización de este país,
ligada a la Constitución del 91.
Quién cree
usted que está gobernando a Colombia: ¿Álvaro Uribe o Iván Duque?
Hay un gobierno formal en cabeza del Dr. Duque, y
en algunos casos ha tomado distancia de posiciones del Dr. Uribe. Por ejemplo,
frente al salario de los jóvenes ha habido muestras de separación. Es para uno
difícil saber que está pasando en Palacio. Pero lo que uno si ve es a Uribe
empoderado, utilizando expresiones que llaman la atención. Si usted observa el
último comunicado del Centro Democrático, leído por él mismo y donde alude al
paro del 21, es muy curioso ver que utiliza la expresión “el Gobierno piensa”.
¿No será que el exterminio
sistemático al que están siendo sometidos los desmovilizados de las Farc,
sumado al asesinato sistemático de líderes sociales, les da la razón a las
disidencias que no quisieron entregarse por temor a que los mataran?
Esa es una afirmación demasiado arriesgada. Regresar a la
confrontación militar no es una solución para Colombia ni para las fuerzas
alternativas. Diría que hay una serie de responsabilidades mezcladas. Sobre
esta serie de asesinatos y excombatientes el Gobierno da una explicación única,
alrededor del tema del narcotráfico. En parte puede tener razón. Por ejemplo, en
el caso de los indígenas, que han estado de acuerdo con la sustitución de
cultivos y caen en manos de mafias del narcotráfico. Pero la explicación no
puede ser tan simple. Si uno examina las fuentes de victimización, la respuesta
no es tan sencilla como la que pretende dar el ya retirado ministro de Defensa:
mueren líderes de reclamación de tierras y líderes sociales, solo por el hecho
de serlo. Incluso en las ciudades mueren personas con posiciones alternativas en
el tema de identidad sexual o en la defensa de los Derechos Humanos.
¿No viene a ser como una
reedición del exterminio de la Unión Patriótica?
Claro. Lo que pasa es que lo hacen con un método
distinto, con asesinatos más sectorizados, pero sin duda hay una mano negra
actuando, para ponerle ese nombre.
¿Un aparato
de poder organizado?
Sin duda. La tesis reduccionista del anterior
ministro de Defensa, de decir que es un problema de narcotráfico, no es
sostenible. Es evidente que hay fuerzas muy oscuras, que están actuando en función
de poner en riesgo todo lo que se consiguió en La Habana. Pero tampoco hasta el
punto de regresar a la acción militar, que sería un desatino.
Sin embargo,
sí da la impresión de que el Gobierno llegó a hacer trizas el acuerdo de paz.
Así es. Aunque el presidente Duque utiliza un
lenguaje muy moderado, sus actos de gobierno apuntan contra los elementos
centrales del acuerdo, particularmente contra la JEP. Y por omisión, de manera
colateral, hay temas que han quedado huérfanos. El de la reforma política, ni
se diga: no solo ha sido negada por el Congreso, sino que las iniciativas del
Gobierno han sido bastante tímidas, bastante lejos de lo pactado en La Habana.
¿Y sobre la reforma rural?
Ahí veo un clima muy adverso, no hay voluntad
política para consolidar una reforma rural. Esto ya no es un tema ideológico de
las Farc ni del gobierno anterior, es una necesidad de Colombia. Lo que sí
reconozco en el plano de la reincorporación, es que el doctor Emilio Archila ha
venido mostrando entusiasmo. Pero esta es solo una parte que se deriva del
acuerdo, con un error fundamental, producto de expresiones textuales tanto de
Álvaro Uribe como del presidente Duque, en cuanto a que ellos se entienden con
los guerrilleros de base, pero no con la cúpula. Así, despojan al acuerdo de
cualquier contenido de reforma más estructural. Ese es un error elemental, pues
no hay un solo acuerdo de paz que se sostenga solo con la base guerrillera.
Despojar al acuerdo de la dirigencia está por fuera de la realidad, muestra que
hay una concepción del acuerdo como si hubiera sido una rendición.
¿No será que
este Gobierno cree que Juan Manuel Santos se rindió ante las Farc y con base en
esa premisa alborota las aguas para pescar en río revuelto?
Sí, es la tesis que sostienen los sectores más
extremistas. Pero es algo que parece un chiste, ante una guerrilla que entregó
las armas y que hace presencia en el Congreso, con un antiguo comandante de las
Farc que hoy clama por el Estado de derecho y por el cumplimiento del Acuerdo,
desde la legalidad. Recordemos de qué manera Timochenko, o sea Rodrigo Londoño,
fue el primero en condenar las acciones de Iván Márquez y de Santrich. Lo que sí
es cierto, y lo dices muy bien, Jorge, es que hay un deseo de mantener viva una
confrontación, de no perder el conflicto ahora superado, en lo que tiene que
ver con las Farc. Es lo que le da gasolina a una posición tan extremista. Es
una necesidad de crear fantasmas e infundir miedo. Es un eterno retorno a las
cenizas del pasado, revividas con la tesis de Chávez como el enemigo, después
Maduro, después Venezuela, ahora el foro de Sao Paulo. Existe la izquierda como
existe la derecha, y entre derecha e izquierda existen sectores muy radicales,
que se autoalimentan a través de la creación de fantasmas. En relación con el
paro del 21, se le está tratando de enmarcar en una especie de hecatombe para
mantener vigencia política. Eso es lo que está pasando.
¿Hablando de
hecatombe, ve posible que antes del 21 de noviembre ocurra una situación
trágica -fortuita o planeada- que pueda atemorizar a la población a salir a la
calle…?
