domingo, 28 de abril de 2019

Crimen y castigo: un gigoló asesino




El diccionario define gigoló como el “hombre joven que es mantenido por una mujer, generalmente mayor que él, a cambio de prestarle su compañía o de mantener con ella relaciones sexuales”. Esto para brindar claridad en que la relación entre la chilena Ilse Amory Ojeda y el santandereano Juan Guillermo Valderrama Amézquita no califica como “noviazgo”, según informaron los medios, sino como una sociedad de mutuo beneficio, en la que ella recibía pasión carnal y a cambio entregaba dinero o regalos, llámense un carro o una moto, que en efecto los hubo.

Para ponernos en contexto está la película Gigoló Americano (Paul Schrader, 1980) en la que un apuesto y varonil Richard Gere que hacía babear a todas –jóvenes y adultas- se convierte en el sospechoso principal tras el asesinato de una mujer a la que días antes había ‘atendido’. En su papel de Julian Kay –un treintañero culto, inteligente y atractivo- sostiene este ilustrador diálogo con una clienta:

ELLA: Quiero saber todo de ti, cuéntame.
ÉL: Acabamos de hacer el amor.
ELLA: ¿Y eso qué?
Él: Es todo lo que tienes que saber de mí. Lo que quieres saber, lo aprendes cuando te hago el amor.

Satisfecha en grado sumo la pasión de una mujer cuyas carnes comenzaban a tornarse flácidas, el enamoramiento no da espera. Dispuesta a darlo y arriesgarlo todo con tal de no perderlo, se lanza a la aventura de abandonar el trabajo y dejar su país, contrariando a hijos y hermanas, y viaja a Colombia acompañada de su muchachito. Así, se construye el primer escalón que conduce a la tragedia: una mujer adulta con una excitación alborotada y un joven de estrato bajo con una ambición desmedida.

Luego se supo que él recibía una mensualidad de $1’200.000 mensuales y que ella había tomado un seguro por 100 millones de pesos del que era único beneficiario, lo cual era como hipotecarle la vida. Pero es descubierto manteniendo una relación paralela –quizá matrimonial- con la norteamericana Becky Evans, a la par que esta se entera (por una hermana de Ilse) de su amorío con la chilena y el hombre se ve ante un callejón sin salida: “Yo sostenía conversaciones, una relación con otra persona; ella no me agregaba a ‘Face’, entonces por eso pude mantener las cosas así hasta que reventó”. (Ver noticia).

Y es cuando comienza a brillar el lado oscuro de la fatídica moneda: dispuesto a arriesgarlo todo con tal de no perderlo todo… se embarca en un camino sin regreso.

Llegados a este punto del relato, va una confesión personal que sirve de enseñanza. Cuando escuché la primera entrevista de las muchas que concedió, yo alcancé a creer en la inocencia de Valderrama, a tal punto que esto escribí en mi muro de Facebook: “Le creo al pelado. Todo un misterio. Podría pensarse que ella se esconde, o que llevada por el despecho decidió acabar con su vida sin dejar huella”. Quién dijo miedo, hubo una abrumadora mayoría –sobre todo femenina- que en sus comentarios me descalificaron por ingenuo, y no faltó la que dijo que “se le despertó el machista santandereano”.

En mi defensa solo puedo alegar que aplicaba la sentencia de Darío Echandía según la cual “a la gente hay que creerle”. Pero queda uno súpito, atónito y confundido al constatar que puede haber alguien tan cínico y con la sangre fría que mostró Valderrama para implorar ante medios y autoridades que le ayuden a buscar a la misma mujer que días atrás había asesinado, incinerado y destajado por pedazos para luego diseminarlos en un área boscosa de mil metros a la redonda.

No se puede culpar por el origen geográfico, pero es llamativo advertir que en julio de 2009 se presentó otra actuación espectacular, digna de un Óscar de la Academia, por los predios de Piedecuesta: Johanna Andrea Macías había asesinado a su hijo de dos años y lo había arrojado a un despeñadero en la vía Bucaramanga – San Gil. Ella colaboró en la búsqueda del menor, pegó carteles, salió en los medios, lloró a grito herido, recibió el respaldo de sus familiares y la visita del entonces gobernador Horacio Serpa, despertó la solidaridad nacional, todo para ocultarle a su marido la verdadera paternidad del bebé, porque este le había pedido una prueba de ADN. (Ver noticia).

Si de coincidencias se ha de hablar, las investigaciones por ambos crímenes fueron realizadas por sendos hermanos desde la comandancia de Policía Santander, con resultados exitosos y en tiempo récord: hace diez años por el general Yesid Vázquez Prada, y ahora por su hermano menor, el también general Manuel Antonio Vásquez Prada. Según Rafael Serrano en su periódico El Frente, “los casos eran similares en muchos aspectos, por lo que se debía aplicar el método infalible: exponer al criminal ante los medios, hacer que sus mentiras y contradicciones terminaran por delatarlo. Plan perfecto. Lo puso a hacer el ridículo. Utilizó al mismo delincuente para resolver el crimen”. (Ver editorial).

Una última enseñanza apuntaría entonces a la necesidad de andar con “ojos abiertos, oídos despiertos”, para evitar caer en el engaño. En Bucaramanga se develó la trama que envolvía la misteriosa desaparición de una extranjera, pero ha habido ocasiones en las que psicópatas o sociópatas con gran carisma y habilidad para el engaño o la simulación han logrado ocultar sus crímenes por décadas. Incluso se habla de avezados delincuentes que con refinada astucia lograron escalar hasta altísimas posiciones, como la Presidencia de la República, por ejemplo, y ya dueños de ella… hicieron todo lo que estuvo a su alcance para satisfacer la desmedida ambición de no soltarla.

Casos se han visto.

DE REMATE: Sea la ocasión para aclarar que me equivoqué o fui injusto con el doctor Alfonso Gómez Méndez, de quien dije en mi última columna haber solicitado repetidamente su colaboración “por haber sido durante su periodo como fiscal general cuando (Diego Edinson Cardona Uribe, el hombre clave) dio sus declaraciones. Al principio se mostró muy colaborador, luego se silenció”. Juzgo un error de mi parte no haberle consultado antes de publicar eso. En tono molesto pero respetuoso, él fue enfático en que “todas las cosas tienen sus plazos” (o sea que estaba en la búsqueda), y si no respondía era porque atendía sus obligaciones. Tiene razón, hubo precipitud de mi parte. Solo espero que este mea culpa sirva de aliciente para dejar atrás el malentendido y se reanuden los esfuerzos en busca del eslabón perdido, tan necesarios para arribar por fin a la verdad sobre los verdaderos autores del asesinato del dirigente conservador Álvaro Gómez Hurtado.

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