¿Qué pasaba por la cabeza del coronel Hugo Heliodoro Aguilar Naranjo cuando
en 2002 le confesó a una productora del Grupo Prisa de España que estando
frente al cadáver de Pablo Escobar robó su pistola, según reveló Daniel Coronell
en su columna
del domingo pasado? Sin ánimo de ofender, solo encuentro una explicación
posible: se requiere tener mentalidad de ‘traqueto’ para alardear ante una
mujer de haber cometido un delito.
Esa misma mentalidad de traqueto habría sido la que utilizó para
conquistar en 2004 la gobernación de Santander en estrecha alianza con el
bloque Central Bolívar de las AUC, si hemos de creerle a la condena a nueve
años de prisión que le impuso la Corte Suprema, y a las cosas que contó el
coronel Juan Carlos Prieto en Los
Informantes de Caracol (“los paramilitares presionaban a la población para
que votaran por él”), con el saldo ya conocido: se le acabó la carrera militar
a Prieto, mientras a Aguilar se le abrieron las compuertas de la política y la riqueza
material, y hoy se expresa como si fuera un prócer de la patria, al mejor
estilo ‘Popeye’.
Es pertinente preguntarse por qué en la campaña electoral anterior Hugo
Aguilar lanzó candidato propio a la gobernación (Carlos Fernando Sánchez) y se
desplazaba por todo Santander con nutrida escolta de la Policía Nacional,
siendo que no había acabado de pagar la totalidad de la pena pues se hallaba en
libertad condicional, o sea que seguía en calidad de interdicto y en tal medida
estaba inhabilitado para el ejercicio pleno de sus derechos ciudadanos. Ahora no
solo tiene que dar más de una explicación, sino acabar de rendir sus cuentas
ante la justicia, en consideración a que la Procuraduría General de la Nación
–a raíz de una primera publicación hecha por la subdirectora de Vanguardia
Liberal, Diana Giraldo- pidió revocar la
libertad condicional del reo al considerar que violó el deber de buena conducta
cuando mintió al decir que carecía de capacidad económica para pagar una multa.
(Ver
noticia).
Alguna forzada explicación intentó dar el coronel en entrevista
al periódico conservador El Frente, donde afirmó que manejaba un lujoso Porsche
de 300 millones porque se lo llevaba al tipo que se lo compró el año anterior,
pero no había acabado de secarse la tinta de ese diario cuando Leszli
Kálli mostró fotos de una casa de 4.500 millones de pesos que su cónyuge, Mónica
María Barrera Carreño, construye en Ruitoque sobre un lote de 1.084 metros
cuadrados, cuyo avalúo está en 1.600 millones. No sobra aclarar que es su
tercera esposa, quien nunca ha trabajado o adelantado una actividad económica
que le permita justificar semejante capital.
Esto demuestra a las claras que el coronel Aguilar sí dispone de
bienes para pagar la multa de 6.400 millones que la justicia le impuso. Como se
sabe, él hizo un acuerdo de pago con la Unidad de Víctimas para abonar 500.000
pesos mensuales, lo cual se traduce en que solo le faltan 1.056 años para
acabar de cubrir la deuda. Se trata de una burla descarada, tanto a la justicia
como a las víctimas, y es cuando el espectador desprevenido se pregunta cómo
hizo una persona condenada por paramilitarismo para acumular tanto poder
político y tan cuantiosa fortuna económica, primero con su sueldo como oficial
de policía y luego como gobernador de Santander.
Con motivo de la publicación arriba aludida le envié por Twitter un DM
a Diana Giraldo, donde la felicité por las fotos que encarrilaron tan
contundente investigación y le pregunté si creía que eso tendría algún efecto
jurídico, en cuanto a lograr que el hombre pagara al menos parte de la multa y así
contribuyera a indemnizar a las víctimas. La respuesta de Diana fue escueta y
demoledora: “¡Gracias Jorge! Ojalá pase algo. Pero lo dudo”.
Ese “lo dudo” es fiel reflejo del pesimismo que cunde frente a una
justicia que no tiene manos –y menos garras- sino guantes de seda para juzgar a
tanto malhechor que por el simple hecho de haber conquistado determinada
cantidad de votos (sin importar el método que hubiere empleado…), adquiere un
prestigio que le sirve en parte para forjar alianzas con grupos criminales y en
parte para tomarse fotos como esta (ver foto), de
la que según fuentes bien enteradas Germán Vargas Lleras dijo que “es para que
se la envíen a Serpa y vea el nuevo equipo de Santander”. Para entender el
contexto de esa noticia, está este
artículo de La Silla Santandereana.
Al día presente no sabemos si Vargas Lleras persistirá en mantener dicha
alianza con el clan Aguilar, en función del mismo único objetivo por el que se
alió con Kiko Gómez en Guajira: votos.
Sea como fuere, en este escenario de arenas movedizas adquiere
carácter de urgencia hacer un llamado a la sociedad santandereana y a su
dirigencia política, para alertar sobre la prestancia o el buen nombre
adquiridos a punta de ‘pistola’. Venimos nadando en un mar contaminado por la
presencia de mucho charlatán, delincuente o estafador con pose de caudillo. Es
por eso que desde los linderos de la decencia ya es hora de asumir fortaleza jurídica
y conciencia ética, hacia el noble propósito de sanear el ejercicio de la
actividad política.
Para el caso que nos ocupa, se mantiene entonces el interrogante
planteado desde el titular de esta columna: ¿quién
le pone el cascabel al susodicho coronel®?
DE REMATE: El senador Álvaro Uribe es tan de buenas que con motivo de
la convención de su Centro Democrático –donde Fernando Londoño aclaró que no
son centro sino histérica
derecha- nadie le recordó que tiene un hermano preso por múltiples
homicidios, paramilitarismo y concierto para delinquir. Por cierto: ¿resulta
atrevido pensar que el apóstol Santiago estuviera también pensando en acogerse
a la JEP…?
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