Lo que usted dice me recuerda un cuento de Gabriel García
Márquez que se relaciona con la profecía autocumplida: “Algo muy grave va a
suceder en este pueblo”, le dice una señora a su hijo a la hora del desayuno. Este
se va a jugar billar, yerra una jugada facilísima y se justifica diciendo que
fue que su mamá le dijo que en el pueblo iba a pasar algo. Y otro que escuchó
eso va a la carnicería y no pide que le vendan una libra de carne sino dos,
porque le dijeron que va a pasar algo, y al final todos desocupan el pueblo por
temor a que les pase lo que dijeron que iba a pasar. Sectores extremistas están
creando falsas noticias, con videos en las redes, generando un clima de terror
psicológico en la línea “puede pasar algo”. Pero no es ese el llamado de
quienes están pidiendo el ejercicio del derecho constitucional a protestar, con
razones muy diversas, totalmente legítimas. Es preocupante el clima de
intimidación que se está creando.
¿Cómo ve usted ahí el papel de los medios de
comunicación?
Algunos periodistas están diciendo lo que se pretende
es tumbar a Duque. La política siempre es de confrontación, y es obvio que los
movimientos que no están en el poder buscan el poder, hace parte de la dinámica
de la política y no tiene por qué asustar a nadie. Pero esto es distinto a
creer que hay una especie de complot. Y el propio doctor Duque, lamento
decirlo, le está haciendo caja de resonancia. Lo que se debe hacer es respetar
la marcha y controlar los desmanes, pero no descalificarla de entrada, a
contrapelo de lo que ocurre en cualquier democracia occidental que respete el
derecho de las mayorías.
En una
columna reciente usted fue muy crítico con Néstor Humberto Martínez y calificó
su libro Las dos caras de la paz como de ficción. ¿Qué tan veraz es ese
libro?
Es una obra de ficción porque toca temas que el
autor no conoció de primera mano. Él nunca fue a La Habana, no conoció las
vicisitudes que se vivieron allá. A partir de cierto momento él como fiscal
tomó acciones que terminaron enredando cosas que venían claras, como sus
ataques frontales a la JEP y a la creación de una unidad independiente para
combatir el paramilitarismo. El Dr. Martínez pensó que eso le quitaba parte de
su poder y vino una arremetida contra decisiones producto de los acuerdos.
¿Ve usted
alguna posibilidad de que alguna vez se logre un acuerdo similar al que se hizo
con las Farc, pero esta vez con el ELN? Enrique Santos Calderón decía que esa
gente enreda hasta un aplauso.
Es extraordinariamente difícil con el ELN, eso lo
sabe todo el mundo. El Estado colombiano ha negociado muchas más veces con
ellos que con las Farc. Yo apoyé a Duque cuando rompió las conversaciones con
el ELN luego del atentado a la Escuela de Cadetes, pero eso no debería
significar el cierre total de cualquier posibilidad de diálogo. Colombia no
debería resignarse a seguir en una guerra de esta naturaleza, que es muy
dañina. Han vendido algunos la hipótesis de que el ELN militarmente es
insignificante, pero no es así. Podríamos estar más de una década en una
confrontación que a todos nos hace daño.
¿Cómo
quisiera que las futuras generaciones de jóvenes lo recuerden a usted cuando
por fin restauren la materia de Historia en el pensum escolar?
Yo he sido muy afortunado porque me han
correspondido dos momentos muy importantes en la historia de Colombia. Uno, mi
condición de vocero del Gobierno de César Gaviria en la Constituyente del año
91, que abrió un marco nuevo de valores en Colombia. Ahí hubo un acenso del
pluralismo, de la tolerancia, de una visión equilibrada de la sociedad, más
consciente de la inequidad, que sigue siendo el mayor cáncer de Colombia. Pero
eso ha venido declinando, hoy hay un tufillo autoritario, estamos regresando
tanto en materia de identidad sexual como de estado laico, del tratamiento del
conflicto a través del diálogo. Vamos de regreso al pasado, y por eso insisto
en robustecer fuerzas para eliminar ese riego. Lo segundo es haber participado
como jefe de la delegación del Gobierno en La Habana en las conversaciones de
paz con las Farc. Son dos momentos estelares de mi vida, que me han llenado
plenamente.
¿Es usted
partidario del voto obligatorio?
Muchas personas piensan que es una ofensa a su
libertad obligarlos a votar. Un taxista me dijo un día “no solo nos explotan,
sino que ahora nos quieren obligar a votar por ellos”. Esto encierra un sofisma,
porque la obligatoriedad no sería para votar por los mismos. Yo sí sería
partidario del voto obligatorio en por lo menos dos periodos, no como una cosa
permanente. El fantasma de la financiación ilegal en cualquier elección no ha
sido derrotado. El voto obligatorio permitiría incorporar tal cantidad de
votantes nuevos, que minimizaría el impacto del financiamiento ilegal y puede
generar una oleada en pro del cambio.
Y más cuando
el abstencionismo es la primera fuerza política del país…
Así es, sigue siendo mayoría. Muy importante entonces
vincular a esas masas abstencionistas para que tomen decisiones.
En El
Unicornio hemos visto que Claudia López lideró una campaña para promover la
Consulta Anticorrupción, recogió firmas y obligó al Congreso a que convocara a un
referendo. Queremos hacer lo mismo con el voto obligatorio, que se genere un
movimiento de opinión a favor, tratar de imponerlo para enfrentar la corrupción
electoral. ¿Usted qué piensa?
Totalmente
de acuerdo. Para superar la discusión abstracta sobre los límites de la
libertad, yo propondría hacerlo como un electrochoque sobre el cuerpo ciudadano
en dos ocasiones, que genere el impacto y el hábito de votar con libertad. En
este momento, creo que es una necesidad.
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