La doctrina del Shock es un
libro de la escritora y periodista canadiense Naomi Klein, cuya versión audiovisual
fue un documental que cabe dentro del género ‘película de terror’, porque parte
de una tesis espeluznante pero comprobable: el neoliberalismo se alimenta de
los desastres naturales, de la guerra y del terror para establecer su dominio.
(Ver video).
El punto de partida de película y libro es el asalto perpetrado por el
general Augusto Pinochet contra el Palacio de la Moneda el 11 de noviembre de
1973, que produjo la muerte del presidente Salvador Allende y desembocó en la
aplicación de la doctrina económica neoliberal impulsada por Milton Friedman, quien
obtuvo el premio Nobel de Economía en 1976, tres años después del ‘exitoso’
golpe de Estado que, como se sabe, fue orquestado desde el gobierno de Richard
Nixon y tuvo como punta de lanza al entonces Secretario de Estado, Henry
Kissinger.
Ese mismo modelo fue aplicado en países tan dispares como el Chile de
Pinochet, la Argentina de Videla, la Rusia de Boris Yeltsin o la Gran Bretaña
de Margaret Thatcher.
El problema hoy es que un partidario del capitalismo salvaje llamado
Donald Trump conquistó la presidencia de Estados Unidos, y con él la doctrina
del Shock no solo se revitaliza desde lo doméstico hacia lo global, sino que
ahora podría traer consecuencias catastróficas para el planeta. Un segundo
problema de fondo es que la ascensión al poder de este buscapleitos envalentonó
a la extrema derecha nacional representada en el tóxico Álvaro Uribe, el inquisidor
Alejandro Ordóñez y el hijo de papi Andrés Pastrana.
Son tres las cabezas de esta Hidra de Lerna, pero el
gran peligro está en Uribe, quien tiene una copiosa audiencia cautiva e
invierte su capital político en azotar las más bajas pasiones contra el
gobierno de Santos, con el apoyo entusiasta de Ordóñez desde el flanco
religioso. Es aquí donde Santos no se puede descuidar, porque si hay un terreno
que Uribe maneja a la perfección, es cuando pareciera estar acorralado pero
sale airoso mediante la aplicación de medidas ‘terapéuticas’ radicales, tan
radicales como la ocasión lo exija.
Por ejemplo, cuando algunos miembros de la cúpula paramilitar en
cumplimiento de la ley de Justicia y Paz comenzaron a contar quiénes los habían
patrocinado: en menos de 24 horas Uribe subió a todos a un avión y se los
entregó a Estados Unidos. Según el general Óscar Naranjo en su libro
entrevista con Julio Sánchez Cristo, solo a dos de los catorce extraditados
se les comprobó que seguían delinquiendo desde la cárcel, motivo aducido por
Uribe para cargar con todos.
O como cuando en abril de 2008 se supo que por un sótano entró
subrepticiamente a la Casa de Nariño el exjefe paramilitar Antonio López, alias
Job, en compañía de un abogado de la mafia, y fueron recibidos por los
respectivos secretarios de Prensa y Jurídico de la Presidencia, César Mauricio
Velásquez y Edmundo del Castillo. Uribe convocó a una rueda de prensa sobre las
escaleras del mismo palacio presidencial, hizo que esta comenzara en
coincidencia con la apertura de los noticieros del mediodía y luego de dar una
explicación a las volandas sobre el ingreso de ese mafioso, se despachó contra
la Corte Suprema alegando ser víctima de su persecución.
Dos meses después de esa visita Uribe estuvo tan de buenas que alias
Job fue asesinado en un restaurante de Medellín, del mismo modo que lo
amparó el azar cuando el 24 de febrero de 2006 el helicóptero donde Pedro Juan
Moreno viajaba a Quibdó… se
vino a tierra. Antes que nos acusen de capciosos, el mismísimo general Rito
Alejo del Río en alguna ocasión declaró que la caída de esa nave “no
fue accidental sino planeada”.
No sabemos si ese accidente se ajusta a la particular doctrina del
Shock de Uribe, pero la memoria nos indica que Moreno se le ‘abrió’ a su jefe y
amigo desde 2002, cuando no le dejó remplazar el DAS por la Agencia de
Seguridad que él quería crear, y prefirió nombrar a Jorge Noguera. También
sabemos que Moreno había prometido contar cosas sobre Uribe cuando llegara al
Congreso, y que en su condición de secretario de Gobierno de Antioquia aparecía
involucrado en la masacre
de El Aro, ocurrida entre el 23 y el 30 de octubre de 1997.
Es posible que las ‘providenciales’ muertes de alias Job y P.J. Moreno
(incluso la de Francisco
Villalba, principal testigo contra Uribe por El Aro) nada tengan que ver
con la doctrina del Shock de Naomi Klein, pero sí lo fue la extradición de la
cúpula paramilitar cuando comenzaron a mostrar el andamiaje de la organización.
Esto también se ajusta a lo manifestado por el exembajador Myles Frechette en entrevista
para El Espectador, donde dijo que la desmovilización del paramilitarismo
fue algo “completamente chimbo”, y que “cuando Uribe se dio cuenta de que los
gringos estaban oliéndose todo, decidió hacer el desarme de los paramilitares”.
Y a renglón seguido agregó: “Es que se fueron a otros lugares. En lugar de
seguir operando en los lugares donde habían estado, se fueron al sur y al este
del país, a continuar sus fechorías”. También dijo Frechette que “nunca me
olvido del pilón de armas que dejaron los paramilitares: muchas de ellas eran
nuevas cuando Napoleón fue Emperador de Francia. Es decir, a otro perro con ese
hueso”.
Esto se traduce en que Uribe es hoy el único político colombiano que contaría
con un refuerzo bélico dispuesto a apoyarlo, llegado el caso. Si no es que desde
ya le brinda su apoyo, por ejemplo mediante el asesinato graneado de defensores
de derechos humanos o de milicianos
de las Farc, de reciente ocurrencia. Sea como fuere, lo cierto es que con
el aparataje político-militar que lo respalda tras bambalinas, Uribe estaría en
condiciones de provocar un Shock ajustado a su conveniencia.
He ahí el peligro inminente al que hoy se ve abocada nuestra
democracia.
DE REMATE: Suena estrambótico cuando el fiscal Néstor Martínez dice
que esa racha de crímenes no
tiene origen paramilitar, porque solo se trata de bacrim (bandas
criminales). ¿Cómo hacer para explicarle que solo hubo un cambio de nombre?
Mejor dicho, ¡que se deje de ‘cantinflar’!
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