Reza el dicho popular que “no hay mal que por bien no venga”. El
Partido Liberal acaba de salir de una consulta abierta azarosa, a la que en un
principio se había apuntado también el Centro Democrático, pero debido a que su
amo y jefe prefirió correrse para no perder el control de las acciones (allá se
hace lo que él determine), los liberales quedaron solos y debieron cargar con
el látigo de la opinión pública por su alto costo. Pese a que, como explicó
Horacio Serpa en medio del matoneo, “fue convocada por el Estado con cargo a
una partida que existe en el presupuesto”.
O como planteó el abogado y columnista de El Espectador, Ramiro
Bejarano: “Gastar plata en elecciones no es botarla, es invertirla en
democracia. Es mejor que en las urnas se escojan candidatos y no que lo haga un
experto en escoger "buenos muchachos" (ver trino).
El latigazo también se escuchó al día siguiente de la consulta desde
la cuenta del director de La Luciérnaga de Caracol, Gustavo Gómez:
“Terminó la jornada de despilfarros del @PartidoLiberal”. Yo le respondí
diciendo que las consultas del liberalismo y el Centro Democrático el mismo día
habrían sido un notocionón, y en ese caso nadie habría pensado en algo tan baladí
como el costo de la jornada. Y para sorpresa del suscrito no solo lo reconoció,
sino que comenzó a seguirme…
Lo importante es que la candidatura de Humberto de la Calle legitima y
fortalece al Partido Liberal como opción política, pero a su vez es de sentido
común que si llega solo a la primera vuelta no tendrá opción de pasar a la segunda,
y por eso se impone un acercamiento con la alianza que hoy integran los ni-nis
(ni Santos ni Uribe) Sergio Fajardo, Claudia López y Jorge Robledo. En este
prometedor escenario lo ideal sería la incorporación también de Gustavo Petro después
de que los tres ni-nis hayan escogido su candidato (seguramente Fajardo), y que
tras la elección del 11 de marzo de 2018 surja algún mecanismo que permita
dirimir la fórmula para una amplia coalición de centro izquierda entre quienes
pintan como los tres finalistas: De la Calle, Fajardo y Petro.
No existe duda alguna en que de concretarse dicha fórmula, este
poderoso equipo no solo habría de pasar a segunda vuelta (a la final, mejor
dicho) sino que podría incluso llevarse la copa de la Presidencia desde la
primera ronda… y por goleada.
Se trata entonces de meter el balón por el medio de la abertura que
han abierto Uribe y Vargas, y a esta altura del partido acojo como propias las
palabras del colega Carlos Ruiz, de CM&, en su muro de Facebook: “Creo en
Humberto de la Calle. No me da vergüenza ni por eso pierdo mi equilibrio como
periodista. Tengo derecho como ciudadano a exponer mis ideas, frente a los
abusivos que creen que el periodista es un eunuco político. Me sorprende que
otros periodistas defiendan sus opiniones políticas pero censuran las mías. No
más hipocresía”. (Ver
post).
Como dije en algún trino de reciente data, si se unen la defensa de la
paz de Humberto de la Calle y la lucha contra la corrupción de Claudia López, estamos
hechos (Ver
trino). Ahora bien, no se puede desconocer que la imagen de la candidata de
Alianza Verde quedó golpeada por las retractaciones que la justicia le ha
obligado a hacer (ya van tres), sumado a que Colombia es un país tan mojigato
que no tiene acogida –todavía- una vicepresidente con la preferencia de género
de nuestra admirada Claudia, a quien de todos modos le esperan elevadas cumbres
políticas en su corajudo empeño por hacer de Colombia un país sin ladrones de
cuello blanco.
La verdadera lucha política se librará en la arena candente de la
posverdad, valga la relativa redundancia. La derecha –y la extrema ídem- es
consciente de la necesidad de sembrar miedo y confusión entre el electorado
como recurso de supervivencia, para no seguir cediendo más terreno del que han
perdido por cuenta de la corrupción que se ha enseñoreado en las filas de los
tres partidos que la encarnan: Cambio Radical, Centro Democrático y Partido
Conservador.
Los dos primeros en particular han enfilado baterías contra la
Jurisdicción Especial de Paz (JEP), en cabeza de Germán Vargas Lleras y Álvaro Uribe:
ambos representan los intereses –y reciben financiación- de los empresarios,
ganaderos, industriales y hacendados que acogieron entusiastas el proyecto
paramilitar que pretendió acabar con la guerrilla en el ardor de las masacres y
desalojos que patrocinaron, y hoy están temerosos de ser enjuiciados por los
crímenes que tienen meridiana claridad de haber cometido, con el saldo a su favor
ya conocido: la escrituración de tierras o bienes de centenares de masacrados y
desplazados por el terror que ellos mismos auparon o desencadenaron.
Pero hay un factor que juega en contra de Uribe y Vargas Lleras (y de
las fuerzas que representan), consistente que es imposible su unión antes de la
primera fuerza, porque sus bases se lo impedirían. ¿Se imaginan a un Iván
Duque, un Carlos Holmes, un Rafael Nieto, una Marta Lucía Ramírez o un
Alejandro Ordóñez aceptando de buena gana que Uribe se sume de buena gana a la
causa de Vargas Lleras porque es lo que más les conviene a los cacaos que representan…?
Por todo lo anterior, hoy se les presenta la oportunidad dorada a las
fuerzas que en defensa de la paz se hallan agrupadas alrededor de Humberto de
la Calle, Sergio Fajardo, Claudia López, Jorge Robledo, Gustavo Petro y Clara
López, para llevar a buen puerto este magno proyecto de integración y
reconciliación nacional. Basta con deshacerse de egoísmos y ponerse de acuerdo
en el reparto equitativo de tareas hacia la construcción de un país donde
quepamos todos, para que el triunfo esta vez (a diferencia del nefasto 2 de
octubre de 2016) no nos sea esquivo.
DE REMATE: Parodiando al poeta nadaísta antioqueño Gonzalo Arango,
“una mano más una mano no son dos manos, son manos unidas. Une tu mano a
nuestras manos para que Colombia no esté en pocas manos, sino en todas las
manos”. Y sin cambiar de tema, esta estrofa de la banda chilena Quilapayún:
“¿Qué dirá el Santo padre que vive en Roma, que le están degollando a su
paloma?”.
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