El diccionario define gigoló como el “hombre joven que es mantenido
por una mujer, generalmente mayor que él, a cambio de prestarle su compañía o
de mantener con ella relaciones sexuales”. Esto para brindar claridad en que la
relación entre la chilena Ilse Amory Ojeda y el santandereano Juan Guillermo
Valderrama Amézquita no califica como “noviazgo”, según informaron los medios,
sino como una sociedad de mutuo beneficio, en la que ella recibía pasión carnal
y a cambio entregaba dinero o regalos, llámense un carro o una moto, que en
efecto los hubo.
Para ponernos en contexto está la película Gigoló
Americano (Paul Schrader, 1980) en la que un apuesto y varonil Richard Gere
que hacía babear a todas –jóvenes y adultas- se convierte en el sospechoso
principal tras el asesinato de una mujer a la que días antes había ‘atendido’.
En su papel de Julian Kay –un treintañero culto, inteligente y atractivo-
sostiene este ilustrador diálogo con una clienta:
ELLA: Quiero saber todo de ti, cuéntame.
ÉL: Acabamos de hacer el amor.
ELLA: ¿Y eso qué?
Él: Es todo lo que tienes que saber de mí. Lo que quieres saber, lo
aprendes cuando te hago el amor.
Satisfecha en grado sumo la pasión de una mujer cuyas carnes comenzaban
a tornarse flácidas, el enamoramiento no da espera. Dispuesta a darlo y arriesgarlo
todo con tal de no perderlo, se lanza a la aventura de abandonar el trabajo y dejar
su país, contrariando a hijos y hermanas, y viaja a Colombia acompañada de su
muchachito. Así, se construye el primer escalón que conduce a la tragedia: una
mujer adulta con una excitación alborotada y un joven de estrato bajo con una
ambición desmedida.
Luego se supo que él recibía una mensualidad de $1’200.000 mensuales y que ella había tomado un seguro por 100 millones de pesos del que era único
beneficiario, lo cual era como hipotecarle la vida. Pero es descubierto manteniendo una relación
paralela –quizá matrimonial- con la norteamericana Becky Evans, a la par que
esta se entera (por una hermana de Ilse) de su amorío con la chilena y el
hombre se ve ante un callejón sin salida: “Yo sostenía conversaciones, una
relación con otra persona; ella no me agregaba a ‘Face’, entonces por eso pude
mantener las cosas así hasta que reventó”. (Ver
noticia).
Y es cuando comienza a brillar el lado oscuro de la fatídica moneda:
dispuesto a arriesgarlo todo con tal de no perderlo todo… se embarca en un
camino sin regreso.
Llegados a este punto del relato, va una confesión personal que sirve
de enseñanza. Cuando escuché la primera entrevista de las muchas que concedió,
yo alcancé a creer en la inocencia de Valderrama, a tal punto que esto escribí en mi
muro de Facebook: “Le creo al pelado. Todo un misterio. Podría pensarse que
ella se esconde, o que llevada por el despecho decidió acabar con su vida sin
dejar huella”. Quién dijo miedo, hubo una abrumadora mayoría –sobre todo
femenina- que en sus comentarios me descalificaron por ingenuo, y no faltó la
que dijo que “se le despertó el machista santandereano”.
En mi defensa solo puedo alegar que aplicaba la sentencia de Darío
Echandía según la cual “a la gente hay que creerle”. Pero queda uno súpito, atónito y confundido al constatar que puede haber
alguien tan cínico y con la sangre fría que mostró Valderrama para implorar ante medios y autoridades que le ayuden a buscar a la misma mujer que
días atrás había asesinado, incinerado y destajado por pedazos para luego
diseminarlos en un área boscosa de mil metros a la redonda.
No se puede culpar por el origen geográfico, pero es llamativo
advertir que en julio de 2009 se presentó otra actuación espectacular, digna de
un Óscar de la Academia, por los predios de Piedecuesta: Johanna Andrea Macías había
asesinado a su hijo de dos años y lo había arrojado a un despeñadero en la vía
Bucaramanga – San Gil. Ella colaboró en la búsqueda del menor, pegó carteles,
salió en los medios, lloró a grito herido, recibió el respaldo de sus
familiares y la visita del entonces gobernador Horacio Serpa, despertó la
solidaridad nacional, todo para ocultarle a su marido la verdadera paternidad
del bebé, porque este le había pedido una prueba de ADN. (Ver
noticia).
Si de coincidencias se ha de hablar, las investigaciones por ambos
crímenes fueron realizadas por sendos hermanos desde la comandancia de Policía
Santander, con resultados exitosos y en tiempo récord: hace diez años por el
general Yesid Vázquez Prada, y ahora por su hermano menor, el también general Manuel
Antonio Vásquez Prada. Según Rafael Serrano en su periódico El Frente, “los
casos eran similares en muchos aspectos, por lo que se debía aplicar el método
infalible: exponer al criminal ante los medios, hacer que sus mentiras y
contradicciones terminaran por delatarlo. Plan perfecto. Lo puso a hacer el
ridículo. Utilizó al mismo delincuente para resolver el crimen”. (Ver
editorial).
Casos se han visto.
DE REMATE: Sea la ocasión para aclarar que me equivoqué o fui
injusto con el doctor Alfonso Gómez Méndez, de quien dije en mi última
columna haber solicitado repetidamente su colaboración “por haber sido
durante su periodo como fiscal general cuando (Diego Edinson Cardona Uribe, el hombre clave) dio sus declaraciones. Al principio se mostró muy colaborador, luego se
silenció”. Juzgo un error de mi parte no haberle consultado antes de publicar
eso. En tono molesto pero respetuoso, él fue enfático en que “todas las cosas
tienen sus plazos” (o sea que estaba en la búsqueda), y si no respondía era porque
atendía sus obligaciones. Tiene razón, hubo precipitud de mi parte. Solo espero
que este mea culpa sirva de aliciente para dejar atrás el malentendido y se reanuden
los esfuerzos en
busca del eslabón perdido, tan necesarios para arribar por fin a la verdad sobre
los verdaderos autores del asesinato del dirigente conservador Álvaro Gómez Hurtado.
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