Muy buena estuvo la entrevista de María Isabel Rueda con Juan Carlos
Flórez el lunes 8 de mayo en El Tiempo,
no por lo que ella preguntó sino por lo que el concejal contestó. A la
periodista se le vio hacer malabares para defender al alcalde de Bogotá, quizá porque
no esperaba que el entrevistado le fuera a resultar tan crítico de su admirado
Enrique Peñalosa. (Ver
entrevista).
Comparto casi todo lo expresado por Flórez, excepto una frase suya que
la Rueda dejó de remate para meter miedo: “Si Peñalosa se deja revocar, abre
una puerta hacia lo impensable; no solamente en Bogotá, sino en Colombia”. Un
día antes, Semana coincidía con una
reflexión en el mismo tono alarmista: “Más que la permanencia de Enrique
Peñalosa en la Alcaldía de Bogotá, con las revocatorias está en juego la gobernabilidad
de los alcaldes de todo el país. El asunto es grave”.
Sería la hecatombe, mejor dicho. Pero ocurre que eso además de exagerado
es inadmisible, porque lo que ocurriría si Peñalosa es revocado sería lo
contrario: la democracia se sanea cuando un gobernante impopular, al que solo aceptan dos
de cada diez bogotanos, es retirado de su cargo por incompetente mediante un
‘golpe de urna’.
Juan Carlos Flórez tiene razón en que Peñalosa ha sido un pésimo
comunicador, pero no es esto lo que se
le castigaría, como tampoco que pretenda urbanizar la reserva Van der Hammen ni
que quiera vender la ETB, sino lo que desde un ángulo dialéctico podría
definirse como la semilla de su propia destrucción: el metro. “Ya existían unos
estudios –dice Flórez- que de inmediato rechazó, lo cual fue una necedad, porque
le restó el aire que necesitaba para poder rediseñar el transporte en Bogotá”.
Así es: su más grave error, el que exige su salida para que ese
problema urbanístico de hondo calado pueda remediarse, reside en que mandó a la
basura los rigurosos diseños para la construcción del metro que presentó la
alcaldía de Gustavo Petro. Con ello lo que desechó no fueron unos papeles o una
presentación de Power Point, sino un proyecto vital para la capital, una mega
obra de ingeniería avanzada cuyo costo se estimó en $15 billones de pesos (unos
$7.000 millones de dólares), con fecha de entrega prevista para el 2021.
Como dije en columna
anterior, Petro en lo gerencial dejó mucho que desear. Ahora bien, es de
caballeros reconocer que los estudios que presentó en octubre de 2014
planteaban el mejor metro posible, el que se merecía Bogotá. Solo que Peñalosa
llegó con aplanadora a no dejar piedra sobre piedra de la administración
anterior, y ahora quiere convertir la movilidad de la ciudad en una colcha de
retazos donde por un lado los destartalados portales de Transmilenio con sus
buses contaminantes seguirán mandando la parada (por ejemplo, sobre la
emblemática carrera séptima hasta la calle 200), y por otro lado pretende darle
estocada mortal a la Avenida Caracas con un tren elevado que depreciaría el
sector y convertiría la vía en meadero público.
Lo peor es que su terquedad en preservar el sistema Transmilenio, pese
a los síntomas de colapso que presenta, encierra un tufillo de gato encerrado (o
de negocio asegurado), si hemos de creerle a un reportaje de Carlos Carrillo donde
demuestra que Peñalosa ha sido el mayor promotor de Transmilenios y de buses
Volvo en el mundo, y que en cumplimiento de tal misión actuó como presidente
del ITDP (Institute for Transportation and Development Policy), y por este
concepto “el ITDP le ha girado 468.394 dólares, al cambio actual unos 1.500
millones de pesos”. (Ver
reportaje). Artículo que citó Daniel Coronell en columna titulada Condenados al bus, donde anunció que se
trataba de “un muy interesante trabajo, del cual tendremos que hablar en
detalle”. (Ver
columna).
Según el colega Jairo Gómez, “más allá de
las 700 mil firmas, (…) hay un malestar generalizado por la manera como conduce
su gobierno y por la falta de resultados tangibles”. (Ver
columna) Frente a esto, la moneda tiene dos caras: nos lo seguimos
aguantando, o el hombre se va.
En entrevista con Cecilia Orozco para El Espectador el domingo 14,
Peñalosa se defendió diciendo que “no se trata de que incumplí, sino de
intereses políticos” (Ver
entrevista). Conviene aclararle que en la vida todo es política: él se hizo
elegir porque adelantó una política electoral exitosa, y hoy está a punto de
ser revocado porque aplicó unas políticas administrativas que despertaron el
rechazo general. Tal vez el único modo de reversar su inminente salida sería si
hiciera un mea culpa donde reconociera, por ejemplo, que se equivocó en darle
prelación al sistema Transmilenio sobre el metro subterráneo.
En este contexto eminentemente político, de los 107 procesos de
revocatoria que hay en curso, no todos obedecen a una causa justa. Es el caso de
Bucaramanga, donde un grupo de concejales liberales perjudicados con la
alcaldía de Rodolfo Hernández hace hasta lo impensable para sacarlo de su
cargo, mientras en Barrancabermeja se presenta un fenómeno a la inversa: un
alcalde liberal, Darío Echeverri Serrano, intenta ser revocado por las huestes del
alcalde anterior, Elkin Bueno, en un intento por ocultar el desastroso
estado financiero en que este dejó a la ciudad.
DE REMATE: La descarada utilización de propaganda negra exacerbando
odios y miedo entre gente ignorante, así como la invocación a Dios para conseguir
votos entre sus 'rebaños', fue lo que condujo al triunfo del NO en el
plebiscito. Tan productiva les resultó la estrategia, que han reactivado a sus
legiones de pastores cristianos y evangélicos, cual perros rabiosos adiestrados
para la guerra, con miras a poner presidente en 2018. Pero esto será tema de
otra columna.
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